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Domingo, 17 de marzo de 2002

Que se vayan todos

Polémicas La erupción de Nanni Moretti condenando la abulia opositora de la izquierda ante el gobierno de Berlusconi prendió de manera multitudinaria en Italia. A la proyección de los videos realizados por los Taviani, Scola, Monicelli y Pontecorvo registrando la represión durante la cumbre en Génova, siguieron los abrazos simbólicos a las sedes de la RAI y del Palacio de Justicia en toda la península, el monólogo de Dario Fo comparando a Berlusconi con Ubú y la corrosiva participación de Roberto Benigni en el Festival de San Remo, a pesar de la campaña en su contra organizada por los esbirros berlusconianos. Radar reproduce los momentos más altos de esta batalla cívica que tiene más de un punto en común con la situación argentina actual.

POR ALICIA MARTINEZ PARDIES
Hartos ya de estar hartos, después de cuatro decepcionantes años de gobierno del Olivo (la coalición de centroizquierda encabezada por Massimo D’Alema) y su posterior oposición tibia, casi inexistente, a los avances del gobierno neoliberal de Silvio Berlusconi, los intelectuales de izquierda italianos decidieron ocupar el vacío que dejaron libre sus líderes naturales. Desde hace poco más de un mes, entusiasmados por la inesperada erupción del cineasta Nanni Moretti en un mitin del Olivo, protagonizan un auténtico fenómeno sobre cómo hacer política desde la calle, los escenarios, los diarios y las revistas, donde al ritmo de cánticos y consignas, la imaginación no sube al poder pero lo frena y lo desnuda frente a la opinión pública como una maquinaria contraria a la libre expresión, que considera a la izquierda enemiga de la democracia y que hasta se permite llevar a un tribunal a Roberto Benigni para censurar su participación en la reciente edición del Festival de San Remo.
Ya a mediados del año pasado, alertados por la presumible represión que desataría el gobierno de Berlusconi con motivo de la Cumbre Mundial de los Ocho en Génova, 36 cineastas italianos decidieron realizar un documental colectivo. Con una edad promedio de setenta años y corriendo por las calles como en los viejos tiempos para esquivar los gases lacrimógenos, los hermanos Taviani, Ettore Scola, Mario Monicelli y Gillo Pontecorvo entre otros, registraron la violencia de esos días en 75 horas de filmación que, en formato video, fue distribuido en salas y en kioscos. Y sirvió como prueba testimonial para los juicios que sobrevinieron a aquella represión. Pasados los meses, con el clima político aun más enrarecido por los nuevos avances del gobierno neoliberal en detrimento de las cuestiones sociales, el aumento del monopolio de la información (Berlusconi es dueño de la cadena Mediaset, y pretende privatizar la RAI) y una política exterior cada vez más cercana a los Estados Unidos y alejada de la Unión Europea, muchos italianos comenzaron a preguntarse: “Y la izquierda, ¿dónde está?”, mientras otros recordaban la desopilante frases de Nanni Moretti en Aprile, exigiendo a la figura de D’Alema frente al televisor: “¡Decí algo, por favor! ¡Decí algo de izquierda!”.
El pasado 2 de febrero, adherentes del Olivo se congregaron en la Piazza Navona de Roma para escuchar a sus representantes. Cuando los discursos habían terminado, Nanni Moretti subió a la tribuna de oradores y, mirando de frente a quienes habían hablado, les disparó: “Con estos líderes no ganaremos las elecciones ni en ésta ni en la siguiente generación”. Y bajó del podio en medio de una ovación descomunal del público, ignorando los gestos de estupor y enojo de los políticos presentes. La noticia fue tapa de todos los diarios. Ante la sorpresa de los periodistas, el director de Caro Diario aceptó contestar llamados y dar entrevistas para explicar por qué la situación italiana le parecía inaceptable: “Los líderes de centroderecha deben entender que decir siempre que sí a los intereses personales de Berlusconi es triste. Que una sola persona posea tres canales televisivos sería un escándalo, aun cuando no se tratara del presidente del Parlamento. Necesitamos gestos fuertes que impacten simbólicamente”.
El guante había sido arrojado. Y la gente lo recogió. A partir de los dichos de Moretti, se organizaron en casi todas las ciudades de la península, primero tímidamente y luego con convocatoria multitudinaria (de las cinco mil personas iniciales a las 40 mil que se reunieron en el Palavobis de Milán, para celebrar los diez años del proceso Mani Pulite, y donde el Nobel Dario Fo ofreció un monólogo satírico escrito para el evento), centenares de abrazos simbólicos a las sedes de la RAI y del Palacio de Justicia, con la modalidad de las rondas infantiles: todos de las manos, corriendo y cantando, con narices gigantes de cartón (en alusión a Pinocho y sus mentiras), banderas tricolores y un sinfín deconsignas, entre las que destaca: “Resistir, resistir, resistir, para recuperar la pasión por la democracia y despertar a la oposición”. Un día antes del inicio del Festival de San Remo, Berlusconi declaró: “La izquierda es enemiga de la democracia. La oposición es destructiva y embustera. En el mundo hace falta un sujeto fuerte que esté al lado de Estados Unidos”. Los exabruptos del primer ministro respondían a la protesta popular que se realizó cuando medio millón de personas (entre ellos, Scola, Monicelli y el periodista Gianni Minà, quien dijo: “Estamos aquí gracias a Nanni Moretti”) coparon la Piazza San Giovanni de Roma con la convocatoria: “Juntos contra Berlusconi”. La atmósfera estaba caldeada. Al tiempo que se encendían las luces en el Teatro Aristón para arrancar con el tradicional festival de la canción, explotó una nueva polémica: Giuliano Ferrara, un personaje paradigmático por sus transmutaciones físicas (en las últimas décadas superó los 120 kilos) e ideológicas (ex comunista, ex socialista, ex craxiano y hoy, berlusconiano) escribió en el diario que dirige, Il Foglio, una invitación a boicotear la actuación de Roberto Benigni programada para la última y más importante velada de San Remo, el sábado pasado. Ferrara propuso a sus lectores asistir a la fiesta con un kit de huevos y verduras para arrojarle al actor italiano, en cuanto osase hablar de Berlusconi.
El escándalo fue proporcional a las muestras de solidaridad que durante los días siguientes recibió el director de La vida es bella, como un texto de Antonio Tabucchi y una audiencia inesperada para la noche de su actuación: 20 millones de personas vieron su show sólo en Italia. Durante la víspera del fatídico sábado, nadie sabía si Benigni iría o no a San Remo; si respondería a la provocación de Ferrara y terminaría atajando huevos y verduras. El gran día comenzó con el actor compareciendo ante los tribunales de San Remo, citado para una audiencia. ¿El motivo? Un fiscal llamado Arrigo Molinari había solicitado, en nombre de la Asociación Nacional por la Legalidad de la Democracia en el Mundo, que se prohibiera la participación de Benigni en el festival, aludiendo que las palabras del actor podrían ser lesivas a los derechos humanos. Concluido el trámite a su favor, el actor ofreció un show antológico, donde abordó la política utilizando una figura retórica clásica en su repertorio: el Juicio Universal. Con su inefable estilo, Benigni no dejó de moverse un segundo, recitó versos de Dante, se refirió en forma hilarante a los genitales del conductor del festival (Pippo Baudo) y hasta cantó una de las canciones de amor más deliciosas del festival, hechizando a la platea que lo despidió unánimemente de pie. No con verduras y huevos sino con una nube de flores y aplausos, que convirtió ese paradigma del kitsch que es San Remo en un auténtico foro de la doble consigna del arte: producir belleza y resistir.

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