PERSONAJES
La noticia rebelde
Dice lo que quiere. Se indigna. Se acoda en la mesa. Acota con sensatez. Bardea al director y a los columnistas. No se esfuerza por ser una muñeca vestida en una boutique.
Y ha convertido la medianoche de Canal 7 en un fenómeno de culto que sabotea todo formato preestablecido para un noticiero. Con ustedes, Marcela Pacheco. Para todo el país.
› Por Moira Soto
Mientras que todas las conductoras de noticieros televisivos quieren ser unas damas de trajecito, impecables y modosas, Marcela Pacheco pulveriza desinhibidamente ese modelo por Canal 7, en lo profundo de la noche. Además de no pasar ropa, al presentar las distintas notas, dice lo que se le canta, en el lenguaje más coloquial y sin preocuparse por mantener la postura firme o parecer elegante.
Sale del ascensor hablando con toda su voz por el celular, guitarra y mochila al hombro, remerita colorada, carpintero flojo, los ojos muy pintados, el pelo rubio desflecado sobre la cara. Saluda cordial, se desprende del equipaje y ahí la tenemos, con la misma facha con que va a salir pocas horas después por ese canal cada vez más (accidentalmente) bizarro que es el 7. Canal en el que Marcela Pacheco desbarata olímpicamente todas las pautas establecidas acerca de cómo debe arreglarse y comportarse una conductora de noticiero. A la medianoche, en Visión 7, ella irrumpe como un auténtico ovni, apenas contenida por el consabido pupitre: espontánea, un poco desgarbada, agitando la cabeza o frotándose las manos, sin ocultar su enojo o su entusiasmo, siempre deslenguada. Para unos cuantos que la pescaron por azar en el zapping y no pudieron creer lo que veían y oían, ya es objeto de culto.
Es que Marcela Pacheco resulta, hoy por hoy, el personaje más imprevisible, menos convencional de la TV abierta en un programa periodístico. Ella se permite, por ejemplo, al presentar la información sobre la masacre en Rusia, recordar que “a los rebeldes chechenos los hicieron bolsa en el ‘91, pero a la historia la escriben los ganadores”. Si el tema es el aumento de sueldo, acotará escéptica: “Acá, las ganancias no se comparten jamás”. A Alejandra Muro, la locutora en off, le zampa con la mayor frescura: “Me hacés acordar a Mariano Grondona: auspician este programa...”.
Durante el curso de esta semana, al comentar los actos de Red Solidaria por los chicos últimamente secuestrados, apuntó: “Me van a acusar de tendenciosa, ya sé, pero hay tantos, tantos otros que están esperando a sus hijos...”. Después de la tanda, el columnista de deporte, Pablo Tiburzi, le elogia el vestido de ese día y ella replica: “Claro, te gustan los cierres, siempre que vengo con muchos cierres me decís lo mismo”. Y sin darle respiro, lo sobresalta: “Se viene el Carnaval en el fútbol argentino, vamos a gozar, mi amor, como diría el Indio Solari...”. Tiburzi se inquieta: “¿Qué tiene que ver (el Carnaval) con Ortega?”. Ella no se achica: “¿Me estás cargando? Hace un fútbol increíble”. A continuación, Pacheco tiene que anunciar un acto al que fue el Presidente y se manda así: “Estoy con La Matanza; me gusta esa zona, hay por ahí una de esas parrillitas bien de provincia que me encanta visitar, con manteles de hule... Kirchner estuvo en La Matanza y habló como habla en todos los actos”.
En la entrevista con Radar, Marcela Pacheco habla torrencialmente, se va por las ramas, cita programas de radio y TV en los que estuvo haciendo de las suyas, siempre tratando de desmarcarse (los más recientes: Seguridad urbana, por Satelital Plus –que capotó porque no le gustaba un aviso de autos blindados– y El último tren, en la madrugada de Del Plata, “puro voyeurismo auditivo”). Y cuando la cronista le pregunta por la letra de alguna de sus canciones de protesta, desenfunda prontamente la guitarra, afina apenas y entona: “Decís que no grite si quiero gritar, que me comporte como los demás/ Decime cuál es la gente normal, yo quiero saber dónde está”. Embalada, sigue con otra: “Llegó a gritar ¡señor, yo no fui!, estaba el perro en el jardín, le tiraron a matar”. Por si hiciera falta, comenta: “Según sabrás, los muertos de determinado sector no existen. Cuando muere un chico asaltante de 15, 18 años, te dan la noticia como si no se tratara de una vida humana, como si no hubiese una historia detrás”.
¿Por qué vía fue que aterrizaste en la medianoche de Canal 7?
–El 25 de mayo tenía que cobrar el tema que hice para Fanáticas, que no me lo pagaron nunca. Estaba en medio del ¿y ahora qué hago?, ¿cómo me las arreglo?, cuando me fui a la Plaza de Mayo y en la parte de prensa me encuentro con Miguel Rep que está hablando con una mujer toda enfervorizada. Yo, que soy de meterme en todas, le pregunto a ella: “¿Dónde trabajás?”. Y me dice que maneja la parte periodística de Canal 7. Era Ana de Skalon. Me propone el noticiero de la medianoche, le explico que no soy una conductora convencional, que me acusan de muchas cosas. “Ya lo sé –me dice–, eso quiero”. Yo no podía creer que por sintonía, por lo que fuese, me demostrara esa confianza. Nunca imaginé que me iban a volver a llamar de un noticiero. Porque tengo fama de mina rebelde, generalmente no estoy de acuerdo con la puesta en escena que se hace de determinados temas, no me gusta cómo se le lava el cerebro a la gente. A mí nunca me dio lo mismo hacer cualquier nota. En consecuencia, siempre fui imputada de editorializar con la cara, de tener discurso incontrolable. Es que yo no puedo presentar las noticias espantosas con cara de poker, sin relacionar, dar algún antecedente, manifestar mi propia interpretación.
¿Qué importancia le das a la pilcha, el pelo, el maquillaje?
–En la parte pilcha, pensé en hacer algo alternativo, promocionar una fábrica recuperada. Intenté, llamé, pero no me dieron ni cinco de pelota. Así que uso vestuario del canal. Tengo un canje de peluquería que utilicé una sola vez. No le dedico tiempo a producirme. A veces faltan quince minutos para empezar y todavía estoy en la redacción, en la compu, buscando cosas. Termino maquillándome yo sola en dos minutos porque no me da la paciencia para esperar el tiempo que tardan en pintarme.
¿Cuánta injerencia tenés sobre el material que vas a presentar?
–No mucha. Trato, pero es complicado. Y tampoco quiero estar discutiendo con todo el mundo. En el canal no están acostumbrados a que una conductora opine; se responde a los mandos, todo muy institucional. Tienen esos reflejos desde hace millones de años, a través de distintas gestiones. De todos modos, me siento en la obligación moral de reivindicar la libertad que tengo para decir lo que quiera.
¿Cómo encaraste el tema Blumberg?
–Terminé leyendo, al final del noticiero, la Biblia que traje de mi casa. Encontré justo lo que buscaba, el Salmo 82, la palabra de Dios sobre los pobres: “Haced justicia al humilde y al necesitado. Defended al pobre y al indigente”. Tenía el libro ahí, abajo, escondido, esperando el momento propicio. Todo el mundo se quedó boquiabierto. Imaginate, algunos ya ven el programa como una caja de sorpresas, se preguntan: ¿qué va a hacer hoy la loca ésta? Y pum, saco un libro enorme con semejante texto. Pero no cabía otra. Traté de decir: eh, mirá lo que dice la religión que se supone que practicás. Además, fijate un poco qué negocio hay detrás: la venta de armas, los custodios que son policía exonerada, los militares que quedaron de muestra...
¿Tenés ideas para el noticiero que aún no pudiste realizar?
–Por supuesto. Desde que empecé se me ocurrieron cosas: hacer la noticia cantada, que vinieran artistas, ahondar en una temática por noche. Es difícil modificar esquemas. Pero a veces pienso que puede ser de lo más transgresor mandar otro discurso desde el formato tradicional de noticiero, con una mina que dice lo que le parece, que no traiciona su pensamiento.