MúSICA
Fue beibolista semiprofesional y dj, pero se hizo famoso a mediados de los años ‘60, cantando un extraño subgénero de la música country: las trucker songs o canciones de camioneros, compuestas y entonadas para exaltar vida y obra de los fanáticos de los motores diesel, los acoplados y las rutas. Dave Dudley murió a fines de diciembre, casi sin homenajes. El más importante lo había recibido en vida: la tarjeta de miembro honorario del sindicato de camioneros. Perfil de un barítono sui generis.
por Manuel Ruy Moreno
Hablar de Dave Dudley es
hablar de “Six days on the road”, quizá la mejor road song
de la historia de la música popular norteamericana. “Salí
de Pittsburg bajando por la costa este. Tengo el tanque lleno hasta el tope
y hoy corro como nunca”, canta Dudley con su voz áspera y su fraseo
errático. Canta como al descuido, como si no le importara, desentonando
en las últimas vocales, mientras comenta que gracias a unas pastillitas
blancas tiene los ojos abiertos de par en par y está pisando el acelerador
porque no hay policías a la vista. Seis días en la ruta y esta
noche vuelve a casa: “Parece haber pasado un mes desde que me despedí
de mi chica. Puedo tener un montón de mujeres, pero no soy como otros
tipos; puedo conseguirme una para que me abrace fuerte, pero sería incapaz
de fingir”.
En “Six days on the road”, la canción de Earl Greene y Carl
Montgomery, se adopta la voz del hombre común americano: el redneck,
un sureño caucásico, por lo general de ascendencia irlandesa,
que nació con un pack de cervezas bajo el brazo, usa camisas escocesas
gastadas y vive en un trailer a la vera del camino. Escucha a Charlie Daniels
y a Hank Williams Jr., pero su legado familiar es la música de camioneros.
Usando su mismo idioma, Dudley le habla al obrero de la construcción,
al granjero y al conductor de ómnibus, pero sobre todo al camionero.
Le cuenta de grescas legendarias en salas de pool, le dice cuál es la
camarera más popular de la ruta 76 o le recuerda valores familiares y
patrióticos súper simplificados.
Grabada en 1963 para el sello independiente Golden Ring, “Six days on
the road” llegó en agosto de ese año al puesto número
diez en las listas country, éxito que le valió a Dudley un contrato
con el sello Mercury. El tema se inscribe en el Bakersfield sound, la música
country de Bakersfield (California) que surge a principios de los ‘60,
de la mano de Buck Owens y Merle Haggard, como reacción al Nashville
sound, híbrido country pop creado por el recientemente fallecido productor
y guitarrista Chet Atkins. El sonido de Nashville buscaba pulir rusticidades:
eliminaba el fiddle (violín) y la steel guitar (guitarra hawaiana eléctrica
a pedal) e incluía coros femeninos, secciones de cuerdas y otros instrumentos
extraños al género (vibráfono, saxo). Su alter ego californiano,
en cambio, intentó una renovación menos artificiosa: reivindicó
elementos del rockabilly (presentes en “Six days on the road”),
conservó la guitarra steel y agregó la novedosa Fender Telecaster.
Yo amo a mi Diesel
Dudley precipitó el comienzo de una nueva era, la era de las road songs,
truck driving songs o trucker songs: una suerte de subgénero donde el
tradicional lamento por la dama esquiva de la música country fue reemplazado
por la oda al motor diesel y a la línea blanca del camino. Las rústicas
voces de barítono de Dave Dudley, Red Simpson, Red Sovine y Dick Curles
invadían las rockolas de las tabernas al paso, y el álbum temático
Roll Truck Roll del cantautor Red Simpson define el estilo.
Hacia 1965, hits como “A Tombstone every mile” de Dick Curless,
“Truck driving sun of a gun” de Dave Dudley y “Girl on the
Billboard” de Del Reeves escalaban los charts. El hombre al volante de
un doble acoplado sobre 18 ruedas era el nuevo folk hero. La exaltación
de un trabajador cualquiera en un contexto patriótico había sido
casi una marca registrada en la historia del country and western, que ya había
lanzado odas a cowboys, mineros, granjeros, recolectores de algodón,
marineros y leñadores. Jimmie Rodgers, a quien se atribuye la paternidad
del género, cantaba a los obreros ferroviarios; Red Simpson, competidor
de Dudley, llegó incluso a grabar un álbum de “canciones
policiales” como tributo al gremio de la ley. En “Johnny Law”,
corte inicial de The Man behind the badge (“El hombre tras la placa”),
Simpson canta: “Lo llaman polizonte/Dicen que es reaccionario/ pero cuando
estás en peligro /ese polizonte acude en tu ayuda”.
El amor por las 18 ruedas puede incluso malograr el amor conyugal: “Salí
corriendo de la iglesia y me monté de vuelta en mi viejo camión”,
comenta Simpson. Aunque se puede contemplar con resignación el transcurrir
de una vida solitaria que ameniza el rumor del diesel, las trucker songs tampoco
ahorran dramatismo. “Si enterraran a todos los camioneros perdidos en
los bosques habría una lápida por milla”, dice un camionero
evocando cierto tramo peligroso de una ruta de Maine en “A Tombstone Every
Mile”, un clásico de Dick Curless grabado por Dudley. Otro colega
se queda sin frenos en la cima de una colina con el camión cargado de
explosivos, por lo que “habrá un gran cráter donde solía
estar ese pueblito” (“Nitro Express”, de Red Simpson). El
protagonista de estas canciones se mueve en un plano fabuloso, a menudo humorístico,
que abunda en hazañas amorosas y maniobras sobrehumanas a bordo de un
doble acoplado.
La vida por el parabrisas
Paradójicamente, David Darwin Pedruska –alias Dave Dudley–
tuvo un origen poco plausible para una estrella de la música country.
No era del sur: había nacido en Spencer Wisconsin, al noroeste, el 3
de mayo de 1928. Tampoco era irish american: su apellido responde a las comunidades
eslavas que se establecieron en esa región del país, aunque –como
muchos cultores del género– fue beisbolista semiprofesional y dj.
Sus primeros hits –”Maybe I Do” y “Under cover of the
Night”– eran baladas deudoras de un estilo de locución radial
popularizado por Jim Reeves, legendario intérprete western de los ‘50
y ‘60, que impuso una dicción infalible, un fraseo impersonal y
buenas maneras en un género inexorablemente cercano a la urbanización.
También fue el precursor de una racha de hits chovinistas que tuvieron
a la música country como protagonista a fines de los ‘60 –”Mama
tell them what we’re fighting for” (1965), del notorio cantautor
Tom T. Hall, y “Vietnam Blues”, de un entonces ultranativista Kris
Kristofferson” (1966)– y que tendría su culminación
en 1969, con “Fighting side of me” y “Oakie from Muskogee”
de Merle Haggard, el intérprete favorito de Nixon.
Un linaje musical que se da el lujo de ignorar a los Beatles, los Rolling Stones,
Bob Dylan y los himnos antibelicistas y pro derechos civiles de los ‘60.
Un soldado recibe en Vietnam una carta de su madre y reacciona con incredulidad
ante al clima de protesta que impera en Washington: “Mamá, hay
cosas en tu carta que no entiendo. Decís que hay gente marchando por
nuestras calles que dice que no luchamos por la paz. No hay un solo soldado
que quiera esta guerra. Deciles por qué estamos luchando: por Pearl Harbour,
por Corea. Ninguna bandera extranjera volverá a flamear sobre nuestro
suelo” (“Mama, tell them what we’re fighting for”).
En “Vietnam Blues”, otro joven que acaba de recibir su carta de
reclutamiento observa una manifestación con pancartas que aluden a Vietnam:
“Hay cierta clase de gente a la que nunca podré entender”,
dice. Un hombre de aspecto estrafalario le ofrece lápiz y papel: “‘Estamos
enviando telegramas de apoyo’. ‘Supongo que esto es para los familiares
y esposas de los que están ofrendando sus vidas’. ‘No, amigo,
esto es para Ho Chi Mihn, líder de Vietnam del norte’. Sentí
asco y me alejé, antes de meterme en problemas. A mí tampoco me
gusta la idea de morir, pero, viejo, no voy a arrastrarme”.
Dudley tiene momentos más gratos en hits como “Mad” (1970),
donde adopta la voz de un hombre que intenta volver a casa tras un fin de semana
de juerga y encuentra su único traje sobre el felpudo: “Lo recogí,
salí corriendo y no he vuelto desde entonces. Es peligroso hacerla enojar.
En los avisos fúnebres ya imprimieron mi nombre. Mide como dos metros
y pesa como cien kilos. Es el tipo de chica a la que no podés fallarle.
Es dulce y cariñosa, pero cuando se enoja tiene una voz que corta el
aire. Ojos defelino que observan cada movimiento que hago. Una mente de reloj
despertador que suena cada vez que llego tarde”. En “The pool Shark”,
del mismo año, Dudley habla por boca de un mago del billar que enfrenta
la derrota más humillante: “Este hombre era feo, había malicia
en sus ojos y tenía la ropa sucia, pero sus manos estaban limpias y esgrimía
el taco como una madre que toma la mano de su hijo”.
“Rolaids, Doans Pills And Preparation H” (1980) es el último
hit de Dave Dudley. Allí asume una perspectiva más realista para
hablar de la dependencia de los fármacos: “Todo el mundo cree que
a través de un parabrisas la vida se ve grandiosa, pero las tripas me
arden y la espalda siempre me duele. Dieciséis horas sentado te queman
el culo. El café de ciertas paradas bastaría para matar a una
mula. Me gustaría poder usar los humores de mi estómago como combustible.
Dénme las pastillas que necesito”.
Dudley no fue un artista legendario como Johnny Cash: era demasiado simple para
adoptar poses inconformistas contra la industria o esgrimir posiciones políticas
osadas. Hay mitos vivientes –Willie Nelson, Waylon Jennins– que
deben su fama tanto a sus méritos artísticos como a sus actitudes
irreverentes, a la extravagancia de sus atuendos y al progresismo de sus opiniones,
tan hostil al conservadurismo político de Nashville. En los últimos
años, cantantes como Cash o Merle Haggard resignaron cierta línea
de pensamiento para captar nuevas audiencias en ámbitos universitarios:
Haggard no apoyó la intervención en Irak y Cash tocó en
Lolapalooza. Dudley, en cambio, pasó los ‘90 en una suerte de retiro,
pero en su última producción –American Trucker (2001)–
todavía lanza advertencias eufemísticas a los terroristas del
aire: “No se metan con los camioneros norteamericanos”.
Su vida transcurrió sin mayores sobresaltos, a diferencia de figuras
trágicas como Hank Williams, que murió de una sobredosis, o Patsy
Cline y Jim Reeves, víctimas de accidentes aéreos. “Ya lo
extraño horrores”, decía su esposa el pasado 22 de diciembre,
luego de que Dudley muriera de un paro cardiorrespiratorio. Su muerte no tuvo
la repercusión mediática que mereció la de Cash, ni suscitó
homenajes sentidos. Uno que recibió en vida, sin embargo, probablemente
le haya alcanzado: la tarjeta de miembro honorario (oro macizo) que le entregó
en 1986 el Sindicato de Camioneros. Hoy, el rey de las 18 ruedas parece tomarse
revancha: su sonido, más vivo que nunca, reivindica una tradición
que también pervive en artistas como Junior Brown, Don Walser, Dale Watson
y Jack Clayton.
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