LUGARES
Los desnudos y los muertos
Repleto de historias de inmigrantes, marginales y olvidados, productos de muertes que, por un motivo u otro, como criminales o víctimas, atravesaron el mundo del crimen, el Museo de la Morgue es uno de los grandes secretos a voces de Buenos Aires. Radar ingresó y se paseó entre frascos, cuerpos cocidos a balazos, colecciones de hímenes y hasta penes con dedicatorias.
› Por María Moreno
Las ficciones nacionales se edifican sobre sus excluidos y no sobre modelos previos. Así, la ficción positivista de la Argentina, realizada en el tiempo de la consolidación del Estado, criminalizó al inmigrante luego de haber dado cuenta del indio. El Museo es aquella institución que exhibe el botín de guerra disfrazado de imagen pedagógica, como lo atestiguan los 300 cráneos coleccionados por Estanislao Zeballos y que subsisten a la protesta de la comunidad indígena en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. El del cacique Mariano Rosas fue devuelto a su comunidad en el 2001, pero con el sello estampado a modo de indeleble “patrimonio cultural”. El Museo de la Morgue puede leerse como una historia colectiva del pobrerío que fue renovando sus “piezas” de un siglo a otro. Allí yace en su pecera de formol el joven polaco suicidado en un campamento junto al río y expuesto, en su extraña belleza, como facsímil de un modelo de Benetton, el ciego mendigo que murió en su cuartucho por las emanaciones de un brasero, el recién nacido estrangulado en un rapto de desesperación, el accidentado de bajos recursos al que no llegó la asistencia pública. Abundan los italianos y los españoles. La condición para formar parte de ese ambiente de mobiliario lujoso como debía serlo el antiguo Club del Progreso es haber pasado por el delito en alguna de sus figuras, la del criminal o la de la víctima, pero también por una ausencia de reclamos en la que no están ausentes ni la soledad ni el temor a la ley.
Aquí está la retaguardia de los NN, no abarcable por la política de derechos humanos ni por la de las comunidades étnicas o la más conseguible familia directa. Será por eso que, si bien el museo figura en las guías turísticas, el grabador o la cámara fotográfica generan una alarma exagerada y constante en el hombre de guardapolvo banco que se propone como guía por razones pedagógicas y reclama secreto. ¿Será porque la puesta en escena y la ambientación exceden el propósito científico? Ni hablar de las licencias literarias de los epígrafes; por ejemplo, el de las piezas 296 y 298, seno y trozo de piel de una italiana de 34 años muerta a balazos por su amante a quien se describe como “hombre adinerado, de profesión, constructor” y donde la trayectoria de la bala parece requerir la voz acelerada de un periodista de fútbol: “Primera herida. Penetra en el tórax fracturando la quinta costilla, entra al pericardio, atraviesa el corazón por el ventrículo derecho y sale por el ventrículo izquierdo. Penetra en el lóbulo inferior del pulmón izquierdo, choca en la altura del octavo espacio y cae en la cavidad pleural de donde se la extrae”.
Si una súbita aglomeración matizada por risas maliciosas delata a los estudiantes de medicina primerizos, seguramente será ante la pieza 566 que indica: “Este preparado corresponde a un adulto de sexo masculino que fue intervenido quirúrgicamente por un cáncer de pene. Al enterarse, su novia rompió relaciones con él. Su determinación hace que el individuo elimine a su ex novia y luego se suicide disparándose”.
El color cerúleo de las piezas, los cabellos decolorados y los párpados bajos no las hace diferentes de las de un Museo de Cera y la emoción se frena ante esos muertos lejanos y desdichados que parecen muñecos hiperrealistas.
Los raros
Feria de fenómenos a los que la impuntualidad de la muerte natural los hizo aptos para sostener materialmente los preparados duraderos, el museo, aunque insista en epígrafes narrados con la retórica del melodrama, no deja de tener el espíritu de solfa de Club del Esqueleto evocado en tantas narraciones de Eduardito Wilde, ministro, higienista y jodedor. Proto rave macabra de estudiantes pobres, el club era una organización juvenil quedaba fiestas de arriba con elementos de droguería donde no había cocó ni morfina: tintura de ruibarbo tan embriagante como el tinto, aceite de hígado de bacalao excelente para freír huevos salados con yoduro de potasio y dulces hechos con azúcar inflamable que predisponía a las niñas a que se las abrazara. Sin DJ puesto que no habían nacido y al compás de un piano alquilado y de la flauta ejecutada por su fundador, Sydney Tamayo, el club funcionaba en una sala de la calle San Juan, donde, en los días de baile se sacaban las camas al patio, se alfombraba con las frazadas de los enfermos de la sala de crónicos del hospital de hombres y se improvisaban sillas con omóplatos y tibias de los difuntos. El humor negro del que esgrime contra La Parca la ciencia positivista mientras se guarda uno de sus dientes para adornar su anillo, estalla aquí y allá en los cartelitos instructivos de la Morgue en plan museo educativo. Si no pasen y vean: “Pene con tatuaje Para tí. Suicidio. Cadáver 869. 56 años. Soltero. Un automóvil colectivo lo hizo víctima en una de las calles de la ciudad. Sujeto bien conformado de barba y bigote largo que une en conjunto de la cabeza un aspecto artístico, lo cual coincide con su profesión de modelo. En el antebrazo hay un dibujo que simula una pantera avanzando en actitud rampante y en el antebrazo izquierdo una mujer desnuda en puntas de pie en tres cuartos perfil posterior y que cubre la parte anterior de su cuerpo con su velo a gasa. Estos dibujos son a dos colores, azul y rojo, y de una perfección singular”. Posible ejercicio pedagógico a sugerir al señor director: planilla con preguntas como ¿quién tatuó la frase “Para tí”? ¿qué sentido adjudicarle? ¿es una ofrenda de amor o la exigencia de otra persona?
Si la función del Museo es educativa, registra una curiosidad: la colección de hímenes “capturados” en víctimas de diversos crímenes, incluida la propia mano, a menos que de ese modo se quiera enseñar a los estudiantes de medicina que a esa reliquia sólo la encontrarán en las muertas. “El himen se conservó por hallarse el mismo intacto”, se aclara en cada caso, sin señalar el aspecto pedagógico de la pieza que, sin embargo, aunque intacta, cuenta en cada caso, una historia. Ejemplo: “Homicidio. Himen. Trece años. Herida de bala de tórax. Corresponde a una mujer de trece años de edad soltera. Suceso de índole pasional en el que perdieron la vida dos personas, la mujer y un hombre de veintitrés años. Ambos jóvenes mantenían relaciones amorosas a las que se oponía el padre de ésta. El día del hecho ambos jóvenes se reunieron en una casa vecina y de acuerdo a las versiones recogidas en el lugar ambos de común acuerdo se suicidaron”. Abunda el suicidio femenino que echa mano a la estricnina o al hormiguicida o el de la que la pluma forense ajusta a un relato de Elías Castelnuovo: “Utero y feto. Corresponde esta pieza al cadáver de una mujer que durante el trabajo de parto experimentó una perturbación mental y dirigiéndose hacia uno de los balcones del séptimo piso del hotel en que residía en barrio central se precipitó al vacío falleciendo de inmediato. Obsérvese el útero conteniendo un feto a término que provocó la dilatación máxima del cuello y estaba en pleno período de expulsión”.
La puesta del Museo no explica nada de las cabecitas miniaturizadas que se exponen en la parte superior de las vitrinas y que parecen diseñadas para sostener esos sombreritos que, por la época en que seguramente fue construida la pieza, se llamaban “escupideras”. ¿Mascarillas mortuorias? ¿Candorosos homenajes necrofílicos a bellezas criminales de ambos sexos? Como la niña que riega la albahaca, el hombre de guardapolvo blanco abre las tapas de los fanales y desliza desde una jarra el líquido rejuvenecedor, no vaya a marchitarse la melena de la occisa obtenida en el prostíbulo y mostrada con el colorido foulard de las pecadoras flotando en armonía fashion en el formol y algo más, que, en ausencia de líquido postvital, no vire el feto con aspecto de bebé Rayito de Sol a su destino evitado de carroña social. Dan risa los de la Pieza 204: “Tres fetosadheridos a la placenta común por los cordones... correspondientes a un aborto provocado en marzo de 1931”. Y si dan risa es por su posición de bailarines de tip tap, seguramente un rapto estético del preparador. Risa que podría liberarse de su condición de perversa si se tienen en cuenta que esos personajes dejaron de ser sin haber sido y nada son ahora, objetivados por la ciencia y trofeos ejemplares de la ley que prohíbe el aborto. Silencio del epígrafe sobre la probable y desesperada mujer que decidió no sostener la progenie triplicada, pero que seguramente no pudo elegir. Su historia quizás pueda conocerse por desplazamiento en la que acompaña la del feto que prueba el crimen de Cayetano Grossi, segunda estrella delictiva con que cuenta el Museo, luego del Pibe Cabeza limitado al torso y la emblemática cabeza a la que el preparado ha dado la apariencia de que el cabello ha sido con hena.
Desgracias
Si existe una pieza vedette en el Museo es una a la que se ha descuartizado en castigo post mortem por llevar las ropas y la vida del sexo opuesto. Sin nombre, junto a la colección de hímenes, es una figura que no instruye sobre ningún delito, debería ser reclamada como cadáver emblemático por la comunidad Glttb (Gays, lesbianas, travestis, transexuales y bisexuales). Su cartelito reza: “Uruguaya, 48 años, casada, empleada. Desde hacía veinticinco años figuraba como empleado en la repartición Nacional. Un hombre que se caracterizaba por su carácter enérgico. Bebía y jugaba hasta con exceso: había contraído enlace separándose de su esposa al cabo de dos años. En la actualidad vivía en la compañía de una mujer de más o menos o menos cuarenta y cinco, cincuenta años con la cual dividía los gastos de la vivienda. Una mañana sufrió un síncope en el patio de la casa falleciendo en el hospital adonde se le había conducido, constatándose su verdadero sexo. En la autopsia se comprobó que la muerte no correspondía a hecho delictuoso. Obsérvese los senos desfigurados por excesiva compresión a la que fueron sometidos durante tantos años. El útero tiene de interesante su característico aspecto de regresión en relación con la edad constituyendo un bloque informe que contrasta con otros úteros que se exhiben en este museo y en plena vitalidad. Piezas 30, 31 y 32: senos, vulva, ano, útero y anexos”. Botín de guerra de la heterosexualidad triunfante, ese oriental mereció ser cantado por Borges junto a Juan Muraña.
Familiar del Antiguo Palacio de las Novedades, el Museo de la Morgue –la crítica a la páge lo sabe-., desplazado a una bienal internacional de arte, se llevaría el primer premio y dejaría como zonceras a los plastificados de tejidos orgánicos de Gunther von Hagens, el año de menstruaciones exhibido por Chen Lingyang en simplones pañitos y la ingenua obra Posición de lectura para una quemadura de segundo grado para la que Dennis Oppenheim se achicharró al sol.