Domingo, 3 de julio de 2016 | Hoy
ARTE > PóSTER DE ROCK
En Argentina y el mundo, el póster de rock vive un auge gracias al predominio de la música digital y el relativo segundo plano del arte de tapa. Los posters se han vuelto una de las caras más visible de las bandas y un género artístico en sí mismo, con libertades estéticas y temáticas. Santiago Pozzi, uno de los representantes locales del afichismo, fundador de Imprenta Chimango, repasa la historia de los afiches, desde la psicodelia hasta la nueva escena argentina, en la que también se destacan, entre otros, Santiago Motorizado y Emiliano Aranguren.
Aunque no faltará quien ubique antecedentes en la Antigüedad –cuando los egipcios inundaban de tinta las paredes avisando de tal o cual festival–, casi todos los dedos señalan al litógrafo francés Jules Chéret como padre del afiche moderno, maestro del arte del cartel, emperifollando París con sus anuncios de cabarets, varietés y otros teatros, desarrollando una tradición que continuarían Alfonse Mucha o, por caso, Tolouse-Lautrec. Claro que, para que el póster de rock naciera, aún faltaba la música, que llegó en los 50.
“Cuando el rock surge, en Estados Unidos se usaba la técnica de impresión tipográfica, similar al grabado: una superficie se entinta e imprime por golpe. Todavía se trabajaba con tipos móviles de madera, y en ocasiones se sumaba alguna imagen (por lo general, fotografías en trama). Ese tipo de afiche ya se venía aplicando para promocionar a bandas folk y country. Es más, incluso en la época del Lejano Oriente, los carteles de ‘Buscado’ se imprimían de ese modo. Es heredado por el rock que, en sus orígenes, aún no desarrollaba un estilo personal”, detalla Santiago Pozzi, uno de los afichistas más respetados de la escena actual, fundador de la Imprenta Chimango. Y los ejemplos, por supuesto, le dan la diestra.
En especial, uno memorable, incluido en la lista de “Los mejores 25 posters de rock de todos los tiempos”, confeccionada por revista Billboard: creado por la imprenta de Nashville The Hatch Show Print Show, se trata del anuncio de dos conciertos de Elvis Presley de 1956, por los que el Rey casi incurre en arresto, amenazado –como estaba– por un juez de Florida. Lo cierto es que hasta mediados de los 60, el estilo “prestado”, ascético, con sus fotos sin adornar, con sus letras duras, en imprenta y mayúscula, y apenas algunas digresiones en el uso de color, perseveró como modo imperante. Pero entonces llegó la psicodelia. Y con ella, la primera identidad del afiche de rock.
Como era de prever, el póster psicodélico surge –y explota– en San Francisco, en gran parte gracias al Fillmore, esa mítica sala de conciertos manejada por el empresario Bill Graham, donde resultaba habitual presenciar shows de Jimi Hendrix, The Grateful Dead, Jefferson Airplane y Frank Zappa. Además de atender todos los detalles (desde la calidad del sonido hasta los efectos alucinados de las luces), el “sacerdote” de “la gran iglesia del rock” –alias de ecos religiosos con el que se conoce al auditorio– comprendió de inmediato la importancia del póster. No solo como forma de atraer al público: también como pieza evocadora, conceptual, plástica. Como obra de arte y, por qué no, souvenir.
Voilá, entonces, los artistas, responsables de piezas numeradas que hoy desviven a los coleccionistas. En palabras de Pozzi: “Hubo muchos, pero los más conocidos fueron los ‘bigfive’: Víctor Moscoso, Stanley Mouse, Altor Kelley, Wes Wilson y Rick Griffin, quienes producían afiches en litografía offset. O sea, no solo eran capos del diseño; también tenían el talento de la producción artesanal de la obra gráfica. Hacían el boceto en lápiz y luego trabajaban sobre la película gráfica, una suerte de acetato transparente sobre el que se pinta en negro cada separación de color. Lo que hoy se hace en una fotomecánica, ellos lo hacían a mano. Ni siquiera podían ver el laburo terminado hasta no tener en sus manos el póster final”. En cuanto a influencias –además de los correspondientes viajes psicotrópicos–, Santiago menciona la Secesión vienesa, el Art Nouveau (“Wilson mismo ha contado que tomó las tipografías del austríaco Alfred Roller”), entre otros referentes.
Así, los carteles de rock psicodélico lograron que la publicidad del afiche y la declaración del artista se fusionaran en una nueva forma de arte comercial, transformando las posibilidades de esta expresión. Aunque, en ocasiones, la letra no fuera del todo legible. “La tipografía se volvía imagen, era parte de la ilustración. A veces tenía forma de fuego; otras sugería personajes… Moscoso, que estudió en Yale, explicaba que todo lo que aprendió allí (que el cartel debe comprenderse a simple vista, ser de fácil y rápida lectura, componerse a base de colores complementarios), lo abandonó con la psicodelia, amén de jugar con la percepción y confundir al ojo. Y porque, para entender qué banda tocaba, dónde y cuándo, sus afiches pedían que la persona se detuviese, se acercase y los contemplara”, subraya Pozzi y pasa al hito siguiente, acaso el segundo momento que marcara al póster musical. Con otra vanguardia estética y musical, por supuesto: el punk rock.
“A fines de los 70, principios de los 80, se extiende el uso de la Xerox, compatible con la técnica ‘Hacelo vos mismo’, donde las propias bandas armaban sus flyers a base de textos, recortes, collages, garabatos, y los fotocopiaban en blanco y negro. Entonces, así como el estilo psicodélico reprodujo la confusión de las capas sonoras y la distorsión de los sentidos por efecto de las drogas alucinógenas, el afiche punk representó a la perfección el sonido chatarra, la aspereza, el hacer sin conocimientos previos, la inmediatez del copiado, lo autogestivo; en fin, el espíritu del movimiento”.
Y a continuación, un merecido recordatorio: “No nos olvidemos de mencionar la serigrafía, otro gran momento, que surge en los 90 con el movimiento grunge, a partir de la unión de las dos corrientes previas: recuperando el estilo del póster psicodélico en cuanto a la combinación de colores y el uso de imágenes ilustradas, retomando la actitud artesanal y autogestiva del flyer punk. Con referentes tempranos como Art Chantry, en Seattle, o Frank Kozik, en San Francisco. Y primeras manifestaciones para toques de Nirvana o Nine Inch Nails. Otra prueba de que los posters de rock siempre están vinculados a los movimientos contraculturales de su época”.
Entonces, en el plano internacional, habemus cronología, referentes internacionales, incluso biblias (The Art of Rock,de Paul Grushkin, o los tomos editados por la web Gig Posters, entre ellas).Y por casa,¿cómo andamos? ¿Se puede hablar de una tradición propia en el póster rockero a nivel nacional? ¿Ha habido afichistas que cimentasen lo que ha terminado siendo un prolífico género propio en la escena local? “Si bien en la historia del rock argentino hubo personajes involucrados con el afiche, o los diseñaron excepcionalmente o no tuvieron la suficiente trascendencia para establecerse como autores. Por supuesto, está Rocambole, histórico responsable de la porción gráfica de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Está Spinetta, que dibujaba sus posters para Invisible. Renata Schussheim y Serú Girán. Juan Gatti, creador de cantidad de cubiertas clásicas –Artaud, entre ellas–. Tomás Spicolli, un autor muy fuerte. Alejandro Ros, diseñador de rock...” Y no mucho más. Hasta, claro, la llegada de la década última, cuando las expresiones visuales que anuncian conciertos explotan a pleno. En parte, gracias a las facilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, que dieron a las propias bandas herramientas para pergeñar sus afiches y echarlos a rodar por redes; en parte, frente a la caída del disco y el subidón de la digitalización de canciones, que logró que el afiche desplazase del trono, un poco, al arte de tapa. Con todo, ¿es atinado arriesgar que la propia identidad visual de los grupos ha quedado relegada hoy a los carteles?
“No sé hasta qué punto compiten, si podría poner a uno por encima del otro. Sí es acertado decir que el póster hoy día tiene un mayor lugar que antes. Frente a la difusión digital de la música, el público empieza a optar por consumir objetos materiales alternativos. El afiche, entre ellos”, propone Pozzi. Agrega, además, que el póster en serigrafía (su especialidad, que lo ha llevado a exponer en galerías de Estados Unidos, México, Perú, Colombia, Inglaterra y Alemania, y a componer obra pop-psicodélica sudamericana para bandas como Tame Impala, Foals, Queens of the Stone Age, LittoNebbia, Pearl Jam) busca devolver la experiencia sensorial del mundo real a través de un proceso puramente análogo y manual. O sea, ocupar un espacio concreto en el mundo concreto.
Por otra parte, tampoco a nivel local existen organizaciones que aboguen por la promoción, difusión, exaltación del afiche de rock como forma de arte al modo de, digamos, The Poster Collective, en España, o The Rock Poster Society y el American Poster Institute, en Estados Unidos (el último, fogoneando la causa a través de la notoria feria itinerante de posters Flatstock). Dice Pozzi: “El único trabajo colectivo, coordinado grupalmente, que podría citar acá es el que se realizó el anteaño pasado en el festival MusicWins, para el que armé un equipo de afichistas y laburamos un taller de serigrafía. Intenté repetir esa experiencia, pero el mercado local es bastante complicado”.
Lo que sí abunda, indiscutiblemente, son eclécticas obras y talentosos diseñadores, muchos de los cuales no necesitan mayor presentación. Santiago Motorizado, cantante e ilustrador de Él Mató a un Policía Motorizado, y Gogogoch, ilustre por sus afiches y portadas de Pez, por caso. O Pablo Font, diseñador y tecladista de Les Mentettes. George Manta, Emiliano Aranguren, Nacho Rebaudengo, Valentino Tettamanti, Fernando Adorneti (aka Caveman), Nicolás “Removedor” Valdés, Tano Verón, La Vieja Flores (aka Tu Vieja): nombres de esta joven camada que suena fuerte y continúa haciendo mella, engalanando la estética del rock a fuerza de marca y propuesta personal.
“Cuando el cartel ofrece un extra de técnica y estilo, demanda ser entendido como una creación de autor. Check Sperry (N.d.R.: artista del rock clave, cofundador de Firehouse, en California, donde Pozzi hizo una pasantía de 3 meses) suele decir que el póster tiene su fecha de vencimiento en primera plana. Por eso, para que esa obra perdure, el afichista necesita trascender el propósito publicitario, la mera promoción del evento, y darle una cualidad perdurable. Comprometerse con una imagen que diga algo más, ya sea apelando a la metáfora visual, al recurso poético, lo que tenga ganas. Siempre, claro, representando bien a la banda”. Entonces cabe preguntarle: para los iniciados, ¿algún furcio que sugiera esquivar? “¡Los instrumentos! La guitarra ya está en la música, aprovechá la imagen para expresar algo más. Asimismo, soslayar otros clichés, como los cuernitos, la púa o el amplificador. Después de todo, el rock –al igual que cualquier otro género– no habla de sí mismo: habla de la vida misma y de las posibles experiencias que ofrece”.
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