Dom 30.11.2003
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MúSICA

El continente negro

Artífices de los mayores éxitos de la industria, los artistas negros copan la parada musical. Negras son las grandes estrellas del momento (Missy Elliot, Beyonce Knowles, Nelly, 50 Cent, Sean Paul) y negros, también, los productores que las popstars blancas contratan para reinventar su sonido: Timbaland y The Neptunes están detrás de Justin Timberlake y Britney Spears, Dr. Dre detrás de Eminem. Y hasta los privilegios del esquema cantante-autor zozobran ante la amenaza grupal –negra– del featuring. A continuación, algunos nombres, fenómenos y razones para entender por qué el pop se ha vuelto monocromático.

por Mariana Enríquez
Qué perdido está el rock, y qué claro es el logro de la música negra. Mientras se debaten entre The Strokes y Radiohead, entre el retro y la experimentación tediosa, entre el mito de la “credibilidad” y el de la “originalidad”, los artistas y productores del hip hop lograron –logran– llegar a la culminación de la música pop, el punto donde las distinciones entre géneros y el esnobismo elitista de la crítica de rock se revelan como una farsa de divisiones y clasificaciones aparatosas. Parecen comprender todo, saben ensuciarse las manos, y en este momento la música negra es el pop y la vanguardia al mismo tiempo. El hip hop (con sus aledaños) marca tendencias. En más de un sentido.
En primer lugar, destruye la idea de legitimidad del artista-autor como único responsable del resultado final. El hip hop, el pop bailable, el rythm & blues, dependen de la producción y la innovación tecnológica, que abrazan con alegría y con las que desestructuran el paradigma del cantante-autor. Pero eso no significa que los artistas carezcan de control sobre lo que hacen o dependan sólo de la lógica de la industria. De esta manera revelan que tampoco en el rock la canción es el trabajo de una sola inspiración. Si así fuera, ¿por qué los discos de rock tienen tantos créditos? Es que –y éste es el segundo argumento– los productores de hip hop, en combinación con los artistas, empujan los límites de lo predecible en el pop y están produciendo canciones que venden millones pero hubieran sido impensables como grandes éxitos hace, por usar un número arbitrario, diez años. Si todo el rock actual suena como el pasado, el hip hop suena como el presente.
En términos de industria, el momento de la música negra es inmejorable. Siempre hubo grandes productores negros con poder –Quincy Jones, más recientemente Puff Daddy–, pero es difícil pensar otro momento histórico como el actual, en el que los artistas negros casi cubren la totalidad del panorama y son responsables de los mayores éxitos del pop: Timbaland y The Neptunes están detrás de Justin Timberlake y Britney Spears, Dr. Dre detrás de Eminem. A su vez, ellos mismos tienen protagonismo y no se mueven sólo en las sombras: pueden sacar discos tan exitosos como los de los artistas que producen. Las grandes estrellas son negras: Missy Elliot, Beyonce Knowles, Nelly, 50 Cent, Sean Paul; todos colaboran con todos en una compleja cadena de favores. Crearon el esquema de “featuring”, que es la participación de uno o varios invitados por canción. Y las grandes estrellas blancas –Christina Aguilera, Justin, Britney– recurren a los productores negros para reinventar su sonido. Se puede decir que hoy la industria es negra. Lo notable es que, además, no se trata de artistas conformistas que se mueven según estilos y modas predeterminadas. Ellos son los que inventan las normas y arriesgan. Y no lo hacen en la relativa seguridad de sellos independientes o discos difíciles pensados para la elite sino en la arena del pop industrial.
Los hacedores
RZA, Puff Daddy (o P. Diddy) y Dr. Dre son estrellas desde hace mucho tiempo, pero recién fue con la aparición de The Neptunes –Pharrell Williams y Chad Hugo– cuando la noción del productor como amo y señor se instaló firmemente. Williams es negro, Hugo de ascendencia asiática. Ambos son de Virginia, del Sur, como la mayoría de los artistas del hip hop que hoy conforman el escenario de la música negra, ya perdido, historia antigua, el eje Costa Este-Costa Oeste.
The Neptunes es un dúo famoso desde hace sólo cinco años, pero en tan poco tiempo logró trabajar para casi todos: escribió “I’m a Slave for U” y “Boys” para Britney, temas cruciales que hicieron pasar a la diva adolescente de intérprete de pop predecible y divertido a intérprete de pop atrevido y definitivamente raro. Esas canciones son marca registrada de The Neptunes: tecno pop bailable, minimalista, con algo de funk, algo de disco, mucho de hip hop... una conjunción sencilla en resultado pero en extremo compleja en construcción. También son los responsables del enorme éxito –en calidad y en números– del debut como solista de JustinTimberlake, Justified. En la última entrega de los Premios MTV Europa, Justin recibió el galardón a Disco del Año de mano de The Neptunes, y la oportunidad era inmejorable: el disco lo hicieron entre los tres. The Neptunes escribieron la mitad de las canciones del disco con Timberlake, y tres de ellas (“Rock your body”, “Señorita” y especialmente “Like a love you”, con guitarra acústica y reminiscencias del mejor Michael Jackson) están entre las mejores canciones pop del año.
Pero la lista de The Neptunes sigue y es larguísima: trabajaron para NSync, los franceses Air y Daft Punk, los Backstreet Boys, el héroe jamaiquino Beenie Man, Beyonce, Destiny’s Child, Garbage, Janet Jackson, el rapper Jay-Z, los rockers Limp Bizkit y Papa Roach, Moby, Nelly, No Doubt, Lenny Kravitz, Prince y hasta los Rolling Stones –el remix de “Simpatía por el demonio”–. La lista, además, es incompleta. ¿Cuál es el secreto de The Neptunes? Quizás una habilidad camaleónica para acomodarse al artista: aunque siempre dejan marca, también son capaces de ocultarse. Incluso de sí mismos: cuando bajo el nombre de N.E.R.D –con un tercer integrante, Shay– lanzaron el año pasado In Search of..., un disco que combinaba hip hop, psicodelia negra, rock clásico y hasta new wave, desconcertaron a todos y consiguieron uno de los discos pop más arriesgados de... los últimos diez años, al menos.
“Al principio –dice Pharrell Williams–, la gente no entendía lo que hacíamos, especialmente en Virginia. Siempre tuvimos un sonido distintivo, y a la gente le costaba, incluso cuando estábamos trabajando para un artista determinado. Finalmente comprendieron. Cuando hacés discos para otra gente, hay que hacerlos sonar como a uno le gustaría y también como les gustaría a ellos... pero hay que empujarlos hasta un límite.”
Chad y Pharrell se conocieron en séptimo grado. Pharrell rapeaba pero no le gustaba trabajar con lugares comunes (mujeres, dinero, drogas y violencia). “Crecí escuchando a Kool & The Gang y Earth Wind & Fire, pero también a AC/DC, Queen y Tears For Fears. Tenemos en una mano al hip hop y en la otra al rock clásico de los ‘70. Donde esas dos tendencias se cruzan, allí estamos.”
Acaba de editarse el primer disco de The Neptunes, Neptunes Presents... Clones, lanzado por su propio sello, Star Trak. Hay puro sexo –otra marca de The Neptunes– en “Light your ass on fire” con Busta Rhymes y el clásico falsete de Pharrell, que brilla en “Frontin”, y hasta rock. Para muchos críticos, es un disco regular. Las dieciocho canciones son buenísimas, salvo un par de temas olvidables, pero la decepción sólo demuestra que el público está malcriado y sólo espera recibir primera calidad de The Neptunes, y que de ellos se espera mucho más que de cualquier otro, sencillamente porque están primeros. De todos modos, el disco debutó en el Nº 1 de Billboard.
Los únicos productores capaces de quitarle la corona a The Neptunes son Missy Elliot y Timbaland (Tim Mosley), que trabajan tanto en dúo como por separado. También son de Virginia, lo que termina de confirmar que el Sur es la nueva Roma –Justin y Britney también son sureños–. En 1996, Missy y Timbaland produjeron cuatro números uno para Aaliyah, lo que los catapultó hacia el cielo de los productores más solicitados. Missy tiene su propio sello –Goldmine Inc.– y es la mujer más rica del hip hop. Timbaland produce los discos de Missy, desde el visionario Miss E... So Addictive hasta el último, recién editado, más convencional pero igual de interesante, This is not a test. También producen temas para películas: la más famosa es la versión de “Lady Marmalade” de Missy Elliot –con Mya, Pink, Christina Aguilera y Lil’ Kim– para Moulin Rouge. De las cuatro canciones que Timbaland compuso para Justified de Justin Timberlake, la balada “Cry Me a River” puede considerarse su mayor éxito: una melodía romántica y loca para un tema que logró ser la comidilla del mundo del pop porque es una especie de despedida de Justin a Britney. Que Timbaland haya prestado sus servicios para este paso de telenovela habla de su enorme olfato comercial, así como sus trabajos con Missy hablan de su capacidad como visionario: pop, hip hop, rythm & blues hiperkinético mezclado con beats electrónicos y esquemas rítmicos sensuales e inclusive humorísticos. Sucumbió hasta el New Musical Express, que escuchó Miss E... So Addictive y escribió: “Missy y Timbaland suenan aventureros y temerarios, usan guitarras hawaianas para elaborar ritmos cortados, usan sonidos indios... Hay ideas hermosas y caóticamente organizadas en cada canción”.

Los diferentes
El hip hop, sin embargo, no es todo innovación y alegría creativa. Como todo género tan masivo y establecido, abusa de fórmulas probadas relacionadas con el subgénero más reo: el gangsta. El grueso del hip hop está hecho de rimas sobre perras-dinero-crack-calle-coches y rappers con nueve balazos como 50 Cent, que son superestrellas. La estética hipersexuada y machista es agotadora; la exaltación de las credenciales callejeras también. Pero así como Neptunes (los nerds ingeniosos), Timbaland (el superproductor reconcentrado) y Missy Elliot (que no cumple con el estereotipo de belleza negra y reniega de la misoginia rapper) vienen rompiendo moldes artísticos y estéticos, hay tres artistas en especial que abren un nuevo futuro para la música pop negra: Outkast, Nelly y Sean Paul.
Outkast es un dúo de Atlanta (Georgia) conformado por André 3000 y Big Boi. André es el glamoroso, Big Boi el rapper grandote tradicional. Acaban de editar un álbum doble Speakerboxxx/The Love Below que para muchos es el Album Blanco de la música negra. Speakerboxxx es el disco de Big Boi, una exploración de las raíces sureñas funk y el hip hop, con canciones increíbles como la casi tecno “Ghettomusick”, la dulce “Unhappy”, el ¡rap salsa! de “The Way You Move”, el gospel de “Church”. The Love Below, el disco de André es un caleidoscopio que toca el jazz, el doo wop, el soul, el blues, alrededor de una historia de ficción ubicada en París, donde André busca lujuria y encuentra amor. Suena como el disco que Prince nunca pudo hacer. En “Hey ya” –un hit increíble– coexisten el electro funk, el soul y las guitarras acústicas; “Love Hater” es jazz lounge, “God” es un diálogo con Dios. El crítico Stephen Erlewine escribió: “Es claro que ignoran límites. Los arreglos y las ideas son tan impredecibles, hay wah, wah, hay mariachis, hay jazz de grandes bandas. Es una carrera fabulosa, que reclama el espíritu aventurero de la edad de oro y lo empuja hacia una nueva era. Este disco está entre el mejor hip hop y, a secas, la mejor música pop de esta década. Su fuerza es innegable”.
Enorme y ambicioso, el proyecto doble de Outkast no es un experimento que deje al público fuera. Al contrario. Gracias a los límites del pop cada vez más ampliados, Speakerboxxx/The Love Below es casi una colección de grandes éxitos, con invitados que van desde Jay Z y Ludacris hasta Norah Jones y la actriz Rosario Dawson. En su primera semana, el disco vendió medio millón de copias en Estados Unidos. Es sintomático, porque Speakerboxxx-The Love Below es tan respetuoso de la música negra como burlón de los estereotipos del hip hop. Dentro de poco, Outkast protagonizará su propia película basada en el disco: un cuento de hadas hip hop donde André buscará amor y Big Boi vivirá sus fantasías gangsters, para que quede claro que lo de supermachos con armas es, en definitiva, ficción.
Así como Outkast no le teme a nada, otro sureño, Nelly, desestructura con timidez y modestia los moldes del hip hop. Es texano, tiene 25 años y comenzó su carrera en St. Louis, Missouri. En 2000 editó su primer disco, Country Grammar, que lo estableció como el gran nombre del hip hop-pop. Fresco, melódico, con estribillos luminosos que lo separaron de los rappers monocordes, Nelly editó el año pasado Nellyville y pareció comprenderlo todo. Sí, conserva a su productor original Jason Epperson, y sigue actuando como un duro chico callejero, pero no se plantea el problema de perder credibilidad/ser una estrella pop. Para él es un problema inexistente. Nelly, con enorme lucidez, mantuvo su imagen gangster, pero se rodeó de los nombres más solicitados: en Nellyville participan Justin Timberlake (“Work it”), Kelly Rowland, una de las Destiny’s Child (“Dilemma”), The Neptunes (“Hot in Herre”). Como si pudiera pertenecer a ambos mundos. Muchos juzgaron que la movida era poco arriesgada –indecisa–, pero el triunfo del crossover de Nelly es el de toda esta nueva tendencia de la música negra: el ghetto llega al pop, pero no sólo eso: también lo configura. Si Nelly prefiere cierto conservadurismo musical es porque su transgresión es más profunda: hace diez años era imposible imaginar una cruza entre un gangsta y un ídolo teen. Ahora no sólo es posible sino que parece lógico. Nelly también aparece como invitado en los últimos discos de Missy Elliot y The Neptunes. Así le agradece la dama en los créditos: “Finalmente, los dos juntos en un tema. Esto sí que es grande. Somos como Madonna y Britney”.
La invasión de la periferia se completa con la inminencia del dancehall reggae: un subgénero del reggae jamaiquino muy popular en la isla, bailable y sensual, vaporoso, casi hermano del hip hop. Como géneros tienen la misma edad, comparten las raíces caribeñas y hasta padrinos como Kool Herc. “El hip hop comenzó en el Bronx, con DJs jamaiquinos usando discos y MCs”, explica Randy Acker, uno de los fundadores del legendario sello de rap Def Jam. “Ambos estilos se basan en la idea de lucha y las emociones de la vida en la calle. Si todavía el dancehall no inundó el mercado mundial vía EE.UU., es sobre todo por una barrera idiomática.” La barrera es el patois, una forma bastarda de inglés.
El que comprendió que podía quebrarla es Sean Paul, cuyas canciones están dejando atrás a las de Eminem y 50 Cent en las listas de DJs de los lugares claves: Brooklyn, Miami y Boston. Sean Paul Enriques nació en Kingston, hijo de un portugués y una jamaiquina, y vive en Jamaica: es un artista clave del género desde mediados de los ‘90. El dancehall está presente en EE.UU. desde hace dos décadas, con artistas como Super Cat o Beenie Man, pero parece que será Sean Paul el que lo hará popular, entre otras cosas por su ligazón con el hip hop. Así lo explica Paul: “En los ‘90, el hip hop tuvo que hacer crossover con la música pop y volverse mainstream. Para que el dancehall fuera más popular en ese momento, usamos ritmos de hip hop; el mejor ejemplo es Super Cat con ‘Dolly My Baby’, que tenía a Puff Daddy, Notorious B.I.G y Mary J. Blige. Ahora que el hip hop ya es popular, hay una oportunidad para que el dancehall se establezca por sí mismo”.
Los grandes de EE.UU. acusaron recibo. En Dutty Rock, el segundo y exitoso disco de Sean Paul, hay temas con Beyonce (el hit “Baby Boy”, con aires asiáticos) y con Busta Rhymes (“Gimme the Light”, que está incendiando las radios del mundo y la pantalla de MTV), y The Neptunes produjeron “Bubble”. Y la cosa no termina ahí: Missy Elliot todavía no llamó a Sean Paul... pero convocó a otros héroes jamaiquinos grandes y menos conocidos como Elephant Man y Beenie Man para dos canciones de This is not a test! Si la mejor mujer de negocios del hip hop da su consentimiento, es porque allí hay una mina de oro. Así le agradece a Elephant Man: “Sos el rey del dancehall para siempre. Tus discos son tan calientes que hacen que una perra gorda como yo quiera mover el culo. Sé que el reggae bailable es algo viejo pero... me vas a enseñar, ¿no?” Está todo dicho.

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