Dom 08.05.2016
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ENTREVISTA > MARCELO FERNáNDEZ BITAR

RESISTE UN ARCHIVO

Tres décadas después de que Luis Alberto Spinetta aceptase escribir el prólogo de su primera edición, apareció finalmente la demorada versión definitiva de un clásico dentro de la historia del rock local. Rebautizado como 50 años de rock en Argentina, el tantas veces consultado trabajo de Marcelo Fernández Bitar es un brillante ejemplo de virtuosismo documental, ilustrado ahora irónicamente desde su portada con el escudo argentino surcado por una guitarra eléctrica. Entre sus más de 500 páginas, con una narración sensible a los detalles significativos antes que meramente enciclopédica, se puede volver a recorrer la meticulosa trama reconstruida por quien fuera un joven fanático de una música que, para poder leer una ordenada versión de su historia, debió ponerse a escribir.

› Por Sergio Pujol

Septiembre de 1986. En los estudios ION de Buenos Aires se está grabando un gran disco. Sus intérpretes son Luis Alberto Spinetta y Fito Páez. El LP llevará un título volátil como una cancioncilla cuya letra hemos olvidado, La la la. ¿Hará historia? Y en ese caso, ¿qué tipo de historia? La historia del país no es un tarareo, piensa la mayoría. Se escribe con otras letras, y en mayúsculas. Un periodista de 22 años se acerca a la sesión de grabación con el propósito de pedirle al Flaco unas palabras para la introducción de un libro que está por editar. Se trata, justamente, de una historia. Una historia del rock en Argentina. Y ahí los tiene, medio de casualidad, a dos músicos que, en ese momento, representan los extremos temporales de un relato descuidado por sus propios protagonistas. El plan del periodista es que Spinetta diga algo frente al grabador. Luego él le dará forma escrita. Pero unos días más tarde, disconforme con el desgrabado, Spinetta encarará al joven autor con otra propuesta: “Dejame unos días, Marcelo, y te escribo algo especial para el libro”.

Pasaron 30 años. Aquel libro tuvo tres ediciones: 1987, 1993, 1997. Y ahora, la versión definitiva, o al menos la que deja dormir tranquilo a su autor, Marcelo Fernández Bitar, luce en las librerías argentinas. El libro, con una tapa colmada de ironía (el escudo argentino surcado por una guitarra eléctrica), fue renombrado 50 años de rock en Argentina (Sudamericana). Incluye un hermoso dossier de fotografías de la gran Nora Lezano, un prólogo de Adrián Dárgelos y una enorme discografía a modo de apéndice. Pero la principal novedad está en el texto mismo. En las ediciones anteriores, por una cláusula del editor, Marcelo no había podido modificar el diagramado original (cuestión de costos); debía conformarse con agregar las partes nuevas siempre según el estricto orden cronológico que se había impuesto: ¡un año por capítulo!

En su nuevo formato cuadrado de 535 páginas el libro pudo mejorarse a sí mismo. Agregados, correcciones y obviamente una rigurosa actualización terminaron de darle forma a una historia única en lengua española: no existe ninguna escena de rock externa al eje Estados Unidos-Inglaterra tan extensa, compleja y artísticamente interesante como la que hasta no hace mucho llamábamos, con un énfasis extemporáneo, “rock nacional” (Marcelo siempre habló de “rock en Argentina” o “rock local”, y eso habla bien de él). Entre las cosas preservadas de la primera edición, están aquella introducción de Spinetta y la foto de solapa, en la que el músico hojea con interés el original –en rigor, la edición de formulario continuo que solía funcionar como versión de prueba–, ante la mirada clavada y encantada del escritor debutante. ¿Qué autor no querría una foto así para la solapa de su primer libro?

“No guardé el original de aquel prólogo”, confiesa Marcelo. “Tampoco el audio de la entrevista. Tal vez por dedicarme al periodismo gráfico nunca tuve el cuidado de conservar las grabaciones de las notas, como seguramente hace Alfredo Rosso, que es un hombre de radio. Pero sí tengo un buen archivo con todo lo que hice como periodista gráfico en los distintos medios en que trabajé, desde El Cronista Comercial y Cerdos y Peces hasta Pelo y La Mano. Son muchos años de cubrir recitales y entrevistar a los músicos de rock, con lo cual la tarea de actualización no fue tan ardua. Pero para la primera edición debí partir prácticamente de la nada. Antes, el periodismo general no le daba mucha cabida al rock. Por ejemplo, al célebre Festival de la Solidaridad con Malvinas, Clarín le dedicó una nota breve. En cuanto a libros, salvo el de Miguel Grinberg, Cómo vino la mano, que llegaba hasta 1977, y alguna que otra curiosidad, como Agarrate! de Juan Carlos Kreimer, no contaba con textos previos, no había bibliografía. Cuando Eduardo Berti le propuso a Spinetta hacer Crónicas e iluminaciones, su respuesta fue: ‘Estás loco, ¿quién lo va a comprar?’. Tuve que hablar directamente con los pioneros, que a veces confundían las fechas. Miguel Grinberg tenía mucho material. Estaba el mito de que tenía todo un departamento con fotos sin revelar. El libro actual me demandó nueve meses de trabajo. Laburé mucho, pero el período que faltaba coincidió con un momento de mucho trabajo profesional. Extrañamente, los 90 me resultaron más difíciles de investigar: aun no estaba internet y las revistas de esos años no son tan fáciles de localizar”.

Tu libro parte de 1965, una fecha discutible como fundación. ¿Cómo resolviste el problema del año cero en una historia que, si bien en virtud de la discografía, está muy fechada, resulta de origen improbable, como siempre sucede en asuntos de cultura popular?

–En el 65 salieron los primeros tres simples de Los Gatos Salvajes por Music-Hall. Al año siguiente vinieron Los Beatniks con “Rebelde”. Y en 2017 serán los 50 años de “La balsa”, para el que le queden dudas de las fechas anteriores. En realidad, los americanos tienen el mismo problema. ¿Cuál fue el primer rock and roll? Hay 5 o 6 variantes.

Lo que está fuera de discusión es el creciente interés por historiar nuestra música popular. ¿A qué atribuís este verdadero boom de libros de música popular, especialmente de rock?

–Al ir sucediéndose las generaciones, están los más jóvenes que redescubren aquello que no vivieron, y están los que quieren volver a leer lo que tuvieron cerca. Esto explica el interés sostenido que siempre tuvo mi libro: nunca dejó de venderse, salvo cuando me opuse a reeditarlo por la imposibilidad de modificar el diseño para corregir y agregar cosas a los primeros capítulos. Obviamente, el libro forma parte de un interés más amplio por leer sobre rock en la Argentina. Es impresionante cómo han crecido los estantes sobre el tema, tanto en las librerías como en nuestras propias bibliotecas. Incluso los músicos escriben buenos libros. En Qué es un long play, Fernando Samalea se tomó el trabajo de buscar todas las fechas, las direcciones, etc. Por eso, para esta edición se me ocurrió incluir, junto a la discografía de cada año, los libros tal como fueron editándose.

VIRTUOSISMO DOCUMENTAL

Quienes escribimos sobre música popular en la Argentina hemos acudido, más de una vez, al libro de Marcelo Fernández Bitar. Es la principal historia general de una historia singular. Cultor de un perfil más bien bajo, en una época de irritante sobreexposición de la figura del periodista como líder de opinión, Marcelo plasmó un trabajo de “hechos duros”, los hard facts de los que hablan los historiadores ingleses. Un primer acercamiento a 50 años de rock en Argentina genera la impresión de que se trata de un registro puntilloso de nombres, títulos y fechas, como Inventario del tango de Horacio Ferrer y Oscar del Priore. Sin embargo, hay una narración sensible al detalle significativo, que va construyendo su objeto paso a paso, descubriendo en su despliegue histórico rarezas y paradojas. Algunas de ellas: Dread Mar I (Mariano Javier Castro) ostenta el récord de convocatoria multitudinaria en un solo día; el primer disco de Almendra no salió en 1969 sino en las primeras semanas de 1970; momentos de crisis en el país, como 1982 ó 2001, fueron pródigos en ediciones discográficas; el suplemento Sí de Clarín no fue el primero en su especie… y muchas perlas más. Marcelo se adentra en un objeto de estudio ajeno a las definiciones conclusivas, que cobra forma a partir de prácticas y representaciones siempre asociadas al mundo joven argentino. Al no dejar fuera ningún ismo de un género multiforme y cambiante, el libro se convierte en una pieza de virtuosismo documental infrecuente en un medio que a menudo descuida la exactitud en pos de una comunicabilidad rápida y digestiva.

En general, los libros de referencia suelen quedar en situación de rezago frente a la disponibilidad de internet. Corren con desventaja. Pensemos rápidamente: ¿qué lugar de nuestra biblioteca ocupan hoy las enciclopedias que supieron instruirnos? En alguna medida, Fernández Bitar se atrevió a escribir una historia signada por la utopía enciclopedista. Aquel día que planeó hacer un libro de estas características, el problema de la competencia con Internet no existía. Pero casi veinte años después de la última actualización para editorial Distal, Marcelo se las tiene que ver con la proliferación ad infinitum de la red de redes: ¿quién de sus colegas, puesto a escribir una nota, no consulta primero los repositorios virtuales antes que los libros o los recortes del viejo archivo? “Es cierto”, reconoce Marcelo. “Internet es un aliado pero también un rival. Sin embargo, mientras trabajaba en la nueva versión descubrí que gran parte de las páginas virtuales ya no está disponibles. Alguien tenía la información en Taringa o lugares que ya no están, o directamente la pasó a Facebook para no seguir pagando. Muchos links que aún existen no conducen a ninguna parte. ¡Esto sucede con páginas oficiales de grupos! Por lo tanto, es una trampa aquello de ‘todo está en internet’. Se caen las páginas constantemente. Mi consejo: si hay un disco o dato que te interesa, bájalo cuanto antes. Eso le da otro valor a mi libro. De todos modos, en esta versión me preocupé por brindarle al texto un giro más narrativo, que no fuera un vademécum. Y en cuanto a internet, aprendí a utilizarla de modo exhaustivo para la confección de la discografía. Cepillé la web con el peine de piojos, mientras confrontaba con mi archivo gráfico.”

UNA FABULA EJEMPLAR

Familiarizado con la obra y la trayectoria de Soda Stereo –escribió la primera biografía del grupo y en 2007 acompañó a Cerati, Bosio y Alberti en los conciertos del regreso, lo que derivó en el libro Diario de gira (2008)–, Marcelo debió lidiar, como todo aquel que emprende un trabajo historiográfico o de crítica, con sus preferencias para evitar desequilibrios groseros. “Es curioso, pero la verdad es que tuve que dejar mucho material de Soda fuera del libro. Si me preguntan por mis grupos o artistas favoritos, debo decir que en la lista de los más escuchados, ya sea por placer o por razones periodísticas –que suelen ser la misma cosa– figuran Los Redonditos, Charly García solista, Los Fabulosos Cadillacs, los Babasónicos… y se me acaba la lista. Fui testigo del surgimiento de Soda Stereo en los legendarios shows de la discoteca Marabú, antes de que sacaran el primer disco. Cubrí aquel show para Cerdos y Peces, pero debo confesar que no fui a verlos a ellos, yo era fan de Los Cosméticos, un grupo moderno que parecía tener las mismas chances que Soda… Evidentemente, lo mío no son los pronósticos.”

El tiempo suele ser un buen crítico musical. Siempre resulta más sencillo escribir sobre figuras incorporadas al canon que sobre lo emergente. Supongo que en un libro que llega hasta 2014 la pregunta por el valor de lo nuevo estuvo presente.

–Por un lado, está la limitación del entusiasmo generacional. Hay un punto en que uno deja de estar buscando bandas nuevas, sino que le gusta abrazar sus discos más queridos. Salvo que alguien por una inquietud especial o por estar en los medios deba estar al día, es raro que un músico de 60 años conozca bien el under. Y, a su vez, es raro que el que está en el under no patee al anterior. Pero, dicho esto, creo que lo que hay es riquísimo. No sólo por la cantidad, sino realmente por la calidad. Lo que no existe son cinco inapelables, como sucedía antes. Capaz que llego a veinte, porque el mundo del rock está muy fragmentado. Pero ninguno de esos veinte está del todo consensuado. Salvo Indio Solari –que obviamente no es joven– no quedan en el rock bandas o solistas de convocatoria inmensa. Lo que predomina es la variedad: los cantautores, el reggae, el pop mezclado con electrónica, etc.

¿Qué lugar ocupa la tradición del rock en una escena tan segmentada y carente de fuertes liderazgos culturales?

- Justamente, lo que más me gusta son las bandas que incorporan elementos nuevos, de locales o internacionales de los últimos 15 años, pero con un pie en el viejo rock argentino. Pienso, por ejemplo, en El Bordo, con su versión de “Una casa con 10 pinos”. Cuando una banda hace un tema de Manal en vivo hay un guiño que me cae bien. Es como cuando Bruce Springsteen hace un tema del ‘55 de Elvis. No me refiero a bandas vintage, sino a las que buscan algo nuevo pero con conocimiento de la tradición del rock argentino.

El adolescente que compraba viejos ejemplares de Pelo y El Expreso Imaginario en los parques y librerías de usado de la ciudad terminó escribiendo la historia de todo aquello. Quién lo hubiera dicho. Su propia excursión al pasado del rock en la Argentina tiene los atributos de una fábula ejemplar. La fábula nos habla de una pasión convertida en libro, pero también de una ofrenda a quienes compusieron e interpretaron la banda sonora de más de una generación de argentinos. Historia de una musiquita devenida en cultura. Hoy es un gran tema; se lo disputan los papers universitarios del país y del exterior. A regañadientes, la academia terminó legitimándolo. Pero ya en 1987, Marcelo Fernández Bitar pudo leer, de puño y letra de Spinetta, lo que hoy podemos entender como una genial profecía. O, sencillamente, como la percepción de lo que estaba sucediendo: “Como felicidad o angustia, el rock transgrede permanentemente un delgado hilo de la realidad argentina.”

EL AUTOR CON EL PROLOGUISTA EN 1986. FOTO DE CHARLIE PICCOLI

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