Domingo, 12 de junio de 2016 | Hoy
CINE > PEDRO ALMODóVAR
La nueva película de Pedro Almodóvar estuvo a punto de convertirse en la primera del director rodada en inglés y fuera de España. Es que Julieta, protagonizada por Emma Suárez y Darío Grandinetti, está basada en cuentos de Alice Munro del libro Runaway (Escapada, 2004). Pero finalmente, Almodóvar decidió reemplazar Vancouver por Madrid y Galicia: no se atrevió a trabajar en otro idioma. Julieta, que pronto se estrenará en Argentina, es un melodrama seco que sorprende por su discreción: a las actrices, por ejemplo, se les pidió que evitaran llorar. En Europa las críticas fueron diversas, aunque muchos coincidieron en que este Almodóvar tardío es de los mejores. Y el público no acompañó quizá porque se suspendieron actividades promocionales después de que el nombre Almodóvar apareciera en los Panama Papers: la exposición indeseada iba a obligarlo a hablar de cuestiones por fuera del cine justo cuando lanza una de sus películas más cinéfilas y literarias.
Por Diego Brodersen
El estreno de Julieta en España, a comienzos del pasado mes de abril –poco antes de que se diera a conocer su participación en la sección oficial competitiva del Festival de Cannes– se vio acompañado de dos circunstancias problemáticas, aunque de orden extra cinematográfico. Esto es, ajenas a la realización, al contenido y a la forma del film. La primera de ellas es simple y directa: el opus 20 del cineasta manchego tuvo el peor arranque comercial de toda su carrera, con la excepción obvia de algunas de sus primeras (y genuinamente independientes) producciones. Desde los tiempos de Matador y, en particular, luego de Mujeres al borde de un ataque de nervios (y más allá de valoraciones personales o profesionales, cinéfilas o basadas en el simple gusto de espectador casual), el cine de Almodóvar se vio acompañado en su país de origen por un fuerte apoyo del público. Y si bien nunca fue un cineasta masivo en el sentido más gigante de la palabra, varias de sus películas tuvieron una más que saludable carrera económica en la Madre Patria y en el extranjero. La segunda situación dificultosa (en particular por su pésimo timing) fue la divulgación de las listas de integrantes de los así llamados Panama Papers, que involucraron no sólo al realizador sino a otros miembros de su familia, en particular a su hermano y socio Agustín, en la apertura de una cuenta offshore a comienzos de la década del 90, tiempos de Kika y Tacones lejanos. Y de bonanza en las finanzas. Como consecuencia de la inesperada exposición pública, justo antes del lanzamiento de Julieta, la productora El deseo decidió abortar varias acciones promocionales con el director y los protagonistas de la película, que ya estaban firmemente rubricadas en la cima de las agendas periodísticas españolas. “Lo único que puedo decir es que soy una persona muy moral y no siento un ápice de culpa. No me siento culpable ni con la sociedad en la que vivo ni con la necesaria participación de mi riqueza con las clases más necesitadas. Y hablo así porque sólo podemos hablar del aspecto moral del asunto, porque no hay nada objetivo”, afirmaría poco más de un mes más tarde en conferencia de prensa en la Croisette. ¿Relación directa entre uno y otro hecho? Difícil asegurarlo, pero lo cierto es que el escándalo monetario logró eclipsar, en mayor o en menor medida, el perfil promocional del último Almodóvar.
¿Pero qué ocurre dentro de la película, en su fibra almodovariana, a esta altura un tejido tan reconocible, tan harto previsible para algunos y adorable precisamente por esa misma razón para otros? Resulta interesante retroceder unos años, a la anterior La piel que habito (2011), film que reconcilió a más de un espectador despechado con el realizador a partir de su retorcido relato de identidades múltiples y obsesiones mentirosamente epidérmicas. En un plano fugaz de ese film, al personaje interpretado por Elena Anaya se lo ve leyendo el libro de cuentos Escapada, de la escritora canadiense, ganadora del Premio Nobel de Literatura, Alice Munro. No tanto adivinación o futurología como autoconsciencia del interés por ese volumen, el germen de Julieta descansa esencialmente en tres de los relatos que integran Escapada. En “Chance” (traducido no demasiado felizmente al español como “Destino”), la autora introduce al personaje de Juliet –que habitará asimismo otros dos cuentos, “Soon” (“Pronto”) y “Silence” (“Silencio”)–, una joven maestra que viaja en tren a Vancouver y conoce a quien se transformará en su amante, primero, y en compañero y padre de su hija, más tarde. Aunque sólo después de rechazar la amistad de otro hombre, un compañero de viaje casado y mayor que ella. “No había más que otras dos personas sentadas en el vagón mirador. Dos mujeres mayores, las dos solas. Juliet vio que un lobo grande cruzaba la superficie helada y lisa de un pequeño lago. Sabía que también ellas lo habrían visto. Pero nadie rompió el silencio y lo agradeció. (…) Mientras contemplaba al lobo llegó otro pasajero. Un hombre, que se sentó al otro lado del pasillo, a la altura de la butaca de ella. También llevaba un libro”. Cuatro años más tarde, en el segundo de los relatos de la trilogía, Juliet regresa a la casa de sus padres junto a su hija de dos años, Penelope, quien casi dos décadas más tarde, en “Silencio”, desaparecerá de su vida definitivamente. Punto ¿final? de una relación crecientemente conflictiva. Ese silencio que presta su nombre al cuento es total y la espera que la acompaña del otro lado se antoja eterna.
La secuencia de títulos de apertura de Julieta es presentada sobre un fondo de tela rojo carmesí, y el espectador podría suponer que se trata de un cortinado, como en el inicio de Hable con ella, o un tejido con futuro de ribete. Muy pronto se revelará como el vestido con el que está ataviada Julieta, cuyo corte y caída recuerdan indefectiblemente a los años 50, referencia temprana al universo del melodrama clásico al que Almodóvar ha recurrido en más de una oportunidad, tanto en su veta más dramática como en la paródica. Los colores primarios fuertes, además –como en gran parte de su filmografía– volverán a ser parte de un relato que los utiliza como contrapunto de sus aristas más melancólicas y otoñales. Julieta, interpretada en tiempo presente por Emma Suárez, está a punto de abandonar Madrid para instalarse en Portugal con su pareja, Lorenzo (Darío Grandinetti, en plan esforzado por lograr un acento español convincente), pero un encuentro fortuito con una amiga de su hija malogra esos planes. La nueva meta de Julieta será volver a encontrarse con Antía (ese es su nombre en el film), a quien no ve desde que ésta cumpliera dieciocho años, para lo cual escribirá una misiva reconciliadora y catártica, excusa narrativa para el comienzo de un puñado de flashbacks, hacia diversos ayeres, abarcando en total unas tres décadas de existencia. En realidad, la estructura de Julieta es definidamente fragmentaria y los saltos temporales constantes, con un pasado que explica parcialmente el presente y un dolor (por la pérdida de oportunidades, por la imposibilidad de cambiar ciertos hechos, por la ausencia física y emocional) que atraviesa los tiempos y se instala como una densa capa emocional. Un poco como ocurría en Todo sobre mi madre, con la cual el último Almodóvar comparte algunas constantes formales y temáticas. La Julieta del pasado es interpretada por Adriana Ugarte, maquillada de tal manera que, en algunos planos puntuales, recuerda notablemente a la joven Emma Suarez en su etapa como musa de Julio Medem.
A muchos les sorprendió la falta de humor de la historia, la desaparición de esas pinceladas que suelen hacer de las películas de Almodóvar algo… almodovariano. A tal punto que, en su aparición como personaje secundario, Rossy de Palma no aporta las usuales dosis de comicidad que algunos espectadores aman esperar, como si se tratara de un cameo de Hitchcock. En una entrevista con el periódico español El Mundo el propio realizador explicó sus intenciones a la hora de abordar la historia con un tono dramático, “seco” incluso. “Esta historia trata del dolor y en seguida vi claro que para acercarse a éste la única manera es la discreción. El dolor exige discreción. A las actrices les tenía prohibido llorar. Ellas tenían que llorar y muchísimo, pero en las elipsis. Y las elipsis aquí son mucho más grandes que la propia narración. Lo más expresivo puede ser la falta de expresión, o expresividad. La regla era tratar de dominar las lágrimas. Y si aparecían que no implicaran ninguno de los músculos faciales. Que la cara fuera una máscara”.
Julieta pudo haberse transformado en el primer largometraje rodado en inglés en la carrera del director de Átame, y las tratativas llegaron al punto de comenzar a decidir qué actriz norteamericana podía interpretar el rol central en su versión madura. ¿El manchego Almodóvar en el lenguaje de Shakespeare? ¿Cuáles hubieran sido los resultados? ¿Cómo se hubiera trasladado su universo, tan ostensiblemente español, a una topografía tan diferente? Lo cierto es que, finalmente, la producción siguió su curso en al Antiguo continente: en Madrid, en la región de La Coruña y en una villa de pescadores llamada Redes, conocida como la Venecia gallega, locaciones que reemplazan a los parajes originales de los relatos de Munro. “Había sustituido Vancouver por Nueva York, porque me siento más cercano a Estados Unidos que a Canadá. Los dos países viven la estructura familiar de un modo similar. Los chicos abandonan pronto el hogar, cuando van a entrar en la universidad, y muchos de ellos se distancian de sus familias; la independencia también es emocional y geográfica. En España las relaciones familiares no se rompen nunca, el cordón umbilical que nos une con nuestros padres y abuelos sobrevive al paso del tiempo. Pero al final me ganó la incertidumbre, no estaba seguro del guión ni de mi capacidad para dirigir en inglés. Me dio miedo cambiar de lengua, cultura y geografía”.
Si bien Julieta no observa, como en el breve extracto de “Destino” citado más arriba, a cierto lobo grande caminando sobre un lago congelado, sí es un viaje en tren el que le permite conocer a una de las personas que marcarán el comienzo del resto de su vida. “Me fascinan los trenes, los de juguete y los que aparecen en las películas. Siempre había soñado rodar en un tren de verdad. De todos los medios de transporte que forman la iconografía cinematográfica (además de las diligencias y los caballos, que ya tienen su propio género, el western), el tren es mi favorito. El tren transita por todos los géneros, pero las escenas de trenes que mejor recuerdo pertenecen a Hitchcock y a Fritz Lang”, recuerda Almodóvar en las notas de prensa que fueron presentadas a la prensa especializada en el Festival de Cannes, primorosamente guardadas en un pendrive con forma de corazón. “Construí el guión de Julieta alrededor de las secuencias del tren nocturno. En un lugar tan metafórico y significativo Julieta entra en contacto con los dos polos de la existencia humana: la muerte y la vida. Y el amor físico como respuesta a la muerte. Las dos veces que vemos a Julieta haciendo el amor febrilmente con Xoan alguien acaba de morir. Es la respuesta de ambos a la idea de la muerte”. Xoan es, por cierto, el padre de Antía. Y el amante, novio y marido de Julieta en aquel pasado, el que arranca en 1985, y que el realizador recrea con lujo de detalles de época, incluidos los consabidos raros peinados nuevos que pueden hacer retrotraer al espectador a aquel otro Almodóvar, el que daba sus primeros pasos post movida madrileña.
El otro elemento fuertemente simbólico en la película es la escultura de un hombre desnudo: envuelta en la primera escena del film antes de un viaje que nunca será y que, treinta años antes, es descubierta por la joven Julieta en el atelier de quien le acaba de dar forma. Y vida. “Los dioses crearon al hombre y a otros seres con la ayuda de la arcilla y el fuego”, dirá la protagonista ante las talentosas manos de la artista. Pero aquí son las mujeres las que dan vida, las que la abrazan y acarician, las que la desean. También las que pueden llegar a abandonarla casi sin saberlo, dejando atrás aquello que más aman, parte esencial de esa vida que supieron crear con sus propias manos, con su propio cuerpo. Sobre el cierre del relato llegará la única canción –melancólica y final– de toda la película, “Si tú te vas”, de Chavela Vargas, que apuntala las últimas palabras que pronuncia Julieta en la película: “Si tú te vas se va a acabar mi mundo, un mundo en el que solo existes tú. No te vayas, no quiero que te vayas, porque si tú te vas en ese mismo instante muero yo”. Y así comienza a bajar el telón de un melodrama con fuerte impronta psicologista que el cineasta construye a partir de un tono grave, con tintes de misterio hitchcockiano (la música incidental de Alberto Iglesias incluye, no casualmente, un ligero regusto a Bernard Herrmann). Si este Almodóvar tardío implica un golpe de timón en su carrera, si es un film menor dentro de su filmografía o, por el contrario, se trata de uno de los mejores esfuerzos de los últimos años, es algo que ha dividido a críticos y espectadores desde su estreno europeo hace un par de meses. El mismo Almodóvar, con algo parecido a la resignación, respondió indirectamente a todas esas cuestiones, que hacen a la recepción de la nueva obra de un artista consagrado, con 35 años de carrera y dos decenas de largometrajes a cuestas: “Nunca siento el peso de llamarme Almodóvar ni al escribir ni al rodar. En esos momentos, soy libre. Ahora, en cuanto acabas la película, empieza la presión de qué es exactamente lo que la gente espera de mí. Y siempre llego a la conclusión de que nunca esperan lo que he acabado de hacer”.
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