Dom 11.01.2004
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HISTORIETA

La Bestia Folk

Se llama Mikilo. Es mitad hombre y mitad gallo, y entre los casos que le toca investigar figura, por ejemplo, la extraña muerte de cuarenta toninas en las costas de Santa Cruz. Obra del guionista uruguayo Rafael Curci y los dibujantes Marcelo Basile y Tomás Coggiola, este superhéroe folk es la cara más visible de una nueva tendencia gráfica que ya tiene dibujantes como Solano López y admiradores como León Gieco y Víctor Heredia: la que combina el lenguaje del comic con el bestiario de las culturas populares argentinas.

Por Lautaro Ortiz

Hijos del miedo y de las fobias más antiguas del hombre, deformes por definición, los seres sobrenaturales –habitantes fantasmagóricos del más allá– acceden al mundo de los vivos para lanzar advertencias, saldar culpas o condenar a los sin fe. Así lo cuentan innumerables leyendas populares que durante siglos se han transmitido en forma oral por el interior del país. La Pachamama, El Lobizón, El Basilisco, El Duende, la Luz Mala, El Pombero o La Mula Anima son algunos de los 494 seres mágicos que conforman el bello bestiario del imaginario popular argentino. Todavía vigentes –a pesar de la embestida cristiana emprendida por gauchitos y santos milagrosos–, estas creaciones folklóricas poseen rango de mitos, y como tales se van adaptando a los nuevos tiempos. Además de rondar por las noches los caminos solitarios de las provincias, desde 1999 asedian el mundo del comic gracias a un grupo de historietistas jóvenes que crearon un nuevo ser: Mikilo, monstruo demoníaco (mitad hombre, mitad gallo) devenido en detective y encargado de mantener el equilibro en la delgada línea que separa a los vivos del inframundo habitado por las bestias del miedo.
A caballo entre el policial y la ciencia ficción, las aventuras de esta bestia –que cuenta entre sus fieles seguidores a los cantantes León Gieco y Víctor Heredia– ya alcanzaron las diez primeras series, y en la última (Mikilo Especial, de reciente aparición) se han sumado dibujantes de la talla de Solano López, Quique Alcatena, Rubén Meriggi, Ariel Olivetti y Diego Greco.
Basándose en los trabajos antropológicos del investigador y novelista Alfredo Colombres (Nuestros seres imaginarios y Seres sobrenaturales de la cultura popular argentina, este último con ilustraciones del mendocino Luis Scafatti), el guionista y titiritero uruguayo Rafael Curci y los dibujantes Marcelo Basile y Tomás Coggiola son los responsables de adaptar las fuerzas misteriosas de las creencias populares al lenguaje de la historieta, trasladando no sólo esa fabulosa fauna vernácula sino también el lenguaje que los identifica. “Siempre tomamos como punto de partida un mito y la historia que lo envuelve –explica Curci–, optamos por recrear a los seres sobrenaturales desde la historieta, según las características propias de su lenguaje. El aspecto iconográfico y verbal del comic resultó más que efectivo a la hora de rescatar estas leyendas, ya que apela a una síntesis ascética, a un equilibrio moderado entre el dibujo y las palabras. Mediante esta alternativa gráfica, el mito queda impreso en el papel y ya no es más palabra que se lleva el viento ni murmullo que se pierde en las tinieblas.”

El hijo de la bestia
En el primer número de esta serie, titulado Retorno de un mito, se narra la génesis de la saga: Adolfo Sosa –un juvenil retrato del inspirador intelectual de la historieta– viaja a La Banda a pedido de su anciano padre. Al llegar escucha atormentado las últimas palabras de su progenitor, que le revela un secreto familiar oculto durante años: el pacto de su madre con Mandinga (el diablo) ante la ausencia de hijos en la pareja: “El primer niño a cambio del segundo y de sus almas”, dispuso el demonio. Junto al lecho de muerte de su padre, Adolfo conoce a su bestial hermano Mikilo, nombre que recuerda a un antiguo dios de los diaguitas, muy popular aún hoy en provincias como La Rioja, Tucumán, Santiago del Estero y Salta.
Los hermanos cumplen entonces el último pedido de su padre: enterrarlo junto a su esposa en un camposanto para liberar sus almas del Gran Maligno. En su peregrinaje, la pareja es aconsejada por la persistente Umita (cabeza humana de larga cabellera que vaga solitaria en la noche al ras del suelo), que los conduce al encuentro de seres bestiales que intentan impedir su propósito: Caa Porá –guardián de los animales del monte–, un gigante monstruoso que devora a la gente y escupe sus intestinos y hasta el mismísimo Mandinga, que –entre otros artilugios– cuenta con el poder de transformarse en animales feroces diversos. Gracias a la fuerza bruta de Mikilo, la pareja cumple su cometido y deciden instalarse en un pequeño barrio de Banfield, en la provincia de Buenos Aires, desde donde –a la manera de las legendarias duplas policiales como Holmes y Watson– prestan atención a los sucesos inexplicables que ocurren en el país a través de la lectura de periódicos.
En los números siguientes de la saga, los hermanos irán desculando el accionar de El Familiar (enorme perro que se alimenta de peones jornaleros), El Yaguarón (monstruo de los ríos y arroyos del delta) y hasta de la diosa Isï, mujer encantadora que hace perder con sus atractivos a balseros y pescadores. Las aventuras se completan con un viaje a la Patagonia para dar respuestas a las inexplicables muertes de cuarenta toninas aparecidas en el 2000 en las costas de Santa Cruz, hallazgo del que todos los diarios informaron.
Sin proponérselo, Mikilo puede leerse más allá de las fronteras de su género. En las páginas finales de cada aventura hay una explicación antropológica de los seres que intervienen, lo que la convierte en una revista de divulgación que, además de narrar aventuras, muestra o revela distintos aspectos de las culturas autóctonas del país. Asimismo, la historieta contiene una “Galería de Ilustradores” en la que jóvenes dibujantes elaboran versiones físicas de Mikilo.
Mientras algunos vinculan el género y estilo de este comic con las historietas de corte costumbrista –El Cabo Savino, Fabián Leyes, El Huinca–, su creador insiste en que “responde al ya clásico modelo que instituyó Oesterheld, el del hombre común como narrador y testigo, involucrado con el héroe y partícipe de la aventura conjunta. Adolfo Sosa retoma la figura del ladero, que es a su vez víctima y receptor de las historias, como lo eran Ezra Winston en Mort Cinder y el jubilado Luna en Sherlock Time. Mikilo es, entre otras cosas, un sencillo homenaje a la historieta argentina del pasado, esa que sabía combinar lo habitual con lo fantástico y colocaba a sus héroes en lugares comunes”.
Además de los muy buenos guiones de Curci, se destaca el trabajo de los dibujantes Tomás Coggiola y Marcelo Basile, quienes dieron forma, identidad y carácter al personaje. Ambos, además, comparten la responsabilidad del diseño integral y la producción de la revista, que se distribuye en comiquerías porteñas.

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