Dom 11.01.2004
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REVELACIONES

Poner el cuerpo

Hace teatro desde que era adolescente, pero su cara, su energía y su intensidad expresiva llamaron la atención en Mujeres de carne podrida, Pornografía emocional, Variaciones Goldberg, Pampa (Boceto de un acto imposible) y la reciente y exitosa La Madonnita. Se llama Verónica Piaggio, va del off a los escenarios oficiales sin la menor vacilación y es la actriz joven de la que habla todo el mundo.

Por Carolina Prieto

“¿Quién es esa chica?”, se preguntaban muchos a la salida de La Madonnita, la obra de Mauricio Kartun que a poco de su estreno se transformó en un éxito de público y hasta que bajó, el 14 de diciembre pasado, agotó la boletería de la sala Cunill Cabanellas del San Martín. La misteriosa chica de la pregunta es Verónica Piaggio, la actriz que –sin pronunciar una sola palabra– encarnaba a la mujer cuya desnudez cautivaba a los hombres desde las fotografías que circulaban en Buenos Aires en las primeras décadas del siglo pasado. En la obra, Piaggio es Filomena, una muchacha renga, ojerosa, sometida a su marido, el fotógrafo Hertz (Roberto Castro), que soporta las insinuaciones de Basilio (un extraordinario Manuel Vicente) y se ilumina cuando posa para las estampas. La chica no habla, pero su rostro y su cuerpo se encargan de expresar el complejo mundo interior de un personaje que se enciende aún más cuando la lente de la cámara la maneja no su esposo sino un fotógrafo uruguayo. Cada aparición de Piaggio en escena está cargada de mucha intensidad, como si fuera una imagen muda que se desplaza dejando estelas.
La actriz tiene 28 años, la piel blanca, el pelo largo y negro, un aire felino y una mezcla de misterio y presencia fuerte muy propia de ciertas actrices italianas. En la primera mitad del año, Piaggio también pisó el San Martín, más precisamente la sala mayor, la Martín Coronado, con Variaciones Goldberg de Georg Tabori, que fue otro de los sucesos de la temporada. En el “Maracaná” –como la actriz llama a la inmensa sala– compartió escena con Alfredo Alcón, Fabián Vena y María Ibarreta, entre otros, haciendo un personaje que también tenía algo de arrollador: era la diva y novia del director de teatro que interpretaba Alcón, remiso a realizar el desnudo que su Eva requería hasta que finalmente accedía, en un escena que marcaba un quiebre en el espectáculo. “Siempre tuve que mostrar mi cuerpo”, admite Verónica. “La verdad es que desde mis trabajos con (José María) Muscari en Mujeres de carne podrida o Pornografía emocional, donde se me veía algo, no tengo muchos pruritos.”
Más allá de las exhibiciones, que en ninguno de los casos resultaron forzadas, Piaggio compuso dos personajes sólidos que la pusieron en el tapete para el público que no circula por el off, y que ya la señala como “la actriz joven del San Martín del 2003”. “Fue un año increíble, de mucho cambio. No estaba acostumbrada a trabajar en una institución así, donde únicamente te tenés que ocupar de actuar. Estaba acostumbrada a hacer de todo: peinarme, maquillarme, ocuparme de la ropa. Ojo que todo esto me encanta porque amo mi trabajo”, dispara la muchacha rápidamente, con una velocidad que parece más resultado del frenesí que le genera hablar de un trabajo que la apasiona que de un acelere urbano. “¿Sabés lo que es debutar en la Coronado con grandes como Alcón o Vena, con un director como Roberto Villanueva, que es como un director de orquesta porque ya tiene en mente cómo van a ser las escenas? Y las dirige marcando los ritmos, como si siguiera una partitura. Son como cuadros, con entradas y salidas: él sabe lo que quiere ver en el escenario, y en vos está encontrarlo y sacarlo afuera.”
Para integrar el numeroso elenco de Variaciones..., Verónica Piaggio audicionó, quedó elegida y comenzaron los ensayos, que en un primer momento la desconcertaron. “Villanueva te da los elementos que quiere ver, te marca el resultado y te deja sola en la búsqueda. No te guía. Al principio me resultó raro que él ya supiera tanto de los personajes y pensé: ‘Bueno, entonces dónde está lo mío, yo no actúo’. Hasta que entendí su forma de ver las cosas y finalmente fue un lujo. Entendí que con él trabajás en función de una totalidad. Villanueva piensa la obra en función de cuadros y uno forma parte de una unidad. Me atrajo tanto que, una vez terminada mi parte en los ensayos, me quedaba horas viendo el resto.”
Tras el despliegue de recursos expresivos de Variaciones... siguió con La Madonnita, una puesta intimista pero no menos potente, con unamodalidad de trabajo totalmente distinta. Kartun ocupó el rol de director y durante casi un año trabajó con sus actores en la búsqueda del tono adecuado para los personajes, un trío desolado, patético y con momentos de humor. “Mi personaje pasa por otro carril, diferente del de los dos varones. Es casi cinematográfico, como si estuviera debajo del agua. Me costó lograrlo, y Mauricio me ayudó mucho: me decía siempre que bajara un poco, que no hacía falta que lo cargara tanto. Era encontrar la intensidad justa, porque Filomena no habla pero no es muda. De alguna manera su terremoto interno tenía que aparecer; su sometimiento a los hombres, incluido el uruguayo.”
Mientras habla, Piaggio gesticula, se ríe con ganas, cita frases de Peter Brook, Bertolt Brecht y Albert Camus sobre el arte de actuar y pega algún que otro grito de alegría, a la vez que agradece poder vivir de lo que eligió. “La estabilidad de las funciones que tuve este año no implicó para nada el riesgo de achancharme, de actuar por arriba. Todo lo contrario: gocé mucho las horas de escenario y traté siempre de dar todo”, confiesa. Pero tanto San Martín no le significó abandonar el off. Piaggio protagonizó Pampa (Boceto de un acto imposible) de Jorge Leyes, junto a Mariana Richaudeau, en el Portón de Sánchez, un espectáculo que participó del último Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires y regresará en el 2004. Estaba irreconocible: vestida de hombre, con voz gruesa, en la piel de un artista fracasado y tierno que junto a su muñeco inicia un último número de ventriloquia antes de suicidarse. Las dos actrices se lucían en una estructura de madera, una suerte de caja donde despliegan su performance interrumpida por comentarios delirantes sobre su suerte.
“Estoy acostumbrada a trabajar mucho. Llevo un promedio de tres o cuatro obras por año y no espero a que me llamen, sino que trato de generar mis propios proyectos. En cierto modo, es lo mismo estar en la Coronado que en una sala independiente, un sótano o en la rambla de Mar del Plata, como cuando hacíamos Mujeres de carne podrida. La intención en el trabajo y la seriedad con que lo encaro no cambian”, asegura. Viene enfrentándose con el público desde que era adolescente, cuando se acercó al teatro. Y con todo el arrojo que exhibe ahora cuesta creer que alguna vez titubeó antes de entrar a un taller de teatro en la Casa de la Cultura del barrio de Olivos, donde se crió. “Siempre tenía ganas de anotarme, pero no me animaba. Hasta que en cuarto año del secundario hicimos un cortometraje muy gracioso, una versión libre del Quijote, y esa experiencia me impulsó a inscribirme. Ya no dudé más.” Después entró a la Escuela Municipal de Arte Dramático e inició un recorrido por el circuito independiente y el off que la llevó a trabajar con autores y directores como Roberto Cossa, Luis Cano, Rubens Correa, Javier Margulis, Muscari y Roberto Castro.
“Este año fue redondo. El 8 de enero reponemos La Madonnita, y lo que me interesa es seguir aprendiendo para ser cada vez más dúctil, más versátil. Para eso sé que no tengo que quedar fijada a un estilo o a un método. Ah, otra cosa: estoy ansiosa por hacer cine, algo con una cámara, para tener que alcanzar en muy poco tiempo la síntesis, la intensidad máxima.”

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