Domingo, 22 de agosto de 2004 | Hoy
NOTA DE TAPA
A partir de la semana que viene, se llevará a cabo en Santiago del Estero el Festival de Cine y Video de Derechos Humanos. A la semana siguiente, en el Cine Cosmos de Buenos Aires podrán verse más de 35 de los documentales proyectados en el Festival. Entre ellos, se dará S21: The Khmer Rouge Killing Machine, el escalofriante film (ganador en la categoría Derechos Humanos del último Festival de Buenos Aires) en el que se reúne por primera vez a torturadores y torturados del genocidio camboyano. Radar ofrece a manera de anticipo algunos de sus momentos más sobresalientes y una guía para no perderse lo imprescindible.
1. Una luz en el infierno
Vann Nath, pintor, sobreviviente del S21:
“Fui arrestado en Battambang. Me torturaron con electricidad y me interrogaron.
A la semana pasaron lista: éramos unos treinta. Nos subieron con los pies
atados a dos camiones. Yo pensé: ‘Éste es el fin, mi vida
ha terminado’. Los camiones anduvieron un largo rato, hasta entrada la
noche. Desde el camión alcancé a divisar una luz. Me imaginé que
estábamos en Phnom Penh, y así era. El motor se detuvo y escuché a
los jóvenes guardianes gritar con alegría, como lobos que esperan
su comida. Algunos de ellos levantaron la lona y arrojaron una luz sobre nuestros
rostros. Otros nos colocaron esposas y nos sacaron del camión. Después
de un día entero dentro del camión, el cuerpo queda entumecido,
uno no puede ponerse de pie. Nos sentaron en dos filas y nos pidieron nuestras ‘biografías’. ‘¿De
qué región eres? ¿Cuál es tu función?’ Les
contesté. Oí que sonaba un teléfono y pensé, esperanzado: ‘Si
utilizan esos instrumentos aquí, estamos cerca de la ley y yo no he hecho
nada malo. Sabrán que soy inocente y me dejarán volver a casa’.
Fue entonces que tomaron retazos de tela para cubrirnos los ojos, uno por uno,
a todos los prisioneros. Sentí algo áspero alrededor de mi garganta.
Estaban poniendo sogas sobre nuestros cuellos y nos arrastraban como ganado.
No veíamos nada. Seguíamos el sonido de las pisadas de los otros.
Los guardianes pateaban a quienes se caían. A veces gritaban: ‘¡Levanten
los pies!’, y levantábamos los pies. ‘¡Agáchense!’,
y nos agachábamos. Nosotros obedecíamos, ellos se reían.
Uno de ellos gritó: ‘¡Igual que losciegos!’. Todos reían.
Nosotros estábamos aterrorizados. Nos detuvieron y nos quitaron las vendas
de los ojos. Vimos cámaras. Nos tomaron fotos, de frente y de perfil.
Una vez que nos fotografiaron a todos, nos cubrieron los ojos nuevamente, pusieron
las sogas en nuestros cuellos y nos sacaron de allí. Caminábamos
en una sola fila. Sentí el frío del piso de baldosas. Subimos unas
escaleras, no sabíamos dónde estábamos, nos descubrieron
los ojos. Vi a una docena de prisioneros a nuestro alrededor, con cabello largo
y una palidez mortuoria. Ni hombres ni mujeres. Entonces fue cuando perdí toda
esperanza. Todo había terminado. No habría vuelta atrás”.
2. La vida es una cerda
Vann Nath, en la sala donde trabajaba: “Yo pintaba en esta habitación.
Duch, el general a cargo del lugar, me observaba, sentado en la silla o parado
detrás de mí. Observaba y me hablaba de pintores famosos, como
Van Gogh o Picasso, que yo no conocía. Tenía que pintar con mucho
cuidado. Para el cabello del retratado, mis pinceladas eran gentiles, no abruptas,
porque eso hubiera sido interpretado como una falta de respeto. Debía
mostrar respeto, hacer pinceladas suaves y pintar el rostro en tonos rosados,
como si se tratara de una piel tersa y delicada, tan bella como la piel de
una joven virginal. Sé que vinieron muchos pintores a trabajar para
ellos. Pero todos fueron asesinados. Algunos estaban un mes o dos, otros de
cuatro a diez días. Si sus ilustraciones no eran apreciadas, los ejecutaban.
Yo sobreviví, afortunadamente, porque les gustaban mis pinturas. A veces
pienso en mi destino. Fueron muchos los que vinieron aquí. Están
muertos. Sólo quedo yo. A veces pienso en ellos y esa idea me acosa. ¿Por
qué ellos? Algunos pintaban mejor que yo”.
3. La gran cadena
Vann Nath le lee a Chum Mey (otro sobreviviente) las “confesiones” de éste.
Vann Nath: Cuando Tith te torturó, tomó nota de todo lo que dijiste.
Esto es lo que escribió: “Historia de los actos de traición
de Chum Mey”. Leeré los puntos principales: 1) Gastaste deliberadamente
demasiada tela. 2) Tu grupo rompió muchas agujas de coser. ¿Es
por eso que te arrestaron?
Chum Mey: Eso no es verdad. Me pegaban tanto que no lo pude resistir y contesté eso.
No pude resistir.
V.N.: Es todo un sinsentido. Si hubieras arrojado una granada en la fábrica,
o le hubieras prendido fuego a la planta textil, hubiera tenido sentido. Pero, ¿llamar
traición a esto? Y denunciaste a muchísimas personas. Aquí están
sus nombres (Vann Nath pasa las páginas). Sesenta y cuatro personas.
C.M.: Me golpearon tan fuerte, Nath, que no lo pude resistir. Dije cualquier
cosa. Mencioné a todo el mundo. Denuncié a cualquiera que se
me cruzara por la mente.
V.N.: ¿Y si sólo hubieras dado tres o cuatro nombres?
C.M.: No era suficiente. Yo sólo estuve prisionero en este lugar un
par de meses. Y luego Phnom Penh cayó. Nunca vi a ninguna de las personas
a las que mencioné. Por eso pienso en ellos todos los días; rezo
a los dioses que si los denuncié y sufrieron las consecuencias, que
no haya mal karma. Día tras día, aún atormenta mi corazón.
V.N.: Ellos arrestaron a tu líder, que debe haber entregado 50 o 60
nombres, incluyendo el tuyo. Luego te arrestaron y tú diste 50 o 60
nombres. Si cada uno de ellos dieron 50 o 60 nombres, en un año o
dos ya no quedaba nadie. Todos en Camboya hubieran sido enemigos.
4. Encuentro con el diablo
Vann Nath se encuentra con varios ex torturadores. Entre ellos, Him Huoy.
Vann Nath: Contéstenme en una sola palabra... Ustedes, que trabajaron
aquí, ¿se ven a sí mismos como víctimas?
Him Huoy: Para decirlo en una palabra: todos víctimas. Nadie puede
decir que no lo fue.
V.N.: Ahora, bien, si aquellos que trabajaron aquí son víctimas, ¿qué hay
de los prisioneros como yo?
H.H.: Son víctimas secundarias. Porque aquí, si no obedecías,
estabas muerto. Eso era seguro.
5. Entre cadáveres
Vann Nath les muestra un cuadro pintado por él que retrata una celda
en la que él mismo estuvo detenido junto con muchos otros prisioneros.
Vann Nath: “Era en 1978, ni bien me trajeron de Battambang a esta celda.
Se llevaban a uno, traían a otro. Nadie sabía dónde llevaban
a los prisioneros. La muerte llegaba todos los días. Alguien moría
cada día. A veces dos en un día. Y dejaban los cuerpos aquí.
Recién se los llevaban 10 o 12 horas después. Así que
dormíamos con los cadáveres. Éste de aquí (Nath
señala a uno de los cuerpos de su pintura) pendía entre la vida
y la muerte. Todavía respiraba. El guardia le trajo un plato de sopa
de arroz y lo incorporó para que pudiera comer. Al día siguiente
murió. Después de su muerte, vino alguien y le pateó la
cabeza, sin ningún motivo. Ya estaba muerto, pero lo insultó: ‘Bastardo,
te dejamos vivir, pero no quisiste hacerlo’. Algunas noches, la luz atraía
unos bichos que se posaban alrededor nuestro. Los tomábamos en silencio
y nos los poníamos en la boca. Si el guardia nos veía, entraba,
se sacaba los zapatos y golpeaba junto a nuestros oídos. De tres a cinco
golpes de cada lado, casi hasta desmayarnos. Y así terminábamos
escupiendo el grillo. Yo estuve aquí un mes. Usé el baño
dos veces, no tenía nada en mi estómago. Nunca pensé que
sobreviviría con sólo dos cucharadas de sopa por día”.
6. Ni parientes ni amigos
Vann Nath escucha a uno de los guardias.
Guardia: Me uní al Bureau S21 y fui educado para fortalecer mi posición
ideológica. Teníamos que ser firmes en nuestra manera de pensar.
De cara al enemigo no podíamos dudar, incluso si se trataba de nuestros
hermanos o parientes. Ni bien alguien llegaba, podíamos discernir
a amigos de enemigos.
Vann Nath: ¿Qué hay de los niños? Algunos no llegaban
ni al año de edad, otros estaban aún en edad de ser amamantados. ¿Contra
qué luchaban ellos? ¿Eran enemigos?
G.: El Bureau S21 nos decía que cuando el Partido hace un arresto, arresta
a un enemigo del Partido. Si arrestamos al marido, arrestamos a la mujer y
a los hijos también. Incluso a nuestros propios parientes, hermanos
y hermanas. Si el Partido los arresta, son enemigos. Nada estaba por encima
del Partido. Si nos ordenaban destruirlos, lo hacíamos.
V.N.: –¿No pensaban para nada?
G.: –El Partido nunca hacía arrestos por equivocación.
V.N.: –¿Habían perdido su capacidad de pensar como un ser
humano? ¿La perdieron? No reconocían ni a su padre ni a su madre; ¡no
creían ni en sus propios padres! ¿Cómo los adoctrinaron?
G.: –Si ellos decían que éste era el enemigo, yo repetía: éste
es el enemigo.
7. Vivo para morir
Vann Nath habla con Mâk Thim, el médico del S21.
Mâk Thim: –Yo estuve en Phnom Penh en la época de Pol Pot.
Me habían enviado a estudiar Medicina a Ta Khmao durante tres meses
y veinte días. El curso nos enseñaba a dar inyecciones usando
almohadas, no personas, y aidentificar las vías inyectables. Hacíamos
vitamina C usando harina, azúcar y vinagre. Después de ese curso
regresé aquí, al S21, para tratar a los prisioneros. Por ejemplo,
cuando un prisionero había sido interrogado, y su espalda sangraba,
yo desinfectaba las heridas con agua salada y aplicaba óxido de mercurio
y gasas. Si se paralizaban, les daba una inyección de B12 y B1, y para
el agotamiento les dábamos vitamina C. Tenían que ser tratados
para poder ser interrogados nuevamente.
Vann Nath: ¿Es decir que el tratamiento de los prisioneros consistía
en proporcionarles alguna fuerza para poder golpearlos un poco más?
M.T.: Sí.
V.N.: El doctor aplica su tratamiento para curar. Ustedes los trataban para
poder lastimarlos de nuevo.
M.T.: Así es.
V.N.: Este reporte menciona a un prisionero que, mientras escribía su
confesión, tomó la lámpara, se volcó el aceite
encima y se prendió fuego.
M.T.: No conocía este incidente.
V.N.: No lo conocías... ¿Y este otro que, también mientras
estaba escribiendo, se atravesó la garganta con la lapicera?
M.T.: Sabía de ése. Yo no lo traté, pero escuché sobre
ese caso.
V.N.: ¿Sabías acerca de la “destrucción por sangrado”?
M.T.: Sabía que le sacaban sangre a dos o tres personas y la ponían
en el refrigerador; no sé a dónde la enviaban.
V.N.: Khan, ¿habías escuchado eso?
Prak Khan: Yo los vi llevar la sangre hasta los cuarteles médicos. Acostaban
a los prisioneros en camas con elásticos de metal, encadenaban sus pies
y colocaban sus brazos abiertos a los lados de la cama. Estaban vendados y
amordazados. Les ponían un tubo en cada brazo, con bolsitas para la
sangre, y los bombeaban. Les pregunté cuántas bolsitas llenaban
y me dijeron: cuatro por persona. ¡No quedaba nada! Una vez que terminaban
de sacarles sangre, los dejaban contra la pared. Respiraban como grillos, sus
ojos se hinchaban, no podían sentir nada; eran sólo sus ojos
y su respiración. Los pozos se cavaban cerca de allí. Yo los
podía oír. Nosotros enterrábamos los cuerpos.
V.N.: ¿Ocurría a menudo?
P.K.: Sacaban sangre según la demanda de los hospitales, cuando los
hospitales principales necesitaban sangre. Cada uno o dos meses...
8. A confesión
de parte
Prak Khan, un miembro del grupo de interrogación: “Interrogué a
esta joven por cuatro o cinco días sin lograr arrancarle nada. Ella
decía que no sabía nada, y yo insistía: a qué organización
pertenecía, cuál era su relación con el jefe de su unidad...
Durante cuatro o cinco días se rehusó a contestar, así que
les pregunté a Duch y Chan qué hacer, y me dijeron que aplicara
tácticas de mano dura para asustarla. Seguí su consejo: la insulté,
la intimidé golpeando la mesa; rompí la rama de un árbol
y le pegué con ella. Ella se meaba del miedo cuando la golpeaba. Cuando
me pidió hacer su confesión, se la hice escribir en cuatro o
cinco días. Me dio una página, pero cuando la leí no decía
en qué red estaba involucrada, en qué partido; no contenía
nada, así que le expliqué y le sugerí que la escribiera
usando mi método: debía describir un partido, una red, una actividad
de sabotaje, un líder”.
9. El pozo
Him Huoy, miembro del personal del S21: “A los prisioneros los matábamos
en la base de Choeng Ek. Habíamos construido una choza. Los camiones
estacionaban; sacábamos a los prisioneros y los metíamos ahí.
Les decíamos: ‘No tengan miedo, van a ir a un nuevo hogar’.
Prendíamos el generador de la choza para ensordecerlos. Los llevábamos
uno por uno,anotábamos sus nombres y los matábamos allí,
donde el pozo ya estaba cavado. Duch se sentaba junto a la fosa a fumar, esperando
las ejecuciones. Nosotros los arrodillábamos con las manos atadas a
las espaldas (Huoy imita el movimiento) con los ojos vendados. Tomábamos
un barra de hierro y les pegábamos en la nuca. Caían de cara
al piso y les cortábamos la garganta con un cuchillo. Luego les sacábamos
las esposas y la ropa (si no estaba manchada de sangre) y apilábamos
eso en una esquina. Arrastrábamos los cuerpos y los echábamos
al pozo. Si llovía, poníamos una lona para que no se anegara.
Después de la ejecución chequeábamos la lista. Si faltaban
prisioneros, teníamos que volver a contar los cadáveres. Cargábamos
la ropa y las esposas en el camión para que las usaran otros prisioneros.
Yo ya no pensaba, no hacía preguntas, no decía nada; los llevaba
para matarlos, para volver a casa más rápido”.
A MARGEM DA IMAGEM, de Evaldo Mocarzel
Concebido originalmente como un corto, el film retrata la cotidianidad
de la gente que vive en las calles de Sao Paulo –en especial los grupos que
se dedican al reciclaje de materiales desechados– y reflexiona al mismo
tiempo sobre la explotación mediática y la estetización
de la pobreza en manos de la televisión, los diarios y también –notable
gesto autocrítico- el cine documental.
OSCAR, de Sergio Morkin
El taxista Oscar Brahim se presenta como una especie de militante argentino
del No Logo: decidido a combatir el bombardeo publicitario lanzado sobre
las calles porteñas, carga sus materiales (engrudo, pintura, recortes)
en el baúl de su 504 y los usa para “intervenir” todo
tipo de afiches callejeros. La película de Morkin lo sigue manejando
el taxi, en su vida familiar, en el momento en que un policía lo sorprende
in fraganti y lo increpa y hasta cuando una conocidísima agencia publicitaria –uno
de los principales blancos de los collages de Brahim– lo convoca
para que exponga sus motivaciones ante los alumnos de una escuela.
MI TERRORISTA,
de Yulie Cohen Gerstel
En 1978, la directora de este film, entonces azafata de la aerolínea
israelí, sufrió en Londres un ataque terrorista perpetrado por
el FrentePopular para la Liberación de Palestina. Sólo resultó herida,
pero una compañera de trabajo murió en el acto. Años más
tarde, enviada al Líbano como capitana de la Fuerza Aérea de
Israel, Gerstel –criada en el más cerrado nacionalismo– comenzó “a
comprender que las acciones de los pueblos de Medio Oriente en conflicto sólo
tienden a perpetuar el ciclo de hostilidades y de masacres”. Casi diez
años después decidió que ya era hora de “enfrentar
mis propios sentimientos y traumas con la necesidad de perdonar: sentí que
al cabo de 22 o 23 años de prisión, Fahad Mihyi –mi terrorista– ya
había pagado y merecía una segunda oportunidad”. Gerstel
escribió a los tribunales británicos pidiendo que lo pusieran
en libertad. La campaña, así como el documental que narra esta
historia, le valieron a la directora toda clase de enemigos y más
de una amenaza de muerte.
GRISSINOPOLI,
de Luis Camardella y Darío Doria
Los directores se instalan entre los trabajadores de la fábrica de grisines
Grissinopoli, que deciden tomarla cuando, “endeudada y quebrada, es abandonada
por sus dueños”. Dieciséis empleados resisten en sus puestos
para evitar que su fuente de trabajo se volatilice en medio de una oscura operación
inmobiliaria, e intentan llevar adelante una experiencia de autogestión
empresarial cooperativa. Presentada como “cine directo, sin entrevistas
ni relato en off”.
CHECKPOINT,
de Yoav Shamir “Con
los años, el bloqueo de rutas
se ha vuelto un ícono de la ocupación israelita en la Franja
de Gaza”, dice Shamir, que entre 2001 y 2003, inmediatamente después
de la segunda Intifada, llevó sus videocámaras a los puestos
militarizados de la frontera palestino-israelí. Sin voces en off,
confiada en la elocuencia de sus imágenes, la película registra
la interacción
cotidiana entre los soldados destacados en los checkpoints de Hebron, Jenin
y Gaza y los palestinos que pretenden franquearlos. Difícil saber
hasta qué punto la presencia del equipo de Shamir influyó en
el comportamiento y la permisividad que exhiben por momentos los militares
israelíes.
En un momento del film, uno de los soldados mira a cámara y pide por
favor que “no me hagan quedar como un mal tipo: échenle la culpa
a los de arriba”. El realizador dice: “Checkpoint es mi propio
pedido de ayuda: la hice por mi gente, mi familia y mis amigos, que representan
a esa parte de la sociedad israelita que elige no saber qué está pasando
tan cerca de nosotros”.
THE WEATHER UNDERGROUND,
de
Sam Green y Bill Siegel
Esta legendaria agrupación norteamericana nació a fines de los
años ‘60, al calor de los congresos de la máxima organización
estudiantil de la época, la SDS (Students for a Democratic Society).
Su objetivo: oponerse a la guerra de Vietnam. Hoy, mientras muchos norteamericanos
los recuerdan como un puñado de estudiantes chiflados con instintos
terroristas, los ex miembros de la Weather Underground –siguiendo el
ejemplo de los Panteras Negras y los Sandinistas– evocan con ánimo
contradictorio los métodos violentos con que enfrentaron entonces a
la violencia del poder. Hay mucha adrenalina en los testimonios que recoge
el film, en su abundante material de archivo y en el testimonio de Mark Rudd,
un ex Weatherpeople –nombre inspirado en una canción de Bob Dylan– que
se pregunta si sus acciones no habrán sido el mero reflejo de la sociedad
a la que se oponían.
JUCHITAN DE LAS LOCAS,
de Patricio Henríquez
El año pasado, en una entrevista con Página/12, Henríquez
contó que lo que le había interesado de Juchitán –ciudad
ubicada al sur de México, casi en la frontera con Guatemala– fue “el
carácter subversivo del pueblo indígena Zapoteca, que se rebela
sin saberlo con su particular trato de integración y tolerancia hacia
los homosexuales en un país tremendamente machista”. El film hace
foco en las historias de tres personajes (Oscar Cazorla, la travesti Felina
y el filósofo Eli) y permite acceder a la intimidad de algunas figuras
notables de esta sociedad matriarcal y poligámica.
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