MúSICA
Un hombre y una mujer
Él es el heredero indiscutido de Serge Gainsbourg. Ella, actriz de Altman y Raúl Ruiz, es hija de Catherine Deneuve y Marcello Mastroianni. Más que dinamita, juntos son romance, intimidad, lirismo susurrado y música pensativa y feliz como de film de la nouvelle vague. La prueba es Home, el disco con el que Benjamin Biolay y Chiara Mastroianni acaban de desembarcar en Argentina.
› Por Hernán Ferreirós
“La anatomía es destino”, explicaba Freud, pero esto no cambia la injusticia esencial de que hay quienes las tienen todas a favor. Él es como un Benicio del Toro más delicado, con la voz sugerente de Serge Gainsbourg y suficiente sex appeal para rivalizar con cualquiera de los dos. Ella tiene, en partes iguales, la cara del padre y de la madre. Cuando tus progenitores son Catherine Deneuve y Marcello Mastroianni, eso es algo bueno. También tiene la voz de la madre, es cierto; pero no importa, alcanza para lo que tiene que hacer, como alcanzaba la voz de Deneuve cuando Gainsbourg la hacía cantar, dentro y fuera de la cama. Si Catherine Deneuve pudo grabar “Souviens toi de m’oublier” y convertirlo en un semiclásico, Chiara Mastroianni, sin dudas, puede hacer frente a las canciones de Benjamin Biolay, su marido, su Svengali, su Gainsbourg. Juntos grabaron Home (el nombre de un disco y, también, el nombre del dúo que forman), un álbum concebido, según dicen, como la banda sonora de una road movie todavía inexistente. Las canciones, sin embargo, no citan desiertos, ni carreteras, ni descapotables, ni hoteles, ni persecuciones; invocan escenas pequeñas y domésticas, fotografías de tonos invernales que hablan y se preguntan por los problemas de vivir juntos, por la felicidad de estar enamorados y por el miedo al fin del amor.
Chiara y Benjamin se casaron hace dos años, en el 2002, cuando ella empezaba a ser algo más que “la hija de...” en el mundo del cine (actriz discreta pero que elige bien, filmó con Techiné, Altman, Oliveira, Ruiz...), y él, tras un camino bastante largo, había logrado convertirse en la esperanza blanca, de labios carnosos, de la chanson française. Poco tiempo antes del matrimonio, Biolay había editado su debut como solista, Rose Kennedy (2001), un disco conceptual –probablemente una lejana consecuencia de la impresión que le provocó de chico la obra maestra de Gainsbourg, el también conceptual Melody Nelson– acerca de la saga de la familia Kennedy, contada desde el punto de vista de la matriarca del clan. El disco le proporcionó el reconocimiento y la atención mediática que venían esquivándolo desde hacía casi diez años.
Biolay quería ser músico desde chico, y desde chico lo fue. Su padre, clarinetista de la orquesta de Villefranche-sur-Saône, donde nació Benjamin, le dio sus primeras clases y luego lo envió al prestigioso conservatorio de Lyon. Allí estudió violín, tuba, trombón y piano. A los 17 años, tras ganar un premio como mejor trombonista, cambió todos sus instrumentos por una guitarra, que aprendió a tocar mirando a los grupos que desfilaban por MTV. Si bien descubrió tardíamente el rock, se dedicó a recuperar el tiempo perdido. Para los 21 ya había pasado por la ignota banda Wind? y se había convertido en el líder de Mateo Gallion, grupo con el que llegó a grabar un disco perfectamente secreto. Tras la separación inevitable, inició una intermitente carrera solista: primero con el simple La Révolution (1996), que no revolucionó nada, y poco después con “Le jour viendra” (“El día llegará”), deseo que se haría realidad bastante más tarde. Paralelamente grababa junto a grupos de amigos, como L’Affaire Louis Trio, y componía canciones.
En 1999 conoció a la cantante Keren Ann Zeidel, que venía de colocar un par de canciones en K, una película de Alexandre Arcady en la que también había actuado y que tenía un contrato discográfico. Juntos compusieron y arreglaron La biographie de Luka Philipsen (2000), un conjunto de canciones pop ligeramente electrónicas que hacía referencia a la historia familiar de la cantante, nacida en Israel de madre holandesa y padre ruso. El disco fue bien recibido, y Ann empezó a ser percibida como la respuesta francesa a Beth Orton.
El disco fue el primero de una serie, casi toda ligada a Biolay, que revitalizó la canción pop de los galos. Durante los años ‘90, tras el éxito de los primeros álbumes de Daft Punk, Cassius, Bob Sinclar, Etiennede Crécy, Alex Gopher y otros, la especialidad del país de Piaf y Brassens pasó a llamarse, acaso redundantemente, french touch, y consistía en funk y disco electrónicos con un sabor distintivamente retro. Pero no duró. Uno de los emblemas de esta generación, Cassius, vendió unas 8 mil copias de su segundo disco, lo cual, traducido en términos menos comerciales, quiere decir “hiciste mal en dejar tu otro trabajo”. Hoy, sólo Daft Punk sobrevive. La desaparición del french touch dejó lugar a una nueva generación de músicos, todos de menos de 30 años, que volvieron a poner los ojos en los nuevos clásicos: Brel, Gainsbourg, Polnareff.
En ese escenario, con perfecto timing, Henri Salvador –leyenda de la música francesa, crooner con más de sesenta años de una carrera que pasó por el cabaret, el jazz, la música “exótica” y mucho más– diseñó un regreso con pompa en un disco de colaboraciones de perfil alto que incluía a Françoise Hardy. Ann y Biolay, registrados por Salvador a raíz de La biographie..., contribuyeron con cinco canciones, incluida “Jardin d’hiver”, que ya había aparecido en el disco de Keren. El resultado, Chambre avec vue, y aquel track en particular, fueron un éxito masivo.
A partir de ese momento, todo se hizo más fácil para ambos. La carrera de Biolay floreció y el músico supo aprovechar el impulso. Primero lanzó su debut solista, Rose Kennedy, con el que fue “descubierto” por la prensa especializada. Luego grabó una segunda colaboración con Keren Ann que superaba en todo a la primera (La disparition) y un disco junto a su hermana, Coralie Clément (Salle des pas perdus), que ya desde la tapa rinde homenaje a los discos clásicos de la canción pop de los ‘60. El álbum, como Home, fue descripto como la banda sonora de una película inexistente (pero si existiera, debería ser una película de la nouvelle vague). Finalmente, Biolay grabó su obra maestra, Négatif (2002), un disco doble que cuenta con la colaboración de Ann y Mastroianni y lleva al cenit todo lo que había aparecido en la obra anterior: canciones sugerentes, orquestaciones lustrosas, ligeras texturas electrónicas y melodías cautivantes en un extenso álbum de 22 tracks inesperadamente consistentes.
Mientras Biolay desarrollaba su carrera, Chiara participaba en roles menores de películas importantes como Mi estación favorita (1994) de André Techiné, junto a su mamá Catherine, o Tres vidas y una sola muerte (1996) de Raúl Ruiz, junto a su papá Marcello. En 1997 se alejó de la pantalla para tener su primer hijo con su pareja de entonces, el escultor Pierre Torreton. En su vuelta al cine, Chiara logró apartarse de la sombra de sus padres y comenzó a protagonizar algunas películas bien recibidas como El tiempo recobrado (1999), adaptación de Proust por Ruiz, o La carta (2000) de Manoel De Oliveira. Y al poco tiempo, en el mejor momento de su carrera, se casó con Biolay.
Home (2004), editado en Argentina por el flamante sello Paris-BUE, es un disco que se inscribe en la tradición de otros falsos álbumes domésticos –porque en rigor se hicieron en estudio– como Ram (1972), acreditado a Paul y Linda McCartney, con el que comparte un sonido económico y reflexivo, o, en otro rubro, como Around the house (1996) de Matthew Herbert y Dani Siciliano, con el que comparte la meditación sobre la domesticidad y la pareja. A pesar de que fue compuesto en la ruta, en un viaje en coche hacia La Haya, el álbum no está sobrecargado de imágenes tópicas de la carretera. El desierto, el camino, el horizonte aparecen tan sólo en cierta instrumentación, en el espacio abierto que sugieren algunas canciones. Pero el álbum, más que reproducir un itinerario y un imaginario típicamente norteamericanos, se concentra en un tópico más pequeño y universal: los problemas conyugales de una pareja, que podría (o no) ser la de Biolay y Mastroianni. No importa. El tono siempre es menor.
Home es un disco folk, sobrio pero no crudo. Biolay evita las orquestaciones que fueron la característica más sobresaliente de sus discos anteriores, pero nunca abandona su elegancia. Sin lugar para la grandilocuencia, el disco se permite pasar por un abanico de humores en el que la melancolía gana por varios cuerpos. La figura de los dos enamorados se dibuja en canciones de pasión desesperada, en plegarias amorosas, en reproches continuos, en el fantasma del hastío. Ellos son los viajeros, y al viaje no le faltan emociones ni aventura, aunque sucede casi todo dentro del hogar.