Dom 14.12.2003
radar

NOTA DE TAPA

Es un monstruo grande y pisa fuerte

Con el discurso que dio cuando recibió el Oscar por Bowling for Columbine, su enfrentamiento con Bush recorrió el mundo. Pero la pelea contaba con un antecedente menos conocido: meses antes, la editorial HarperCollins amenazó con tirar a la basura los ejemplares impresos de Estúpidos hombres blancos si no reescribía los fragmentos “ofensivos” con el presidente. La presión de los libreros ganó la pulseada, el libro salió, arrasó en los rankings de Occidente y va por su edición número 52. Ahora, Michael Moore redobla la apuesta con Dude, Where’s My Country?, un libro (del que Radar traduce algunos fragmentos) en el que desmenuza una a una las mentiras que viene sosteniendo Bush desde los atentados del 11 de septiembre. Y como si fuera poco, lidera un movimiento para evitar su reelección.

Por Michael Moore

Me encanta escuchar los relatos de la gente sobre dónde estaba y qué hacía la mañana del 11 de septiembre, especialmente los relatos de los que, gracias a la suerte o el destino, sobrevivieron. Por ejemplo, la de este tipo que volvió a casa el día antes de su luna de miel. Esa noche, la del 10 de septiembre, su novia pensó prepararle un burrito casero. El burrito estaba asqueroso. Pero el amor ignora estos detalles y lo importante es el gesto, no la digestión. Él se lo agradeció, le dijo que la amaba mucho, y le pidió otro.
A la mañana siguiente, 11/09/01, él estaba en el subterráneo, viajando desde Brooklyn hasta su oficina, ubicada en uno de los pisos más altos del World Trade Center. El subte iba hacia Manhattan, pero el burrito iba hacia el sur, y cuando digo sur no quiero decir la costa de New Jersey. Comenzó a sentirse mal, realmente mal, y decidió bajarse una estación antes que la de las Torres Gemelas. Subió corriendo las escaleras, desesperado por un baño. Pero estaba en New York, y la cosa no era tan sencilla. Por lo tanto, en la esquina de Park Row y Broadway, perdió toda dignidad y, humillado –aunque sintiéndose mucho mejor–, le pidió a un taxi gitano que lo llevara de vuelta a casa por cien dólares (nueve dólares por el viaje, noventa y un dólares para que el chofer pudiera comprarse un auto nuevo). Cuando el hombre llegó a casa, entró corriendo a la ducha para poder cambiarse y volver a Manhattan. Cuando salía del baño encendió el televisor y, parado ahí, frente al aparato, vio cómo el avión se incrustaba en el piso donde él trabajaba, donde él hubiera estado justo en ese momento si su adorable esposa no le hubiera cocinado aquel maravilloso y absolutamente perfecto... Se derrumbó, y estalló en llanto.

La revolución de los libreros
Mi historia del 11 de septiembre no es tan urgente. Estaba durmiendo en Santa Mónica. El teléfono sonó a las 6.30 AM y era mi suegro. “¡Están atacando Nueva York!”, escuché que gritaba en mi oído semidormido. Quise decirle: “Sí, bueno, y qué. ¡Son las seis de la mañana!”. “¡Hay guerra en Nueva York!”, continuó ella. Esto tampoco tenía sentido porque, se sabe, siempre parece que hay guerra en Nueva York. “Encendé el televisor”, dijo, y lo hice. Desperté a mi esposa y vimos las dos torres ardiendo. Tratamos de llamar a nuestra hija que vive en Nueva York, no lo conseguimos; después intentamos comunicarnos con nuestra amiga Joanne (que trabaja cerca del World Trade Center). Tampoco la encontramos. Así que nos quedamos ahí sentados, estupefactos. No dejamos la cama ni sacamos los ojos del televisor hasta las cinco de la tarde, cuando finalmente averiguamos que nuestra hija y Joanne estaban bien. Pero un productor con el que habíamos trabajado recientemente, Bill Weems, no estaba bien. Cuando los canales comenzaron a dar los nombres de los que estaban en los aviones, apareció el de Bill en la pantalla. Mi último recuerdo de él era de nosotros dos, divirtiéndonos en una casa funeraria mientras rodábamos un documental sobre la industria del tabaco. Juntar a dos tipos con humor negro cerca de un puñado de enterrados resulta en lo que yo llamaría nirvana. Tres meses más tarde estaba muerto, y –¿cómo dice el dicho?– “la vida como la conocemos cambia para siempre”.
¿De verdad? ¿Ha cambiado? ¿Cómo? ¿Tenemos la suficiente distancia con ese trágico día como para hacernos esta pregunta y encontrar una respuesta inteligente? Las cosas ciertamente cambiaron para la esposa de Bill y su hija de siete años. Es un crimen evidente haberle quitado a su padre a tan corta edad. Y la vida cambió para los seres queridos de los otros tres mil que fueron asesinados. Nunca dejarán atrás la tristeza que sienten. Se les dice que tienen que seguir adelante. Pero ¿hacia dónde? Todos los que perdimos a alguien sabemos que mientras la vida sigue adelante, la piedra en la boca del estómago, la congoja en el corazón, nunca nos abandonarán, así que hay que encontrar maneras de abrazar la desdicha y poner en funcionamiento mecanismos que sirvan para los que siguen vivos. De alguna manera, todos tratamos de superar nuestras pérdidas personales y nos despertamos la mañana siguiente, y la otra, y les hacemos el desayuno a los chicos, y lavamos la ropa, y pagamos las cuentas y...
Mientras tanto, en la lejana Washington DC, la vida también está cambiando. Aprovechándose de nuestro duelo y nuestro miedo de que “eso” pueda volver a suceder, un presidente usa a los muertos del 11 de septiembre como conveniente coartada, como justificación, para alterar nuestra forma de vida. ¿Para eso murieron? ¿Para que George W. Bush pueda transformar el país en Texas? Ya provocamos dos guerras desde el 11 de septiembre, y no sería raro que próximamente se iniciara una tercera y hasta una cuarta. Si permitimos que esto continúe, entonces sólo conseguiremos deshonrar la memoria de los tres mil muertos. Sé que Bill Weems no murió para poder ser usado como excusa para bombardear inocentes en el extranjero. Si su vida y su muerte tendrán un significado a partir de ahora, será que tenemos que garantizar que nadie más pierda su vida en este mundo demente y violento, un mundo que estamos forzados a hacer girar tal como queremos. Tengo suerte, supongo, de estar escribiendo estas líneas. No sólo porque ¡vivo en el país más formidable del mundo! sino porque después del 11 de septiembre, mi antigua editorial, Regan Books (que es una división de HarperCollins que es una división de News Corp que es dueño de Fox News y que es parte de un todo que le pertenece a Rupert Murdoch), intentó con todas sus fuerzas asegurar que mi carrera como autor llegara a un final temprano.
Las primeras 50.000 copias de Estúpidos hombres blancos salieron de la imprenta el día antes al 11/9, pero cuando sucedió la tragedia los camiones que debían llevarlas a todas las librerías de la nación no salieron de sus galpones. La editorial tuvo los libros como rehenes por cinco largos meses, no sólo por una cuestión de buen gusto y respeto (que yo podría entender), sino porque quería censurar lo que yo tenía para decir. Insistieron en que reescribiera el 50 por ciento del libro, y que quitara los segmentos que consideraban ofensivos para nuestro líder, Mr. Bush. Me negué a cambiar una palabra. Todo estuvo parado hasta que me llamaron por teléfono para decirme que no tenían opción y que, gracias a mi terquedad, iban a reciclar las 50.000 copias que estaban juntando polvo en un depósito de Scranton, Pennsylvania. Otros me dijeron que no tuviera demasiadas expectativas en cuanto a mi carrera como autor porque, a esta altura, ya se me consideraba problemático, un dolor en el culo que no quería entrar en el juego. Una librera de Nueva York escuchó esta llamada telefónica.
La librera, Ann Sparanese, una mujer que yo no conocía, envió e-mails a una lista de libreros; les decía que mi libro había sido prohibido. Su carta llegó a Internet y, en un par de días, cartas de libreros enojados inundaron Regan Books. Recibí un llamado de la policía Murdoch. “¿Qué les dijiste a los libreros?.” “¿Cómo?”, contesté. “No conozco ningún librero”. “¡Sí los conocés! Les dijiste lo que íbamos a hacer con tu libro... ¡y ahora estamos recibiendo cartas indignadas de los libreros!”. “Bueno”, contesté, “supongo que los libreros son un grupo terrorista con el que no se quieren meter”. Temiendo que apareciera una turba salvaje de libreros en la Quinta Avenida, una multitud que rodearía el edificio de HarperCollins y se negaría a partir hasta que mi libro fuera liberado del depósito de Scranton o el propio Murdoch les fuera entregado, News Corp se rindió. Tiraron mi libro en algunas librerías sin publicidad ni reseñas, y ofrecían un tour de tres ciudades: sólo se conseguía en Denver, Arlington y algún lugar de New Jersey. En otras palabras, el libro fue enviado a la mazmorra para una muerte rápida y sin dolor. Un operador de Murdoch me dijo cuánto lamentaba que no los hubiera escuchado. Sólo estaban tratando de ayudarme. El país respaldaba a George W. Bush y era intelectualmente deshonesto de mi parte no reescribir el libro ni admitir que había hecho un buen trabajo desde el 11/9.
Usted no está en contacto con el pueblo norteamericano, me dijo, y su libro sufrirá por eso. Es cierto: yo estaba tan desconectado de mis compatriotas que, horas después del lanzamiento, el libro llegó al puesto nº 1 en Amazon... y en cinco días la novena edición se agotó. Mientras escribo esto, va por la edición número 52.
Lo peor que se le puede decir a un pueblo libre en un país que todavía es en su mayor parte libre es que no puede leer algo. Que mi opinión haya sido escuchada y que mi libro haya sido el más vendido en no-ficción del año en los Estados Unidos dice mucho sobre este gran país. El pueblo no será intimidado ni amenazado por aquellos que tienen el poder. El pueblo norteamericano parece no saber lo que está sucediendo la mitad del tiempo, y pueden pasar demasiadas horas eligiendo fundas de diferentes colores para sus teléfonos celulares, pero cuando los presionan, están a la altura de las circunstancias y saben lo que es correcto.
Así que aquí estoy con un nuevo libro, y nada menos que en AOLTimeWarner y Warner Books. Lo sé, lo sé, ¿cuándo aprenderé la lección? Pero hay buenas noticias. Mientras estuve escribiendo este libro, AOL ha intentado deshacerse de Warner Books. ¿Por qué querría una compañía mediática deshacerse de su división de libros? ¿Qué hizo Warner Books para molestar a los dioses de AOL? Supongo que si AOL quiere sacarse a estos tipos de encima, deben ser buena gente. Además, los otros tipos de Warner en esta intrincada red, los de Warner Bros. Pictures, son los que distribuyeron mi primera película, Roger & Me. Fueron buenos y decentes, y nunca amenazaron con “reciclarla”.
OK, estoy racionalizando. Seis compañías de medios son dueñas de todo. ¡Hay que romper estos monopolios por el bien del país! El libre flujo de noticias e información en una democracia no debe estar en las manos de unos pocos hombres ricos. Aun así, me apoyaron un 100 por ciento y nunca me dijeron que era “problemático”. Sin embargo, ellos no tienen que preocuparse por mí. Tienen que preocuparse por los libreros. Y por ustedes.

Grandes combos
¿Cuál es la peor mentira que un presidente puede decir?
“No tuve relaciones sexuales con esta mujer, la señorita Lewinsky.”
O:
“Tiene armas de destrucción masiva que apuntan directamente sobre los Estados Unidos y amenazan al país, a sus ciudadanos, a nuestros amigos y a nuestros aliados.”
Una de estas mentiras puso al presidente en el banquillo. La otra no sólo le consiguió al mentiroso que la dijo la guerra que quería, sino que resultó en grandes negocios para sus amigos y virtualmente le aseguró una devastadora victoria en la próxima elección. Seguro, nos han mentido antes. Muchas mentiras, grandes, pequeñas, mentiras que han derrumbado nuestra imagen ante el mundo. “No soy un tramposo” fue una mentira, y Richard Nixon tuvo que hacer las valijas. “Lean mis labios: no habrá nuevos impuestos” fue más una promesa rota que una mentira, pero de todas maneras le costó al primer Bush su presidencia.
“La salsa ketchup es un vegetal” no fue técnicamente una mentira, pero fue un buen ejemplo de la insana mirada sobre el mundo que poseía la administración Reagan. Cuando las mentiras que nos llevaron a la guerra de Irak comenzaron a revelarse y quedar expuestas, las administración Bush trató de sobrevivir con su única maniobra defensiva: seguir repitiendo la mentira una y otra vez hasta que el pueblo americano se agote, y comience a creerla. Pero nada puede ocultar este hecho indiscutible: no hay mentira peor que aquella que asusta a los padres tanto como para enviar a sus propios hijos a pelear una guerra que no había por qué pelear porque, en realidad, nunca hubo una amenaza. Decirle falsamente a una nación que las vidas de sus ciudadanos están en peligro para anotarse un punto (“¡Él trató de matar a mi papi!”), o para hacer más ricos a tus ya millonarios amigos, bueno, en un mundo más justo, habría una celda especial en la prisión de Joliet para ese tipo de mentiroso. George Bush ha convertido a la Casa Blanca en la Casa del Combo, mintiendo una y otra vez, todo para conseguir su pequeña y sucia guerra. Funcionó.
Sus combos se consiguen en todas las formas, tamaños y configuraciones. Permítanme presentarles el sabroso menú Combo-en-Jefe, servido especialmente para usted. Lo llamaré “El combo de comidas de la Guerra de Irak”. Nº 1, el Combo Original: “¡Irak tiene armas de destrucción masiva!”.
No hay mejor manera de asustar a la población que decirle que hay un loco suelto que tiene (o está fabricando) armas nucleares. Armas que pretende usar contra usted.
George W. Bush sentó las bases para volvernos locos de miedo muy temprano. En su discurso frente a las Naciones Unidas en septiembre de 2002, Bush dijo sin que se le moviera un pelo que “Saddam Hussein ha desafiado todos nuestros esfuerzos y continúa desarrollando armas de destrucción masiva. Sólo estaremos completamente seguros de que tiene armas nucleares (sic) cuando las use, Dios no lo permita”. Poco después, en Cincinnati, le dijo a una multitud: “Si el régimen iraquí tiene la oportunidad de producir, robar o comprar una cantidad de uranio enriquecido apenas más grande que una pelota de softball, podrá tener un arma nuclear en menos de un año... Ante esta evidencia, no podemos esperar la prueba final, el arma humeante, que puede llegar en la forma de hongo atómico”. ¿Cómo convencer al público americano, antes reluctante, de ir a la guerra con Irak? Sólo diga “hongo atómico” y... ¡BOOM! ¡Observen cómo cambia la tendencia! Además del uranio de Africa, Bush dijo que los iraquíes “intentaban conseguir tubos de aluminio reforzados y otro equipo necesario para gases centrífugos, que se usan para enriquecer el uranio usado en armas nucleares”. Un asunto terrorífico. Imaginen cuánto más aterrador de ser cierto. Josep Wilson, un diplomático norteamericano de carrera, con más de veinte años de experiencia, incluidos destinos en Africa e Irak, fue enviado por la CIA a Nigeria en el 2002 a investigar una denuncia británica según la cual Irak había intentado comprar “uranio amarillo”. Wilson concluyó que la denuncia era falsa.
La Casa Blanca ignoró el informe de Wilson y en cambio mantuvo la falacia viva. Cuando la administración persistió con esta historia fabricada, un oficial dijo, según el New York Times: “La gente rezongó y pensó, ¿por qué están repitiendo esta basura?”. Los documentos de Nigeria estaban tan mal falsificados que el ministro de Relaciones Exteriores de ese país que los había “firmado” ya no era parte del gobierno –de hecho, hacía más de una década que no cumplía funciones públicos, un hecho que se les pasó por alto a los mentirosos norteamericanos e ingleses.
El “descubrimiento” de los tubos de aluminio también resultó ser una amenaza ficticia. El 27 de junio de 2003 –un día antes del discurso sobre el Estado de la Unión de Bush–, el jefe de la International Atomic Agency, Mohamed El-Baradei, le dijo al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que dos meses de inspecciones en Irak no habían producido evidencia alguna de actividades prohibidas en las antiguas instalaciones nucleares iraquíes. Además, El-Baradei dijo que los tubos de aluminio, “salvo que sean modificados, no serían aptos para manufacturar gases centrífugos”.
De acuerdo con diversos artículos del Washington Post, Newsweek y otras publicaciones, la afirmación de que los tubos podrían ser usados para la producción de armas nucleares ya había sido cuestionada por los oficiales de inteligencia de Estados Unidos y Gran Bretaña. Los inspectores de Naciones Unidas dijeron que habían encontrado pruebas de que Irak planeaba usar esos tubos para construir pequeños cohetes, no armas nucleares. Y los iraquíes no intentaban comprar el equipamiento en secreto: podía acceder a su orden de compra desde Internet. Pero el señor Bush no dejó que los hechos se interpusieran en su camino cuando dio el rudo discurso sobre el Estado de la Unión para casi 62 millones de televidentes el 28 de enero de 2003: “Saddam Hussein recientemente compró significativas cantidades de uranio africano”, dijo. “Imaginen a aquellos diecinueve secuestradores con otras armas y otros planes, esta vez bajo las órdenes de Hussein. Bastaría un cráter, una vía, un caño deslizado dentro de este país para traer un día de horror como nadie nunca ha conocido. Haremos todo lo que esté en nuestro poder para asegurarnos de que ese día nunca llegue.”
El 16 de marzo, el copresidente Dick Cheney apareció en el programa Meet The Press y le dijo a la nación que Hussein “se ha dedicado por completo a intentar adquirir armas nucleares. Y creemos que, de hecho, las posee”.
Tres días más tarde fuimos a la guerra.
Nº 2 Combo con Queso: “¡Irak tiene armas químicas y biológicas!”.
En su discurso del 7 de octubre de 2002 en Cincinnati, George W. Bush ofreció este combo recién salido del horno: “Algunos quieren saber cuán urgente es este peligro para Estados Unidos y el mundo. El peligro es significativo, y sólo empeora con el tiempo. Si hoy sabemos que Hussein tiene armas peligrosas, ¿tiene sentido esperar a confrontralo mientras se hace cada vez más fuerte y desarrolla armas cada vez más peligrosas?”. Después, sólo unos meses más tarde, Bush agregó el queso: “Numerosas fuentes nos dicen que Hussein recientemente autorizó a sus comandantes a usar armas químicas, las mismas armas que el dictador nos dice que no posee”.
¿Quién no querría bombardear a ese bastardo de Saddam después de escuchar esto? El secretario de Estado Colin Powell fue más lejos –dijo que los iraquíes no sólo poseían armas químicas, sino que las tenían ¡sobre ruedas!–: “Una de las cuestiones más preocupantes que emergen de un grueso informe de inteligencia que poseemos sobre Irak y sus armas biológicas es la existencia de instalaciones de producción móviles, usadas para fabricar agentes biológicos”, les dijo Powell a las Naciones Unidas. “Sabemos que Irak tiene por lo menos siete de estas fábricas de agentes biológicos móviles.”
Continuó con tantos datos específicos que... ¡tenía que ser cierto! Y el miércoles, el oficial responsable de analizar para Powell la amenaza de las armas iraquíes declaró que el secretario de Estado había informado mal a los norteamericanos durante su discurso en las Naciones Unidas. Pero después de invadir Irak, el ejército de Estados Unidos no pudo encontrar un solo rastro de estos laboratorios móviles. Después de todo, con tantas palmeras bajo las que esconderlos, ¿quién podría culpar a nuestro ejército por no encontrarlos? Tampoco pudimos encontrar ningún arma química o biológica, aun cuando el 30 de marzo de 2003 el secretario de Defensa Donald Rumsfeld dijo en el programa This Week de ABC: “Sabemos dónde están. Están en el área cerca de Tikrit y en Bagdad, y de alguna manera en el este, oeste, sur y norte”. Ah, bueno, ¡entonces está claro! ¡Ahora las encontraremos! ¡Muchas gracias! Finalmente, el 5 de junio de 2003, George W. Bush declaró: “Recientemente hemos encontrado dos fábricas móviles de armas biológicas, que son capaces de producir agentes biológicos. Este es el hombre que ha pasado décadas escondiendo herramientas de asesinato en masa. Sabía que los inspectores las estaban buscando”.
Ese combo alcanzó para un día. Una investigación británica oficial sobre de “dos trailers” hallados en el norte de Irak concluyó: “No son laboratorios móviles que producen gérmenes para la guerra, como sostienen Tony Blair y George W. Bush, sino instalaciones que producen hidrógeno para cargar globos militares, tal como siempre afirmaron los iraquíes”. Eso fue todo. ¡Tanques para inflar globos! ¡Armas de inflación masiva!
Nº 3 Combo con Tocino: “¡Irak tiene conexiones con Osama Bin Laden y Al Qaeda!”.
Horas antes del ataque de 11/9, Donald Rumsfeld ya había adivinado quién era el responsable o, por lo menos, a quién deseaba castigar. De acuerdo con CBS News, Rumsfeld quería toda la información posible sobre los ataques, y le dijo a su equipo de investigación: “Vayan hasta el fondo. Barran con todo. Incluyan las cosas relacionadas y las otras”. Ya tenía datos de inteligencia que indicaban una conexión con Osama (a quien llamó Usama), pero quería más porque tenía otros objetivos en mente. Quería una inteligencia lo suficientemente buena como para “pegarle a S.H. (Saddam Hussein) al mismo tiempo. No sólo a U.B.L.”.
Yo digo Osama, usted dice Usama... y Rumsfeld sólo dice la palabra mágica, “Saddam”, y antes de que nos demos cuenta, ¡todo el mundo la está repitiendo! El general retirado Wesley Clark declaró que había recibido llamadas, el mismo 11/9 y durante las semanas siguientes, de miembros de “think tanks” y de gente de la Casa Blanca diciéndole que usara su posición como asesor de la CNN para que “conectara” los ataques de 9/11 con Saddam Hussein. Dijo que lo haría, si podían presentarle pruebas. Nadie pudo. Durante las preliminares de la guerra, en el otoño de 2002, Bush y miembros de su administración siguieron repitiendo la conexión, despegada y limpia de cualquier detalle –o “hecho”–, así que permaneció linda y sencilla y fácil de recordar. Bush circuló por el país en campaña con candidatos republicanos al Congreso, infectando la mente del pueblo norteamericano con la falsa conexión Saddam/Osama en un loop continuo.
Por si alguien se lo perdía, Bush continuó machacando con el tema en su discurso sobre el Estado de la Unión el 28 de enero de 2003: “Tenemos evidencia de fuentes de inteligencia, comunicaciones secretas y declaraciones de gente ahora bajo custodia que revelan que Saddam Hussein ayuda y protege a los terroristas, incluidos miembros de Al Qaeda”.
Bush insistió. Inmediatamente después del discurso, una encuesta online de CBS demostró que el apoyo a la intervención militar en Irak crecía.
Una semana más tarde, el 5 de febrero, las declaraciones de Bush fueron reproducidas por Colin Powell en su largo discurso ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Después de detallar las trabas que les ponía Irak a las inspecciones de armas, se lanzó a la conexión Saddam/Osama: “Quiero llamarles la atención hoy sobre el potencialmente siniestro nexo entre Irak y la red Al Qaeda, un nexo que combina las clásicas organizaciones terroristas con métodos modernos de asesinato”.
Pero la carne de la “evidencia” de la administración ya se estaba poniendo rancia. Durante esa misma semana de febrero, un documento de inteligencia británico se filtró a la BBC: decía que no había relación alguna entre Osama y Hussein. Los dos malvados habían tratado de ser amigos en el pasado, pero el encuentro había resultado como un mal episodio de Cita a ciegas: se odiaron a simple vista. Según este informe, “las motivaciones de Bin Laden entran en un conflicto ideológico con las características del actual Irak”. Para colmo, la fábrica de explosivos y veneno de Al Qaeda que Bush y su equipo insistían en que era protegida por Saddam estaba ubicada en el norte de Irak –una zona controlada por los kurdos y patrullada por aviones estadounidenses y británicos desde la primera mitad de los 90. El norte de Irak estaba fuera del alcance de Hussein, y dentro del nuestro. La base en realidad le pertenecía a Ansar al Isalam, un grupo fundamentalista militante cuyo líder había clasificado a Hussein como “el enemigo”. Una visita a la base realizada por un importante grupo de periodistas internacionales rápidamente reveló que allí no se estaban fabricando armas.
Pero nada de eso importó. El presidente lo había dicho... ¡tenía que ser cierto! Sí, el combo tuvo tan buen resultado que en los meses anteriores a la guerra contra Irak, las encuestas mostraron que la mitad de los norteamericanos creían que Saddam Hussein estaba relacionado con la red de Osama Bin Laden. Aun antes de que Bush lo dijera en su discurso sobre el Estado de la Unión del 2003, y Powell presentara la “evidencia” Osama-Hussein en las Naciones Unidas, una encuesta de Knight-Ridder halló que la mitad de los interrogados ya presumía incorrectamente que uno o más de los secuestradores de 11/9 tenían ciudadanía iraquí. Bush ni siquiera tuvo que decirlo.
Seven
Tengo siete preguntas para usted, señor Bush. Las formulo en nombre de los 3000 muertos de 11/9, y en nombre del pueblo de Estados Unidos. No buscamos venganza. Sólo queremos saber qué sucedió, y qué podemos hacer para llevar a los asesinos ante la Justicia, para prevenir futuros ataques contra nuestros ciudadanos.
1) ¿Es cierto que los Bin Laden tuvieron relaciones comerciales con su familia durante los últimos veinticinco años?
2) ¿De qué se trata esa “relación especial” entre los Bush y la familia real saudita?
3) ¿Quién atacó a los Estados Unidos el 11 de septiembre? ¿Un tipo en diálisis desde una cueva de Afganistán o su amiga Arabia Saudita?
4) ¿Por qué permitió que un jet privado saudita volara alrededor de Estados Unidos días después del 11 de septiembre, y por qué recogió a miembros de la familia Bin Laden y se los llevó lejos de nuestro país sin que fueran investigados por el FBI?
5) ¿Por qué protege los derechos de la Segunda Enmienda de potenciales terroristas?
6) ¿Sabía que, cuando usted era gobernador de Texas, los talibanes viajaron a su estado para entrevistarse con sus amigos, dueños de compañías de gas y petróleo?
7) ¿Por qué tenía esa cara cuando la mañana del 11 de septiembre, en un salón de clases de Florida, su jefe de Personal le dijo: “Estados Unidos está siendo atacado”?

La lección
¿Recuerdan esa lección sobre tratar a los demás como nos gustaría ser tratados? ¡Todavía funciona! Cuando uno trata bien a la gente, el 99.9 por ciento del tiempo responderán de la misma manera. ¿Qué pasaría si toda nuestra política exterior se basara en este noble concepto? ¿Qué pasaría si fuéramos un país conocido por ayudar a la gente en vez de buscar primero explotar su trabajo o sus recursos naturales? ¿Qué pasaría si fuéramos un país que comparte su increíble riqueza –y que la comparte hasta el punto en que estaríamos dispuestos a seguir adelante sin algunos de los lujos a los que estamos acostumbrados? ¿Cómo se sentirían entonces los pobres y desesperados del mundo ante nosotros? ¿No reduciría eso nuestras chances de ser víctimas de ataques terroristas? ¿No sería un mundo mejor en el cual vivir? ¿No es la forma correcta de proceder?
El hecho es que el número de gente que voluntariamente se inmolaría para matarnos es ínfimo. Es cierto, cualquiera preparado a morir por una causa puede eventualmente intentarlo, pero esa gente existe en todas partes, y siempre fue así. La “Guerra contra el Terror” no debería ser una guerra en Afganistán o Irak o Corea del Norte o Siria o Irán o cualquier lugar que terminemos invadiendo. Debería ser una guerra contra nuestros propios impulsos oscuros.

Para acceder a las distintas organizaciones que se oponen a la política de Bush (como Rock the Vote, que intenta estimular a los jóvenes para que voten en el 2004), lo mejor es entrar
directamente por www.michaelmoore.com, donde casi todas se nuclean.

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