Domingo, 4 de octubre de 2015 | Hoy
MúSICA > SHAMAN HERRERA
Nacido y criado en Chubut, el cantante y guitarrista Shaman Herrera es dueño de una lírica, una fuerza y un poder únicos, desde su voz particularísima –que a veces usa de forma gutural– hasta su inclasificable eclecticismo. Afincado en La Plata junto a su banda Los Pilares de la Creación, acaba de editar un nuevo y excelente disco psicodélico, eléctrico y un tanto alejado del folclore que supo transitar en sus trabajos anteriores. Con sus presentaciones en vivo tan enérgicas y vibrantes como hipnóticas, Shaman se abre al mundo con canciones en las que resuenan desde Violeta Parra, Miguel Abuelo y Syd Barrett, además de los aportes de sus contemporáneos como Sara Hebe o Santiago Motorizado.
Por Juan Ignacio Babino
Es alguna calurosa noche de 2008 y en un teatro de La Plata un músico, de largo vestido blanco y apenas acompañado de su guitarra, canta Violeta Parra. Un par de años después ese mismo músico, a la vez que rasguea una canción suya, emite un sonido gutural mientras dos chicos que rayan los veinte años se resisten a creer que eso –ese sonido– no sea un efecto pregrabado o sampleado.
Ese músico –y el vestido blanco y la guitarra y el canto gutural, y también ese porte enorme y ese eterno bigote mostacho, y antes un sombrero bombín y por estos días una gorra de lana– es Shaman Herrera. Y aunque cueste creerlo eso no es un apodo sino su nombre, que sus padres médicos tomaron de un cartel en un viaje junto a los que serían sus padrinos: “Shaman 30 km”. “El lugar es una especie de valle en una zona precordillerana y le dicen así. Vieron este cartel y mi madrina que estaba embarazada dijo ‘qué lindo nombre, si es nene pongámosle así’. Y nació una nena. Y luego tuvieron otra nena. Y ahí mi vieja quedó embarazada de mí y le pidieron permiso ‘che, ¿le podemos poner Shaman? Sí, claro’. Y así fue” cuenta. Y dice que la música le llegó por su padre melómano y por su hermano mayor, Juan Pablo, aquellas tardes en las que se sentaba al piano y tocaba: “Se generaba todo un mundo alrededor, nos volaba la peluca a todos”. Y recuerda, sobre todo, una guitarra vieja, el fondo de su casa y un amigo: “Mi mamá tenía una guitarra que se había comprado para aprender. Tomó dos clases y ya. Fue a parar a un galpón. Y un día con mi amigo Tadeo Perea, revisando este lugar lleno de cosas encontramos la guitarra, toda abierta. Y se la regalé. Se la llevó y junto con el hermano la arreglaron. Él se fue a Tucumán a estudiar luthería y hoy en es el que me hace las guitarras y me las regala. Yo le regalé una y él ya me regaló dos. Me hizo una de doce cuerdas. Porque además de mi luthier es mi mejor amigo. Toda esta historia alrededor de esa guitarra que él sigue teniendo y que es un guitarrón”. En secundaria quiso entrar a la Escuela de Biología Marina pero no pudo, por lo que sus padres lo anotaron en Bellas Artes. “Se terminaron los cupos, no había más. Y el único lugar era la piojera esta de los hippies de Bellas Artes, donde me pudieron meter. Aunque, ahora que lo pienso, creo que mis viejos no quisieron que yo entrara a la Escuela de Biología. Pero bueno, a mí me dijeron que no había más cupos y ya”. Se anotó en Plástica y no fue hasta un show que dieron los alumnos de quinto año –tocaron de principio a fin el Unplugged de Nirvana– que empezó a tocar la guitarra. Lo primero que empezó a tocar fue “The Man Who Sold The World” de David Bowie. Tuvo sus primeras bandas de rock, como por ejemplo Delicatessen: ahí hacían un tema donde un revolucionario pedía perdón por que le gustaba la Coca Cola: “Una parte decía ‘perdóname Che Guevara, pero es más rica que Mocoretá’: era fanático del Che Guevara pero le gustaba tomar Coca Cola y pedía perdón por eso”, y en el medio –a los dieciséis años– viajó de intercambio a Alemania y allí fue más lo que tocó en la calle que lo que estudió.
En 2001 llegó a la ciudad de La Plata –donde sigue viviendo, en el barrio El Mondongo– a estudiar cine, a la vez que empezaba a darle forma a sus canciones. Y en 2006 –después de algunos proyectos un tanto inestables y un par de registros y simples más o menos caseros, y de producir, entre otros, los discos de Sr. Tomate y El Mató a un Policía Motorizado– editó, junto a lo que sería su primer banda, Shaman y Los Hombres en Llamas, el Ep “oficial” Diadema –así se llama el lugar donde pasó gran parte de su infancia, un pequeño pueblo petrolero, con sus casas típicamente holandesas, a unos treinta kilómetros de su natal Comodoro Rivadavia. En el mundo de fuego y Respiran humo, ambos de 2008, delinearon parte de lo que vendría; como si todo ese camino hubiera sido el paso anterior obligatorio hasta llegar al último y homónimo Shaman y Los Hombres en Llamas (2011): un sonido, a la vez, con aires folk(lóricos) y psicodélicos –y por momentos tan orquestal desde los vientos– en donde las canciones sienten y respiran el viento de Comodoro, el aire del desierto. “Todo eso que está en mi música lo adquirí viviendo acá en La Plata, me hice más patagónico estando lejos de la Patagonia, musicalmente. Y un poco también por la búsqueda de la raíz de uno, de dónde vengo y cuál es mi folclore. Un poco los sureños lo tenemos que inventar, no hay una cosa muy definida de qué es folclore patagónico. Entonces como que la identidad patagónica está desarrollándose recién, el folclore está naciendo. El loncomeo es como el ritmo más popular. Hay poco de donde agarrarse, por eso digo que hay que inventarlo”. El disco, producido junto a Daniel Melero, significó la madurez sonora de Shaman. Hay que detenerse en esos casi cinco minutos de esa especie de lamento folk –tan profundo como el mar más profundo, tan poderosa como la tormenta más poderosa– que es “El primer color” donde canta “cerré los ojos busco mi alma y el rojo, primero color de todos/ y ahí dentro pude ver las playas y el rojo, la sangre en la arena” y donde, a mitad de tema, aparece su canto gutural –rara mezcla entre soplido y ronquido: “Nunca estudié canto pero siempre me gustó experimentar con la voz, porque es mi fuerte. Lo que mejor me salía era hinchar los huevos con la voz. En vez de grabar un solo de guitarra, lo hacía con la boca. Y quedaba mejor. Siempre jugué con los límites de lo que podía hacer, ir a los graves, a los agudos, y eso me entrenó las cuerdas vocales, los músculos que intervienen. Por eso después me salió fácil el canto gutural. No estamos acostumbrados a eso, ¿no? Estamos muy occidentalizados nosotros. En cambio en Nepal, Mongolia, China, es totalmente natural, es música pop. Algunos hacen respiración circular cuando cantan así. A mí me sale un poco y lo uso recatadamente, trato de no abusar. Es un recurso. Mi gracia no es esa, me interesa mucho más la composición y la poesía que meter un canto gutural”. Él, guitarra en mano, como un gigante largando fuego –¿o son pájaros?– desde los ojos, el corazón a la vista, un halo de llamas a su alrededor, domando un mar bravo con sirenos y barcazas a la deriva; todo en plateado y negro: así es la tapa de ese disco y eso dice mucho de esas canciones. Disco que era, en definitiva, la punta lisérgica y ancestral de un iceberg místico y mágico. El próximo paso vendría acompañado de otro nombre, de otra banda. Y también, claro, de otras búsquedas.
Shaman y Los Pilares de la Creación. Así se llamó el próximo –y actual– proyecto (que completan Adrián Conti en bajo; Alejandro Bertora, sintetizadores y mellotrón y Eduardo Morote; batería, percusión y mandolina). Producido otra vez por Daniel Melero, el siguiente y homónimo trabajo, de 2013, marcó algunas diferencias con lo anterior: menor presencia de los vientos –sonido menos orquestal y más de banda– y un leve movimiento desde lo acústico hacia lo eléctrico. “Puertas que existen sin tiempo, por donde atraviesa la fuerza del cosmos que somos/ el círculo era silencio y completo, sin centro, eterno, divino, paz y destrucción”; “chica que camina soñando/ Dios ya no existe el es tu esclavo/ el mundo está en llamas, se quema/ el fuego te alumbra, brillan tus zapatos” y “ya tendrás que pagar para ver una gota de rocío verde/ mientras vivas, respira” son algunos de los excepcionales pasajes de sus letras.
En Shaman hay una poética común: piedras, desierto, viento, fuego, amor, muerte, mares, árboles, soles, lunas; todos lugares o elementos que se cruzan, se toman, desde donde se viene o hacia donde se va, los orígenes, el final. “Trabajo sobre las mismas sensaciones pero con diferentes palabras. La poesía es siempre la misma, lo que busco con la letra es generar siempre cierto sentimiento. Va por el lado del auto descubrimiento, ¡aunque eso suene como Paulo Coelho! Pero tiene que ver con el conocimiento de uno con el no miedo, la muerte, que también es un elemento que está siempre: es un peloteo constante con la muerte. Esta sensación de que si me muero termino, o si me muero vuelvo a nacer. Lo espiritual de la ciencia es muy inspirador, ese es un punto de partida para mí. Me gustaría hacer una canción que abra un agujero negro, ¡push! y te chupe, no se si me explico”. En sus composiciones, además, se siente una presencia bien marcada de Violeta Parra y Víctor Jara –lo folclórico–, y Syd Barrett y Miguel Abuelo –la psicodelia. “El ácido lisérgico –cuenta– es una droga potente, espiritual y te lleva a niveles de expresión que son viajes de aprendizaje. Y de eso traés cosas y después las podés disparar para donde quieras sin necesariamente estar limado. De ahí viene la psicodelia, ese componente me gusta por esa libertad. En la psicodelia no hay error. Es ver las cosas desde otro ángulo. Tener esa otra visión para crear algo novedoso, funciona. Y hay una mezcla de folclores latinoamericanos, más que argentino quizás. Luzmila Carpio es una gran referente para mí. Y a Violeta Parra yo no la puedo escuchar. La escuchás una vez y no podés más. Es la poeta más grande de Latinoamérica, del siglo XX seguro. Pero trae las canciones tan de adentro, tan de las entrañas de su propia miseria humana y tan crudo y lo pone ahí y es hermoso porque cuando alguien expresa puramente lo que siente y lo que piensa y lo puede poner en palabras exactas, te hace mal, pero es hermoso. La escucho y lo siento hermoso pero al mismo tiempo me duele. Duele, duele. Y más sabiendo el final. Me pasa algo parecido con Kurt Cobain. Y con el Bicho Bolita, un músico del sur, neuquino. En sus canciones pone todas sus locuras y sus cosas. Y en algunas te hace mierda”. Si en Los Hombres en Llamas las canciones sonaban como caminatas alucinadas bajo un sol tremendo, a la vera de un camino poco transitado que corta al medio algún desierto, con la muerte y la vida al mismo acecho; en Los Pilares de la Creación, eso mismo se adentró en la noche, lentamente, como no queriendo, y fue a parar allí donde –como dice en uno de sus temas: nacen las estrellas. Él cuenta: “Los Hombres en Llamas era una banda que miraba y situaba el contexto de las canciones, en el desierto de la Patagonia y te las contaba desde ahí, es más terrenal, y la canción más presente como en la guitarra acústica. En Los Pilares estamos en la Patagonia pero miramos el cielo estrellado del lugar, que es otro de los pasajes que hay ahí. Es más cósmico. Y que sea más cósmico hace que tenga otra instrumentación, hay más guitarras con delay, sintetizadores, una cosa más flotante”. Después de editar virtualmente Quimera (banda de sonido del film Arriba quemando el sol, Anderson y Bernasconi, 2014); el nuevo y excelente trabajo Sueño real (editado por Concepto Cero), completa lo que empezó en su anterior disco: un sonido definitivamente eléctrico –con apenas algunos pasajes acústicos– que proyecta, desde allí, un toque mucho más rock. Aquí las canciones suenan como un bólido cruzando el corazón de la noche. El disco cuenta con las participaciones de Federico Terranova, Marina Fages, Sara Hebe (en la potente “El viejo “niño” en la vereda”, “Ella compuso parte de la letra y en la canción es como una gitana que le lee la mano al viejo. Eso me imaginé cuando la invité. Ella siempre te caga a pedos en las letras, en el buen sentido, y quería que tuviera esa impronta, su fuerza, su identidad”), los integrantes de Nunca Fui a un Parque de Diversiones, Mene Savasta y Santiago Motorizado con quien en “Sonríe” –y en uno de los tantos momentos memorables del disco– cantan: “Dentro del cofre hay oro y en el corazón amor”. El mexicano Ernesto “Neto” García (quien trabajo con Natalia Lafourcade, Los Bunkers y Julieta Venegas, entre otros), productor de Sueño Real dice: “Lo que trae a la mesa, desde que lo vi tocar en vivo, es un misticismo y una sensación ancestral combinada con algo de modernidad, con su manera de combinar armónicos vocales, guitarra criolla y eléctrica, y cantar de una manera no común, sobre todo con ese registro grave que poca gente tiene”.
¿En qué viaje sentís que estás, con las canciones, con la energía que generás en vivo?
–No sé, estoy en el mismo viaje desde hace tanto tiempo que ya no sé adónde estoy viajando pero estoy ahí. Surfeando mis miedos. Ahí, viviendo. Quiero hacer música, ese es mi viaje. Poder seguir haciendo música. Lo que me impulsa y el motivo por el cual arranco. Y en vivo me pasa que no me puedo desconectar mucho de la canción cuando la estoy tocando. Necesito ver y meterme adentro de la canción.
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