Dom 08.05.2016
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ARTE > DIEGO RIVERA, JOSé CLEMENTE OROZCO Y DAVID SIQUEIROS

EL TRI

En 1973, el Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile tuvo que cerrar una muestra conjunta de los legendarios mexicanos Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Siqueiros: iba a ser inaugurada el 13 de septiembre por Salvador Allende pero el golpe de Pinochet la clausuró al mismo tiempo que iniciaba la represión. Las obras tuvieron que ser sacadas del país en cuestión de horas. Recién el año pasado pudieron mostrarse de vuelta en Santiago, bajo el nombre de La exposición pendiente. Y ahora llegó a Buenos Aires, al MNBA: los tres grandes del muralismo representados en diversas facetas, no todas políticas, pero siempre marcadas por un interés genuino por lo popular, la comunicación, el deseo de establecer un imaginario común.

› Por Leopoldo Estol

La exposición pendiente llegó a Recoleta, al Museo Nacional de Bellas Artes y una docena de personas se encuentran para desembalar las obras de sus cajas, otros se ocupan de instalar la pared de durlok que propone la museografía separando el salón en distintos compartimentos. Carlos Palacios, el curador, se ríe sin querer cuando le preguntamos cómo hizo su antecesor, Fernando Gamboa, aquél curador responsable de las obras de Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Siqueiros que con tanto cuidado las colgó en 1973 como un gesto de amistad entre Chile y México pero que de pronto se vio en el aprieto de guardar todas las obras de inmediato. ¿Acaso las guardó el sólo? “No”, responde Palacios, “lo hizo junto a un vigilante”. Nada menos que hace cuarenta y dos años dos hombres angustiados por el fin del mundo se disponían a guardar centenares de obras que estaban colgadas en las paredes del Museo de Bellas Artes de Santiago y con dos o tres clavos –los indispensables– volvían a cerrar las cajas que, rápido como un exiliado, debían llegar al aeropuerto. Nada de aduanas, papeletas ni trámites. La prisa obligaba a no pensar demasiado las cosas, si es que se quería salvar a esas obras.

Victor Jara no tuvo la misma suerte: el golpe de Pinochet al gobierno de Salvador Allende era un hecho y mientras balaceras marcaban las paredes del centro de Santiago, el cantante fue recluído junto a otros miles en el único espacio que era lo suficientemente grande para marcar en la imaginación esa represión inaudita que estaba por venir. Lo llevaron al Estadio de Chile, que hoy lleva el nombre de Jara, donde lo quemarón con cigarrillos y lo mataron. El fin del mundo se cernía sobre Chile y otra gran obra, un mural del largo de una fragata que pintara Roberto Matta en una pileta pública, sería cubierto por más de 16 capas de látex en los años sucesivos. La vida estaba en juego y el arte era considerado un enemigo público. Quizás por eso en noviembre de 2015, cuando los cuadros mejicanos volvieron a Santiago de Chile, una partecita del orgullo latinoamericano se acomodó de nuevo y desde el martes pasado esas obras también se pueden visitar en Buenos Aires. Para constatar la fama de esos tres gigantes del muralismo, que se asoman aquí a través de cuadros, haremos un recorrido que no proscriba sus muros más festejados.

En uno de esos muros distantes, Rivera se pinta como un niño tomado de las falanges de una señora calavera que homenajea con admiración a Guadalupe Posada y mientras el niño camina una rana intenta salirse de su bolsillo. Para contar la historia completa hay que ir a Italia allá por 1915, donde Rivera y Siqueiros contemplan boquiabiertos el yeite que los renacentistas han logrado combinando populosos frescos en seductoras perspectivas que por poco se funden en los edificios que las cobijan. El ministro Vasconcelos, responsable de la cultura post Revolución mexicana, les ofrece a los pintores en los años ‘20 un edificio público y como el resultado es tan estimulante, continúan los encargos. La mayoría de la población no sabe leer, las imágenes se vuelven una suerte de contrato social. Allí queda registrado, luego de Pancho Villa y Zapata, el nuevo espíritu de México. En los murales aparecen los grandes mercados aztecas, el fuego de la conquista, el trabajo forzado en la colonia, la guerra por la independencia y la larga dictadura de Porfirio Díaz; aparecen hasta los médicos tomando placas de rayos en la sociedad contemporánea. Hace falta síntesis para pintar la historia de un país y si la sintesís no funciona habrá que pintar muchas más paredes.

CRISTO DESTRUYE SU CRUZ, 1943 josé clemente OROZCO OLEO SOBRE TELA OBRA

Rivera tiene una anécdota muy famosa con Rockefeller cuando el millonario, atraído por la popularidad del pintor, lo invitó a hacer un trabajo en su célebre edificio de Nueva York. Diego Rivera retrató a la industria por intermedio de un hombre que maneja una extraña y monumental maquinaria pero hete aquí que a su lado aparece Lenin rodeado de trabajadores. Al magnate no le gustó nada y le pagó el trabajo, pero para quedarse tranquilo y poder destruirlo. Para quien crea que ser muralista implica el paso a una laureada posteridad esta historia canta la posta: cuando pintás paredes, el desapego hacia la obra es fundamental. Rivera tuvo revancha más tarde y volvió a hacer ese mismo trabajo en México. En la muestra su obra está representada escasamente a través de unas pocas pinturas cubistas de la época en la que vivía en Paris y seguía los lineamientos de Braque y Picasso. Son obras delicadas que muestran a un Rivera estudioso y muy atento a los lenguajes europeos en boga.

A su lado, José Clemente Orozco crece mostrando amplitud y variedad de registros. La serie de tintas y grabados que recuerdan la Revolución son rapidamente linkeados en la memoria colectiva a los desastres de la guerra de Goya, que también fueron expuestos en esas mismas paredes. Orozco observa la revolución desde una mirada imparcial que registra el destierro, los hombres colgados o amontonados en grandes fosas: lo hace sin elegir bando, exponiendo el sinsentido de la guerra y lo sórdido del día después.

La exposición pendiente es generosa con Orozco: hay pinturas para todos los gustos, lienzos que retratan puentes, edificios con una paleta que se deja llevar por el color para luego volver a elaborar temas más provocadores. Uno de los cuadros más fuertes suyos incluidos en la exposición tiene como protagonista a un Jesús que ha dejado caer al piso su corona de espinas y que, gracias a un hacha, logra destruir la cruz. Es un cuadro tan atrevido como fantástico que revela hasta qué punto los muralistas fueron una continuación de Villa y Zapata por otros medios.

Si hay alguien que llevó al extremo esta vertiente libertaria y agitadora fue Siquieros y lo tuvo que lamentar con varias temporadas en prisión. Es conocido en el Río de la Plata por haber estado casado con una uruguaya y por el affaire que lo impulsó a hacer un mural expansivo en el sótano de la casa de Natalio Botana. “Ejercicio plástico”, tal es el nombre de la obra estuvo a punto de perderse a bordo de un container que actualmente descansa en la ex aduana Taylor. Una maqueta de la obra junto con un boceto y algunas fotografías abren el juego hacia la influencia del muralismo mexicano en la escena local, capítulo que cura Cristina Rossi. Ahí se ve que Berni es quien más rapidamente se pronuncia no sólo por la temática sino incorporando, a la vez, la agigantada escala en sus bastidores. A la vuelta se puede ver una imagen recortada con premura que es nada menos que el pecho desnudo de una mujer pintado por Siqueiros. Parece un estudio o, más bien, un cuadro para venderle a algún mecenas, la otra versión, la versión mural acaso la versión ¿populista? se encuentra en el Museo del Palacio de Bellas Artes donde ese plano abierto que tanto enfatiza como sugiere aquel dicho de que mujer bonita es la que lucha. Esta señorita brota con un grito desde lo profundo de un volcán y con pesados grilletes parece reclamar otra vida. La potencia visual de la obra sacude el hormigón del museo mexicano como los hinchas de Boca mueven las tribunas de la Bombonera.

LOS TEULES IV, 1947 JOSE CLEMENTE OROZCO PIROXILINA SOBRE PAPEL

“En nuestras pinturas –dice Rivera– el protagonista es el pueblo”, pero es un pueblo que no es del todo consciente de su protagonismo, avanza formando una muchedumbre sin disciplina ni lugar certero donde descansar. Como testimonio está la foto en donde Zapata y Pancho Villa comparten el sillón presidencial en un DF que han tomado para luego abandonar sin pretensiones de extender su poder a la capital. No son los líderes los que trascienden sino el reclamo, que a través del tiempo irá tomando distintas voces y esfuerzos para darle una forma más justa a la vida. Una justicia que incluye el reparto de la tierra, los derechos de los trabajadores urbanos, la educación gratuita de la mayoría y la comunión que hace posible una nueva cultura integradora.

A los ojos del 2016 la iconografía nacional se encuentra en una encrucijada, porque hoy la grandilocuencia en las imágenes no es garantía de empatía y, como con simpatía confesó Tulio de Sagastizabal sobre la obra de Siqueiros en la inauguración, a veces “es como si las pinturas vinieran con parlantes”. Cada época exige su propia sintonía fina. La audacia de los muralistas envalentona y ayuda a la imaginación al rememorar un tiempo en el que el arte fue tan central que ayudó a establecer un imaginario común. Porque los muralistas no son meros mediadores: hay que recordarlos colgados de los andamios aún cuando a Orozco le faltaba una mano y con la otra debía -–justamente— pintar. Ahí los encontramos creando perspectivas imposibles para llevarnos a un más allá en donde con suerte el arte sigue siendo ese fruto sagrado que procura la unión. Porque como escribió Netzahualcóyotl hace tantísimo tiempo todavía hace falta que “el buen pintor divinice con su corazón las cosas”.

Orozco, Rivera, Siqueiros. La exposición pendiente se puede visitar en el Museo Nacional de Bellas Artes, Avda. Del Libertador 1473, de martes a viernes de 11:30 a 19:30, y sábados y domingos de 9:30 a 19:30. Hasta el 7 de agosto.

PRIMERA NOTA TEMATICA PARA EL MURAL DE CHAPULTEPEC, 1956-1957 DAVID SIQUEIROS PIROXILINA SOBRE PAPEL

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