RESCATES > SíNTESIS
El 24 de marzo de 1976, el músico Jorge Migoya tenía 19 años y estaba en Rosario grabando su primer disco con Síntesis, el grupo instrumental –una rareza incluso para esos años progresivos– que había formado hacía poco. Cuando la banda salió del estudio, la Argentina ya era otra. En 1978, Migoya se fue a vivir a Francia: después de años complicados, logró hacerse un nombre en la escena del jazz fusión. Su vida pasó a ser europea durante mucho tiempo aunque de vez en cuando ponía un granito en Argentina: en 1990, por ejemplo, editó un disco, Elefante, en Melopea. Y hace menos, aquel disco de Síntesis grabado el día del golpe fue subido a YouTube y se convirtió en un éxito tal que acaba de ser reeditado a partir de las cintas originales y conservando el arte de tapa: un testimonio de época, un disco que por fin, en otro contexto, puede ser revalorizado.
› Por Juan Manuel Strassburger
Reconocido músico de jazz fusión, Jorge Migoya tiene una vida hecha en París, Francia. Llegó con lo puesto a fines de los setenta y literalmente hizo de todo para sobrevivir: desde dormir en las plazas o las catedrales hasta tocar en bandas de cabaret. “Emigré solo, sin nadie que me acompañara y sin pasaje de vuelta. Y menos mal: si lo hubiera tenido seguramente me habría vuelto a la dos semanas”, cuenta hoy que las cosas son bien distintas. Y es que después de asentarse en la escena parisina y desarrollar una activa carrera solista, para Migoya llegó el tiempo de cosechar. Primero con la reedición hace tres años de Elefantes, disco apreciado de la escena de jazz rock y fusión que grabó para Melopea en 1990 (en una de sus breves visitas al país). Y, ahora, con la reedición de Síntesis, el disco homónimo del grupo progresivo que supo liderar a mediados de los setenta y que con el tiempo se convirtió en una pieza colección para los aficionados al rock nacional primigenio. Pero también para muchos nuevos escuchas de hoy, que lo descubrieron vía YouTube y llenaron de visitas y comentarios el posteo, para sorpresa del propio Migoya.
“Un día estaba conversando con un amigo que me pregunta si ese grupo que había formado en Argentina se llamaba Síntesis. ‘Sí’, le digo, ‘¿por qué?’. ‘Porque está en internet y es un pequeño boom’, me contestó. Y ahí fui a ver y descubrí que era verdad: que alguien lo había subido y que había un montón de gente escuchando y comentando”. Para Migoya fue impactante. No sólo significó volver a tomar contacto con un disco que más allá del cariño tenía sepultado en su memoria sino también tomar conciencia de que aquella música podía ser valorada en sus propios términos hoy. “En los ochenta, mucha música de los setenta que habíamos hecho o nos gustaba fue olvidada. Pasó a ser mala palabra. Pero hay parece haber nuevas generaciones que la están revalorizando. Y no desde la nostalgia sino desde un gusto actual, vigente”, señala contento.
Síntesis, que tuvo su origen en Rosario y se conformó como un grupo enteramente instrumental (una rareza, incluso para los parámetros progresivos locales de esos años) tuvo también la particularidad de grabar su único disco el mismo día en que la última dictadura se dio a conocer. “La grabación duró dos días: 24 y 25 de marzo de 1976. Y recuerdo que el primer día, cuando hicimos un alto para almorzar, en la tele del bar anunciaron el Golpe y empezaron desfilar los tanques. Para nosotros fue un shock. Era la primera vez que íbamos con la banda a Buenos Aires. Y éramos muy jóvenes, recién teníamos 19 años. Y no imaginábamos todo lo que iba a suceder después. Aunque sin duda nos impactó”.
Previo a ese bautismo “de fuego”, Síntesis construyó una carrera como tantos otros grupos de aquella época: arrancaron con mucha espontaneidad juntándose en casa de amigos “a ver qué salía” y terminaron elaborando un música que si bien dialogaba con la complejidad en boga de los setenta aportaba un toque personal a partir de vincular tendencias musicales casi opuestas. “Por eso Síntesis –devela Migoya– porque los tres veníamos de mundos muy diferentes: yo estaba más enganchado con la música clásica mientras que el batero Julio Cusmai era más rock y el bajista Juan Ricci le tiraba más el jazz-rock de Weather Report y Chick Corea. Mis composiciones, entonces, servían como catalizador para unir esas fuerzas dispares”.
Escuchado desde hoy, el disco debut –con títulos ingeniosos y poco solemnes como “Lo obvio según yo”, “La necesidad de amar... a veces” o “Todo lo necesario para lo necesario”– está impregnado sin duda de ese zeitgeist progresivo que entre círculos estimulados de clase media de los setenta era un lugar común al mismo tiempo que un disfrute real. Pasajes con rítmicas intrincadas y mucho punteo de guitarra (esos serían los momentos más afines al rock nacional contemporáneo) mechados con otros en principio más áridos donde el inesperado protagonismo de clarinetes, saxos, violines y flautas traversas desconciertan para bien: no es sólo barroco, no es sólo jazz-rock, no es sólo música progresiva sino tal vez una mezcla a tientas y bastante desprejuiciada de todo eso.
“Pienso que nos diferenciábamos de otros grupos de la corriente progresiva como Alas, que por supuesto me gustaban, porque no teníamos un programa. Lo de ser instrumentales era porque ninguno sabía cantar, entonces ninguno cantaba. Y lo de sumar de vientos y cuerdas, que nos daban un entramado musical muy particular, fue porque yo estudiaba composición en la Escuela de Música de Rosario y al año de formarnos ya estábamos incorporando gente de ahí que manejaba esos instrumentos y me permitía poner en práctica lo que había ido aprendiendo”, sostiene Migoya coincidiendo con la idea de que había una aproximación intuitiva de parte de la banda para lograr esa música compleja. Tal vez la razón que explica que el disco mantenga su gracia hoy.
“Nuestro fuerte era el vivo”, señala quien con Síntesis tocaba en lugares como la Sala de Bolsillo de la calle San Lorenzo, la Fundación Asteco y la Biblioteca Argentina de Rosario. Siempre con un público entre rockero e intelectual-universitario como puede deducirse de las fotos que se conservan de la banda (un look bien setentoso de jeans gastados y cabelleras libres que no hubiera desentonado en ningún BA Rock) y del propio arte de tapa, muy en la línea de ciencia ficción piscodélica de las portadas de Yes (aunque en Síntesis había un elemento de improvisación y fusión por el lado del clarinete y el saxo que era inexistente en esa banda). “Llevábamos entre 600 y 700 personas y llegamos a compartir fecha con Polifemo, una vez que vinieron a Rosario. Tuvimos una linda charla con David Lebón en la previa”, rememora, al mismo tiempo que se lamenta de una fallida fecha conjunta con Invisible. “El productor local sufrió la censura con el afiche de Durazno sangrando, que tenía un doble sentido, y no pudo ser”, dice. Y deja un balance agridulce sobre aquellos años: “Por un lado estaba muy presente la oscuridad y la sensación de opresión de los militares. Pero por el otro eran años de un consumo sofisticado que tenía mucho espacio en las radios y los medios de comunicación. La gente que no quería escuchar lo comercial se volcaba en masa a la música progresiva. Y eso después ya no volvió a suceder”.
Dada la valoración y el culto aficionado que con los años recibió el disco llama la atención que Síntesis no haya llegado a tocar nunca en Buenos Aires. “Al poco tiempo que salió el disco, bancado por un sello que se dedicaba al circuito de la cumbia, me tocó hacer la colimba. Así que no lo pudimos defender como corresponde. Después cuando salí, sí, hicimos algunos shows. Pero al poco tiempo conseguí una plata importante gracias a un trabajo de producción que conseguí. Y para el ‘78 ya me estaba yendo a Francia”, cuenta Migoya que tiene recuerdos muy hondos de aquellos primeros años de su nueva vida. “Me caí del avión. Era muy joven. Hice cosas que diez años después seguramente no hubiese hecho”, dice sobre su iniciación parisina durante la cual se convirtió prácticamente en un linyera: “Dormía en la catedral de Notre Dame, me metía de intruso en los hoteles para poder bañarme, vagaba de acá para allá”, relata y recuerda que si bien había una diáspora argentina él no la frecuentaba: “Yo no era un exiliado político, me había venido a París pero no porque me persiguiera la dictadura como a tantos otros sino porque pensaba que acá el pasto crecía más verde. Luego entendí que no era así, que no era que en París, Londres o cualquier otra ciudad del mundo el pasto ‘creciera más verde’ sino que era uno mismo el que, en definitiva, lograba eso sucediera. Pero lo comprendí mucho después”.
En el mientras tanto, Migoya le mentía a sus padres (“Cada vez que hablaba con ellos les decía que estaba bien, durmiendo en hoteles, adaptándome bien a la ciudad, porque si les decía la verdad capaz que me mandaban el pasaje de vuelta y me hacían regresar”) y se juramentaba una promesa. “Me dije: si voy a morirme de hambre, voy a morirme en París. Le veía hasta algo romántico. Tenía 22 años”, se excusa. La salvación vino por el lado de otros inmigrantes como él. “Me hice amigo de un inglés y de un estadounidense que estaban en una situación parecida. Ellos me hablaron de una reunión de músicos extranjeros, una zapada. Y ahí conocí a un belga que me iba a dejar su puesto en la banda de un cabaret porque se volvía a su país. Fue un mes en el que estuve yendo al cabaret a ensayar pero sin decirles de mi situación porque no me iban a aceptar. Era el único momento en que podía estar calefaccionado”. Migoya finalmente consiguió el puesto y hacerse de una mínima estabilidad (“El primer día que cobré me pagué una noche en un hotel y no lo podía creer: era como si hubiera vuelto a la vida. Me sentía millonario”) que terminó redundando con el correr de los años en su desarrollo como músico partícipe de la escena de jazz-fusión francesa.
¿Te preguntaste por qué llegaste a tomar esa decisión tan drástica de irte a vivir afuera cuando no estabas obligado a hacerlo?
–Es verdad: en Buenos Aires tenía una banda, salía en la radio, me valoraban como productor. De alguna forma me la creía. Y en Francia era realmente nadie. Era ser vos con vos mismo. Tuve que volver a nacer. Y lo logré creyendo en mí. Tratando de encontrar soluciones día a día. Y no volviendo a saber durante muchos años de la Argentina. No pensaba en ningún momento en mí país porque el desarraigo era muy fuerte. Recién pude volver a conectarme y volver cuando ya había logrado algo. Y creo que tomé aquella decisión por eso, para realizarme como persona.
El retorno musical se concretó casi una década después con la ya comentada grabación de Elefantes en Melopea. Y luego, en los últimos años, con un cada vez más frecuente ida y vuelta entre París y Rosario. “La reedición tanto de Síntesis como de Elefantes por parte de BlueArt hizo que me reconectara con esa música que tenía algo sepultada. Me di cuenta que ambos discos, además de tener puntos en común, contienen el germen de lo que hice después. Siento que puedo reivindicarlos”.
Síntesis fue reeditado por el sello BlueArt utilizando las cintas originales y manteniendo el arte de tapa. El CD incluye un bonus track y la recuperación de fotos inéditas.
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