MúSICA > DIEGO EL CIGALA
Es una de las voces más importantes y contundentes del flamenco actual, aunque durante los últimos años el cantaor Diego El Cigala ha llevado el género mucho más allá y más acá: fue con los boleros, tangos y otras músicas criollas que tensó los límites geográficos y musicales de esa tonada tan propia de España, especialmente en su super exitoso disco Lágrimas negras. En charla con Radar, a pocos días de presentarse en el país en un formato íntimo de piano y voz –junto a Jaime “Jumitus” Calabuig– repasa la historia de algunos de sus característicos anillos, cuenta por qué le gustan tanto las músicas folklóricas de esta parte del mundo, anuncia su próxima colaboración con Omara Portuondo y recuerda su niñez en Madrid cuando frecuentaban su casa Tomatito y Camarón.
› Por Juan Ignacio Babino
“Bueno, tú llámale Raúl que yo le diré Diego”. Así parece que se resolvió el asunto entre el padre y el padrino del niño, justo frente a la pila bautismal. Si la cuestión es más verdadera que falsa, si en realidad es parte de cierto invento, realmente no importa. Lo que sí vale es el peso que eso le otorga a lo que se cuenta, no sin la intención de fundar cierto mito –tan propio de los grandes nombres del flamenco–. Entonces y desde ese momento, ese hombre que nació en diciembre de 1968 en el barrio El Rastro de Madrid –lugar caracterizado por la gran feria callejera que se realiza allí los fines de semana– como Ramón Giménez Salazar pasó a ser Diego: lo de “El Cigala” fue puesto un buen tiempo después por los hermanos Losada, guitarristas.
Y no sólo fue por haber nacido en la zona castiza del Rastro, sino porque la sangre musical, la cuestión flamenca venía de familia, tiraba ya para ese lado: su padre era habitué de los tablaos de, por ejemplo, Arco de Cuchilleros y Torres de Bermeja; su tío fue el reconocido cantaor Rafael “el Maestro Salamantino” Farina. Pero no todo acababa allí: era usual que por el patio de su casa –en un complejo de construcciones bajas con un largo y ancho pasillo en común– desfilaran, entre otros, Camarón de la Isla, Tomatito, Vicente Amigo. O sea: caudal esencial de la música flamenca. “Por supuesto que me marcaron mucho musicalmente. Me impactaron y dejaron claro a lo que me quería dedicar. Aunque como niño tampoco eres plenamente consciente de la dimensión de lo que estás siendo testigo. Simplemente me fascinaba. Pensaba: yo de mayor quiero ser como ellos Y mi padre me sacaba a que les cantara”. Son los que tiempo después, luego de que ganara algunos premios, lo invitarían a cantar en sus discos.
Pero antes hubo algunas cosas. Por ejemplo, un viaje-escapada a Japón. A los trece, inventando alguna historia y falsificando la firma de sus padres, José de Córdoba y Aurora Salazar Motos. Estuvo tres meses. “Tuve que engañarlos e irme sin su permiso. Fue duro porque llegar tan joven, sin hablar el idioma y pasar allí tanto tiempo no era fácil. Pero aprendí muchísimo y me cambió la manera de ver el mundo. He vuelto el año pasado con mis hijos, más de treinta años después, y aún seguía conociendo la ciudad”.
¿Y cuando no era la música, qué era y qué había en tu adolescencia?
Siempre fue la música, estuve muchos años trabajando por el mundo, cantando para compañías de baile, cantando en los tablaos, hasta que se me presentó la oportunidad de grabar mi primer disco. Hay que luchar mucho cuando se empieza una carrera como artista.
Su primer disco fue Undebel (1998) –en caló significa Dios– y en la tapa, bajo el nombre de “Dieguito”, se ve a un jovencísimo Cigala con campera de cuero. “Qué bonita es la mañana, Dios mío Undebé” es la primera línea de la primera canción. Le siguieron Entre vareta y canasta (2000) acompañado por la guitarra de Niño Josele, Corren tiempos de alegría (2001). Allí puede escucharse, entre otros, esa pequeña joya que es “Monarcos y republicanos” con la trompeta asordinada de Jerry González: “Los monarcos la corona, los republicanos dicen que no/ y yo le escucho a los viejos que no importa quien se ponga/ porque cambiaran los tiempos y no cambian las personas/ Manos de barro sobre una piedra sacan el arte que dentro lleva/ rostro perdido de tu pasado y piensa siempre la tendré a mi lado”.
Corren tiempos de alegría contó, además, con la participación del pianista cubano Bebo Valdés en la guajira “Señor del aire”, la historia cuenta que El Cigala entró en trance la primera vez que lo vio tocar. Y aquello que empezó apenas como una parcería junto a Valdés –se conocieron, en parte, a instancias del cineasta y productor español Fernando Trueba– sería la génesis de su próximo disco, el multi premiado y celebrado Lágrimas Negras (2003). Allí, a puro cante y piano, –además de algunos contrabajos y percusiones- recorren un repertorio de boleros, tangos y coplas (“Se me olvidó que te olvidé”, “Niebla del riachuelo”, “Vete de mí”, “Inolvidable”). Lo que se dice: una gozadera. El disco se grabó en apenas tres días en el estudio del histórico productor y compositor madrileño Javier Limón –en el libro La voz de los flamencos, Miguel Mora lo define como “el alquimista flamenco”- donde aún reluce la firma plateada que dejó Bebo en el gran piano de la sala al terminar la grabación. Algunos medios especializados llegaron a decir, después de las presentaciones en vivo, que Cigala era “el Sinatra del flamenco”. En 2005 –luego de Blanco & Negro, registro documental de aquellos toques, dirigido por Fernando Trueba- editó Picasso en mis ojos y en 2008, Dos lágrimas.
Adriana Varela ha dicho que lo que corre en las canciones del Cigala es la sangre, lo que traemos. El Cigala ha dicho, por ejemplo, que Rubén Juárez y su bandoneón blanco eran de lo más gitano que había visto y que estaba enamorado de Mercedes Sosa. Y que fue por Andrés Calamaro que conoció la milonga y a Martín Fierro. Y si en aquel disco con Bebo Valdés llegó a grabar “Nieblas del Riachuelo”, fue con Cigala & Tango (registro en vivo de sus shows en el Gran Rex durante 2010) que se metió de lleno con las músicas de esta orilla. Por ejemplo: una exquisita versión de “Los Hermanos” junto a Calamaro y la guitarra endiablada de Juanjo Domínguez, “Alfonsina y el mar “ junto al bandoneonista Néstor Marconi; “El día que me quieras”, “Nostalgias”, entre otros. “Todos ellos son artistas a los que admiro, especialmente por su capacidad de transmitir. Son músicas que, aparte de llegarme al corazón, me han llamado para hacerlas mías, para cantarlas. Porque he encontrado lugares comunes en ellas. Y lo he dicho siempre y lo mantengo, no me gusta el término fusión. Por eso mismo yo colaboro tratando de buscar y de encontrar siempre puntos comunes, que ya estaban ahí. Son músicas dónde el dolor juega un gran papel, son músicas del pueblo dónde me siento igual de a gusto”.
Romance de la luna tucumana (2013) lo tendría otra vez embebido en el cancionero popular latinoamericano: “Naranjo en flor”, “Canción de las simples cosas”, “Balderrama”, “Por una cabeza”, “Milonga de Martín Fierro”. Y la búsqueda, aquí, llevó al Cigala a correrse del sonido puramente acústico –guitarra clásica, piano, percusión, contrabajo– para encontrar la esencia del disco en la guitarra eléctrica de Diego “el twanguero” García –a quién también conoció a instancias de Calamaro. El sonido twang es un sonido anterior al rock de los ‘60, más cercano al blues y al jazz, con un toque limpio y con mucho trémolo. Hay que detenerse y volver a escuchar, por ejemplo, la canción que le da nombre al disco o cualquiera de ellas: cómo vibra todo ese ensamble alrededor de esa voz rasgada. Vuelve el flamenco (2014) lo encuentra, junto al guitarrista Diego el Morao y en otro registro en vivo, homenajeando a Paco de Lucía: puro cante, guitarras, palmas y cajón.
Diego El Cigala es uno de los cantaores más importantes del mundo. Pero no es eso lo primordial como sí es lo que ha hecho con la canción en estos últimos años: tensar el género flamenco y sus derivados –los “palos” que le dicen, así es como se le llama a cada una de las variantes del género, cada uno de los tipos de toque que se desprenden de ello como si fuera la masa madre, todo lo que desde allí arborece: bulería, fandango, tanguillo, seguiriyas, tientos– y llevarlo hacia los lindes de las tonadas populares de esta región: el tango, el bolero, los folclores. Así se ha metido donde quizás nunca nadie que viniera desde el flamenco lo había hecho, llevando ese acento particular –doliente, violento– a otro territorio, a otra geografía.
Mirando con cierta retrospectiva todos tus discos, ¿cómo ves el camino, el recorrido andado con todas estas canciones encima –desde aquel primer disco donde aparecés como “Dieguito” hasta hoy?
No suelo pensar en eso… suelo tener mi mente enfocada hacia el futuro, hacia mi próximo disco, antes que hacer un ejercicio de reflexión retrospectiva. Pero si tuviese que hacerlo veo que es mi camino, no podría haber sido de otra forma, he tenido muchas piedras y muchos regalos. Todas esas canciones me han traído adonde estoy hoy.
“¿Cada uno? Nos llevaría un rato”. El Cigala se refiere a las historias que traen sus anillos, esos que laten en cada una de sus palmadas. Luego de esa pequeña reticencia inicial, se anima a contar alguna: “No todos tienen un significado especial, algunos me los he comprado, algunos son un regalo y otros sí que tienen un significado especial, sobre todo de la persona que viene. Aunque, a ver, déjame pensar…Tengo la sortija que me regalo mi mujer por el nacimiento de mi hijo Rafael a la que guardo mucho cariño porque me hace sentir cerca de él aún cuando estoy lejos. Otra me la regalo una mujer a la que no conocía de nada después de un concierto en la Opera del Casino de Montecarlo porque la había encantado la velada”.
¿Qué es para vos el cantar? ¿Y el flamenco?
Cantar, desde mi punto de vista, siempre es expresar un sentimiento, o debería serlo. Las canciones son una parte de mí, del sufrimiento que he tenido en mi vida, de mis sentimientos. Yo expreso mi sentir, mi pesar, aunque sea a través de las canciones de otros Y el flamenco es una manera de vivir, un estado de ánimo, una manera de relacionarse con la música. Sería complicado explicarlo con palabras, es un sentimiento. El flamenco, en la cultura y en la vida va de vivirlo, de crecer con ello, de sentirlo y formar parte de lo que eres, no sólo de lo que cantas.
Cigala tiene bien ganada la fama de gran conversador. Pero estos días lo encuentran lacónico, apesadumbrado: recién llegado de una gira por Australia y Nueva Zelanda y en medio de cierto descanso antes de cantar en Argentina, está acompañando a su madre en los últimos días, allí en Madrid. En agosto del año pasado, poco antes de subirse al escenario del Hollywood Bowl, falleció su esposa Amparo Sánchez. Aquella vez pudo subir a cantar, casi entero, pero con toda la voz porque ella le había dicho y repetido que no, que no dejase de cantar, que siguiera en los escenarios. Y así fue, así será entonces.
Hace poco El Cigala obtuvo la nacionalidad dominicana y eso no es lo único que lo vuelve a acercar a esa parte del continente, porque ese futuro más o menos próximo que comenta lo encuentra nuevamente abrazando ciertas músicas: un disco homenaje a la salsa y una serie de presentaciones junto a Omara Portuondo: “El proyecto con Omara es un capricho que nos vamos a dar los dos, de poder cantar juntos nuestras canciones. Para mí, es un lujo poder compartir escenario con ella, la admiro como artista y como persona y van a ser unas noches mágicas. Y cómo no volver a esas canciones. Ya forman parte de mí, me siento a gusto, como en casa. Y uno siempre quiere regresar adonde se siente como en casa”.
Y esa voz, como si fuera un cante, cruza y corta el aire como un relámpago: flamenco, gitano, guapo, jondo.
Diego El Cigala se presenta el miércoles 13 de abril en Rosario, el jueves 14 en Córdoba y los días sábado 16 y domingo 17 en la ciudad de Buenos Aires.
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