Dom 14.12.2003
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HISTORIETA

La fórmula de la vida

Empezó retratando a las hermanas y novias de los cadetes del Liceo Militar, donde estudiaba. Dibujó El Eternauta de Oesterheld y participó de la mítica editorial Frontera. Rescató a su hijo de las fauces de la dictadura militar y plasmó sus relatos en una serie llamada Historias tristes. Vivió en Europa y en Brasil, desde donde enviaba los originales de Ministerio y Evaristo, los dos hits que aportó en los ‘80 a la revista Fierro. Ahora, mientras Francisco Solano López dibuja historietas eróticas para afuera, una nueva versión de El Eternauta aparece en los quioscos para exaltar su talento y su humanidad.

› Por Martín Pérez

El miércoles era el día. Todas las semanas, el patio del Liceo Militar se llenaba con las novias y las hermanas de los cadetes, las mismas chicas que luego volverían a ver durante las fiestas de los sábados. Pero para cierto cadete de catorce años, aquel único día de visita en medio de la semana escolar tenía un gusto muy especial. La visión de aquellas chicas le llenaba los ojos de lágrimas. “Así que ahí empecé a dibujarlas”, recuerda Francisco Solano López, que desde chico dibujaba todo lo que se le ponía enfrente y reconfortaba a su padre, que guardaba todos sus dibujos. Cuando su padre murió, y su madre –buscando deshacerse de sus papeles– tiró todos sus dibujos, Solano dejó de dibujar. “Sólo lo hacía cuando me lo pedían en el colegio –explica–, pero había perdido el entusiasmo de dibujar porque sí.”
Recién con las chicas Solano López recuperaría aquel viejo impulso de dibujar por dibujar. “Me sentaba en el patio con un bloc de hojas y dibujaba sus rostros. Pero después, y a pedido de mis compañeros, iba agregando hojas y hojas a mis retratos para terminar dibujándolas de cuerpo entero. Por supuesto, siempre sin ropa”, confiesa Solano al borde de la carcajada. Personaje ineludible de la historia de la historieta argentina, Solano López es, antes que nada y para siempre, el dibujante del primer y eterno Eternauta, aquel que retrató como ningún otro la mejor historia de invasión de Buenos Aires, inventando rostros y personajes a la altura de un relato que acaso sea la historia de aventuras definitiva de la literatura argentina. Pero además, a los 75 años, es algo así como el testimonio viviente de los avatares de un género –y en su momento una industria– que parece tender a desaparecer.
Con un currículum que arranca a comienzos de los años ‘50 en la editorial Columba, continúa en Abril dibujando al popular Misterix a la manera del italiano Paul Campani y madura en Frontera –la editorial de Héctor Germán Oesterheld–, cuando tiene la oportunidad de dibujar durante dos años la historia semanal de El Eternauta, Solano López es también un dibujante que supo reinventarse en su madurez, tanto en la vida como en el dibujo. A fines de los ‘70 largó todo para irse a Europa con su hijo Gabriel, un militante montonero al que logró sacar de la cárcel de la dictadura y para el que dibujó con dedicación los guiones de sus lacerantes Historias tristes. Y ya en los ‘80 es recordado como el autor de Ministerio, con guión de Ricardo Barreiro, y de Evaristo –tal vez su gran obra de madurez–, de Carlos Sampayo.
Mientras los rostros de los protagonistas de El Eternauta vuelven a ganar lugar en los quioscos de revistas porteños con una nueva saga mensual con sus aventuras titulada “El Regreso”, con guiones de Pablo Maiztegui, Solano López se preocupa por aclarar que otra de las cosas que dibuja con ganas cuando se aburre de la historia de Juan Salvo son las historietas eróticas que le publican en Europa y Estados Unidos. “Tengo que ordenarme para poder cumplir con las páginas que me piden de la Playboy italiana, donde tengo que reemplazar a Altuna”, cuenta Solano, que –como en aquellos estimulantes miércoles de visita en el Liceo Militar– sigue dibujando chicas.

1. Cuando empezó a dibujar historietas, Solano López tenía un sueño: encargarse alguna vez de las adaptaciones de novelas clásicas que salían por entonces en las páginas de la revista Intervalo. Pero por entonces, curiosamente, no leía historietas sino “a Sartre, a Camus, a Huxley”. Solano enumera sus lecturas sin afán de impresionar. Humilde descendiente lejano del general paraguayo Francisco Solano López, todavía recuerda la época en que los guionistas y dibujantes de historieta no tenían el honor de firmar sus obras. “De haber podido firmarlas, creo que algunos guionistas lo habrían hecho incluso con seudónimo”, conjetura este artista gráfico que dejó un puesto en un banco y los estudios de abogacía por el dibujo. El primer empujón se lo dio el mítico José Luis Salinas, a quien conoció a través de un amigo que le oficiaba de caddie los fines de semana en el Golf Club. Salinas le explicó que el dibujo era un trabajo como el del banco o el de abogado, y que si quería dedicarse tenía que dejar los otros. Después de esa charla, Solano –que cada vez que tenía tiempo y los 50 centavos necesarios salía de la sede del Banco Nación en Plaza de Mayo y se iba a la Asociación Estímulo de las Bellas Artes a dibujar con modelo vivo– armó una carpeta con sus trabajos y se puso a recorrer editoriales. La primera historieta que dibujó se llamó Perico y Guillermina y fue para Columba: Perico era un chico; Guillermina, su bicicleta. Después pasó a la editorial Abril, donde le encargaron copiar a uno de los dibujantes estrella de la editorial, el italiano Paul Campani. Así llegó a sus manos el primer guión de Héctor Germán Oesterheld: una serie llamada Uma Uma que dibujó durante seis meses, sólo para demostrar que podía dibujar Bull Rockett igualito a como lo hacía Campani. Oesterheld también hacía los guiones de Rockett, así como los del Sargento Kirk, otra de las series más exitosas de la editorial. Por entonces, de hecho, ya era casi una estrella del medio: escribía sus series sin moverse de su casa de Vicente López, la misma que Solano inmortalizara en las páginas iniciales de El Eternauta. “No utilicé su rostro para el personaje de Germán porque Pratt me había ganado de mano en Ernie Pike. Y porque no me imaginaba lo importante que iba a ser después en la historia.”
A pesar de estar dibujando sus guiones, Solano recién conoció personalmente a Oesterheld cuando éste decidió acometer el proyecto de Frontera, su propia editorial. Convocó a los mejores dibujantes y los invitó a participar de un emprendimiento diferente, donde todos terminarían siendo socios. “Más allá de las promesas, lo que nos sedujo fue la materia prima”, afirma Solano. Y la prueba está en que todos los involucrados en el proyecto –de Hugo Pratt, que tenía su edad, a Alberto Breccia, diez años mayor– crecieron como dibujantes trabajando en los guiones de Oesterheld. “Para mí, El Eternauta significó la posibilidad de encontrar un estilo, liberándome del influjo de Campani”, aclara.
Pero si artísticamente fue un éxito, Frontera terminó siendo un fracaso comercial. No porque las ventas no acompañasen, sino porque la mafia de las imprentas y los distribuidores terminó comiéndose las ganancias. Así que cuando las promesas iniciales no se materializaron, los dibujantes fueron abandonando el barco. “Recuerdo que el que más se enojó fue Pratt, que era un pibe joven, estaba solo en la Argentina y, como era vecino de Oesterheld, era casi uno más de su familia. Mi salida de la editorial fue pacífica, pero la decisión obligó a terminar El Eternauta con cierta rapidez. Por eso hay, incluso en esa primera versión, un cierto apuro en encontrar un desenlace para una historia que podría haber continuado. Pero a Hugo el fracaso del proyecto le pegó más fuerte que a todos los demás, y quedó muy dolido. Como tenía amigos dibujantes en Europa, consiguió un contacto con editoriales inglesas –donde había un boom de historietas para jóvenes– y de alguna manera se vengó de Oesterheld convenciéndonos a todos de ponernos a dibujar para los ingleses.”

2. Un ex militante con tendencias alcohólicas es testigo del fusilamiento de un grupo de jóvenes en una plaza de barrio. Sólo sobrevive una chica, a la que auxilia llevándola a su casa y curándole las heridas. Una vez mejorada, la joven pretende convencerlo de cambiar de vida. Es inútil, no tiene fuerzas para hacer algo así, y la joven se da cuenta. Por eso, cuando tiene claro que una vez que se marche no la volverá a ver en su vida, lo único que hace el ex militante es volver a emborracharse. Ésa es la vacía y torturada trama del primer episodio de las unitarias Historias tristes, tal vez la menos extrema de la saga que Francisco Solano López dibujó sobre los cuentos de su hijo Gabriel. Y no sólo eso: puso además sus dibujos al servicio de sus historias desgarrantes y suicidas, que se continuaron en la serie Ana y en las primeras veinte páginas de lo que sería una trunca historia de la Guerra de la Triple Alianza. “Tenía casi cincuenta años, me había divorciado de mi mujer y estaba planeando irme a Europa cuando mi hijo comenzó a involucrarse en la guerrilla”, recuerda Solano, que llevaba casi quince años dibujando historietas para los ingleses cuando decidió cambiar de vida –como cuando dejó el banco y el derecho– y largarse a dibujar Slot Barr con guiones de Ricardo Barreiro: una serie de ciencia-ficción con algo de erotismo que –como en su momento El Eternauta– le sirvió para reinventarse como dibujante. Pero con las historias de su hijo fue aún mucho más lejos.
“Lo pude salvar utilizando un viejo contacto de mis épocas del Liceo Militar, a quien le avisé cuando lo fueron a secuestrar”, recuerda Solano. Contra todas las reglas de seguridad de la organización en la que militaba, su hijo le había dicho dónde se había refugiado tras escapar por un pelo de los grupos de tareas que lo fueron a buscar a la casa familiar. “Pero me enteré porque él era un vago: si me dejó ayudarlo en la mudanza a la pensión donde lo secuestraron”, cuenta divertido Solano. Gracias a sus viejos contactos logró que su hijo fuese a una cárcel común y no a un centro clandestino. Mientras pensaba cómo sacar a su hijo de allí, Solano debió lidiar con el dibujo de la segunda parte de El Eternauta, guionada por un Oesterheld radicalizado, militante montonero, que por entonces estaba clandestino. “Me sentía el jamón del sandwich: por un lado tenía que pelear con mi hijo, y por otro con esos guiones de Héctor donde los muchachos de las cavernas hacían la guerrilla contra los invasores.”
La tensión de la época se nota en la resolución apurada que evidencian las últimas páginas de esa segunda parte de El Eternauta, y también en los trazos viscerales de las Historias tristes. Algo parecido sucede con Ana. Luego de dos viajes a Europa, Solano López terminaría afincándose en Brasil, desde donde dibujaría las obras de los años ‘80, Ministerio y Evaristo, que publicó la revista Fierro. “Pero la editorial de Cascioli nunca me quiso publicar Ana: decían que eran 90 páginas de desgracia y tristeza”, cuenta Solano, que entre uno y otro viaje a Europa, a comienzos de los ‘80, regresó a la Argentina y a la editorial Columba para dibujar una historieta de guerra titulada Aguila Negra. “Era un guión de Ray Collins, seudónimo de Eugenio Zappietro, un comisario retirado que hoy es el director del Museo Policial”, revela.
Solano cuenta que antes de irse a vivir a Brasil decidió dejar de trabajar con su hijo. “No tenía capacidad profesional”, explica. “Lo que escribía, por desgracia, no era comercial.” Pero la aventura de salvarlo de los años más oscuros de la represión en la Argentina tuvo éxito: Gabriel es hoy un empresario dueño de varios locales en Alicante, donde vende artículos para turistas.

3. Sobre el tablero de dibujo de Solano hay un cuadro con el dibujo del rostro de una chica. Una chica en la que, cuenta Solano, muchos visitantes reconocen –alternativamente– a diversas heroínas de sus historietas. “Pero es un dibujo que hice cuando tenía veinte años, antes de empezar cualquiera de mis trabajos”, revela el dibujante de Elena, Martita, Ana y tantas otras. “Mi ideal de belleza femenina viene de entonces: es como una constante que sólo se ha ido fortaleciendo con el tiempo”, explica. Solano habla de cierto tipo de ojos y de labios, entre otras características básicas. “Mi ideal es el de una mujer maciza, tipo madre tierra”, desliza como al pasar, mientras murmura casi sin querer que no sólo en sus dibujos se ha manifestado ese ideal de finales de adolescencia. “También las mujeres de mi vida se ajustaron a él.”
Solano no aparenta la edad que tiene. Cuando se le pregunta si ya está hecho como dibujante, responde con vaguedad: “Me gustaría encaminar este nuevo serial de El Eternauta y después hacer alguna vez una historieta sobre la Guerra del Paraguay, no sobre lo que significó como hecho histórico sino como ejemplo de lo que el mundo siempre hizo con Latinoamérica, un continente al que sólo dejan en paz si hace buena letra. Porque si no, mire lo que le pasó a Perón, o lo que le va a pasar a Chávez. No nos dejan levantar la cabeza”.
Dibujar, para Solano, siempre fue comunicar vida al lector: “Lo que busco es que quede prendido de la humanidad que le pongo a mi trabajo. Algo que consigo usando el pincel de pelo de marta Wilson y Newton, una superficie saturada, mucha flexibilidad y tinta china aguada. Ésa es la fórmula de la vida. Al menos en mis dibujos”.

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