Dom 15.05.2016
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ESTABA EN LLAMAS CUANDO ME ACOSTÉ

Apareció apenas cayó la cortina sobre la década del 80 y se convirtió en una contraseña. Porque Corazones en llamas siempre fue dos cosas al mismo tiempo: un anecdotario imprescindible y atrapante de aquellas figuras del rock y sus entornos naturales, y también un actor más de aquella escena. Su flamante reedición un cuarto de siglo después, corregida e ilustrada con fotos inéditas, permite que sus autoras, Laura Ramos y Cynthia Lejbowicz, cronistas entonces de la noche porteña, recuerden la época y sus intenciones a la hora de escribirlo, buscando hacer historia con minúscula y también mayúscula.

› Por Mercedes Halfon

El tiempo pasa sin cortes, pero sobre la producción artística de ciertas décadas volvemos como autitos chocadores, una y otra vez. ¿Por qué se vuelve? Sabemos que allí se alcanzó una cumbre y todavía se buscan los motivos y el sentido último de toda una vitalidad y genio muchas veces informe. Es exactamente eso lo que pasa con los ochenta en nuestro país. Cada época tiene su mitología, su épica y el de esta década es entrañable, brillante, poderoso: explotaron el rock, el teatro y las artes visuales, como un magma salvaje que se derramó para quemar y a la vez germinar un territorio hacia el futuro. Los artistas de esta época eran una banda de corazones no solitarios, venían de una difícil, eran valientes y estaban desatados. Toda esa belleza desregulada que crecía de sótano en sótano, de bar en bar, de estadio en estadio fue retratada in situ y en pleno apogeo por Laura Ramos y Cynthia Lejbowicz en Corazones en llamas. Un recorrido por los entretelones, los backstage, los ensayos, y también por los escenarios, los aviones, las amistades, los amores y las muertes.

Apareció apenas cruzada la frontera de los años noventa y se convirtió en un libro clave, una contraseña. Corazones en llamas es dos cosas al mismo tiempo: por un lado un anecdotario imprescindible y atrapante de aquellas figuras del rock y sus entornos naturales, donde se cruzaban con el teatro y la plástica generando las mejores mixturas. Por otro, es también un actor más de aquella escena. Hoy, veinticinco años más tarde, el libro se reedita y esta doble condición es más visible que nunca. Aparece registrada sin ir más lejos en el nuevo prólogo, donde se cuenta la sesión de fotos para la portada del libro comandada por Alejandro Kuropatwa y que tenía como modelos a Fabiana Cantilo, Charly García, Fito Páez y Gustavo Cerati. Lo que pasó y lo que no pasó entre ellos posando una tarde-noche completa, es también parte de esta historia. Una historia de la noche, los artistas y la nueva sensibilidad que emergía con la llegada de la democracia al país.

POR CULPA DEL PAPA

No deja de ser llamativa la cantidad de muestras, libros, documentales que en los últimos tiempos recuperan la década de la postdictadura. Pero, como decíamos, la originalidad de Corazones en llamas, es no ser un homenaje-oportuno. Tiene un mito propio: al momento de la investigación y escritura del libro Ramos y Lejbowicz eran jóvenes cronistas de la noche porteña y el rock; Ramos, pluma atrás de la célebre columna Buenos Aires me mata. “Ese era mi mundo. Yo escribía mi columna y era como un diario intimo de esos días. Salía con mi amiga Victoria Lescano, con Alejandro Ros, con Gabriela Malerba todas las semanas. Hacíamos los circuitos más emocionantes y aventureros de la noche: el club Eros, el Estrella de Maldonado, la disco Confusión y La Nave Jungla, que quedaba a media cuadra. Íbamos a desayunar después. O estaba el circuito Parakultural, Cemento, Bolivia, el camión de basura que se lo llevaba a Batato Barea en camisón y con su copa desde ahí a la feria de verduras de los domingos. En Bolivia, te encontrabas con Cerati, con Fito, con Charly en la Nave o el Einstein. Mucho de lo que vivimos ahí, lo contamos en el libro. Otras cosas no las pudimos contar. Todo lo que contamos es original, único, no eran historias conocidas por nadie.”

Lejbowicz también era cronista del ambiente. “Llegué al rock a los 28 años. Por entonces empecé a escribir en el Suple Sí: hacía reportajes, cubría conciertos y giras, crónicas de fiestas. Clarín había firmado un sello con editorial Aguilar y Laura me propuso que hiciéramos juntas un libro, creo que en 1988. Conocía historias, de oídas y de lecturas. A partir del Sí, hermosa creación de Daniel Kon, los músicos, la música, los conciertos, salas de ensayo y de grabación, registros de videoclips, festivales, presentaciones, discotecas y antros varios se hicieron mi hábitat natural. Muchas cosas no empezaban hasta que los del Sí no llegábamos, y siempre había más de una copa dispuesta para nosotros en el VIP de cada fiesta.” Hasta qué punto ocurría esto es fácil de precisar con un ejemplo que aporta Lejbowicz: “En abril de 1987, el Papa Juan Pablo II llegó de visita. Como era Viernes Santo y no habían salido los diarios, no había habido agenda del suple, ‘Lo Que Sale’, por lo que cientos de sobretodos negros y pelos parados yiraban por la ciudad sin saber a dónde dirigirse. Tal era el peso del Sí. Fantasmagóricamente confluimos todos en la avenida 9 de julio, donde miles de personas acampaban a la espera de la misa que se celebraría al día siguiente.”

Contrariamente a lo dicho, Corazones en llamas omite al periodismo de rock como personaje –apenas un cameo en el relato del catastrófico Festival de La Falda del 87–, las autoras incluso se borran a sí mismas como narradoras del libro. El tono es distanciado, con algunas risas a boca cerrada. Cada año –del 80 al 89– es desgranado en anécdotas engarzadas una tras otra con una mano delicadísima, de joyero, que luego borra con un pañuelito sus huellas dactilares. Hay, además del adictivo relato principal, una columna al costado con citas textuales de sus protagonistas: Omar Chabán, German Daffunchio, Diego Arnedo, Richard Coleman, la Negra Poli, Andrés Calamaro, Vivi Tellas, Omar Viola, Roberto Jacoby, Marcelo Moura, además de García, Cerati, Páez y Cantilo, entre otros. Es de ellos de quien se habla en estas páginas y ellos hablan también, aportando cierto grano real al relato. Muchas veces suman detalles a la historia central, otras lo dispersan con aspectos laterales, microscópicos, que brillan en su particularidad e intimismo. Cada año se completa con una franja de textos al pie que desarrollan una cronología de los hechos sociales, políticos, artísticos contemporáneos a nivel mundial. Una suerte de contextualización que pone un denominador común a las locuras en las que se detiene la historia.

UNA BOLSA CON MUCHOS NOMBRES

Los vericuetos, llamados telefónicos y casualidades con odaliscas que sellaron la formación de Soda Stéreo; los asados en City Bell donde una hermandad alegre empezó a gestar Virus; el sueño loco de Luca de venirse a vivir en el campo argentino para limpiarse y la salida vía la ginebra y la bolsa de la que emergió un papelito con el nombre Sumo; la excéntrica cofradía de rituales anuales que fue dando vida a los Redonditos de Ricota; la cantidad inmensa de insultos y proyectiles que recibían las Baybiscuit con sus propuestas de vanguardia feminista en el contexto del machismo rockero prehistórico; la manera en que cada grupo iba encontrando su identidad musical y estética; las formaciones musicales mutantes de los solistas; los choques permanentes con una empoderada policía; con sus propios excesos de sustancias; con los protocolos de la industria musical; los hallazgos de ciertos estribillos y melodías que se convertirían en himnos.

Algo central en el libro es la dedicación a narrar los templos donde estos hechos sucedían: el Café Einstein, Cemento, el Parakultural, Bolivia, La Nave Jungla son descriptos físicamente, el tipo de acontecimientos que albergaban y cómo estaba compuesto su público –si modernos, si punks, si eventuales skinheads, si chicos del conurbano que se montaban al llegar. Estos formatos y espacios mucho más evanescentes que las canciones, están delineados con gracia y precisión, trasmitiendo sus clímax artísticos, humanos e incluso sus momentos de violencia. La vez que Omar Chabán hacía una performance nudista y con nariz de pinocho, y tuvo que imponer su autoridad frente a un grupo de pibes pesados que querían tocar a las chicas que actuaban con él. Lo curioso es que los chicos se ubicaron y quedaron el resto de la noche en el lugar. Con la policía y sus permanentes razzias no había tanta suerte.

Laura Ramos dice: “Nuestra idea inicial era ultrambiciosa, ¡convertir al presente en Historia, en la Historia Patria! Queríamos contar nuestro propio presente, formatearlo como un ensayo, editarlo y presentarlo como un manual de historia argentina. Hacer un libro de época. Pero de la época que estaba transcurriendo en ese mismo momento. Tenías la Historia Argentina de Romero, la de José María Rosa, la de Feinmann, ¡la de Corazones en llamas! Claro que la íbamos a contar desde un punto de vista restringido, parcial, arbitrario. Nuestra fuente sería la memoria coral de nuestra generación a través de sus médiums. Factores muy desechados por la Historia iban a tener gran peso: la memoria alterada de nuestros amigos, los recuerdos de una anciana dueña del bar de enfrente de Nave Jungla, que abría a las seis de la mañana y era testigo de las salidas, las historias de la Negra Poli, manager de los Redondos, que habían sucedido en la misma semana en que fueron escritas. Esa era nuestra idea. Convertir el hoy en historia. Cuando escribíamos ‘Luca había roto una botella de ginebra’ queríamos dejar sentado un acontecimiento. Claro que en ese fenómeno de conversión perderíamos perspectiva, objetividad, distancia. Ese era el costo. Y decidimos asumirlo.”

LEGADO LUDICO Y LUBRICO

Para esta nueva edición, 25 años más tarde, las autoras sumaron un dossier fotográfico muy simpático, con los corazones llameantes en poses desconocidas, cotidianas, fiestas en departamentos, relaxes en hoteles, ensayos, backstages. El libro está además corregido y aumentado con nuevos datos enriquecedores. Pero una reedición es siempre ponerse frente a un material al que le pasaron los años. Un añejamiento que modifica algunos sabores. Cynthia reflexiona: “Creo que fue un suficiente paso del tiempo lo que me permitió encontrar el lugar desde donde retomarlo. Corazones en llamas es hermoso, es fresco, misterioso y claro, es joven. Está bien puesto en su sitio y se corresponde con su época tanto como la época se corresponde con él. Cuando salió el libro, en 1991, ya habían muerto Miguel Abuelo, Luca, Federico Moura. Me recuerdo tras haber cubierto con tristeza cada una de esas noticias para Información General, discutiendo con el jefe de cierre acerca de cómo titular para la tapa del diario. El rock, la música y los músicos, el consumo de estimulantes, el HIV dejaban de ser temas nocturnos y susurrados. Cabía discutir, aún cabe, cómo escribimos sobre ellos. Ya están muertos Spinetta, el Negro García López, Gustavo, uf, muchos más... Releer el libro a sabiendas me superpone capas de congojas, lagrimitas de amor y dolor, recuerdos agridulces.” Y Ramos completa: “Me parece que no hay melancolía sino épica, creo que las muertes le dan una dimensión épica al libro, que no deja de mantener su espíritu guerrero y lúdico y lúbrico. Las muertes de los héroes del rock, que murieron en su ley, solo le ponen más bajos a una misma, única melodía que no se mancilló sino se lustró.” A la pregunta de por qué decidieron reeditarlo en este momento dicen que no había habido otro mejor. Ramos agrega: “Creo que la muerte de Gustavo Cerati, dicho de un modo hiperbólico, cerró los años ochenta.”

Para ambas un libro como éste no podría repetirse para una época como ésta. Todo cambió tanto que habría que pensar nuevamente cómo contar. Corazones es un libro fechado y es ahí donde radica todo su poder y toda su vigencia. En lograr medir incluso la proyeción histórica de lo narrado. “A la democracia de los 80 la trajo la presión del pueblo, la trajeron los fantasmas que nos rodeaban, Malvinas y también el rock del Einstein.” La policía entrando a la fuerza y siendo expulsada de igual manera del Parakultural, las gallinas muertas del Einstein, brillan como estampas en la noche represiva que llegaba a su fin. No pueden entenderse sin pensar que fue llevada a cabo por una juventud que había crecido bajo la opresión de los gobiernos militares. Corazones es la narrativa de esa juventud. Como cierra Laura Ramos: “A su manera fragmentada y enfermiza, ilumina con haces de luz tenues, enfocados en rincones clandestinos, esa felicidad y a la vez esa demencia colectiva post dictadura.”

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