Domingo, 27 de marzo de 2016 | Hoy
Es una banda cuya producción pertenece por entero al siglo XXI y, sin embargo, El Mató a un Policía Motorizado –nombre tan perturbador como irónico, en línea con la genealogía borde del rock platense– logró convertirse en puente entre un mundo que valoriza el álbum como la suprema expresión musical y las nuevas formas de difusión digital. Lo cierto es que el quinteto compuesto por Santiago Barrionuevo (cantante y compositor, además de ilustrador de las cubiertas de los discos), Manuel Sánchez Viamonte, Gustavo Monsalvo (guitarras), Guillermo Ruiz Díaz (baterista) y Agustín Spasoff (teclados) es una de las bandas ascendentes de la escena local, en pleno crecimiento, con varios discos en su haber sin sello ni bombo discográfico. Acaban de presentar su maxi simple Violencia y siguen tocando en vivo, el 1, 2 y 7 de abril en Vorterix. Radar repasa la contundente historia de El Mató a un Policía Motorizado con sus protagonistas.
Por Juan Andrade
Sobre una de las paredes del living de la casa de Manuel Sánchez Viamonte, uno de los guitarristas de El Mató a un Policía Motorizado, cuelga una pizarra cubierta por una cuadrícula de notas adhesivas. Cada una de ellas, cuenta, refiere a una escena de Los caballos están espantados, el “thriller psicológico pampeano” que planea filmar junto al baterista Guillermo Ruiz Díaz. Suena el timbre de la puerta y el que se suma a la charla es el tecladista Agustín Spasoff, que enseguida se pone a hablar de su proyecto paralelo, Los Accidentes, y de su descubrimiento reciente de Linux. Unos minutos más tarde llega Santiago Barrionuevo, compositor, cantante, bajista y también ilustrador. Tiene las cuerdas vocales maltrechas, después de tocar como solista en Pilar. “Ayer me rompí la garganta”, grafica. En un par de horas, una vez que termine la entrevista con Radar, van a asistir a la inauguración de una muestra plástica de Ruiz Díaz en Casa Berta, un nuevo espacio alternativo de La Plata.
Un día en la vida de El Mató a un Policía Motorizado tal vez sirva como indicio del estado de creatividad permanente y sin fronteras artísticas en el que orbitan los músicos. Un círculo virtuoso al que sólo faltaría agregar el show que ese mismo fin de semana tiene como protagonista a Sue Mon Mont, el grupo que el violero Gustavo Monsalvo comparte junto a Rosario Bléfari, en la Casa Unclan, otro reducto de la cultura emergente local. Bajo sus respectivos alias de Pantro Puto, Chatrán Chatrán, Santiago Motorizado, Doctora Muerte y Niño Elefante, son los principales responsables de que el rock platense del siglo XXI esté en la boca y en los oídos del público que busca un aire de renovación en el género a escala local e internacional. Después de un par de temporadas agitadas en las que, montados sobre los tesoros musicales de La dinastía Scorpio, recorrieron ciudades argentinas y también de Uruguay, Brasil, Paraguay, Colombia, Ecuador, Costa Rica, México, Estados Unidos, Francia y España, se tomaron un respiro para darle forma a un nuevo larga duración. Y en el camino se toparon con un pequeño conjunto de temas con identidad propia.
“Estábamos grabando el nuevo disco, que todavía está en formación. Las sesiones eran en mi casa, adonde armamos la sala de ensayo. Preparamos las canciones, probamos cosas y las grabamos de manera casera, como parte del proceso creativo”, cuenta Santiago. “En esas sesiones vimos que había un grupo de canciones que no iban tanto con la línea de las que estábamos haciendo para el nuevo disco, pero que también estaban buenas. Las queríamos mostrar y nos pareció una buena idea sacar un disco breve con Violencia como canción principal. Un maxisimple, un poquito más largo que un simple, con cuatro temas. Violencia no es el adelanto de nada, sino un disco en sí mismo”, explica.
La banda ya había lanzado simples como anticipo de su álbum debut de 2004 o del más reciente La dinastía Scorpio. Un formato que, recuerda el cantante, había descubierto en la era dorada de Napster, cuando encontró que la discografía oficial de sus admirados Weezer venía acompañada por una serie de simples imprescindibles.
Antes de entrar a ION para registrar formalmentes el contenido de Violencia, trabajaron pieza por pieza en la arquitectura sonora del nuevo material en su propio bunker. De alguna manera, el estudio casero que montaron con la ayuda del sonidista Lucas Rossetto funcionó como un nuevo instrumento, al que le sacaron todo el jugo posible. “Está buenísimo grabar y después escucharlo, para entonces ver que se podría meter o sacar tal cosa. Ir trabajando la canción, más relajados que antes. Cuando fuimos a grabar los discos anteriores era: ‘Dale, toquemos’. El tiempo era mucho más limitado”, apunta Manuel. Quizás sea en parte por eso que las nuevas canciones “Violencia”, “El baile de la colina”, “Rucho” y “Aire fresco” parecen, de movida, más despojadas: como si se estuvieran sacando de encima la coraza forjada en La dinastía Scorpio para, ya más livianos, encarar su próximo movimiento. El trabajo se podría ver entonces como el puente que levantaron en su camino hacia un nuevo larga duración, todavía sin fecha ni definiciones estéticas a la vista.
“En los discos anteriores por ahí había más capas de guitarras, ahora tratamos que haya dos guitarras bien definidas. Trabajamos más con Gusti, nos juntamos para armar los arreglos. Estuvo todo más pensado, buscamos un sonido más pulido”, describe Manuel. “Algo que teníamos claro era que no íbamos a repetir lo que habíamos hecho con La dinastía Scorpio, en el que grabamos más ‘en vivo’, todos juntos”, sigue Santiago. “Queríamos llegar a la síntesis máxima, que quede algo minimalista y limpio, sacando todo lo que no hiciera falta. Por ejemplo, Willy grabó con un metrónomo y eso hizo más ‘robótica’ a la batería, pero para bien. Le da una especie de prolijidad, para llegar a una cosa tipo Neu!: eliminar los redobles para que sea más simple”, completa. “Estamos llegando a una síntesis, a que haya más contrapuntos. Tampoco queremos abusar de las ideas, pero está bueno empezar a tener más dominio sobre la canción y que no sea al revés”, concluye Agustín.
A pesar de su brevedad, Violencia se plantó entre las novedades del rock argento con el aplomo de un álbum hecho y derecho. El título del maxisimple, la imagen de la tapa el perfil de una chica con un casco de moto negro, proyectado sobre un fondo rosa y las líneas que abren el tema que le da titulo “En tus ojos la violencia/ vos mirame / En tus manos la violencia/ abrazame”, una inquietante pincelada intimista que detona con múltiples sentidos estuvieron lejos de pasar desapercibidos. “Tiene unos años, la tenía grabada para mí. La elegimos como la canción principal y por eso le da nombre al disco. Pero igual nos gustaba el impacto que tiene la palabra”, admite el compositor, autor además de la ilustración. “Nos divierte jugar con eso, generar contrastes: abrir una puerta que después, cuando inspeccionás un poco, ves que no es tan así. La letra habla de una relación, algo hasta romántico, pero aparece la palabra ‘violencia’, un poco sacada de contexto, para generar una especie de incertidumbre y ruido”.
ULTIMO BONDI
El elemento disruptivo, uno de los principales rasgos de estilo del quinteto platense, parece amplificar su onda expansiva con cada lanzamiento. “Yo no le ponía tanta expectativa a Violencia”, dice Santiago. “Me sorprendió mucho que haya sido un disco corto y haya tenido tantas devoluciones. No había pasado con otros simples, digamos. Por ahí con “Mujeres bellas y fuertes” sí, pero era el primer tema después de mucho tiempo”, agrega. Del mismo modo que se multiplican a diario los “Me gusta” y los retuits en las redes sociales, el público que va a sus recitales no para de crecer. “La última vez que tocamos en el Konex, me llamó mucho la atención la cantidad de gente que había: fue algo muy loco. Y me dio un poco de miedo”, confiesa Manuel. “Es raro ver que cada vez llegás a más gente, pero está buenísimo. Más siendo una banda independiente, sin ningún sello atrás y sin que nos pasen mucho en las radios”.
La curva ascendente que traza su audiencia se podría ilustrar con el “índice Vorterix”: venían de llenar un teatro por vez, pero a fines del año pasado metieron un doblete y, cuando todo parecía indicar que iban a repetir la marca para la presentación de Violencia, tuvieron que agregar una tercera fecha. La seguidilla se extiende entre el 1, el 2 y el 7 de abril. “La verdad es que, por un lado, estamos contentos, porque vemos que lo que hacemos evidentemente tiene una difusión propia. Y eso fue generando más público, y me emociona. Hace poco tocamos en San Isidro y había nenitos, que estaban con sus padres, todos entusiasmados”, describe Santiago. “Cuando estamos disfrutando de esa situación, medio que nos chupa un huevo el mundo de las radios, la tele y todo eso. Pero es una realidad que, para mi forma entender las cosas, es mala, porque no hay espacio para manifestaciones artísticas que tienen todo lo necesario para sonar en las radios: son propuestas nuevas y frescas”.
“Toda mi vida hablé de música alternativa, la que no suena en los canales centrales. Y la verdad es que todos los artistas de la historia, si fueron originales, si generaron algo especial, en algún momento fueron alternativos. Virus y Soda Stereo hacían algo que se salía un poco de los moldes: por más que su sonido estuviera emparentado con algo más radial, en su momento rompieron esquemas. Yo siento que hoy en la radio todo está hecho, grabado por el mismo productor: van pasando las bandas y todo suena más o menos igual. Todo bien, no juzgo lo que ponen en la radio, lo que reclamo es que haya espacio para lo otro”, sigue. “Por ahí, lo que hace que me siga molestando es lo que veo en otros lados. En México hay radios que le dedican un montón de espacio a la música alternativa, en España lo mismo. Y son radios muy populares, no son FM raras. Los programadores no sólo nos pasan a nosotros, están interesados en lo último que salió en Argentina. Es un entusiasmo natural, porque uno es fanático de la música y piensa que el otro tendría que compartirlo, pero no siempre es así”.
A falta de antenas permeables y de musicalizadores sensibles a su obra, sin el soporte de un sello discográfico tradicional, El Mató a un Policía Motorizado encontró en Internet a su principal aliado. Desde los “lejanos” tiempos de las cadenas de mails y los primeros fotologs hasta el estallido del MP3, no se cansaron de agitar para difundir sus recitales o dar a conocer sus temas. “Tuvimos la suerte de nacer en un momento bisagra de la historia: lo que vivimos es una revolución”, sintetiza Manuel. “El Mató nació justo cuando empezaba todo esto, todavía no existían Facebook ni un montón de cosas. Y lo bueno es que tuvimos esa herramienta buenísima, pero no vivimos la saturación que hay ahora: las bandas tienen una nueva dificultad, que es la de cómo hacer para destacarse entre tanta información”, dice Santiago. “Al haber nacido en una época en la que todavía no existía Internet, tenés una visión diferente de las cosas de la que tiene un chico de 15. Y está bueno ser parte también del viejo mundo”, agrega Manuel. “Claro, fuimos los últimos en subir al bondi de la tecnología”, tira Santiago.
En la era digital, la idea de álbum se ve un tanto desdibujada. Mientras que una mirada conservadora podría lamentarlo y hasta considerarlo una regresión, los platenses valoran el peso específico que tiene la unidad de medida en la industria que los ocupa. “Después de todo, a mi forma de ver, las canciones son lo más importante de todo, por más que todas juntas formen un disco”, sostiene Santiago. “El consumo cultural fue cambiando y la vieja idea del simple, la de los Beatles, vuelve de manera virtual, con el formato digital”, agrega. ¿Les da igual que una canción pierda en términos de calidad al ser reproducida en un archivo MP3? “No, desde que empezamos siempre tratamos de mejorar el sonido de los discos que fuimos sacando”, explica Manuel. “Igualmente, yo celebro que se pueda escuchar, por más que haya una diferencia de calidad con Spotify o el MP3. Celebro que existan y que la música pueda circular más fácilmente, porque para una banda independiente la parte más difícil es la distribución y la difusión”, completa Santiago.
El Mató a un Policía Motorizado cuenta con una base de desarrollo cada vez más sólida, pero todavía está lejos de haber encontrado su propio techo. ¿Qué pasaría si un productor artístico experimentado los acompañara al estudio y encontrara la manera de potenciar todavía más su talento natural? “Sí, estaría bueno, lo pensé varias veces”, admite Santiago. “Yo fantaseo con esa idea, pero los nombres que se me ocurren son todos inalcanzables. Por ejemplo, Ric Ocasek, el que tocaba con los Cars: me gustaría que fuera él, que produjo a Weezer y a Guided By Voices. Siempre jodemos con eso. O también Dave Fridmann, el productor de los Faming Lips”, continúa. “Nunca vivimos la experiencia de trabajar con un productor artístico, estaría bueno ver cómo es y cómo reaccionamos frente a eso. Nos divierte el trabajo de producción, a muchos músicos les parece un garrón. Y somos celosos de algunas cosas. Pero si se llegara a dar con alguno de esos productores de fantasía, les diría: ‘Seee, hacé lo que quieras. Te creo todo lo que me digas’”.
DURO DE MATAR
La entrada en escena de El Mató a un Policía Motorizado no sólo encendió la llama de la devoción de un público adolescente que empezaba a ir a recitales, sino que también le devolvió la fe en el género a muchos escépticos que recordaban con nostalgia creciente la ebullición de los 80 e incluso de los 90. Con el cambio de milenio, sus temas empezaron a sonar en vivo como himnos inyectados de una esperanza postapocalíptica. Después de la crisis de 2001 y antes de la tragedia de Cromañón, el semillero del rock platense estaba lejos de su florecimiento actual. Santiago Barrionuevo se remonta a la etapa inmediatamente anterior a la formación del grupo, con esta pintura de su mundo privado a los 22 años: “Yo había dejado de tocar con mi última banda hacía dos años. Cada vez que trato de recordar situaciones de esa época, las imágenes que se me vienen a la cabeza son de noche. Muy dramático... Son recuerdos nocturnos y de invierno: lo peor”.
“Yo tenía una banda con Gato de los 107 Faunos, que se llamaba Benji Gregory, por el actor que hacía de nenito en Alf. Y el Chango era una figura de la que se hablaba, pero todavía no lo conocía, porque estaba en esos años perdidos”, confirma Manuel. Chango es el apodo de Santiago, que completa: “Me acuerdo que después de ese período sin hacer nada, tenía ganas de tocar. Y me junté con Manu para reflotar Benji Gregory”. Hasta ese momento, Santiago no componía ni tampoco se ocupaba de las voces. “Las canciones las hacía yo, que además cantaba. El Chango tocaba el bajo”, sigue Manuel. “Un día cayó y dijo: ‘Mirá, tengo una canción’. Creo que era “Nuestro verano” o “Guitarra comunista”. Empecé a tocar y, con los primeros acordes, se me puso la piel de gallina. Y ahí pensé: ‘Che, ¿qué onda? Esto está muy bueno’. O sea, tenía una banda que me gustaba, pero era un proyecto más de adolescente. Y de repente me di cuenta que podía estar bueno, pero posta”.
El ingreso de Gustavo Monsalvo en guitarra y de Guillermo Ruiz Díaz en batería terminó de darle forma a una nueva formación, todavía sin nombre. Benji Gregory ya era cosa del pasado y, por un tiempo, el por entonces cuarteto pensó en llamarse “¿Querías un milagro, John? Te presento al FBI”, una frase de Duro de matar. Pero fue la línea de otra película, que Manuel vio al pasar en un televisor en el devenir de una fiesta animada, la que terminó de bautizarlos: “El mató a un policía motorizado”, decía el subtítulo en letras blancas o amarillas. ¡Bingo! Un fanzine los invitó a formar parte de un compilado y por un segundo dudaron: “Che, nos vamos a llamar así, ¿está bien?”. La decisión ya estaba tomada. “Nos gustó y también nos excitó el nombre, había una sensación rara. No lo vimos como un peligro ‘policial’, pero nos preguntamos qué onda”, dice Santiago.
De La Cofradía de la Flor Solar a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, la genealogía nominal del rock platense acababa de sumar un nuevo caso en su capítulo de extensiones fuera de norma.
A fines de 2003, ya estaban listos para debutar en el centro cultural ubicado en el edificio de la vieja Estación Provincial. Le siguió una fecha en un ciclo que se realizaba en el playón de la municipalidad platense. Y una tercera en Basquiat. “La cantidad de gente que iba a ver recitales era mucho menor: lo que está pasando ahora en La Plata es muy loco. Hay bocha de público, que antes no había”, compara Manuel. “Obvio que la situación estaba lejos del ideal, pero que vinieran tres personas que conocían a la banda y cantaban las canciones, ya era un triunfo”, acota Santiago. Un año más tarde, tocaron por primera vez en la Ciudad de Buenos Aires, en el Salón Pueyrredón. “Era raro tocar en Capital, me acuerdo que nos llegaban noticias de que a los Nerdkids los iba a ver gente y nos parecía imposible. ¡Era como tocar en Nueva York!”, sigue Santiago. En 2005 organizaron una serie de fechas en el capitalino Remember y algo empezó a cambiar. “Un día estábamos tocando y de repente lo vimos a Sergio Pángaro con su saquito, bailando. Hicimos tres o cuatro Remember. Y en cada uno había más gente”, cuenta Santiago.
“Me acuerdo de ver a la gente re excitada, haciendo pogo, haciendo quilombo. Tuve la sensación de que estaba pasando algo”, describe Manuel. “Fue muy loco. Remember es un lugar chiquito y si alguien llega a ver un video con la filmación de esas noches, no es nada. Pero para nosotros, en ese momento, fue increíble”, dice Santiago. En la era previa al estallido de las redes sociales, el boca a boca se extendió como un reguero de pólvora en la gran ciudad.
El indie porteño todavía parecía embriagado por cierta melancolía noventosa, cierta afectación british. Y los platenses parecían predestinados para sacudier el avispero con su épica de perdedores, sus modales barriales y sus melodías memorables. Igual, la conquista de la gran metrópoli fue gradual. Fue así como el foco de atracción de sus recitales, la energía que detonaba con cada estribillo, se volvió más y más grande.
Autor de los afiches con los que anuncian cada una sus fechas desde el comienzo, Santiago contabiliza unos 580 en total. Y anticipa que, cuando llegue el número 666, habrá un festejo especial.
Tienen frescos en la memoria sus primeros recitales y también los de los coterráneos que les marcaron el rumbo, como Peligrosos Gorriones, Círculo de Medianoche, Ned Flanders y Embajada Boliviana. Hoy son ellos los referentes de las nuevas camadas, que en algunos casos se agrupan alrededor de su sello Laptra. ¿La ciudad cuadrada tiene su propia forma de entender el rock? “Siempre me gustó el juego de unir ciertas cosas para ver si había una identidad musical platense. Y después me daba cuenta que tiraba líneas y afuera quedaban miles de bandas. Lo que sí noto es que en La Plata se mezcla todo, los diferentes ámbitos y las clases sociales, un poco más que en Capital”, apunta Santiago. Completa Manuel: “En La Plata vivimos más relajados que los porteños. Allá por ahí es todo más urgente, hay como una especie de competencia: está todo un poquito más tenso, al menos. Y tal vez por eso se repiten un poco más los clichés del rock en Buenos Aires que acá o en Adrogué, donde también salen bandas muy buenas y tienen otro ritmo de vida”.
Más allá de la realidad superficial que muestran algunos medios, en el rock argento de los últimos diez años se produjo un recambio generacional que los tuvo entre sus principales abanderados. ¿Se sienten parte de la renovación del género? “Sí, totalmente”, afirma Santiago. “Yo estoy feliz de pertenecer a esta época y a esta camada de bandas, las que aparecieron junto a nosotros y las que lo hicieron en estos últimos años. Me gustan mucho los GoNeko!, Los Reyes del Falsete, Mujercitas Terror, 107 Faunos, Las Ligas Menores y Bestia Bebé”, enumera. ¿Qué le aportaron a la escena? “Cuando era chico, El Otro Yo era el precursor de la música alternativa. Pero después aparecían muchas bandas que eran como copias de eso. Ahora veo que las bandas nuevas no son copias de nada: tienen mucha personalidad y una estética original, lo que los une es más su compromiso con el arte que un estilo puntual. Tratan de mostrar sus ideas con sinceridad, sin miedo a fracasar en los niveles de aceptación. Y eso es lo que mantiene vivo a todo”.
A la hora de referirse a las influencias del quinteto, es bastante común que se mencionen bandas indies, sofisticadas, extranjeras. Sin embargo, Manuel también puede hablar sin problemas de su admiración por Jorge Serrano de los Auténticos Decadentes y Pity Alvarez de Viejas Locas e Intoxicados. “Yo siempre fui muy fan de los Fabulosos Cadillacs, algo que heredé de mis hermanos mayores”, agrega Santiago, a su turno. “Hay algo que me gustaba de los Cadillacs y es que tomaban sonidos que podían ser ajenos, que no eran parte de la tradición del rock nacional, para tratar de convertirlos en algo propio, como quizás también hacemos nosotros. Los Cadillacs lo hacían con mucha gracia y con mucha valentía. Tenían su costado latino, pero mantenían en las letras el color local: no hablaban de un revolucionario panameño sino de un matador de los cien barrios porteños. Me parece genial eso del lenguaje pop, la posibilidad de apropiarse de cosas. Y la idea del disco conceptual, también, como hicieron en El León o Fabulosos Calavera”.
“Los Decadentes son muy populares, están siempre presentes”, sigue. “Me acuerdo de la primera vez que escuché “Loco (tu forma de ser”, yo era chico y me pegó muy fuerte. De grande empecé a apreciar que no era solo música para bailar, sino que había una profundidad ahí, algo que lo volvía más interesante todavía. Empecé a investigar y me volví súper fan. Porque también toman cosas que son muy populares de la Argentina y las hacen propias, las transforman, las ponen en una canción y terminan siendo hits”, dice. ¿Existe un arte de la canción popular? “Sí, obvio que existe”, responde. “Desde que empecé a hacer melodías, empecé a destrabar prejuicios y a admirar cosas que antes no me gustaban. El trabajo de otros géneros, otros músicos. Ver los dibujos melódicos que inventaron y pensar: ‘Qué bueno lo que hizo este chabón’. Manzanero, por ejemplo. Ya hace unos años que me volví fanático de los boleros. En la música popular lo que importa en una primera escucha es la melodía principal. Si uno se abstrae de las formas y de los estilos, hay melodías que golpean directo: son los hits”.
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