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Domingo, 6 de junio de 2004

Los nuevos discos de Patti Smith, Morrisey y P.J. Harvey

La dama vagabunda


Música 1 A los 57 años, Patti Smith, con sus mejores armas: la lucidez abismal del punk del que fue madre y los ideales de paz y amor de la generación hippie. El resultado: un disco que retrata la tensión de una vida privada en medio de este sangriento presente público.

POR ROQUE CASCIERO
En la sociedad en la que se muestran cirugías estéticas por televisión, la imagen de Patti Smith resalta como una mosca en la leche. Esos largos cabellos grises y esas arrugas que no se esconden tras tinturas ni maquillajes ponen en inmediata evidencia que la primera y más grande poeta del punk ya cumplió 57 años. Está vieja, Patti. La buena noticia es que el paso del tiempo la volvió más sabia: cuando empezó a hacer canciones de rock era una provocadora más por intuición que por certezas; con la madurez (y por lo tanto la maternidad, las pérdidas, el dolor, la felicidad, la vida) aprendió a concentrar sus fuerzas y a dirigirlas con notable puntería. En el flamante Trampin’ (Vagando), la ya crecida “chiquilina de New Jersey” reúne como nunca antes las facetas de su persona pública y privada, y conforma un núcleo de canciones a la vez íntimas y capaces de encender a quien las escuche.
La que habla en cada track del disco es una madre que ve crecer a sus vástagos (carnales y espirituales) en un país que no aprendió de la experiencia de Vietnam y que cree que con armas inteligentes se logran mejores negocios. Por eso, Smith parafrasea el título de su segundo trabajo (Radio Ethiopia, de 1978) en Radio Baghdad, una letanía de imágenes superpuestas en las que la grandeza de la cultura babilónica (“Todo el mundo se revuelve alrededor de un círculo perfecto/ Oh Baghdad centro del mundo”) se entremezcla con el presente de sangre en Irak (“Mandás tus luces, tus bombas/ Las mandás a nuestra ciudad/ Conmoción y estupor, como en un enloquecido programa de televisión”). Aunque Smith haya sido contemporánea del punk (en realidad, apareció un poco antes), en ella habitan aún los ideales de paz y amor de la generación hippie. Gandhi, un largo crescendo con guitarras que pasan de climáticas a aguerridas, es un llamado a un nuevo Mayo del ‘68 en el que la dama murmura, canta y aúlla frases como “despierten de la red en la que han estado durmiendo”, “Tuve un sueño, señor King” o “Larga vida a la revolución”. ¿Una idealista sin remedio, una trasnochada? Díganle lo que quieran, ella sigue convencida de que el pueblo tiene el poder, como cantaba en 1988, y de que el rock puede ser la banda sonora de una revolución pacífica.
El carácter político de Trampin’ está demasiado en primer plano como para pasar inadvertido, pero no es el único costado de la cantante que se puede apreciar. Cartwheel es una delicada canción de cuna para su hija Jesse, fruto de su matrimonio con el desaparecido Fred Sonic Smith (guitarrista de los legendarios MC5). La chica, que ya pasó la adolescencia, toca el piano en la canción que da título y que cierra el disco: un cover de la estrella gospel Marian Anderson (Estoy tratando de hacer que el paraíso sea mi hogar) que Smith usó como mantra privado tras la muerte de su madre. Por extraño que parezca, lo personal y lo global tienen vasos comunicantes en Trampin’. Es que el mensaje no difiere, así le hable a su hija, a George W. o a sí misma: “No sufras la parálisis de tu vecino/ pero extendé la mano”. Ni el más suspicaz podría detectar un ápice de duda en la firmeza del tono de su voz. Y su sinceridad es contagiosa.

Satisfaction

Música 2 Después de que un juez lo despojara de sus regalías de los Smiths y lo llamara públicamente “malévolo, truculento y mentiroso”, Morrissey rompe un silencio de siete años despachándose contra todo y contra todos. Sigue siendo el mismo melancólico de siempre. Pero si se lo escucha con atención, se le puede descubrir una sonrisa de satisfacción en la boca.

Por Martín Pérez
“A pesar de la desaprobación masiva, sigo siendo el mismo”, aseguró satisfecho Steven Patrick Morrissey en una entrevista publicada el mes pasado en el diario británico The Guardian. Y agregó, como para rematar la frase, un comentario clásico de su cosecha: “Alguien tiene que ser yo, así que mejor que lo sea yo”.
Como suele suceder cuando está en sus mejores momentos, Morrissey tiene razón. Porque el mundo del pop –especialmente el británico– parece estar necesitando que alguien sea Morrissey. La prensa parece estar decidida a hincarse ante su estrella como no lo hizo nunca antes. Allí está el nativo de Manchester, de regreso de su dorado exilio norteamericano, admirado de manera confesa por las más elogiadas bandas británicas del momento, como Franz Ferdinand o British Sea Power. “Incluso The Libertines parecen haberse formado específicamente para agradar a Morrissey: canciones sobre una perdida Albion y una fascinación por exhibir sus torsos desnudos en escena que suele hacerlos parecer algo creado por Joe Orton antes que una banda de rock”, escribió Alexis Petridis.
No son pocos dentro de la prensa británica los que aseguran que éste es el mejor momento de Morrissey en su tierra desde la época de los Smiths. Para demostrarlo, Morrissey acaba de editar su séptimo álbum de estudio después de siete años de silencio. Su último trabajo fue el ignorado Maladjusted (1997), cuya edición coincidió con aquel juicio que el baterista y bajista de los Smiths realizaron contra Morrissey y Johnny Marr por las regalías del grupo. El dúo responsable de componer las canciones perdió en la corte, pero el gran humillado fue Morrissey, al que el juez calificó como “malévolo, truculento y mentiroso”, un textual que hizo las delicias de la prensa amarilla británica.
Así fue como Morrissey terminó cruzando el océano para instalarse en Los Angeles, un lugar ideal para purgar en soledad el ocaso de su estrella. Sin contrato discográfico pero tocando en vivo durante todos estos años –de hecho, llegó a tocar en el Luna Park, un show en el que fue teloneado por Leo García antes de incorporar a su repertorio una canción llamada “Morrissey”–, el ex Smith parece haber conquistado a una gran audiencia mexicana (algo que no deja de sorprender a la prensa norteamericana) y haberse hecho amigo de Nancy Sinatra. “Creo que todo el mundo, hasta el Papa, llega a sentirse solo”, declaró recientemente Morrissey al justificar la soledad de su vida en Los Angeles, de la que no reniega para nada. Pero de la que parece haber salido durante un rato a la hora de promocionar I Am The Quarry, un álbum en el que parece más dedicado a saldar cuentas pendientes que a componer sus mejores canciones.
“Hay una diferencia entre catarsis creativa y amargura histérica.” Así es como el legendario Nick Kent se refirió al álbum en su comentario publicado en el diario francés Libération. Y su contundencia permite asomarse a los sentimientos mezclados que ha despertado la edición del álbum, cuyo recibimiento no ha sido unánime. Muchos lo han calificado como el mejor álbum de Morrissey en una década, desde el querible Vauxhall and I (1994). Y otros lo han declarado como digno homenaje a su oscura creatividad durante la década del 90, lo que vendría a ser casi lo mismo, pero mirándolo todo desde la mitad vacía del vaso. Lo cierto es que lomejor del nuevo disco de Morrissey, al menos para sus fans, es que hay un nuevo disco de Morrissey para escuchar. Es cierto que pocas veces la acidez de sus letras fue tan banal –”América, ya sabés dónde te podés meter tu hamburguesa” no parece ciertamente una frase digna de un letrista como Morrissey–, y que al mismo tiempo las melodías y sus arreglos parecen por momentos realmente berretas. “El rock genérico que acompaña sus mejores letras es un desperdicio”, escribió un fanático como Stephin Merritt, de The Magnetic Fields. Sin embargo, los mejores momentos del disco –canciones como “Come Back to Camdem” o “First of the Gang to Die”– parecen funcionar precisamente por ese sonido genérico, que después de todo es el de su grupo de siempre durante su época solista.
“Como las mejores estrellas pop, Morrissey ha creado una patria para sus fans, y les ha enseñado una forma de sentir que incluye una capacidad para sentirse especiales por tener la sagacidad de admirarlo”, escribió Andrew O’Hagan en el London Review of Books, reconociéndose parte de esa patria. Y es desde allí donde se disfruta mejor I Am The Quarry. Con algo de culpa, es verdad. Pero principalmente por saber que no es posible compartir ese disfrute con todos. Porque no es el mejor Morrissey el que está de regreso. Sino apenas el Morrissey que se consigue. “Lo que ves es lo que hay”, dijo Charly García en su etapa Say No More. Pero Morrissey jamás se permitiría saltar detrás de su decorado. Así que no queda otra que disfrutarlo desde ahí.



Hablando a tu corazón

Música 3 En medio de cantautores varones y divas pop, existen pocas mujeres capaces de explorar el mundo femenino en sus canciones. Y son menos todavía las que demuestran una empatía tan delicada y valiente como P. J. Harvey.

Por Mariana Enriquez
Siempre la definen con los mismos términos. Es oscura, compleja, irascible, pero sobre todo, P. J. Harvey es rara. Es sugestivo que la artista más en sintonía con el universo y la intimidad femenina sea considerada una rareza. ¿Qué resulta tan raro? Muchas críticas de Uh Huh Her trataron a P. J. de lunática por escribir “una canción en contra de su peluquera”. Se trata de “Who The Fuck?”, un punk rock fragmentado e irónico, y la Harvey aúlla: “¿Quién mierda te creés que sos? ¡Sacá tus manos de mi cabeza! Sacá tu peine de ahí, no soy como las otras chicas, no podés enderezar mis rulos”. No es tan difícil comprender que la confrontación con su peluquera es una excusa-chiste para esta catarsis en la que ella se defiende como indomable. La lectura literal sólo se explica como una impresionante falta de sentido del humor, además del obvio prejuicio que iguala hablar de pelo con tonterías de chicas. Y después de escuchar varias veces la canción, es obvio que P. J. Harvey busca la provocación, la obtiene, ¡y con algo tan sencillo!
Otra cuestión señalada como “rareza” es el control total que P. J. Harvey ejerce sobre su trabajo. En el implacable machismo del rock, todavía es extraño que una mujer escriba todas las canciones de su disco, y más aún que se encargue de la producción, la mezcla y toque todos los instrumentos –algo que vienen haciendo los solistas varones desde el principio de los tiempos–. Uh Huh Her, grabado en la intimidad, con la sola colaboración de Rob Ellis en percusión y batería, es un disco claramente personal desde su concepción, pero no más que otros trabajos anteriores como Dry, Rid of Me, Is This Desire, o incluso el más “accesible” álbum de 2000 Stories from the City, Stories from the Sea. Toda su poética fue es y es personal, siempre controló su visión y siempre articuló las delicias y penas del amor, el deseo, la soledad, la humillación, la vulnerabilidad y el poder. Uh Huh Her vuelve a transitar estos temas desde una estética despojada, lejana a la limpieza de su disco anterior, Stories.... Es un disco desparejo, pero las mejores canciones, las que tocan algún nervio desnudo, valen por el trabajo entero. En la apertura, “The Life and Death of Mr. Badmouth”, con un riff blues-punk que machaca, P. J. no le perdona la vida a un hombre que le mintió, como una madre inusualmente severa: “Tus labios tienen sabor a veneno/ Lavate la boca, lavate la boca”. No está exactamente furiosa; más bien se la escucha frustrada y triste, ensayando un castigo imposible. Es una canción extraordinaria. “Shame” recuerda a Nick Cave & The Bad Seeds en vena acústica y es más convencional. En seguida rompe el clima la brutal “Who the Fuck?”, pero el aura Bad Seeds retorna en “The Pocket Knife” que suena como una “murder ballad” folk: “Por favor, no me hagas un vestido de bodas/ Soy demasiado joven para casarme/ ¿Ves mi navaja de bolsillo?/ No podrás hacerme tu esposa”. Se siente “como si recién hubiera nacido” y conserva el filo, la certeza de que aún no llegó la quietud. La canción que sigue, “The Letter”, sorprende poco en lo musical –otra vez el blues fragmentado y tormentoso–, pero mucho en la letra; es una canción erótica a partir del olvidado arte de escribir cartas: “Apoyá la lapicera sobre el papel/ presioná el sobre con mi aroma/ ¿No podés ver en mi letra la curva de la ‘g’? ¿La añoranza?/ Sacá el capuchón de la lapicera/ humedecé el sobre/ Lamelo, lamelo”. La delicadeza de “The Slow Drug” remite a Is This Desire? y no hay muchas más sorpresas –salvo algunos caprichos como la insinuación de canción pop en “No Child of Mine” que dura apenas un minuto– hasta “It’s You”, con un piano nocturno, guitarras distorsionadas detrás que crecen y crecen hasta que P. J. se lamenta: “Oh, mamá, no me siento bien/ ¿Puedo salir de escena por un ratito?” y se conecta con esas ganas de que pare el mundo surgidas del desborde emocional. Y sigue, sobre un colchón de bajo y guitarra opresivo, mientras la voz persigue una melodía de belleza esquiva: “¡Mirá lo que me estás haciendo! Cuando no estoy con vos, mis sueños son tan tristes/ Cuando no estoy con vos, sueño que se me cae el pelo/ Cuando no estoy con vos, camino por túneles oscuros de mi corazón/ Cuando era más joven, me pasaba los días pensando a quiéndebía rezarle/ ¿Será a vos?”. Es el tema más romántico y quizá el mejor del disco, si no fuera por los finales. “The Desperate Kingdom of Love” es una balada acústica de esas que mezclan la tristeza y la esperanza, sencilla y sólida (“Hay otro que mira detrás de tus ojos/ De vos aprendí cómo ocultarme del desesperado reino del amor”); “The Darker Days of Me and Him” también es una canción acústica, con suave percusión, sobre el final de un romance y la posibilidad de recuperación; más cerca de la angustia que de la tristeza, suena como el anuncio de un estallido que jamás ocurre.
Uh Huh Her no es un disco raro. Es sentimental –y sí, es femenino–, preciso, muy serio, a veces irónico y con frecuencia desconcertante, porque después de más de diez años de carrera, P. J. Harvey sigue buscando su voz. Y bienvenido sea que prefiera lanzar un disco errático antes que aburguesarse en su condición de artista respetada. No parece buscar ese respeto unánime con algo de solemne, de bronce, que despierta su supuesta rareza u originalidad; más bien se la escucha desententida, segura de que un paso en falso no es suficiente para desviarla de su camino.

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