PLáSTICA 2
Buscando desesperadamente a Vigo
Una muestra en el Espacio Fundación Telefónica descubre la obra irónica y precursora de Edgardo Antonio Vigo, un secreto a voces de la vanguardia plástica argentina.
› Por Laura Isola
Edgardo Antonio Vigo es un fantasma en la historia del arte argentino contemporáneo. Y como tal, hay que festejar sus escasas apariciones. Durante mucho tiempo fue fácil hablar sobre él; la dificultad estaba en acceder a su obra. Vigo era secreto. Siempre fue un secreto compartido por los pocos que habían asistido a sus muestras de los años ‘60, y por los afortunados poseedores de los veintiocho números de la revista Diagonal Cero y los trece de Hexágono (1962 y 1971, respectivamente).
Vigo egresa en 1950 de la Escuela de Bellas Artes de La Plata. En 1953 viaja a París y se contacta con artistas como Jesús Soto, y a fines de los ‘50 empieza a crear sus máquinas inútiles, línea con la que seguirá hasta los ‘90, cuando hace su Anteproyecto de Proyecto de un Pebete Poético Matemático no Tradicional (in)comestible. También participa de la corriente de mail-art, organiza la última Exposición de Arte Correo en 1975 y en 1994 integra el envío argentino a la Bienal de San Pablo. Sin embargo, la intensidad y riqueza de su trayectoria quedaron de algún modo velados por su apacible vida platense, los años de la dictadura –que censuraron todos y cada uno de los envíos de arte correo– o incluso por el admirable carácter precursor de su arte, que funcionaron a modo de cerco para la difusión de su trabajo. Pero ahora las cosas han cambiado y Vigo está a la vista de todos. La sorpresa de encontrar sus obras en el Espacio Telefónica es inmensa. ¿Será pura casualidad que el representante más interesante del arte correo esté alojado hoy en la sede de exposiciones de una empresa de telecomunicaciones?
Los objetos, xilografías, cartas, sellos, postales e instalaciones que integran la muestra revelan una trama original que sólo responde al nombre del artista. Porque si bien los trabajos de Vigo permiten establecer correspondencias más o menos establecidas –Duchamp, Macedonio Fernández, etc.–, esas afinidades no concluyen ni explican su corrosivo sentido del humor, su fuerza anticipatoria, esa manía de llegar antes de que se instituya el género: en suma, esa originalidad que funciona como una seña particular de lo que llamaríamos su estilo.
El curador, Daniel Besoytaorube, fue amigo de Edgardo Vigo, y esa amistad no deja de filtrarse en el orden que rige la exposición. Por un lado, el trabajo del curador ha sido poner al día la agenda del artista y mostrar sus trabajos; pero también, al mismo tiempo, homenajearlo no sin ternura. La foto de Vigo, enorme, parece pronta a recibir un abrazo, mientras una lujosísima computadora reproduce las cartas mecanografiadas y despliegan ese delicado espacio de la intimidad del artista.
Pero Besoyrtaorube hizo también algo más: cuando la obra de Vigo irrumpe en una sala es necesario ponerle un poco de orden, de modo que las piezas entran a funcionar en la lógica del museo y la colección, dos criterios que Vigo, a su manera, también manejaba. En algún sentido, el artista parece no haber hecho más que acumular, acumular infinitamente a lo largo de su vida, y el modo en el que ha ordenado sus materiales siempre responde a ese criterio único, arbitrario y antojadizo que confirma la singularidad de su poética.
Edgardo-Antonio Vigo en Espacio Fundación
Telefónica (Arenales 1540), de martes a domingo, de 14 a 20.30, hasta fines de febrero.
La entrada es gratuita. A las 18 hay visitas
guiadas de la muestra de Vigo y también de la de Sebastián Gordín, curada por Andrés Duprat,
con la que comparte el espacio.