ENTREVISTA > EZRA FURMAN
ENTREVISTA Abrazado por Lou Reed, comparado en sus comienzos con Bob Dylan, y ahora cercano a la subversión del rock glam al lucir collar de perlas y lápiz labial rojo sin complejos, el veinteañero Ezra Furman es el chico del momento. El flamante Perpetual motion people, su sexto disco, lo ha sacado de su escondite en la escena indie de Chicago para lanzarlo al mundo, convirtiéndose en número puesto para todas las listas de los mejores discos del año. Provocador, ingenuo e intenso, este Jonathan Richman con pollera se presenta rabioso y alegre, algo así como un punk lleno de vida.
› Por Andrea Guzmán
“Los del estudio nos quieren encerrar. Nos vamos a morir aquí.” Esa fue la certeza que tuvo un cuasi adolescente, atribulado y ansioso Ezra Furman la primera vez que pisó un estudio de grabación. Era tan joven e inexperto cuando el flamante productor Brian Deck –responsable de algunos trabajos de bandas como Iron & Wine y Modest Mouse– escuchó su disco casero y le ofreció producir su primer disco de estudio, que ni siquiera sabía cómo funcionaban las pesadas puertas de aislación acústica en las salas de grabación. “Yo estaba enloqueciendo, con la banda no teníamos ni idea de lo que estaba pasando, porque nunca habíamos grabado nada serio. Y estaba tan impresionado de que alguien quisiera hacer un disco conmigo”, cuenta el joven Furman, al teléfono desde Alemania, en medio de una ajetreada gira Europea y a punto de volver para continuarla en Estados Unidos.
Si bien ya no es un principiante y son seis los discos que ha editado en los últimos ocho años, su figura permanecía hasta hace muy poco como un secreto para iniciados en las profundidades de la escena del rock independiente de Chicago. Tartamudeando un poco al teléfono, reconoce que aunque ha ido mejorando todavía lo ponen nervioso las entrevistas y que en el colegio era un chico raro que charlaba prácticamente solo con su guitarra. También, que la música que más le gusta casi siempre proviene de personas tímidas, reprimidas o con problemas para comunicarse.
Todo esto francamente sorprende cuando se busca su nombre online para ver sus numerosas presentaciones en vivo, ahí parado y seguro sobre el escenario, con vestido de mujer y agitando su actitud indisciplinada. Ya sea en un bar, en un acústico en medio de la calle o en el mismo escenario de Jools Holland en la BBC. Collar de perlas y labial rojo, cantando con voz inconfundible que a menudo se transforma en grito limpio y gutural sobre sus fobias y ansiedades, renegando de las demandas de género y también de las clasificaciones musicales. Una furia optimista que no se decide entre deliciosas canciones pop y la rebeldía de un adolescente punk.
“Es un disco para cualquiera que tenga el corazón roto. Para quien se sienta desolado, para eso en realidad son los discos”, adelanta un retraído Furman a modo de presentación de su nuevo disco. Al principio con su banda primigenia The Harpoons y actualmente acompañado de su banda soporte The Boyfriends, el veinteañero acaba de editar su último trabajo, Perpetual Motion People, que lo ha ubicado merecidamente como una de las revelaciones del momento, número puesto para todos los rankings de fin de año. A través del sello londinense Bella Union, donde comparte catálogo con bandas como Beach House, Explosion In The Sky y Wild Nothing, se anima a cocinar una mezcla ecléctica e indecisa de sonidos y épocas. “Reto a cualquier crítico a resumir mi música con una etiqueta de género. No se puede. Van a tener que escucharme sin esos prejuicios sobre la mesa”, desafiaba en una columna publicada en The Guardian –donde lo bautizaron como el artista más convincente y cautivador que podrías ver en vivo–, cansado de que le pregunten cómo suena o qué escucha. Si es gay, bisexual, heterosexual o simplemente un provocador.
Cansado de que le pidan que se decida por cualquier cosa, pero rápido, es cierto que hay una energía móvil y fluida en cualquier referencia posible y sus oyentes no logran ponerse de acuerdo al intentar definir su sonido. Una voz potente que carraspea al estilo de Black Francis de los Pixies, sobre dulzones coros beatleros. El sentido del humor de Jonathan Richman, la energía retro del rock & roll y del doo-woop callejero de los años 50, el atrevimiento del power pop. “Ya estoy harto de este disco”, exclama en uno de los tracks iniciales.
Al final nada de eso importa, porque la urgencia de las canciones y el lamento esperanzador que proponen están al servicio de un disco directo, crudo y liberador. Canciones sobre la soledad, la lucha diaria y la auto aceptación, que no suenan a desesperanza. Tan luminosas que parecen hechas especialmente para poner el los audífonos y hacer un head-banging de transporte público. “Quería hacer música que yo desearía escuchar, que desearía que alguien más estuviese haciendo. No me siento cercano a los géneros, el espíritu era crear canciones desafiantes, llegar a emociones intensas”, se explica.
“Está bueno estar borracho el fin de semana, pero está buenísimo estar borracho la semana entera/ Tengo un brillante futuro en la música, siempre y cuando nunca encuentre la verdadera felicidad”, se lamenta Furman en “Watch you go by”, uno de los puntos altos de este último disco. Siempre con letras desoladoras, furibundas y existencialistas pero cargadas de energía vital cancionera y coreable. “Creo que eso se lo debo a haberme criado escuchando punk rock. Antes no sabía que uno podía sentirse orgulloso de fracasar en las expectativas que otros tienen de vos, que podías sentirte honrado de no encajar. Creo que la rabia y la alegría no son sentimientos opuestos y me gusta tenerlos a ambos presentes. Es lo mejor del punk: tanto enojo pero tan lleno de vida”, se sincera.
Por eso mismo, desde muy joven empezó a grabar canciones por torrentes en su habitación; sobre su depresión, sobre la serie de trastornos compulsivos y de ansiedad que le diagnosticaron en su juventud, sobre el desamor, sobre las complejidades de su religión (es estricto judío practicante). Canciones de producción propia que pronto se convirtieron en su disco debut y que muy rápidamente lo llevaron a la producción impensada con Brian Deck, Banging down the doors (2007), un trabajo enérgico y juvenil que fue aclamado silenciosamente en el entorno independiente, pero que le cedió fans cada vez más fieles, celebrándolo como una especie de Bob Dylan punk por el ímpetu y la narrativa de sus letras.
Furman cuenta que a Bob lo descubrió por accidente. En la preadolescencia, cuando le regalaron una guitarra criolla y tuvo que aprender con ella, aunque lo que él deseaba era tocar punk. Así también llegó a Joni Mitchell y Lou Reed que –dicho sea de paso– se le acercó personalmente para abrazarlo y darle aguante por un sentido y despojado cover que hizo de “Heroin”, usando solamente su guitarra criolla en el festival South by Southwest. “Creo que eso fue la cumbre de mi carrera musical. Cuando era chico y descubrí a Lou Reed sentí que no clasificaba en ninguna categoría, que desafiaba todos los límites. Decidí que yo quería ser igual.”
Una mezcla impensada de sonidos y consumos musicales propios de un hijo de la hiper conexión de los dos mil, de letras profundas y confesionales, y canciones arriesgadas de eterno adolescente fueron parte de la estética de los discos que siguieron: Inside the human body (2008) y Mysterious power (2011). Y luego de separarse de su banda The Harpoons, no quiso esperar ni sellos, ni producción. Juntó dinero en kickstarter y con una abrumadora verborragia cancionera editó The year of no returning y el entrañable y celebrado The day of the dog, con solo meses de separación y con el sello del grupo Yo La Tengo peleándose por editarlo.
Por la honestidad de sus letras y su performance revoltosa el veinteañero se ha convertido en un estandarte de la ambigüedad sexual como opción liberadora, heredero de la subversión de los rockeros glam y andróginos. Y aunque ha recorrido escenarios populosos con esa performance como la disquería Rough Trade de Londres, el festival Latitude o el Primavera Sound, aclara que más que una forma de pararse en el escenario, es la forma en que transita su vida en general. Que las exigencias de su género lo violentan y que convertirse en punk le parecía solo un motón de reglas más que seguir. “Al final del día tu cuerpo es tuyo, no dejes que los odiosos te lo quiten/ Queremos ser libres” dispara en la canción “Body was made”, en este último disco, donde se anima a salir en la portada tal como se presenta en los conciertos, de impecable vestido y maquillaje corrido. “No soporto todas las reglas que acarrea el género. Me siento muy mal al tratar de vivir con los ideales masculinos, o algo así, es un problema para mí que no necesito tener. Yo insisto en mi forma de ser, todavía no tengo clara mi identidad de género y no me siento obligado a hacerlo. Creo que todos deberían sentirse cómodos con la forma en que expresan su género” declara. “Además, no puedo entender por qué es una regla que si eres hombre no puedes usar vestido. ¡Eso no tiene ningún sentido!”
Independiente, transformándome continuamente, libre. Así termina Ezra Furman una sentida columna en la prensa europea, entre extensas y sostenidas giras, explicando su visión del mundo y la forma en que le gustaría vivir. Reconoce que una de las virtudes del rock es que puedes convertir el dolor o la frustración en un tipo de arte exuberante y colorido y ese es el perfil que busca con sus canciones. “La muerte es mi ex jefe. La muerte es mi Tom Sawyer. La muerte está esperando que la destruya. Nunca quiero morir y nunca voy a envejecer”, dice en “Restless Year”, el primer corte del nuevo disco, donde se enfrenta a sus miedos con una base de optimismo pop. “Creo que la gente a veces desprecia la religión por razones superficiales”, cuenta ahora al teléfono sobre sus ansiedades y su búsqueda espiritual. Por eso a menudo agrega a su vestuario un kipá, aunque lo acusen de freak o de alborotador empedernido. Para demostrar que además de un disidente sexual, su música es una búsqueda vital y se reconoce como judío ortodoxo. Y en ultima instancia como alma en búsqueda, como pasajero en tránsito. “Veo mucho valor en el judaísmo tradicional. Es raro para mi que la gente no este interesada en la sabiduría espiritual que heredamos. Las reglas son distintas porque hacen alusión a una verdad trascendental, no son arbitrarias. Yo no puedo entender una regla como que no hay que usar vestido, pero una regla como dar las gracias cuando comés, eso me mantiene alerta de la grandeza del mundo y de lo cotidiano. Lo grandioso que es poder estar comiendo en ese momento o tocando una canción, no especular sobre preocupaciones mundanas”, se emociona.
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