SERGE GAINSBOURG
Compositor y músico tan excepcional como desparejo, tan creativo como contradictorio, Serge Gainsbourg escribió más de 600 canciones y grabó 17 discos, y llegó a ser el gran cancionista de culto, el favorito de Boris Vian, el dandy irónico e intelectual descreído, algunas de sus innumerables máscaras públicas. A pesar o gracias a una legendaria fealdad que lo atormentó en la adolescencia, Gainsbourg tuvo a sus pies a las bellezas más gloriosas de su época como Brigitte Bardot, Jane Birkin y Juliette Greco. A 25 años de su muerte se alzó una merecida ola retrospectiva, con muestras fotográficas en París, la primera biografía en español y también su primer disco editado oficialmente en Argentina, London Paris 1963-1971, que recoge las grabaciones realizadas en la capital británica cuando Gainsbourg se empezaba a acomodar al reinado mundial del pop pero siempre manteniendo en alto el espíritu inalterable de su personaje de cigarro y copa en mano.
› Por Mariano del Mazo
Bocadito de biógrafos, sexópata, misógino, contradictorio, borracho, resentido y genial, consumió su frenética vida como si fuera uno de los miles de Gitanes que fumaba anualmente. Grabó 17 discos de estudio y escribió más de 650 canciones, muchas de una belleza insondable; otras, basura comercial. Siempre se movió entre extremos: entre el caballero que le regaló una caja de champagne de precios imposibles a Brigitte Bardot y el que acosó como un clochard ebrio a Whitney Houston frente a las cámaras de televisión. Murió hace 25 años y fue enterrado en el Cementerio Montparnasse de París. El santuario –donde desfilan en procesión turistas y fans para dejar notas, fragmentos de canciones, flores y botellas de whisky– se formó sin embargo en su domicilio de la Rue Verneuil. Lo lloraron mujeres hermosas. A partir de ese 2 de marzo de 1991 muchos cantautores noveles vieron en su obra la posibilidad de profundizar un legado artístico que desentumeció la chanson. Benjamin Biolay o Coralie Clément, por caso, no serían quienes son si no fuera por el surco abierto por Serge Gainsbourg.
El aniversario fue la excusa para que el 11 de marzo se inaugurara en la distinguida Galerie de L’Instant de París una muestra fotográfica que se extiende hasta el 31 de mayo y que recopila instantáneas de Tony Frank, un histórico paparazzo que lo persiguió por quince años. También se editó la primera biografía escrita en español, Elefantes rosas, del periodista vasco Felipe Cabrerizo. El título alude a un verso perdido de “Intoxicated Man”, una perla de los primeros años de carrera, cuando Gainsbourg perfilaba para ser un oscuro jazzman, un jornalero de piano bar. Boris Vian lo convenció de que podía lanzarse a cantar y a componer un repertorio propio. Por estos días, además, se lanzó su primer disco “argentino”: la subsidiaria local de Universal sacó London Paris: 1963-1971, álbum que contiene una buena dosis de los éxitos del francés. Hits que pasaron inadvertidos en la Argentina de los 70, subyugada más por artistas como Gilbert Becaud o Charles Aznavour, hits irreprochables como “Bonnie & Clyde” que grabó con Brigitte Bardot, el “Je t’aime... moi non plus” que grabó con Jane Birkin y “La javanaise”, que escribió después de pasar la noche con Juliette Greco. Bardot, Birkin, Greco: tres de las mujeres hermosas que lo lloraron hace 25 años.
Mucho antes de construirse como personaje –un personaje que jugó a fondo el juego del enfant terrible, tan encantador como intolerable– fracasó como pintor. Fue discípulo del cubista Fernand Léger y se cambió el nombre en honor al paisajista y retratista británico del siglo XVIII Thomas Gainsborough. En 1980 publicó una escatológica novela titulada Evgénie Sokolov, la vida de un pintor que muchos quisieron ver como su alter ego. Hijo de un ucraniano judío, nació el 2 de abril de 1928 como Lucien Ginsburg. Destacaba por una timidez insobornable y rasgos faciales poco agraciados. Era feo, y los demás se lo hacían notar. Resistía a las burlas y de adolescente empezó a frecuentar burdeles buscando el amparo femenino que no obtenía de manera gratuita. En la biografía escrita por la prestigiosa Sylvie Simmons, Jane Birkin cuenta que su temprana adoración por las prostitutas era consecuencia de las burlas. “Más tarde se vengó consiguiendo a las mujeres más bellas”, señaló Birkin, ubicándose maternalmente afuera de ese lote. Gainsbourg se reía de aquel bullying de los años 40: “La fealdad tiene algo de superior a la belleza: dura más”.
Cuando Boris Vian lo empujó a la composición y al pop, se ganaba la vida como ghost writer de éxitos ajenos. Tenía facilidad para las melodías y sabía enhebrar frases con múltiples significados. Interpretado por France Gall, su tema “Poupée de cire, poupée de son” ganó en 1965 el festival de Eurovisión. Al año siguiente la cándida Gall pegó otro hit con “Les sucettes”, un tema que cargaba el doble sentido de jugar con la idea de la felación y la de chupar un caramelo, y que luego Gainsbourg grabó en 1969. “Nunca se tomó demasiado en serio a sí mismo pese a hacer cosas muy serias”, dice el vasco Cabrerizo, último biógrafo. “Su vida fue una tragedia aunque siempre la vivió como una gran broma y un divertimento. El humor es marca de la casa. El escritor y músico Boris Vian tuvo un gran influjo en él. Vian se alejó de la chanson e intentó un estilo más agresivo, irónico y humorístico que fue un fogonazo para Gainsbourg: se hicieron muy amigos y, de hecho, fue Vian quien le animó a cantar porque al principio solo se veía como pianista. Por supuesto, también es importantísimo el papel de Jane Birkin, que fue la única relación estable que tuvo Gainsbourg durante tres o cuatro años: la estabilidad personal que le aportó dio lugar a sus mejores discos”.
A Jane Birkin la conoció luego de un breve romance con la mujer más linda del planeta de 1967: Brigitte Bardot. En el documental Bardot, el menosprecio (2013), de David Teboul, se ven curiosas imágenes del bohemio perdido que compone una canción en una noche y que la agasaja con flores y espumantes. “Vivimos un amor muy puro y romántico”, dice la Bardot en la película, ya crepuscular, rodeada de un zoológico bonsai en su cabaña de verano. Gainsbourg escribió “Initials B. B.” y, pensadas para grabar a dúo, “Bonnie & Clyde”, “Harley Davidson” y, especialmente, “Je t’aime... moi non plus”, tal vez su canción más famosa gracias a su final sexual, con gemidos orgásmicos de mujer y no de cualquier mujer, de Brigitte Bardot. Sin embargo esa versión salió mucho tiempo después. La pareja se disolvió en seguida y B.B. no permitió su publicación porque –entre el pudor y el cálculo–, temía que afectara su imparable carrera de actriz y sex symbol.
El libro de Cabrerizo le dedica un capítulo entero a esta relación. Lo tituló “Tumbado sobre la vía esperando la BB” y comprende el período 1967-1968. Dice: “La apasionada relación durará tres meses. Tres meses en los que Serge vivirá uno de los períodos más fértiles de su carrera, un momento de particular desenvoltura personal y creativa. Sus complejos desaparecen y ve en esta su historia de amor definitiva. No lo será, pero la relación tendrá algo de inmortal y su recuerdo permanecerá vivo el resto de su vida”. Gainsbourg estaba embelesado: “Era la mujer más hermosa que nunca había visto. La jovencita sin gran interés había mutado en una mujer sublime en su morfología, en sus gestos, en su elegancia al caminar. Tenía caderas y piernas de adolescente. Cuando se movía en el espacio desarrollaba una auténtica coreografía”.
Elefantes rosas toma el romance con Bardot como un punto de inflexión en el formato artístico que Gainsbourg configuraría hasta sus últimos discos. “He tenido éxito, pero no tanto como autor, cantante o actor. Sólo lo he tenido porque soy un personaje. Quien me ve una vez no me olvida. Es curioso, porque soy terriblemente feo. Doy todo el mérito a esta cara que detesto.Veinte años más tarde, en RadioFrance, declarará: Ponerse una máscara es una defensa. Yo creo que me he puesto una máscara y que veinte años después la sigo llevando, no he conseguido quitármela, se me ha pegado a la piel. Delante de mí está toda la mascarada de la vida; detrás sólo hay un negro: yo. Busca una nueva careta. La del poeta maldito, gélido e intelectual, que interpreta sus canciones fríamente delante de un público ya no le vale. La sustituye por otra, la del intelectual dandy y seductor, cínico y amoral tombeur de femmes que flirtea sin miedo con el escándalo, ante la que la mayoría de franceses se ve obligada a tomar partido. Se convierte en un ser altivo y un tanto desagradable. (...) La decepción sufrida con Bardot vuelve a sacar a la luz esa extrema timidez que lo tortura y que esconde extremando su imagen misógina”.
“Je t’aime... moi non plus” finalmente salió editada, pero grabada con otra actriz y cantante, dieciocho años menor que él, británica: Jane Birkin. La conoció durante el rodaje del film Slogan, Birkin se había separado del compositor John Barry. Fue su gran amor; las fotos y videos de la pareja siguen siendo una manifestación icónica del glamour francés. Ese mix de sensualidad y decadencia configuró una postal irresistible, y fueron adoptados por las revistas de la época. En un momento se especuló que los jadeos del orgasmo que se escuchaban eran verdaderos. Birkin zanjó el rumor con estilo: “Gracias a Dios, no. Si hubiera sido verdadero la canción hubiera sido mucho más larga”. “Je t’aime... moi non plus” en esa segunda versión de 1968, fue un éxito furibundo y la reacción conservadora, instantánea. El diario L’Osservatore Romano puso el grito en el cielo, hizo una campaña en su contra y condenó a la canción al infierno. “No todo el mundo tiene la suerte de tener al Vaticano como agente de publicidad”, dijo Gainsbourg ante las cámaras de televisión, pucho en la boca, copa en mano. La canción tiene una estructura extraordinaria, alterna partes cantadas con diálogos y el crescendo realmente sugiere pasión y cópula. Para “Te amo... yo tampoco” Gainsbourg se inspiró en una frase que le escuchó a Salvador Dalí: “Picasso es español, yo también. Picasso es un genio, yo también. Picasso es comunista, yo tampoco”.
En 1984 redobló la apuesta y grabó con la hija que tuvo con Jane Birkin, Charlotte Gainsbourg desde hace años, una actriz notable, un tema sobre el incesto: “Lemon Incest”. El video los mostraba juntos en una cama. El gesto fue más perturbador que cualquier otro, se metía con un tabú y exhibía la decisión de seguir traspasando límites y escandalizar como sea. Charlotte nació en 1971, mismo año en que Gainsbourg editó una notable obra conceptual basada vagamente en Lolita, de Nabokov: Histoire de Melody Nelson. Con las regalías obtenidas por “Je t’aime...” pudo apostar a un disco pretencioso y grabado en las mejores condiciones posibles. Aquí, con el decisivo aporte del arreglador Jean-Claude Vannier, Gainsbourg estira el pop cancionero hasta el rock y el funk, cubiertos de una pátina psicodélica. Grabado en los estudios Marble Arch de Londres, contó con músicos de la estatura del bajista Herbie Flowers (responsable, por caso, de la línea de bajo del “Walk on The Wild Side” de Lou Reed) y del violinista Jean Luc Ponty. Fue un disco adelantado, sobre todo en Francia. Sobre los entramados de cuerdas climáticas diseñadas por Vannier, Gainsbourg canta y cuenta con una voz abigarrada –que Sylvie Simmons calificó de “embrujada”– una historia romántica en el sentido trágico de la palabra, que algunos la observaron como una oblicua referencia a su pareja con Birkin. En el primer tema ya plantea el argumento: un hombre maduro maneja su Rolls Royce y atropella a una ninfa pelirroja, inglesa, llamada Melody Nelson. La chica queda tendida y los versos de Gainsbourg hacen hincapié en la bombacha blanca que queda descubierta. El hombre queda perturbado con esa imagen y lo que sigue es una relación de amor y locura que finaliza con la muerte de la protagonista en un accidente aéreo.
Atrapado por la idea de bajar línea y sumergido en el espíritu de época que se relamía con el formato de ópera rock escribió Rock around the bunker, un alegato antinazi que no solo eludía la solemnidad sino que abundaba en un humor negrísimo. La década del 70 fue prolífica y un desparejo caldero sonoro: Gainsbourg pasaba de grandes canciones, bien orquestadas, a un pop insignificante. Su obra no perdía potencia, pero de alguna manera aparecía sometida a los exabruptos etílicos. Cuando su relación con Birkin parecía tambalear, viajó a Jamaica para reciclarse a través del reggae, una música que recién empezaba a conocerse en Europa, más allá de los punks que la habían descubierto en los ghetos jamaiquinos y de la fascinación de los Rolling Stones por Peter Tosh, Jimmy Cliff y Bob Marley. En 1978 grabó “Aux Armes et caetera”, una versión reggae de “La Marsellesa”, con Robbie & Sly y Rita Marley. Ahora sus agentes de publicidad eran los veteranos de la Guerra de Independencia de Argelia. Lo acusaron de blasfemo y de anti patria y su vida fue cuesta abajo. En Kingston no obstante continuó profundizando en el reggae, con buenas páginas como “Marilou Reggae” y “Lola Rastaqouere” y desatinos tan pueriles como desagradables como “Evgénie Sokolov”, una referencia a su propia novela, un tema instrumental atravesada por sonidos de flatulencias.
En una entrevista televisiva llegó a trazar un diagnóstico de cierta decadencia de su cuerpo y mente: “Tenía algunos amigos, ahora tengo menos. Me he vuelto un poco más difícil. Ya era misógino, ahora me he convertido en misántropo. Ya lo ves, no me queda mucho, pero sí cosas esenciales como la creación. Eso sigue adelante. Con un espíritu más lúcido y con unas manos que han dejado de temblar, o casi. El efecto del alcohol y el tabaco ha sido enormemente nocivo para mi intelecto. Estaba tan saturado que me pasaba despierto noches enteras sin encontrar nada. Iba demasiado rápido. Soy desordenado, no tengo reglas. Todo debe corresponder a lo que deseo. Me siento influenciado por todo lo que pasa en el exterior, y quizás esto me crea problemas. Estoy un poco saturado de las pulsaciones pop”.
Harta de sus desplantes y excesos, Jane Birkin lo abandonó. Según el libro de Simmons, la separación fue como una puñalada. Birkin, de todos modos, lo cuidó y defendió hasta donde pudo. Gainsbourg huía de sus propios fantasmas, como si ganara tiempo. Y dejaba que el destino siguiera tapizando su derrotero de paradojas: su siguiente mujer, la exótica Bambou, era hija de un militar nazi. Apostaba a proyectos, pero aparecía acabado. Lo que antes era irreverente ahora se veía patético. Su música se volvió reiterativa. Como dice Cabrerizo, “en su última época, cuando ya vivía alcoholizado, abrazó una música más sencilla y acorde a las modas. Era un artista popular pero se devaluó un poco”. Como un artilugio más, Gainsbourg corrigió el apellido y empezó a firmar como Gainsbarre, el sello de su decadencia, un juego de palabras que el periodista francés Jean Luc Thomas explica detalladamente: “Gainsbarre es una provocación más. El nombre está sobre todo ligado al bar, pero también a la barre, en el sentido de avoir la barre (tener la barra), que es una expresión del argot que equivale a ‘estar al palo’ (tener una erección).”
Murió de un ataque al corazón y se convirtió instantáneamente en mito. Hace diez años salió un disco tributo notable, Monsieur Gainsbourg revisited, en el que Franz Ferdinand, Cat Power, Jarvis Cocker, Michael Stipe, Tricky, Carla Bruni y otros cantan sus canciones con la reverencia con que se trata a los héroes. Madonna realizó una extraordinaria, sexual y perversa performance con “Je t’aime... moi non plus” en el Olympia de París, en 2012, ante una sala atiborrada de franceses alucinados. La figura de Serge Gainsbourg es un poster que se resiste a ser despegado. Todavía hoy no queda muy claro si fue un héroe, un canalla o un artista de una nobleza extraordinaria. Qué rostro cubrían sus máscaras. Tal vez no importe: su obra se defiende más allá de la caricatura.
El 11 de marzo de 1984 tuvo un gesto que levantó una polvareda que pinta las ambigüedades que su temperamento despertaba. Ese día, para quejarse por los impuestos altos y la inflación, quemó en un estudio de televisión 500 francos, el billete de más valor de la economía francesa de entonces. Muchos consideraron que en una época de desempleo y recesión fue un acto de pésimo gusto; otros lo vieron como una protesta original y efectiva. Una modesta leyenda urbana parisina dice que el billete era falso.
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