Dom 13.03.2016
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MúSICA > CARLOS “NEGRO” AGUIRRE

EL RÍO SIN ORILLAS

Pianista, arreglador y compositor, Carlos “Negro” Aguirre es una figura gravitante en el panorama actual de la música popular, y viene construyendo de manera silenciosa una obra tan original como cautivante. De alguna manera, es el mascarón de proa de toda una nueva generación de músicos del litoral que están tensando y llevando la canción del lugar a lugares nuevos y maravillosos. En la línea de compositores y pianistas como Hilda Herrera y Chacho Muller, en esta entrevista, Aguirre repasa su discografía, reconoce a Jorge Fandermole como faro para varias generaciones, cita a Juan L. Ortiz –y con él al río y al cielo de Paraná– y promete que pronto entrará a grabar un nuevo disco.

› Por Juan Ignacio Babino

“Siempre que puedo me hago un tecito y bajo hacia allá”. Bajar hacia allá es, para Carlos “Negro” Aguirre, encarar esas pocas calles de tierra del barrio Bajada Grande que lo separan del Paraná y estar ahí: sentarse, contemplar, desear fundirse con el río mismo.

Él nació en 1965 en la ciudad de Seguí (Entre Ríos) a pocos kilómetros de Paraná y en ese pequeño pueblo, a los cinco años, empezó a estudiar piano motivado por su hermano mayor, guitarrero, y por los discos de música clásica, folclore, música brasileña y jazz de sus padres. “Ellos simplemente respondieron a un deseo mío. Me preguntaron: ¿A vos te gusta? ¡Sí! ¿Y qué querés estudiar? ¡Piano! No me preguntes por qué. Seguramente tenga que ver con los pianistas de jazz y de música clásica que me maravillaban” cuenta. Y sigue hurgando: “Dentro de esa paleta, el folclore para mí era algo distinto.Y con eso me pasaba algo que tal vez no me pasaba tanto con las otras músicas, y era que me emocionaba mucho. Recuerdo de tener cinco, seis años, escuchar eso e irme a llorar porque me daba vergüenza. Y no sabía por qué, no tenía una razón. Con el tiempo entendí que lloraba de belleza, de emoción. Pero lloraba también, me di cuenta luego, porque esas letras hablaban del lugar que yo conocía, del paisaje rural y cotidiano, cosas que había vivenciado de muy pendejo. De andar en el campo solito, de ir descubriendo ese paisaje muy pormenorizadamente, el contacto con una plantita, un animal. Todo eso resonaba de otra forma”. Eso mismo lo lleva a ser bastante crítico con otras cosas: “La cosa viril del gaucho, ¿no? Muchas veces, en esa necesidad de responder al imaginario que hay del personaje, se torna insensible a ciertas cosas. Por ejemplo, la doma. Es una expresión de una violencia para con los animales horrorosa. Yo aboliría eso que forma parte de nuestro folclore. Es una cosa tan primaria del ser humano, que no evolucionó. Y el gaucho en realidad tiene cosas que son re copadas. La relación con la naturaleza, con la soledad, esas travesías que hace un arriero llevando un grupo de vacas durante días. Para el tipo que es profundo, esos son espacios de reflexión, no de aburrimiento. Atahualpa para mí es eso, algo que viene del corazón del silencio”.

Carlos Aguirre vive en Bajada Grande, barrio de pescadores ubicado en esa especie de pequeña península en la punta noroeste de la ciudad de Paraná, a la que llegó a los catorce años. “Todo este tiempo, en todas las distintas casas que fui alquilando, evocaba siempre la proximidad con la naturaleza que tuve en mi pueblo y esta casa me ha devuelto eso”. Casa que por estos días se ve invadida de albañiles y quizá por eso él está por irse a un retiro: “Me involucré mucho, estoy dándole la forma que yo necesito que tenga. Para una familia sería la anti casa pero la fui armando a mi universo. Obviamente no es una obra arquitectónica, pero me puse en el plan de dibujar esos espacios que quería. Para un arquitecto quizás esté todo mal. De alguna forma, en todos estos años esa ha sido mi composición porque en realidad uno elige expresarse a través de la música pero no es lo único creativo que existe”.

TRICOLOR

Instalado en Paraná, mientras seguía estudiando música y despuntaban algunas primeras composiciones propias de las que hoy, dice, se avergonzaría, formó parte de algunos grupos: El Molino, Alianza Jazz, por ejemplo. Junto al baterista chileno Domingo Vial y el bajista peruano Enrique Luna, editaron un casete homónimo en 1990 y hay que ver allí, en la foto del arte de tapa, a un jovencísimo Aguirre: flaco, los rulos que explotan, la barba como una selva. Acompañó al flautista entrerriano Luis Barbiero, al guitarrista peruano Lucho González –con quien se fue a vivir unos años a Lima–, formó Nube Negra, fue arreglador y parte de las bandas de Quique Sinesi, Luis Salinas, Aníbal Sampayo, Silvia Iriondo, Chacho Muller, entre otros. Así, fue largo el proceso hasta que asomó su primer proyecto personal, que tomó el nombre de Carlos Aguirre Grupo. “Siento que fui encontrando mi eje en el transcurrir. En el camino fui descartando cosas. Yo versionaba la música de otros pero eso me hizo ver que lo que yo admiraba de ellos era que estaban enfocados en su propia música. Por ejemplo el Chacho o el propio Cuchi Leguizamón tal vez no habían desarrollado un instrumentismo muy grande pero sí desarrollaron un lenguaje propio. Eso es lo que me genera gran admiración: son gestadores de músicas. Me preguntaba ¿cómo se vive de la música cuando a uno no lo juna ni el loro? Y esa decisión me llevó a etapas bastante largas de no tener un mango pero a la vez ir teniendo otras devoluciones”. El primer disco fue Crema (2000) donde se vislumbra un abordaje ciertamente tradicional de los géneros populares, como si en esas canciones evocara aquellas tonadas de las que se iba llorando. Le siguieron Rojo (2004) y Violeta (2008), todos con una fuerte impronta camarística. “Rojo fue más intenso. Allí empecé a querer darme los primeros permisos, abordar los folclores con la misma tímbrica pero ya buscando otras texturas no tan usuales. Ya no una cosa tan paisajista sino que empiezan a colarse otras cosas, por ejemplo, ‘La Vidala que ronda’ que está dedicada a las Madres de Plaza de Mayo. Y Violeta tiene otro eje porque a los que hacemos folclore se nos presenta como un reto tratar de ser creativo dentro de una forma determinada. Y uno empieza como a olvidarse que ese es un aspecto que se podría trabajar libremente. Y eso quisimos hacer en Violeta. La forma fue uno de los ejes que queríamos trabajar, una instrumentación distinta. Por eso hay temas de diez minutos y otro de un minuto” comenta. Además, junto a la cantora chilena Francesca Ancarola grabó Arrullos (2008) y, entre tanto, en 2006 editó el maravilloso Caminos: trece piezas instrumentales en piano. “Es como el disco demorado, que debería haber sido el inicial dado que mi primer vínculo con la música fue el piano, que fue mi mesa de trabajo, el lugar desde donde fui pensando la música. Era una deuda para conmigo y en un momento me animé y lo hice. Por supuesto me puso en crisis con mi pianística”. Caminos no es otra cosa que el encuentro íntimo, cercanísimo entre un hombre, su respirar y su instrumento, entre Carlos Aguirre y el piano: esa intimidad hecha canción. Un disco que por momentos es tan manso como el río más planchado, y otras se desborda y no hay dique ni orilla que lo contenga. Caminos incluye –entre algunas versiones como “Zamba para no morir” de Lima Quintana/ Ambrós/ Rosales y “Canción de cuna costera” de Linares Cardozo– canciones de autoría propia como las maravillosas “El barrio, el candombe” y “Milonga gris”.

En 2011 editó lo que hasta ahora es su último trabajo, ya no con su grupo sino simplemente como Carlos Aguirre. Orillania recorre abiertamente la canción latinoamericana: hay sonoridades guaraníes, brasileras y centroamericanas, chilenas y afroperuanas, tonadas propias del litoral y rioplatenses –con tambores y coros murgueros incluidos. “Da cuenta un poco de todos mis viajes a Latinoamérica. Por ello decidí que tuviera una impronta más afro, donde la cosa rítmica fuera más visible y que haya mucho tambor. Es un disco más abierto, más denso, con otra sonoridad. Hasta me permití transitar lugares más eléctricos”. Fue grabado en seis largos años en las ciudades de Córdoba, Paraná, Buenos Aires, San Pablo, Santiago de Chile y Montevideo; y cuenta con las participaciones de Hugo Fattoruso, Mónica Salmaso, Luis Salinas, Antonio Arnedo, Jorge Fandermole, Juan Quintero, entre otros.

¿En tu música qué lugar ocupa el silencio?

Mmm. Creo que uno busca eso. La esencia de la voz, que es la que parte del silencio. No es una voz que habla todo el tiempo, sino que lo hace muy suavecito, que hasta a veces uno no la escucha por toda la información que a uno le da vueltas. Está en mí la preocupación de esa búsqueda. Probablemente en algunos temas pueda acercarme más y en otros no. Apunté para ese lado y le voy buscando por ahí. Igual, yo siento que ese norte me va a acompañar toda la vida

¿Y el río y el cielo?

Con el tiempo me he vuelto un disfrutador del atardecer. Y justamente es el momento en que, en mi paisaje, confluyen ambos universos, el cielo y el río. Durante el atardecer sobre el río hay un momento que ya visualizás esos dos cuerpos como uno solo. Lo disfruto enormemente y ahí está el desafío de atrapar, aunque sea un instante de ese paisaje en movimiento a través de una canción. Es una cosa que me desvela. Me atrapa, es una permanente fuente, no de inspiración sino de colocación, en el sentido más espiritual de la palabra. En esa observación de los atardeceres empezás a encontrar mensajes del agua, del cielo. Y mi desvelo es por profundizar mi ojo en ese sentido.

MINUTO AGUIRRE

En el entorno más cercano del Negro Aguirre circula un chiste –y no tanto– que refiere a lo lento y largos que son sus tiempos, tanto como para encarar un disco como para responder un mail. Pero ese andar ralentizado, ese tiempo tan personal, no le impide hacer cada vez más cosas y seguir ampliando el universo musical: en 2013 a través de Editorial Siriri, publicó –a la vieja usanza– todas las partituras de su primer disco y sigue agrandando el catálogo de Shagrada Medra, sello propio fundado hace más de veinticinco años cuando aún existía Nube Negra, junto a Ramiro Gallo y Luis Barbiero a través del cual no sólo ha editado todos sus discos sino una amplia, rica y esencial parte del cancionero actual del litoral, desde Jorge Fandermole pasando por Cecilia Pahl, Sebastián Macchi, Aníbal Sampayo, Lilian Saba, Marcelo Chiodi, Matías Mormandi, Coqui Ortiz, entre otros. Un sello que bajo la breve definición de “música de esta orilla” cruza generacionalmente la canción del lugar. Pero él vuelve sobre una cosa y dice: “Fandermole es un faro. Es un poquito más grande que nosotros, pero esa diferencia ya alcanza para un cúmulo de obra que hace que nosotros nos hayamos referenciado en él. Además de la altura de su poesía, él corre el mojón de la frontera de lo que estaría dentro y fuera del folclore. Me refiero más que nada a la letrística. Una zamba del Fander no se refiere ni siquiera al paisaje, muchas veces. Puede hablar de otras cosas, incorporar cosas que no forman parte del folclorismo. Y de repente suena tan folclórico como otra zamba pero desde un lugar totalmente urbano, una literatura hasta más universal. Él logra eso y sienta un precedente que a todos nosotros nos ha influido”. Ese “minuto Aguirre” explica por qué todavía no empezó a grabar el disco que viene pensando hace años, aunque prometa que no pasa de este: versiones a piano y voz, sólo de autores del litoral.

Negro Aguirre es un confeso admirador del poeta entrerriano Juan L. Ortiz. En Orillania, por ejemplo, en una de las notas que acompañan a las canciones lo definió como “impresionista litoraleño”. “Él dice en un poema: ‘yo era el río’. Y esa situación, que desde un lugar más playo puede verse como una cosa arrogante, para mí es algo muy, muy profundo, en el sentido de que él sería feliz si en algún momento lograra directamente diluirse, fundirse con el paisaje. En ese sentido ser el río, ser una gota del río. Yo me daría por hecho si en vez de escribir, directamente me diluyera en el paisaje. Como si la obra visible no fuera más que una etapa, una transición de un estado de humanidad hacia un estado cósmico”.

Carlos Negro Aguirre se presenta el viernes 18, sábado 19 y domingo 20 de marzo, a las 21 en Café Vinilo, Gorriti 3780 (CABA). Reservas a través de www.cafevinilo.com.ar o anticipadas en la boletería del lugar.

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