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Domingo, 22 de agosto de 2004

MúSICA

Los Fronterizos

Llevan vendidos 30 millones de discos a pesar de los graves problemas de censura. Cantan sobre las vidas y las aventuras de grandes y pequeños narcotraficantes. Pero también sobre los espaldas mojadas, los miles de mexicanos que mueren tratando de cruzar la frontera, las promesas incumplidas del gobierno, los asesinatos de Ciudad Juárez y hasta canciones de amor. Con 30 años de carrera, Los Tigres del Norte son los precursores del gangsta rap y la cumbia villera: los descarnados retratistas de la pobreza, la delincuencia y la droga en el México de hoy.

 Por Mariana Enriquez

Dice la leyenda que los bautizó un miembro de la policía fronteriza, cuando a principios de los años ‘70, los hermanos Hernández quisieron cruzar la frontera para tocar en California. “Little tigers of the North”, los llamó despectivamente cuando ellos no pudieron decirle el nombre de su grupo musical –todavía no lo tenían–. Y así les quedó Los Tigres del Norte, hoy el grupo de corridos mexicanos más famoso del mundo, reyes de las estadísticas: desde sus inicios en 1972 vendieron 30 millones de discos, escribieron más de 500 canciones, consiguieron 130 discos de platino y 125 de oro, 12 nominaciones al Grammy, participaron en 20 películas y tocaron en shows para 200.000 personas durante cuatro horas seguidas.
Acaban de editar Pacto de sangre, un disco que desde el título refiere a su relación estrecha con el público mexicano, inquebrantable a pesar de que Los Tigres viven en California como millonarios desde hace años, lejos de esa realidad penosa que relatan en sus corridos: canciones sobre inmigrantes, la frontera, las penurias de los campesinos. Pero, sobre todo, narco-corridos: historias de narcotraficantes grandes y pequeños, y de la cultura del tráfico que florece en los empobrecidos pueblos del interior de México.
Los Tigres del Norte son de Mocorito, estado de Sinaola. Desde 1968 el mayor de los hermanos, Jorge –líder y acordeonista–, entonces de catorce años, se ganó la vida cantando en restaurantes a ambos lados de la frontera. Poco después, la familia se instaló en la ciudad fronteriza de Mexciali, Baja California, pero no fue hasta iniciada la década del ’70 que llegaron a Estados Unidos y un inglés llamado Arthur Walker les consiguió un contrato de grabación, les compró instrumentos y les dio clases de música. Consiguieron su primer éxito en 1973 con su quinto disco y el tema “Contrabando y traición”, que los congeló como el grupo de narco-corridos por excelencia. La canción, escrita por el compositor Angel González, una épica sobre una contrabandista de marihuana llamada Camila la Tejana, decía: “Salieron de San Ysidro procedentes de Tijuana/ Traían las llantas del auto repletas de hierba mala/ Eran Emilio Varela y Camelia la Tejana”. La pareja llega a Hollywood, vende el cargamento, pero no hay final feliz, porque Emilio quiere abandonar a Camelia; ella, despechada, lo mata: “La policía sólo halló una pistola tirada/ del dinero y de Camelia nunca más se supo nada”. “Nuestra música no es exclusivamente narco-corridos –dice Jorge–, sólo que esa canción nos llevó al éxito, y ahí quedó. También escribimos canciones a la gente hispana de EE.UU. o de amor en baladas norteñas.” Pero Los Tigres no reniegan del género: al contrario. Insisten en que jamás conocieron a un zar de la droga, y que nunca escribieron un tema por encargo. Pero reconocen que es la clave de su éxito: “El narcotraficante se hizo popular; la gente incluso a veces le pide ayuda, porque ellos en sus pueblos de origen ponen luz eléctrica y hacen carreteras o escuelas. Los gobiernos saben mejor que nosotros quiénes manejan el narcotráfico. Hemos recibido mensajes del tipo ‘estamos con ustedes para lo que necesiten’ de los narcos, pero no tenemos relación con ellos”.

Cantares de gesta
Los corridos, que tienen origen en los antiguos romances españoles, son parte de la memoria y la crónica de la historia nacional mexicana. Narran historias de bandidos a caballo, a ritmo de polca o vals, y alcanzaron popularidad durante la Revolución Mexicana a principios del siglo XX al ser tanto cantares de gesta de los generales y crónica de batallas; hay corridos históricos que celebran a los caudillos y valientes de la revolución. Polcas, quebraditas y baladas tocadas por conjuntos de acordeón que pasaron de moda durante décadas, hasta que cambiaron de temática y se apegaron otra vez a la realidad mexicana. “Los corridos son canciones que expresan los triunfos y luchas del ciudadano corriente”, explica Jorge Hernández. “Actualmente el narco-corrido toca temas como el narcotráfico y la delincuencia, pero se trata de un género muy antiguo, data de 1910 y se forjó a partir de los discursos que los políticos lanzaban al pueblo. Luego vino Narciso Martínez y les puso música de violín, y transformó esas pláticas en canciones. Hasta que en 1973 transformamos las letras. Fuimos los encargados de retomar el corrido centrándolo en los problemas que afectaban a la comunidad.”
Uno de esos problemas es el narcotráfico, que en México mueve 300 mil millones de dólares por año, un 10 por ciento del PBI. Se ha instalado una “narcocultura”, con sus prácticas e imaginario propio, desde la “narcolimosna” –aportes que recibe la Iglesia de los zares de la droga, y que exploró la exitosa película El crimen del Padre Amaro– hasta sus santos, como Jesús Malverde, bandido de Sinaola de principios del siglo XX que oficiaba de Robin Hood, y que recibe a multitudes de narcotraficantes cada 3 de mayo en su capilla; le piden que bendiga sus armas. En Pacto de sangre, los Tigres exploran qué significa dedicarse al narcotráfico, esa forma de ascenso social, en un país empobrecido. El tema se llama “No tiene la culpa el indio”, y dice: “Muchos andaban arriba y yo muriendo de hambre/ Unos se comían las mieles y yo toreaba el enjambre... /Ahora muchos me piden favores porque soy muy influyente/ De México para Europa yo voy pero a cada rato/ En las ciudad de Madrid tengo muy buenos contactos/ Unos compas colombianos con los que hago buenos tratos/ Por Juárez y otras fronteras/ les he pasado por aire y por bajo de tierra/ será que por eso el Zorro me ha declarado la guerra/ Ahora me llaman jefe porque soy un toro grande/ pero hay muchos novillitos que se han brincado el alambre/ Más vale que no me toquen, porque les truena la bomba”.
Los narco-corridos, como subgénero, se apoyan tanto en el imaginario narco como en la ley de la frontera. Los 3200 kilómetros que separan a Estados Unidos de México, la frontera más larga y más simbólica del continente, es el lugar donde se desarrolla uno de los dramas más implacables de América latina: la cruzan más de 60 millones de personas por año, y entre 1997 y 2002 murieron allí 1800 mexicanos, algunos bajo las balas policiales, otros de sed, otros ahogados en el Río Bravo; incluso el Senado de México solicitó oficialmente al gobierno de Estados Unidos que detenga la cacería de inmigrantes a manos de ciudadanos norteamericanos que les disparan. Al mismo tiempo, Estados Unidos necesita de esa mano de obra barata, especialmente de las maquiladoras que trabajan en las fábricas de frontera. En los narco-corridos, esa frontera se cruza con frecuencia. “La banda del carro rojo”, un éxito de Los Tigres escrito por Paulino Vargas, dice: “Venían del sur en un carro colorado/ traían cien kilos de coca/ iban rumbo a Chicago/ Así lo dijo el soplón que los había denunciado”.
Pero Los Tigres también se ocupan de los inmigrantes que parten hacia Estados Unidos huyendo de la pobreza, sólo para buscar trabajo. Dice Hernán Hernández: “El corrido fue la banda sonora de la Revolución, pero ya no hay revolucionarios, sino tráfico de drogas. Es una realidad, y la cantamos. En los ’70 empezamos a cantar también sobre los ilegales, hablábamos de los espaldas mojadas y sufrimos la humillación del racismo al ser expulsados de locales estadounidenses donde no se admitían latinos. Hoy los seguimos haciendo”. Pacto de sangre tiene dos canciones para los espaldas mojadas. “José Pérez León” es la historia de un joven de 19 años que intentó cruzar la frontera en un tren ilegal, y murió asfixiado cuando se incendió: “Cuando llegó a la frontera con Billy se entrevistó/ era el pollero más famado y astuto de la región/ Le dijo Pepe hoy estás de suerte mañana te cruzo yo/ La madrugada de un viernes en una vieja estación treinta inocentes pagaban su cuota, entre ellos José Pérez León/ Y sin dudarlo a todos metieron en el interior de un vagón/ El tren cruzó al otro lado, casi siete horas después/ Fue cuando el aire empezó a terminarse y ya nada pudieron hacer/ Nadie escuchó aquellos gritos de auxilio y la puerta no quiso ceder/ uno por uno se fueron cayendo y allí falleció el buen José”. La otra es “El santo de los mojados”, una oración a San Pedro: “Concédenos Señor yo te pido/ llegar a los Estados Unidos/ no dejes que regrese al infierno que mi país convierte el gobierno/ Que tu sombra ciegue a los que nos persiguen/ Que tratan de impedirnos llegar pero no lo consiguen/ Manda tu refulgencia, Señor/ Por mares y desiertos/ Para que ya ni el frío ni el calor dejen más muertos/ Estamos en peligro de perder la vida y aquí no nos podemos quedar, no queda otra salida/ San Pedro eres el Santo Patrón de todos los mojados/ Consigue la legalización al indocumentado”.

La censura
Al gobierno mexicano no le gustan los narco-corridos, ni los corridos de protesta. Los Tigres del Norte vienen sufriendo la censura desde los años ‘80, cuando se prohibió pasar por radio “El Gato Félix”, un corrido que celebraba a un periodista asesinado cuando investigaba la corrupción en Tijuana. Hace poco, les prohibieron “La Reina del Sur”, a pesar de que la canción se basaba en la novela de Arturo Pérez Reverte, que narra en la ficción la historia de Teresa Mendoza, una joven sinaloense que a raíz de su relación con un piloto que trabajaba para un cartel de la droga, se involucra en el negocio. Amenazada de muerte, se fuga al sur de España, donde se convierte en una mujer poderosa y temida. Pérez Reverte se inspiró en Camila la Tejana de Los Tigres, y ellos le devolvieron el favor llamando La Reina del Sur a su disco. También tuvieron problemas con “Crónica de un cambio”, un corrido que acusaba al presidente Fox de no cumplir sus promesas electorales. “Siempre tratamos de decir algo sin querer retar al gobierno, pero nos atrevemos a decir lo que nadie se atreve, hasta el punto que nos han prohibido canciones como la que escribimos preguntándole al presidente Fox dónde estaba el cambio que había prometido”, dice Jorge. “Pero la gente reivindica esa canción, poniéndola en los equipos de sus autos y subiendo en la calle el volumen.”
Pacto de sangre tiene un corrido sobre otro tema terrible: los 350 asesinatos y 450 desapariciones de mujeres en Ciudad Juárez. Un senador del PRI llamado Vicente Valencia se quejó porque el corrido “va a crear terror en nuestra ciudad y desalentar inversiones en la región”, pero no consiguió que se deje de pasar en radios. “Las mujeres de Juárez” dice: “Los huesos en el desierto muestran la pura verdad/ las muertas de Ciudad Juárez son vergüenza nacional/ La respiestra es muy sencilla Juárez sabe la verdad/ Ya se nos quitó lo macho o nos falta dignidad/ Es momento ciudadanos de cumplir nuestro deber, si la ley no lo resuelve lo debemos resolver/ castigando a los cobardes que ultrajan a la mujer/ El gran policía del mundo también nos quiso ayudar/ Pero las leyes aztecas no quisieron aceptar/ Tal vez no les convenía que esto se llegue a aclarar”.
La censura a los narco-corridos –tanto de Los Tigres como de otros grupos– está vigente en Chihuahua, Guadalajara, Michoacán, Tijuana y Baja California. El Senado mexicano comunicó oficialmente que “estas canciones aprovechan el gran arraigo popular del género épico para hacer una auténtica apología de los narcos”. Jorge Hernández responde: “A nadie le gusta que le digan verdades, por eso nos censuran. Pero no van a conseguir tapar el sol con un dedo”.

Los otros forajidos
Y es que la tradición del narco-corrido no se termina en Los Tigres. Hay otros enormemente exitosos, como Luis y Julián, Grupo Exterminador, Jenni Rivera, El Coyote de Xalisco, Los Dorados, Los Pajaritos del Sur, Los Hermanos Jiménez de Michoacán, o los Tucanes de Tijuana. Para los jóvenes mexicanos que viven en Estados Unidos, los narco-corridos son su gangsta rap, y como tal, tienen su mártir: Chalino Sánchez, que fue acribillado en 1992 en Culiacán, Sinaola, no se sabe si porque estaba involucrado en el pasaje de drogas y gente por la frontera, o a manos de un asesino celoso de su éxito. Chalino se hizo famoso porque durante un concierto en California le dispararon, y él respondió con una balacera desde el escenario. Siempre cargaba un arma. Llegó a Los Angeles en 1977, inmigrante en fuga después de matar al hombre que había violado a su hermana. Se sostuvo económicamente escribiendo corridos y baladas a pedido de otros inmigrantes, muchos de ellos narcos, que querían que se conocieran sus historias. Y explotó un mercado hasta entonces invisible, el de los casetes, que los inmigrantes mexicanos hacían atronar en sus coches. “Yo no canto, ladro”, decía.
Su primer contrato en Estados Unidos se lo dio Pedro Rivero, jefe de la poderosa familia Rivera de Los Angeles, auténtica dinastía del corrido que tiene sello discográfico propio, Cintas Acuario. El padre Pedro escribe corridos tanto para los motines de Los Angeles como para la guerra del Golfo, y sus hijos Lupillo, Jenni y Juan hacen corridos más urbanos, que reflejan tanto la narcocultura como la vida de la juventud inmigrante.
Los Tigres, con 30 años de trayectoria y conservadores al fin, criticaron a las bandas nuevas de narco-corridos en 1997, con su disco Jefe de Jefes. Muchos no les hicieron caso, pero Los Tucanes de Tijuana reaccionaron, y hasta apoyaron la censura de la canción “Crónica de un cambio”: “Los prohibieron porque esa canción trata de voltear al presidente electo. Yo también lo hubiera hecho si fuera él”. Pero esta interna ociosa puede tener final feliz si las leyes la emprenden contra Los Tucanes. Tendrían elementos. Los de Tijuana son más sutiles, pero no escatiman referencias al narcotráfico. En “Mis tres animales” cantan: “Vivo de tres animales, que quiero como a mi vida/ con ellos gano dinero y ni les compro comida/ son animales muy finos mi perico mi gallo y mi chiva”. Parece inocente, pero en México se llama perico a la cocaína, gallo a la marihuana y chiva a la heroína.
Mientras las peleas intestinas se resuelven, Los Tigres del Norte, jefes de jefes, se van de gira por el mundo y no dejan llamarse voceros del pueblo, continuadores de una tradición. “El narco-corrido es la banda sonora de estos tiempos”, dice Jorge. “El pueblo nos pide las canciones. Y los que se niegan a escucharlo, son unos necios.”

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