Domingo, 14 de agosto de 2016 | Hoy
ENTREVISTA > MARK KOZELEK
Actuó en películas como Casi famosos o La juventud, grabó discos homenajeando a grupos como AC/DC o Modest Mouse, y formó parte del rock norteamericano más indie de los 90 al frente de Red House Painters. Nacido en Ohio hace 49 años, Mark Kozelek le cambió el nombre a su grupo en honor a un boxeador surcoreano, y ahora se llama Sun Kil Moon. En esta entrevista, habla del rock de los 90 antes de la revolución digital, de sus canciones confesionales y de su colaboración en un proyecto de poesía de chicos en situación de calle con Nicolás Pauls.
Por Juan Andrade
Para algunos músicos, el hecho de ponerle punto final a una experiencia que dejó un tatuaje indeleble sobre el lomo de sus respectivas carreras abre un campo infinito de posibilidades: hacer borrón y cuenta nueva, adentrarse en un mapa sonoro diferente, cambiar de piel. No es el caso de Mark Kozelek. El compositor, cantante y guitarrista nacido y criado en Massillon, Ohio, había alcanzado notoriedad en el firmamento del rock alternativo estadounidense de los 90 con Red House Painters, la banda con la que le dio forma a un sexteto de álbumes de aliento confesional y nervio eléctrico entre 1992 y 2001. Cuando decidió que era hora de archivar al grupo surgido en San Francisco, California, para volcar sus emociones, recuerdos y obsesiones cantadas en los discos que empezó a grabar como solista (primero) y con su nuevo proyecto Sun Kil Moon (después), entre su presente y su pasado inmediato se dibujó en el aire una transparente línea de continuidad.
De hecho, si se lo consulta sobre las eventuales diferencias que podrían detectarse entre sus producciones con Red House Painters, con Sun Kil Moon o en solitario, su respuesta es contundente: “Llamalo de una forma o de otra, pero siempre soy yo y mi perspectiva”. Igual que en varias canciones, su fascinación por el box dejó un guantazo marcado en el momento del bautismo: Sung Kil Moon fue un surcoreano que en los 80 ganó el título mundial en la categoría gallo. “Empezamos en 2003”, cuenta vía correo electrónico. “Me di cuenta que había una obsesión con las bandas ‘nuevas’ que tenían un solo disco, por ejemplo The Shins. Red House Painters se estaba volviendo ‘vieja’, la prensa había perdido interés y pensé que un nuevo alias iba a llamar la atención. Los muchachos de Red House Painters tocaron en varios álbumes de Sun Kil Moon, pero el nombre engañó a la gente y le hizo creer que era una banda completamente nueva”.
En su debut porteño, el repertorio va a estar integrado principalmente por las composiciones que registró en estos años junto a Sun Kil Moon. “Todavía no armamos la lista de temas, pero van a ser unas dos horas de música, o tal vez más”, promete. Mientras tanto, sus fans locales se pueden entusiasmar ante la posibilidad de escuchar en vivo algunas piezas inoxidables como “Katy Song” y “Cabezon”, del combo con el que atravesó el portal que conducía del mundo analógico al digital. “Red House Painters fue el comienzo de todo para mí. No existía la música en MP3. Grabábamos todo en cinta, de la misma manera que lo hacían las bandas en los 70”, recuerda Kozelek. “Fueron épocas de nerviosismo: los sellos estaban invirtiendo en nosotros, que a su vez estábamos registrando nuestros primeros discos y viajando a lugares que no conocíamos gracias a la música. Vivirlo fue emocionante: éramos jóvenes, pero teníamos mucha ansiedad, también”, recuerda.
Vistos a la distancia, aquellos años parecen haber moldeado un estado de cosas difícil de empatar. “Los 90 fueron buenos tiempos, en la medida en que los artistas estuvieran enfocados en la música. No estaban todo el día mirando sus celulares, twitteando o revisando sus perfiles de Facebook. Si querías llamar la atención, no podías agarrar tu teléfono: tenías que hacer un gran álbum y salir a la ruta para tocarlo en vivo”, dispara. “También fue una buena época si tenemos en cuenta que sacar un disco era algo muy real y hasta disponía de un tiempo de vida en los estantes de las disquerías. La gente invertía en escuchar discos enteros, porque no tenían las distracciones que encuentran hoy a la hora de ponerse a escuchar algo. O sea, la gente compraba la música que después iba a disfrutar”. Como contrapartida, apunta, “era una bajón porque la mayoría de los músicos estaban a merced de los sellos discográficos, que te pagaban y te decían qué hacer”.
“Ahora una banda puede hacer lo que quiera, grabar sin tener gastos y lanzar la música a través de Internet”, dice, como si buscara un contraste que lo aleje de la nostalgia protestona. “El problema con el proceso actual es que muchos de los artistas nuevos no tienen alguien que los guíe, no están desarrollando su arte antes de darlo a conocer. Hoy te encontrás con música mediocre por todos lados, cuando en los 90 un artista primero era desarrollado para hacer bien lo que hacía, antes de que alguien pudiera escucharlos o querer invertir en su proyecto”, agrega. Otra diferencia, concede, es que un artista emergente hoy tiene a su disposición herramientas tecnológicas que le permiten saltearse a los grandes filtros mediáticos para encontrar a su propia audiencia. Aunque es cierto que, en su caso, sonar en las radios no era una meta. “Yo sólo hago lo que hago, vivo bien y nunca me preocupo por lo que les importa a los medios masivos”.
Además de destacarse en el arte de escribir canciones y de aportar lo suyo en la banda de sonido de películas y series, Kozelek también se aventura en el terreno de la actuación. Se lo puede ver nada menos que en Casi famosos, de Cameron Crowe, en la que interpreta a Larry Fellows, el bajista del grupo de ficción Stillwater. En la más reciente La juventud, de Paolo Sorrento, hace de él mismo. El director italiano declaró en una entrevista que la música de Sun Kil Moon lo había inspirado para el film. “Estuvo buenísimo estar involucrado con semejante película y poder trabajar con Paolo”, dice Kozelek. “El de los sets de filmación es un planeta diferente. No te tenés que levantar para viajar todos los días. Y me gusta disfrutar de esa experiencia cada tanto, aunque me siento un poco flojo como actor”, confiesa. “Hay mucha, pero mucha gente que es mejor que yo en eso, así que prefiero seguir tocando mis canciones y mirando a grandes actores”, completa.
Esa naturaleza inquieta es la que también lo empuja a involucrarse en otros proyectos, como el disco Dreams of Childhood, que compartió junto al actor y músico local Nicolás Pauls. Se trata de un puñado de poemas escritos por chicos en situación de calle de Argentina que, traducidos al inglés, Kozelek recita a voz pelada, sin acompañamiento musical. Solo en “Cotton Cloud” se lo escucha cantar. Producido por Pauls, todo lo recaudado por el disco es donado La Casa de la Cultura de la Calle, una ONG que trabaja con la problemática. “Originalmente, Nicolás quería que muchos artistas tomaran las palabras y las convirtieran en música. Pero cuando las leí, sentí que iban a ser mejor expresadas y que iban a tener un impacto mayor si las empleábamos en el sentido de spoken words. Y cuando le presenté la idea, él estuvo de acuerdo en que iba a ser una buena aproximación a lo que se quería comunicar”, dice.
En su primer ensayo como solista, el EP Rock ‘n’ Roll Singer (2000), se despachó con una trifecta de sorprendentes relecturas folkies de AC/DC. Un año más tarde, la experiencia daría lugar a What’s Next to the Moon, un álbum enteramente dedicado al repertorio de los australianos en la era de Bon Scott. Titulado Mark Kozelek Sings Favourites (2016), su último trabajo sigue explorando la misma veta de intérprete, ahora con piezas que llevan la firma de Henry Mancini, David Bowie o Bob Seeger, junto a otras tradicionales como “O Holy Night” o “Something Stupid”, inmortalizada por Frank & Nancy Sinatra. ¿Alguien dijo placeres culposos? “No tengo placeres culposos”, contesta. “Me gusta lo que me gusta y no siento ninguna culpa por eso. Mis canciones favoritas del disco son ‘Send in the Clowns’, ‘Moon River’ y ‘I’m Not in Love’. Fue divertido poder cantarlas junto a un gran grupo de amigos y colegas”.
Bajo el paraguas de Sun Kil Moon, también dio muestra de su apertura a las composiciones ajenas con Tiny Cities, un álbum de versiones de Modest Mouse. “Es una banda extremadamente dinámica, especialmente en los 90 y a comienzos de los 2000. Los Modest Mouse podían ser feroces y, al mismo tiempo, suaves y melódicos. Isaak Brock es un cantante extraordinario y sus letras son muy personales, lo pintan de cuerpo entero: no hay nadie que tenga esa perspectiva a la hora de escribir”, describe. El caso de Jesu/Sun Kil Moon expone otra faceta recurrente en su obra: el perfil colaborativo de Kozelek y los suyos. Se trata de un disco en sociedad con el grupo experimental de Gales, fechado en enero de este año. “Justin Broadrick hace una música hermosa”, dice. “Las colaboraciones musicales son como conversaciones: alguien dice algo, vos contestás. Si te gusta lo que el otro dice, la respuesta va a ser buena. Con Justin sabemos cómo tener una buena conversación”.
“Voy a volver a Ohio/ al lugar donde fui engendrado/ Yendo a ver adonde estuve con mis primos/ y jugué con ellos en la nieve”, canta Kozelek en “Carissa”, el tema que abre Benji (2014), su trabajo más comentado y celebrado a la fecha. Fue escrito poco después de la muerte de su prima segunda Carissa, a los 35 años. Y esa tristeza, esa melancolía inyectada de referencias íntimas, familiares que marcan el punto de partida recorren el álbum de una punta a la otra: la letra de “I Can’t Live Without My Mother’s Love” tomó forma luego de una agria discusión con su madre; “I Love My Dad” es una oda de amor filial en la que evoca las enseñanzas de su padre; “I Watched the Film The Song Remains the Same” evoca la conmoción que le provocó en su infancia la película de una de sus bandas favoritas, pero también es un agradecimiento a Ivo Watts-Russell, el fundador del sello A4, que fichó a los Red House Painters cuando todavía eran una promesa, allá por 1992.
El arte de Kozelek como songwriter aparece destilado en esta oncena de canciones catárticas, escritas a corazón abierto, que se pueden escuchar como distintas formas de manifestar el amor y de exorcizar el dolor. Le dedica una pieza a su amigo Ben Gibbard, el cantante de Death Cab for Cutie y The Postal Service (“Ben´s My Friend”) y otra a un fan que le mandó una carta desde Newton, California, el lugar en el que en 2012 ocurrió la masacre de la Sandy Hook Elementary School (“Pray for Newton”). A pesar de todo lo anterior, sería equivocado afirmar que esta producción de Sun Kil Moon es la más autobiográfica de su carrera. “Among the Leaves, Perils from the Sea, Mark Kozelek and Desertshore, Universal Themes y Jesu/Sun Kil Moon también son discos muy autobiográficos. Benji tuvo mucho hypeo, pero cualquiera que piense que es mi disco más personal es porque no ha escuchado los otros”, avisa.
La raigambre acústica de sus composiciones, la forma de recitado que adopta para dar cuenta de historias personales, son algunos de los rasgos que definen su estilo. “La guitarra española es un instrumento que se la banca muy bien”, define a uno de sus grandes aliados. “Tiene los acordes altos, los bajos. Puede ser tocada en una situación solista y cubrir todo el espectro de sonidos que resultan placenteros para el oído”, completa. Su mirada como cantautor no es ajena al paso del tiempo. “Si tenés 49 años y seguís escribiendo de la misma manera que a los 25, es porque estuviste congelado en el freezer. Uno cambia a medida que envejece, de la misma manera que lo hace tu entorno. Y así se modifica tu perspectiva y tu manera de escribir. Es la evolución natural de la vida”, dice. ¿Cómo interactúan la imaginación y la vida real a la hora de crear? “No tengo tiempo para la imaginación, estoy muy ocupado con mis cosas. Todo lo que conozco es la vida real”.
Sun Kil Moon se presenta este martes 16 a las 20 en Niceto, en el marco del ciclo Martes indiegentes, con Nicolás Pauls como artista invitado.
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