Domingo, 27 de septiembre de 2015 | Hoy
CINE > MISIóN RESCATE
Empezó como una publicación independiente, una novela-folletín llamada The Martian que su autor, Andy Weir, después de testear con lectores en su sitio, vendió en formato digital en Amazon. Tras el éxito de ventas llegó el libro físico y finalmente la película, Misión rescate, protagonizada por Matt Damon. La historia es sencilla y desesperante: un grupo de astronautas llega a Marte, algo sale mal y deja atrás, abandonado, al botánico del equipo. La película, que se estrena la semana que viene, se suma a la fascinación del cine de Hollywood por el planeta rojo, obsesión que fue mutando, incluso hasta casi desvanecerse según las oscilaciones del terror y la ciencia ficción además de, fundamentalmente, los cambios políticos.
Por Mariano Kairuz
Andy Weir es un verdadero nerd. La idea para su primer libro, El marciano, se le ocurrió en su tiempo libre, el que le dejaban su trabajo como programador (e “ingeniero de software”, dicen sus créditos) y la revisión compulsiva de episodios de la serie Doctor Who. Se ve que cuando no tenía nada mejor que hacer, se entretenía imaginando qué es lo que habría que disponer para llevar finalmente una misión tripulada al planeta Marte, un sueño que han abrigado tantos astrónomos, físicos y chiflados y cuya fecha de realización fue barajada y postergada una y otra vez por la NASA. El método que eligió para conferirle “realismo” y verosimilitud a su ejercicio especulativo, consistió en ir imaginando problemas y obstáculos que podrían presentárseles a sus astronautas durante la expedición. De pronto, sus devaneos le habían dado forma a la premisa para una novela con cierto potencial. The Martian imagina que algo sale mal cuando sus expedicionarios llevan unos días en el planeta rojo, y al salir corriendo en medio de una imprevista catástrofe natural, dejan atrás a uno de ellos, dándolo por muerto. Al rato nos enteramos de que el muchacho, que es el botánico del equipo y se llama Mark Watney, está seriamente lastimado, pero vivo. Tras curarse a sí mismo con los materiales disponibles, Watney pondera su situación: incluso si consiguiera que el “hábitat” artificial montado por la misión en medio de la nada siga funcionando a mediano plazo, si se las arreglara para mantenerse calefaccionado, consiguiera agua y eventualmente encontrara la manera de establecer contacto con la Tierra, antes de que llegara hasta él una misión de rescate, ya habría muerto de hambre.
“Estoy bien jodido”. Con esas palabras empieza El marciano.
Weir empezó a publicar su novela en 2009, de a un capítulo por vez, para que quien quisiera la leyera, gratis, en su propio sitio web. El autor dice que recibió y consideró el feedback de los lectores de esta publicación en formato folletín, en particular porque entre ellos empezaron a aparecer científicos, físicos, e inclusive empleados de la NASA que estaban fascinados por la inusual atención a la plausibilidad de las alternativas que iba tomando la historia de Watney, y aportaban lo suyo cuando algo no les parecía científicamente preciso, o al menos probable. Rechazada por varios editores, cuando su novela estuvo completa Weir la llevó a Amazon, que ofrecía una plataforma más apta para su descarga masiva en e-readers. Como la compañía no le permitía regalarla, la cobró el mínimo permitido de 99 centavos de dólar y de este modo volvió a probar su popularidad, vendiendo en poco tiempo más de tres mil ejemplares y ubicándose al tope de la lista de ciencia ficción. Entonces entró en escena Crown Publishing, que en 2013 la publicó en papel e e-book y multiplicó los lectores por decenas de miles. El mes pasado la publicó finalmente acá, en castellano, el sello Nova, de Ediciones B: el libro lleva en la tapa la reconocible imagen de Matt Damon, su cabeza dentro de un casco espacial que refleja un paisaje desértico. Porque, claro, al mismo tiempo que la adquiría Crown, también la compraba Hollywood para adaptarla lo antes posible, primero con la idea de que la dirigiera Drew Goddard (el coguionista de Lost y director de La cabaña del terror), quien finalmente solo escribió el guión y se fue a hacer otra cosa, dejando el camino libre para que Fox se la ofreciera a Ridley Scott. Titulada The Martian al igual que el libro en su idioma original, la película llega el próximo jueves a los cines argentinos traducida como Misión rescate.
El éxito de El marciano, el libro, que pronto integró la lista de best sellers del New York Times, y el inminente estreno de Misión rescate, motivaron la publicación de varias notas en medios internacionales, que se preguntan cuándo fue que se apagó la fiebre marciana de Hollywood. Hubo una durante los años de la carrera espacial y la guerra fría, durante la cual la idea de “amenaza roja” tenía un doble significado y permitía leer el miedo a la invasión marciana como el miedo general al “otro”, y a la alienación del comunismo. Con el antecedente de Aelita (film ruso de 1924, pionero del cine ambientado en Marte, en el que un hombre llega hasta allá, lidera una revuelta popular y enamora a la Reina que le da nombre a la cosa); en los ‘50 se produjeron unas cuantas películas que usaron el presumiblemente inhóspito planeta como escenografía: una lista, no exhaustiva, podría incluir Flight to Mars (de 1951, en la que una expedición humana descubre en el planeta rojo una civilization subterránea en vías de extinción); It! The Terror from Beyond Space (1957, en la que el único sobreviviente de una misión terrícola enviada a Marte es rescatado por un segundo cohete que alberga, inadvertidamente y como en la posterior Alien, a un monstruo); The Angry Red Planet (1959, en la que los dos astronautas que regresan con vida a la Tierra tras un vuelo a Marte cuentan sus encuentros con criaturas hostiles) y Santa Claus conquista a los marcianos (1965). Esto, por no mencionar obras que no transcurren en Marte pero nos traen visitantes de sus tierras, como la gran Invaders from Mars o La guerra de los mundos. Hubo una segunda oleada con el cambio de siglo, que alumbró películas como Fantasmas de Marte (de John Carpenter, 2001, que está más alineada con la serie de horrores de los ‘50, con una mítica civilización perteneciente a ese planeta que se manifiesta cuando este ya ha sido colonizado por la Tierra); la poco vista Escape from Mars, la española Náufragos (Stranded), la desastrosa Planeta Rojo (con Val Kilmer y Carrie Anne- Moss) y la rarísima, un poco new age pero interesante y visualmente poderosa Misión a Marte, de Brian de Palma. Ninguna fue un gran éxito comercial, varias fueron terribles fracasos. Hace tres años Disney sufrió uno de los desastres comerciales más estrepitosos de la última década con John Carter, carísima adaptación del clásico Una princesa de Marte, de Edgar Rice Burroughs, que pareció no importarle a nadie.
Esta y las anteriores películas llegaron cuando el interés en el planeta parecía haber menguado hacía rato (no es precisamente memorable la miniserie televisiva basada en las Crónicas marcianas de Bradbury, estrenada en 1980; en los últimos tiempos solo los pasajes marcianos de El vengador del futuro, de 1990, habían conseguido causar una impresión perdurable), en parte, argumentan algunos artículos, porque el mundo pronto entraría en la zona del 11-S y sus nuevas preocupaciones, mientras que aquellos films eran el coletazo algo tardío de una curiosidad despertada por la sonda Pathfinder, que aterrizó sobre polvo marciano en 1997. Dicho lo cual, puede contarse sin arruinarle demasiado las cosas a nadie que el recordado Pathfinder juega un papel clave en la aventura de Mark Watney, tanto en el libro como en la película, tan improbable como posible, lo que consolida la raíz razonablemente cientificista en la que se ampara todo el asunto.
La idea de marketing detrás del cambio de título latinoamericano –del literal El marciano a Misión rescate– responde a un aspecto objetivo del relato: la historia no se desarrolla como una aventura fantástica; ni siquiera, casi, como una de ciencia ficción. The Martian es lo que se ha dado en llamar una “robinsonada”: una historia a lo Robinson Crusoe, de Defoe, de “naufragio” (en un sentido amplio), aislamiento, resistencia y supervivencia. Crusoe puede traspolarse a infinidad de escenografías y de hecho ya existe una película clase B titulada Robinson Crusoe en Marte (Byron Haskin, 1964), que era justamente eso que indica su nombre, una versión libre del libro de 1719. Tratándose de una superproducción bastante costosa, filmada en uno de los sets más grandes del mundo, ubicado en Budapest, Misión rescate no podía convertirse, como ha explicado su protagonista Matt Damon (cuya última aparición en el cine fue como un astronauta que quedó varado en el espacio y enloqueció, en Interestelar) en una lenta cavilación sobre la condición humana de un protagonista enfrentado a su soledad y al prospecto de una muerte casi segura. Es decir, no podían convertirla en el tipo de aventura existencialista, a lo 2001 o Solaris, que Hollywood considera que solo puede ahuyentar al público. No: debía ser una historia en movimiento permanente, una emocionante, con suspenso y algo de acción, y para eso el mejor camino posible era serle absolutamente fiel a la novela de Weir, para quien su protagonista, en una situación real como la que se plantea en el libro, estaría demasiado ocupado tratando de sobrevivir y de hacerse rescatar como para perder el tiempo deprimiéndose.
Y eso es lo que hacen Goddard desde el guión y Scott desde la puesta en escena: plantear la película como suerte una carrera contrarreloj, que va acelerando la marcha a medida que avanza el relato; narrándola con un realismo técnico cercano al de Los elegidos (la adaptación que hizo Philip Kaufman hizo de The Right Stuff, de Tom Wolfe), a la vez que con la tensión y el suspenso de Apolo 13, el film de Ron Howard con Tom Hanks. Para garantizarse la mentada precisión técnica, la producción contó con la asesoría de James L. Green, de la división de ciencia planetaria de la NASA: un hombre de ciencias de verdad.
La película arranca con potencia, arrastrándonos en 3D al interior de la tormenta de arena roja que desemboca en la catástrofe que da pie a todo el asunto. Luego, como en Apolo 13, que generaba su particular dinámica yendo y viniendo todo el tiempo entre los astronautas perdidos en el espacio y los hombres de Houston que intentaban encontrar la manera de regresarlos, Misión rescate divide su acción entre tres espacios. El primero es el desierto marciano donde Watney pone a prueba día a día su entrenamiento como botánico, su ingenio y su particular humor y templanza de carácter para resolver uno a uno los problemas que se le presentan –e idear, por ejemplo, un sistema para cultivar su propio alimento con abono humano, inspirado en una de sus visitas al inodoro “de vacío”. El segundo es la NASA, EEUU y la Tierra en general, donde directivos, científicos y publicistas le dedican a Watney primero el debido funeral oficial, sin cuerpo; luego lo descubren vivo, e inmediatamente se zambullen en una carrera desesperada por ver qué hacer con el astronauta abandonado en Marte. El tercero, la nave Hermes, a bordo de la cual realizan su largo viaje de regreso a casa el resto del equipo de Watney, al principio sin que nadie les informe que el hombre al que dejaron atrás está vivo, y que eventualmente deberán involucrarse de una manera bizarrísima y peligrosa en su rescate.
La producción de Scott llenó cada uno de estos escenarios de rostros famosos: acá en la Tierra están Jeff Daniels (de Tonto y retonto, pero más en el modo de su reciente, televisivo The Newsroom) como el director de la agencia espacial, enredado en la vertiginosa toma de decisiones junto con Chiwetel Ejiofor (que viene de ser nominado al Oscar por 12 años de esclavitud), Sean Bean; Kristen Wiig (en clave más o menos seria) como la jefa de comunicaciones de la agencia, lidiando con el problema de cómo encarar a la opinión pública con noticias que pueden incidir en el futuro de la NASA, y una guardia joven televisiva integrada por Mackenzie Davis (de Halt and Catch Fire) y Donald Glover (de Community). A bordo del Hermes, flota en gravedad cero Jessica Chastain, cada vez mas cerca del superestrellato, como la comandante Lewis, aplastada por la culpa de haber tomado la decisión de dejar atrás a uno de los suyos sin comprobar que efectivamente hubiera muerto; y con ella el siempre gracioso Michael Peña, Kate Mara, Sebastian Stan y el noruego Aksel Hennie.
Pero el que tiene la responsabilidad de sostener todo el asunto es Matt Damon y lo que hace es bastante prodigioso: se convierte en la proyección ideal del hombre común y corriente, con un humor a prueba de todo, de cara a las peores circunstancias, capaz de llevar adelante un simpático videolog –para ir narrándonos su desventura paso a paso–, consumiendo con resignación lo que tiene a mano, incluyendo la insoportable colección de música disco que se dejó en su computadora la comandante Lewis –lo que da lugar a una banda sonora que hace chocar la vastedad asfixiante del paisaje marciano con canciones como “Hot Stuff”, referencias a ABBA, y eventualmente el “Starman” de Bowie–, así como algunos capítulos de series viejas, como los Los días felices, la de Fonzie. Es Damon quien carga con la tarea de que, en una película que no tiene villanos –solamente la hostilidad del enorme y ajeno universo natural– acompañemos la decisión de la tripulación del Hermes de arriesgar un seguro regreso a casa para rescatarlo; es decir, la determinación de arriesgar las vidas de cinco para salvar a uno. Damon ya había estado en esa dramática posición: todos se preguntaban cuántos hombres era sensato matar para tratar a devolver a un solo soldado con vida a la casa de su familia, en Rescatando al soldado Ryan, aunque aquello terminaba convirtiéndose en el tema casi excluyente de la película.
Por todas estas cuestiones es que Misión rescate se define como ciencia ficción, pero sólo hasta ahí nomás: empieza planteándose cómo sería un viaje a Marte si se lo hiciera ya, ahora mismo, en unos pocos años, y luego transcurre en Marte como podría transcurrir –dado que no hay marcianos con pistolas de rayos ni criaturas tentaculares ni nada por el estilo– en cualquier otro lejano territorio inhóspito, sin atmósfera, y en situación de abandono. De algún modo, tiene más en común con la catástrofe humana de la –actualmente en cartel y basada en hechos reales– Everest, que con cualquiera de las locuras marcianas de los ‘50. Su eje central es un esquema clásico de perfecta vigencia, que además demuestra la vitalidad de Scott –quien a los 78 sigue entregando casi una película por año– y a la que desde su reciente presentación en el festival de Toronto se le augura una buena carrera en la próxima temporada de premios.
Por ahora, lo que se sabe es que hay poca gente tan contenta con la película como los expertos de la NASA, que conocen el valor que la buena publicidad hollywoodense puede tener para ellos; que saben que una película más o menos realista y a la vez emocionante –ese “estoy bien jodido” con el que empieza todo– es como una campaña de reclutamiento para las próximas dos o tres generaciones de astronautas; cientos de miles de chicos con ganas de viajar al infinito y más allá.
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