Dom 21.02.2016
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TELEVISIóN > THE NIGHT MANAGER

ESPÍAS SIN GLORIA

Desde mañana, el cable local estrena casi en simultáneo con el resto del mundo la miniserie The Night Manager, adaptación en seis episodios de la novela El infiltrado de John Le Carré. Producida por AMC, la BBC y The Ink Factory, la productora del hijo de Le Carré, tiene como protagonistas (y antagonistas) a Hugh Laurie, en su regreso a la televisión después de Dr. House y a Tom Hiddleston, el Loki de The Avengers y el romántico siniestro de La cumbre escarlata. Dirigida con sequedad narrativa por la danesa Susanne Bier, esta historia de traficantes de armas y hombres rotos bajo la luz impiadosa de Medio Oriente recupera la tradición del cine de Carol Reed y sus colaboraciones con Graham Greene; ya lejos de la Guerra Fría, los signos contemporáneos son las revueltas de 2011 en Egipto, los recuerdos de la guerra de Irak, la deshumanización de los altos mandos del Estado y sobre todo la hegemonía de las grandes corporaciones.

› Por Paula Vázquez Prieto

“El Cairo no ha despertado aún. El rojo de la aurora colorea el polvoriento cielo cairota”. Las palabras se deslizan por la tibia arena de un suelo árido e incandescente, minado por intrigas maquiavélicas y misterios subyacentes, mientras el narrador nos conduce, en la penumbra del desconcierto, a las puertas de la verdadera aventura. Una aventura que se intuye en esas líneas escritas por John Le Carré hace más de veinte años, las mismas que hoy cobran vida en la nueva miniserie coproducida por la BBC y la AMC, The Night Manager. La narrativa dura y realista del célebre escritor y ex agente de la contrainteligencia británica había convulsionado la literatura pulp de espías en los ’60, colonizada hasta entonces por las veleidades del James Bond de Ian Fleming, con su vida de moderno flâneur en un mundo cínico y descreído y su aire de dandy a la espera de tantas conquistas amorosas como descubrimientos secretos, para volver a ligar al espionaje a un submundo oscuro y sin glamour, heredero de la prosa seca del Graham Greene de posguerra que mostraba la cara más cruda de esa vida subterránea. La llegada de Le Carré a la escritura había sido fruto de un desvío y resultado de un itinerario incierto, plagado de los mismos reveses y vueltas de tuerca que nutrieron sus relatos de ficción. Nacido bajo el extenso nombre de David John Moore Cornwell, hijo de un empresario inescrupuloso que pasó años en la cárcel pero que financió sus posteriores estudios universitarios en Oxford, abandonado por su madre a los cinco años, asiduo de internados y orfanatos, profesor de idiomas y miembro del British Foreign Service, cónsul político en Hamburgo y miembro del servicio secreto M16 en plena Guerra Fría, su vida fue aún más convulsionada que la de sus personajes, desdoblada entre una apariencia grácil e inofensiva y una realidad filosa e intrigante. Su primera novela, Llamada para un muerto, nació como parte de un juego, como fruto de un exorcismo que buscaba exponer, en la lógica literaria del policial del enigma y de la tradición de los relatos de espías, sus propios fantasmas. Así nacieron sus grandes títulos, la saga de su famoso agente George Smiley, y todo un mundo laberíntico de tersas oscuridades en las que el mal apenas se oculta entre las sombras.

Editada en castellano como El infiltrado, la novela de Le Carré cuenta la historia de Jonathan Pine, un ex soldado británico devenido en gerente nocturno de hoteles lujosos y exclusivos, que se mueve de manera escurridiza entre el cálido desierto de El Cairo y los nevados Alpes suizos, como una vía improvisada de escape, de búsqueda personal, de trascendencia algo heroica. Y esa historia es también la suya, la del propio Le Carré, una sucesión de soledades y pérdidas, de lealtades maleables en tiempos contradictorios como los de la Guerra Fría, como los de los conflictos de Medio Oriente, como los de las batallas militares y civiles de hoy. Todo comienza en el pasado, como siempre en el mundo de Le Carré, un pasado que acarrean sus personajes como una pesada carga, como un secreto que amenaza con salir a la luz, como una historia que se repite, de nuevo y para siempre. “Soy un mentiroso”, confesó una vez, “nací para mentir, fui criado para eso y entrenado por una industria que ha hecho de la mentira una forma de vida”. De eso se trata el espionaje en el desencantado universo de Le Carré, donde cada misión es una forma de impostura, una representación de un pasado inventado y creído firmemente. Ese pasado, que era la guerra del Golfo a principios de los ’90 en la novela original de 1993 y son las revueltas en Egipto en 2011 en la adaptación del guionista David Farr –conocido por su trabajo en la serie británica Spooks y por su colaboración con Joe Wright en la película Hanna- para la televisión, queda adherido a múltiples y dolorosas imágenes: la de la enigmática Sophie, mujer deseada y perdida, la de una violencia concisa y epidérmica que inunda las calles como ráfagas imprevistas, la de una serie de pistas sobre el tráfico de armas y el dinero que mueve ese negocio clandestino, y la de la figura omnipresente de Richard Roper. ¿Quién es Richard Onslow Roper? “Roper es el peor hombre del mundo”. La voz de Sophie suena como algo más que una advertencia, casi como una premonición de ese juego de espejos y antagonismos en el que Pine se verá inmerso de manera irremediable.

Coproducida por la BBC One, la cadena estadounidense AMC (Mad Men, The Walking Dead) y The Ink Factory, productora nacida a partir de la iniciativa de Simón Cornwell, el hijo mayor de Le Carré, para dar vida al singular universo de su padre, The Night Manager recupera una tradición vital del cine inglés que encontró su mejor expresión cinematográfica en la colaboración entre el director Carol Reed y el escritor Graham Green en la inmediata posguerra. Películas como El tercer hombre o Nuestro hombre en La Habana se apropiaron de un mundo concreto, como era el de la Viena dividida entre las potencias aliadas o la Cuba de Batista, para ofrecer en un blanco y negro casi expresionista esos profundos contrastes que asediaban la aparente reconstrucción impulsada por el plan Marshall. Esa sequedad narrativa, combinada con cierto manierismo formal construido a base de planos inclinados y contrastes lumínicos, dejaba entrever un ambiente enrarecido, indescifrable, plagado de falsas identidades e intenciones nunca declaradas, que la prosa de Le Carré captó con gran inteligencia unas décadas después en nuevos confines. Ese Oriente jalonado por un tiempo que actualiza conflictos ancestrales y los combina con mezquindades eternas, es el escenario ideal para el encuentro entre Jonathan Pine y su archienemigo Richard Roper. Con una consciente apropiación de la herencia hitchcockiana, que fue clave para el cine de espías a partir de películas como El hombre que sabía demasiado o Intriga internacional, la miniserie dirigida por la danesa Susanne Bier (Corazones abiertos, Hermanos, Después del casamiento) amalgama ese distanciamiento irónico de los tiempos cínicos en una Europa derruida con signos contemporáneos como los recuerdos de la guerra de Irak, la deshumanización de los altos mandos del Estado y la hegemonía de las grandes corporaciones. Y así, como dos caras de una misma moneda, Pine y Roper definen The Night Manager como una historia de antagonismos, de duplicidades, de tiempos que se repiten, de muertes que no se olvidan.

No obstante, The Night Manager también es una historia de regresos y trasformaciones. El regreso a la pantalla de Hugh Laurie tras su emblemático personaje en la serie Dr. House, ese genio cascarrabias y malhumorado que desplegaba su sabiduría médica como un Sherlock Holmes de los síntomas, cuya mirada penetrante fue el espejo de sus miedos e incertidumbres, encubiertos en ese sereno maltrato que ejercía sobre quienes lo admiraban y quienes le temían; y la transformación de Tom Hiddleston en algo más que el Loki de Thor y Los vengadores, en un rostro tan atractivo como implacable, fascinante en su aparente distanciamiento, en esa seductora resistencia a toda emoción y compromiso; también es un regreso a la televisión para él, se lo había visto por última vez como el Príncipe Hal y Enrique V en la serie The Hollow Crown de la BBC. La dinámica entre ambos es el juego que propone esta miniserie de seis episodios que fue celebrada por el propio Le Carré como el regreso “de entre los muertos” de esa historia sepultada hacía años y demorada indefinidamente en su adaptación. Esa vuelta a la vida parece haberle dado los mejores rostros, el de los villanos pérfidos e inhumanos y el de los héroes atormentados, ambos errantes en un mundo carente de ideales y esquivo a las causas justas, con una vida interior que apenas se vislumbra entre razonamientos y cavilaciones. “Jonathan Pine es un alma perdida”, reflexiona Hiddleston en una entrevista con la AMC, “detrás de su inmaculado traje de tres piezas, de su correcta corbata, de sus zapatos impecablemente lustrados y de sus modales intachables, no hay nadie, porque está lleno de culpa y vergüenza por su propio pasado, porque busca un motivo para vivir”. Hiddleston, ese trágico seductor de la reciente apuesta gótica de Guillermo del Toro, La cumbre escarlata, y también ese amante inmortal de la última película de Jim Jarmush, Solo los amantes sobreviven, ahora encarna a este antihéroe imaginado por Le Carré, representante de un tiempo amargo y desencantado, con ese encanto natural que tan bien le sienta. Y su Pine encuentra en Roper un impensado alter ego, su propia versión en negativo, esculpida en un carisma penetrante, en una inteligencia que se combina diabólicamente con el ejercicio del poder. “Pine y Roper cruzan las fronteras en sentidos opuestos”, señala Laurie, siempre “nos preguntamos si Roper no está también al filo del precipicio, si no desea ser capturado, si no ansía ser traicionado”. Esa lucha entre opuestos y complementarios es más que una intriga de espías y secretos de inteligencia, es una disputa mítica entre quiénes somos y quiénes queremos ser, entre lo que perdimos y lo que anhelamos recuperar, entre ese precipicio de la caída y la secreta esperanza de la resurrección.

The Night Manager se puede ver todos los lunes a las 22 por AMC

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