Dom 31.10.2004
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Volver ya no es lo que era

En los últimos tiempos, la lista de artistas, escritores e intelectuales que deciden volver al país no para de aumentar. Sin embargo, el regreso del exilio en un mundo globalizado ya no es lo que era. Ellos mismos explican por qué.

› Por María Moreno

La expresión “fuga de cerebros”, con que se denominó el exilio de intelectuales luego de la Noche de los Bastones Largos durante el gobierno de Onganía, y que genera imágenes cómicas de dibujo animado o de manual de anatomía, hace suponer que los cerebros –según la diversa taxonomía de los exilios políticos, económicos, culturales o sexuales– suelen regresar de vez en cuando, como platos voladores, a cobijarse en el ser nacional y en el color local. Sin que basten las explicaciones sociológicas, en la década del 2000 volvieron al espacio cultural muchas caras conocidas. Pero no a la manera del tango, que propone radicales oposiciones como la que hay entre “Volver” y “Anclado en París”. Los que han regresado lo hacen, como bien dice uno de ellos, Edgardo Cozarinsky, no definitivamente, sino en gerundio.
Alfredo Arias, Juana Bignozzi, Iñaki Urlezaga, Tomás Eloy Martínez y tantos otros, vienen practicando un retorno en cuotas, hecho de visitas insistentes y rituales que, a veces, se aprovechan para la compra de un departamento o la firma de un contrato local. Algunos dicen volví aunque ya estén haciendo las valijas para un coloquio internacional; otros, con agenda completa en Buenos Aires, insisten en definirse como cosmopolitas de raíces difusas, y otros dicen que la informática ha cambiado radicalmente las fronteras y vuelto relativos hasta los exilios políticos. Pero las mitologías de la nostalgia suelen ser repetitivas y hasta increíbles, tanto para migrantes de ida como de vuelta. En Europa o Estados Unidos, el país puede estar representado por detalles nimios, como la magdalena de Proust que desataba una memoria sin límites. La escritora Luisa Futoransky, radicada en París y por ahora sin retorno, al volver, es capaz de sollozar de sólo pisar una baldosa floja. Silvana de Luigi, actriz y cantante, en la misma ciudad, que ahora ha dejado por Buenos Aires, extraña el fiado: “Que te tomen la palabra y listo. Allá en París, por ahí voy a la panadería, descubro que no tengo cambio y me dicen: Venga a buscar la baguette más tarde”. El antropólogo Osvaldo Batalla, que cambió un sueldo en dólares, en una universidad norteamericana, por un sueldo modestísimo en la UBA, dice con toda seriedad que volvió porque extrañaba la palabra “boludo”, dicha a suficiente velocidad como para convertirse en “bolu”, y que cuando la escuchó por primera vez en boca de su sobrino, se puso a llorar de tal forma que lo coaccionaron a un tratamiento psiquiátrico: “Porque no hay nada más argentino que dar por sentado que cada cosa, en el fondo, significa otra”. Durante un período, el director teatral Alfredo Arias reconoció Buenos Aires en Atenas y se leyó a sí mismo en el desarraigo del poeta Kavafis. Y, poco antes de estrenar en el Centro de Experimentación del Teatro Colón Kavafis-Los tres círculos del exilio, respondía a un reportaje de La Nación: “No vine en 17 años. Y cuando llegué a Atenas, tuve la extraña impresión de estar cerca de Constitución. De estar en un lugar donde todo me parecía profundamente familiar y extraño a la vez. Empecé a encontrar una relación afectiva. No venía a Buenos Aires, pero sí iba a Grecia. (...) Como en la obra de Kavafis está el problema del desarraigo, quise que estuviera la lengua francesa, porque es mi idioma de desarraigo. Si para mí la Itaca del poema de Kavafis es Buenos Aires, mi punto de partida es Francia”. La Patria puede no tener localidad y vivir en sus metáforas. Y el propio desarraigo formar parte de una representación en el país de origen. Esa sería otra forma de retorno.
El anacronismo de pensar en términos de ida o vuelta queda claro en las palabras del crítico Diego Fischerman: “En el siglo XlX ningún artista ganaba lo mismo que un príncipe. En cambio, ahora todos quieren vivir como príncipes. Pensar en una elección entre el propio país y el exterior es falso: ningún artista puede hoy trabajar en un solo país. En Michigan terminarían aburridos de Madonna si actuara sólo allí. En Europa, la cercanía facilita los contratos y da acceso a trabajar con los grandesnombres internacionales. Por otra parte, los teatros locales no pueden, ni de cerca, rozar los cachés de afuera”. Entonces una de las maneras de volver es conseguir al menos un contrato anual en casa. El Colón suele ser para muchos la casita de los viejos, como para Iñaki Urlezaga, estrella del Royal Ballet que suele plantar ahí sus zapatillas y que, volviendo en gerundio, ocupa un departamento en Palermo.
Si toda ida tiene sus raíces políticas, el exilio específico puede permitir –se continúe en la práctica militante, aun en limitadísimas condiciones, o se haya tomado distancias con éstas– restituir a la vida cotidiana aspectos enajenados por la militancia. El ideal sacrificial, el ascetismo que impone la clandestinidad y la precipitación de los hechos, propio de la militancia de los ‘70, encontró un límite en las democracias de llegada que, al mismo tiempo que quitaban el paréntesis a los deseos personales en suspenso, informaban sobre su dimensión también política. De diversos modos en México, en España, en Suecia, se accedió al discurso feminista y ecologista, al de la liberación gay. “Para aquellos que veníamos de una militancia –decía Nicolás Casullo en la década del 90– donde habíamos abandonado el libro, fue la posibilidad de recuperarlo. Nosotros, que habíamos renunciado a todo, a la universidad, a la novela, al arte, empezábamos a vivir en un espacio que no nos llevaba a pensarnos desde un compromiso total. Porque si la generación del ‘70 había comenzado a pensar allá por el ‘61, ‘62, muchos veníamos de revistas literarias, de Thomas Mann y de Baudelaire, del Che tomado estéticamente. ¿Dónde había quedado mi Musil en medio del quilombo posterior? ¿Cómo lo pronunciaba? La militancia había sido tan dura, tan podadora que sentarse a leer una novela era como volver a oxigenarte.”
Entonces, porque la ida no es químicamente pura, el exilio puede, en lugar de constituir solamente un espacio de pérdida, cuando no de horror, tener elementos de esa pátina cultural que han buscado muchos intelectuales de todos los tiempos y, aunque ellos no se encontraran en el mítico centro del mundo sino en otro país latinoamericano, tratar, como Nicolás Casullo, de armar la Patria portátil con la Biblioteca Universal.
Hay destierros no motivados por la persecución política pero sí determinados por el clima político, como los de Edgardo Cozarinsky y Juana Bignozzi. Tampoco son puros los autodestierros por razones económicas que siempre ocultan razones personales o que, para hacerse efectivos, necesitan de una oportunidad bajo la forma del duelo, el divorcio u otros avatares cotidianos.
“Es cierto que en el momento en que decidí emigrar no tenía trabajo ni perspectiva de algo bueno, pero tanto o más cierto es que tampoco toleraba ser testigo y ver en directo cómo mi padre envejecía y se apagaba –dice la poeta Andrea Gutiérrez, hija del actor José María Gutiérrez–. De alguna manera y sobre todo escapé de ese trance sólo para absurdamente sufrirlo a la distancia. Para padecer a 13.000 kilómetros su deterioro físico más la culpa de mi abandono. Demasiado imbécil, lo sé; pero aun así me justifico. Se murió un año y tres meses después de mi partida. Sin embargo el muy siniestro me esperó, aguantó hasta que yo viajara y estuviese ahí. Llegué el 9 de diciembre y él decidió morirse el 9 de enero. Justo un mes duró nuestra despedida. Y después la nada. Volver o no daba lo mismo. Recuerdo que el avión en el que yo volvía a Madrid después de enterrarlo se atascó en el aeropuerto de París por una tormenta de nieve y les tiraban desde una grúa un líquido azul descongelante a las alas. Y a mí, verdaderamente, profundamente de alma, me daba lo mismo que pudiera despegar o que se estrellara.” Andrea Gutiérrez volvió porque tenía la resaca de los bares de Corrientes y “el sonido del tango silenciado y convertido por los otros en un dato pintoresco”.
Muchos están de regreso pero no están de acuerdo con llamar vuelta a un nuevo anclaje, episódico en un movimiento que iniciaron muy temprano.Josefina Ludmer, Tomás Eloy Martínez, como seguramente en su momento Manuel Puig, deben situar el corte originario en la llegada a Buenos Aires desde el llamado interior y no en la partida del país .-de ahí que ése fuera su verdadero viaje al exterior–. Sin embargo, cada nómade cultural sitúa un lugar de referencia, no necesariamente el del origen. Josefina Ludmer llama “pueblo” a Buenos Aires y no al San Francisco cordobés, donde nació.
La jubilación en euros o dólares ha decidido algunos regresos notables. Allí, contrariamente a las connotaciones locales del término, “jubilación” significa libertad, decisión y renacimiento. Ludmer, reconocida crítica literaria, planea hacerse chef, tal vez bailar salsa. Pero no es necesario haber logrado condiciones excepcionales en el exterior para tener, entre los cerebros, un regreso, si no con gloria, con vento. La integración en cualquier país europeo o en Estados Unidos abrocha contactos y trabajos free lance que permiten gozar de una plata dulce en la Argentina. El email o las conferencias internacionales mantienen un cordón umbilical fecundo en contratos, becas y congresos con honorarios.
Pero hay quienes consideran que la vida en movimiento desaloja toda intención de sedentarismo. Silvana de Luigi se jacta de no aportar en ninguna parte. El hecho de que su hija mayor vaya al Liceo Francés señala un anclaje en Buenos Aires, pero su casamiento con un artista alemán pone en la mira de su futuro, más allá de su familiar París, a Berlín.
Osvaldo Batalla dice que con la venta de su casa “afuera” tiene para pagarse una en el Tigre, comprar un departamento en Buenos Aires y vivir de una huerta orgánica: “Más por ex hippie que por ser como un Lévi- Strauss a la violeta”.
Si la nostalgia sigue estando de moda lo es menos por un lugar perdido que por uno de aquellos que el movimiento pone entre paréntesis y vuelve literarios. El regreso en gerundio localiza la lengua como Patria y confunde el pasado de los padres con el propio. Como si la nostalgia fuera la de un relato. Hoy, una remake de la película Volver no situaría a Gardel junto a Tito Lusiardo en la borda de un barco, sino comprando pasajes por internet, luego de mirar fútbol por satélite y chatear con versiones manga de Mona Maris.

Tomás Eloy Martínez, periodista y escritor
"En silencio y con la cabeza baja"

"No puedo hablar de regreso a la Argentina porque desde que me instalé en Buenos Aires por última vez, en 1984, nunca me he ido. Aunque trabajo fuera del país, en una universidad de New Jersey, tengo mi casa en Buenos Aires y hacia allí viajo entre cinco a seis veces por año. En 2004 ya estuve tres veces, una durante cinco semanas. Y volveré en noviembre y diciembre. La mayoría de las veces permanezco en silencio, con la cabeza baja, para hablar con la gente, recuperar los matices perdidos de la lengua y sumirme de lleno en los afectos.
Me fui una vez por propia voluntad, en 1969, y pasé unos dos años en Francia. Al regresar, me propuse no marcharme nunca más, pero en 1975 me cayó encima una amenaza de muerte. Supuse que era pasajero y que a los tres meses el país volvería a las incertidumbres de siempre y todo sería olvidado. Ya se sabe que lo peor aún estaba por empezar. Me quedé casi nueve años fuera, en Venezuela. El despojo de esos años todavía me duele.
Cuando estoy en la Argentina, dejo que la realidad me avasalle. Tal vez por eso me cuesta escribir. Sin embargo, puedo hacerlo a lo lejos, sin teléfonos, sin perturbaciones publicitarias. Encerrado en mi oficina del suburbio, cortados los puentes con la realidad, las ficciones llegan a mí con la soltura que quieren.
Hace poco, en Boston, me tocó leer un fragmento de El cantor de tango, mi última novela, ante un grupo de estudiantes norteamericanos. Cuando iba por la mitad de la lectura, sentí una profunda melancolía de Buenos Aires y me dije: ¿Qué estoy haciendo acá? Sigo repitiéndome la pregunta, y ya conozco la respuesta."

Raúl Escari, artista
"¿Cómo no volver si sólo me enamoro en castellano?"

"¿Cómo no volver si sólo me enamoro en castellano? Aunque en Buenos Aires no tenga sentido de la orientación. París está mejor dibujada para desplazarse. Allí viví 17 años sin volver, como un expatriado de lujo. Después, empecé a viajar. Trabajaba en radio Francia, después en France Presse. En Libération hice una cobertura muy importante entrevistando durante treinta días a argentinos en París, en pleno mundial del ‘78: Lea Lublin, Copi, Miguel Abuelo. Pero nunca perdí el estatuto complicado de extranjero. Ahora, estoy tramitando la jubilación allí, pero vivo acá donde, como dice Luisa Futoransky, ‘el tejido ya está armado’. Aunque en París no extrañaba, como ella, las baldosas flojas. Lo que no tengo aquí todavía es ‘el amigo gay’. Porque la amistad es el motor primero de la vida gay, algo que contribuye a crearse a uno mismo, a la libertad personal. Es un espacio donde están ausentes las agresiones y las injurias que el homosexual sufre a lo largo de su vida. Exclusivo, pero que funciona dentro de un círculo: la tribu. En París, murieron muchos en mi tribu: Copi, Guy Hocquenghem, Severo Sarduy. Quedan otros y, cuando tuve un problema con el alcohol, sentí allí una contención que tenía treinta años de historia. No sé si eso hubiera sucedido aquí, si hubiera encontrado ese tejido armado del que habla Luisa. En la tribu de Buenos Aires todavía no tengo el amigo gay. Lo ideal sería vivir como Gloria Alcorta: seis meses allá y seis meses acá."

Edgardo Cozarinsky, cineasta y escritor
"Los elefantes vuelven al lugar donde nacieron"

–Los elefantes vuelven a morir al lugar donde nacieron, por eso creo que -.lo digo a título personal– la gente regresa cuando envejece. Yo me fui en el ‘74 cuando la Argentina era irrespirable por Isabel Perón o López Rega y mis amigos peronistas de izquierda me llamaban “viejo reaccionario”, “gorilón”, etc. No podía estar con ellos porque fui a la escuela pública del Estado, gratuita y ya no laica, gracias a Perón que impuso en el ‘46 la enseñanza de la religión y donde, en el pizarrón se escribía Perón cumple y Evita dignifica. Entonces, entendiendo el paso del tiempo, me parecía absurdo que dijeran “Vamos a copar de adentro el peronismo”. Ya es ridículo el sueño despierto, pero cuando lo aplicás a la vida política, ¡adiós! Quedan los tendales de cadáveres. Amén de estar distanciado de gente por la que sentía profunda simpatía humana, en esa época quería trabajar tranquilo, hacer cine. Mis motivaciones eran egoístas –quiero respetar la palabra “egoísta”–. No me fui por razones políticas porque no soy un perseguido, ni por razones sexuales porque me las arreglaba muy bien. Me fui seis meses por un trabajito. Algo para la televisión alemana. Luego hice subtitulados en París. Entonces saqué la tarjeta de residencia por seis meses. Luego la renové por un año. Cuando existió la posibilidad de hacer una película me vi en la necesidad de tener residencia allá. Fueron una serie de pequeños gestos que fueron componiendo un gran gesto de decir “Me voy”. En el ‘77 me llega la noticia de la muerte de Enrique Raab. Y viene una época de gran resentimiento con la Argentina, de una manera abstracta, martinezestradezca. Resentimiento de amante abandonado. Era un sentimiento tipo “Percanta que me amuraste”. Sentía cada vez más horror ante los exiliados profesionales y, durante la guerra de las Malvinas, cuando vi las manifestaciones de montoneros y pseudomontoneros en París, con carteles que decían “Las Malvinas son nuestras”. Ese nacionalismo hipertrofiado con culto de la muerte para mí era la entraña negra del país.
Pienso que a España se fue la gente más perezosa porque aprender un idioma es una inversión. París es un lugar privilegiado. La gente de todo el mundo va ahí. Y eso hace de la ciudad un súper-ego. Se vive como si todavía se estuviera en la época de Picasso, Stravinsky, Chagall. Allí no te preguntan: “¿Por qué está usted aquí?”. Sino que te dicen: “¿Dónde estaría si no aquí?”. Volví en el ‘85 y estuve en Bolivia, en el Parakultural, en todas partes, con mi cicerone preferida: Silvina Walger. Pero pensé que esa ciudad más distendida era para los jóvenes. ¡Y ese alfonsinismo de socialdemocracia académica, con la capital en Viedma, el austral como peso y el presidente corriendo a los cuarteles...! Por lo menos Menem decía directamente “repriman” y así se sacó de encima a Rico y Seineldín. En el ‘99 tuve un percance de salud bastante grave que ahora está totalmente bajo control. Intelectualmente sabía que no era inmortal, pero como vivencia personal lo tenía archivado. Ahí sonó una chicharra. Me puse a escribir La Novia de Odessa. Hasta entonces nunca había escrito mucho. Siempre tenía miedo de que lo que escribía no estuviera a la altura de mis ambiciones.
¿Nostalgia?
–Detesto la palabra. Simplemente aquí me encuentro con personajes que son profesores a la mañana, periodistas a la tarde y traductores a la noche y se quedan conmigo hasta las tres de la mañana. Me gustan los jóvenes. Mesorprende que gente que no sabe lo que yo sé tenga la capacidad de asociar cosas que yo me siento incapaz de asociar. Por ejemplo, una lectura de Kafka con una letra de tango. Mi “bagaje” me hace conocer en profundidad las cosas pero al mismo tiempo me inhabilita. Cuando decidí filmar, ¿dónde podría haberlo hecho sino en Buenos Aires? Fue un pretexto para venir. Para mí el cine no es interpretación, ni actuación en el sentido del teatro donde se proyecta a distancia una imagen. En el cine la cámara se acerca y quita algo que hay adentro. Por eso al casting lo hice hablando con la gente, viendo cuáles eran sus gestos, sus ademanes, sus voces. A Gonzalo Heredia le dije: “En esta escena vas a entrar al hotel viendo si hay algo para robar. Mirá como un investigador muy serio haciendo una tarea casi científica”. Él me contestó: “¿Cómo la hago, jefe: Sherlock Holmes o La Pantera Rosa?”. “Dale: Pantera Rosa total”, le dije. Yo soy incapaz de ese tipo de asociación.
Aunque detesta la nostalgia, dice que los muertos lo acompañan.
–Cuando yo heredé la biblioteca de mi amigo Alberto Tabbia, encontré sus cuadernos y me sorprendió que no hubiera querido publicar. Había de todo: notas, anécdotas, un diario. A mí me gusta mucho lo anecdótico, que es una categoría totalmente despreciada. Porque en la anécdota se resume toda la vida de una época. Encontré, por ejemplo, ésta: Facultad de Filosofía y Letras, años ‘40. Clase de Literatura francesa con el profesor José Oría. Y Alberto Tabbia le dice a Salvadora Medina Onrubia: “Qué buena estuvo la clase sobre Verlaine”. “Lo hubieras visto en Baudelaire, che”, le contestó ella, como si fuera una película. Para mí no hay nostalgia. Los muertos viven en mí y conmigo. Me alimentan mucho de recuerdos, de opiniones, de puestas en perspectiva.
Eso de decir a menudo: “Esto, cómo le hubiera encantado a X...”.
–Eso no me pasa solamente con Alberto Tabbia, que era mi mejor amigo, sino con Enrique Raab. Me acuerdo de que una de las últimas veces que lo vi, a principios del ‘74, comimos juntos en su departamento de la calle Viamonte. En ese momento había salido el obituario de Francisca Gaal, una actriz húngara que había hecho tres películas en Hollywood. Entonces le dije a Enrique: “¿Y esta sombra del pasado?”. Porque esta mujer era de esa gente de la que uno se entera que estaba viva cuando muere. Y empezamos a recordar sus películas. Muchos años después, cuando yo hacía El violín de Rothschild, mientras buscaba documentación en los archivos de la cinemateca de Moscú, veo los festejos de la victoria del año ‘45 en la Plaza Roja en un film y el comentarista dice en ruso algo así como “Francisca Gaal” y le pregunto al asistente: “¿Qué ha dicho ahí?”. “Que entre las personalidades extranjeras que visitan Moscú, en ocasión de los desfiles en la Plaza Roja, está la famosa actriz Francisca Gaal”. Entonces le dije que parara para ver la cara que tenía. Esa mujer que había hecho tres películas en Hollywood en el ‘33, estaba en Moscú. ¿Cómo? ¿Por qué? En ese momento pensé mucho en Enrique. Pensé: “Enrique, donde quiera que estés, te mando un enigma: ¿qué hacía Francisca Gaal en la Plaza Roja de Moscú en mayo del ‘45?”.
¿Escribir está ligado a la chicharra?
–Sí. Aunque sigo haciendo cine y televisión. No puedo volver del todo porque acá no tengo modo de subsistencia. Si lo tuviera, me traslado. Entonces, me organizo para tener un pie allá. El año pasado volví seis veces. No soy uno que volvió sino que está volviendo todo el tiempo y que va a seguir volviendo. Gerundio, gerundio.

Juana Bignozzi, poeta
“Ahora me van a enterrar cerca de Luis Sandrini”

“Yo siempre aclaro que nunca fui una exiliada, que me fui porque pensé que a este país lo iban a gobernar los montoneros. Más que una exiliada, entonces, fui una desterrada. Si me llegaba a morir en Barcelona, resucitaba para tomarme el primer avión y morir acá donde, seguro, me van a enterrar cerca de Luis Sandrini. Con lo que vendí me da para vivir unos quince años y después me suicido. Pero con una .22 no. Con algún arma de la ETA, porque si no, capaz que le saco una oreja a alguien. Me fui de dondeestaba, hasta con orgullo, extranjera, a veces con desprecio, a veces con odio. Este largo malentendido ha terminado pero, como en todo divorcio, los hay amigables, los hay correctos o como éste donde yo siento ‘ahí te quedás con un gobierno que ni llega a socialdemócrata en el siglo XXI, ahíte quedás con una de cada cinco familias en la pobreza, con el barrio de La Mina, al lado del Forum, que ya casi lo han regalado, en la misma tragedia de la década de 1950. Llegué a una ciudad sin casi escuelas públicas, sin rotiserías, en la queíbamos a Francia a comprar polenta y Savora, donde las señoras decían en el mercado que las paltas eran cosas de extranjeros, y me fui de una ciudad dondevenden asado macerado en adobe llamándolo churrasco, de una ciudad destinada al turismo y a losseñores que vienen a las ferias a frecuentar hoteles de cinco estrellas, restaurantes de diseño y señoritas, donde el diseño se ha convertido en una mueca de la ridiculez. Esa ciudad nada nos dio(teníamos abonos en el Liceo y el Palau antes de que se convirtieran en una estafa) –pero eso no importa, soy una extranjera que vino y se fue–, nada les da a sus habitantes ni a los que, en un tranvía que no funciona, piensan (tantos venidos de provinciasmiserables): ‘Está bien, es nuestra Barcelona’. No nos volveremos a encontrar, ninguna de las dos lo queremos, perodevolveré tanta ideología de nuevo rico siendo un testigo.”

Carlos Moreira, artista
“Estoy de vuelta, pero estoy globalizado”

“En Bellas Artes yo tenía una amiga que se llamaba Clemens y se fue a casar a Basilea. Con otra amiga, Elsa, bien de hippies, decidimos ir a visitarla. En ese entonces ya empezaba a asociar la familia a lo sedentario, el viaje a la amistad. Mi padre, que era marino, nunca me había llevado en sus viajes, a pesar de que una vez por año se le permitía hacerlo en familia. Mi madre suele contar anécdotas que terminan: ‘entonces vino tu padre y me bajó de un hondazo’. Yo tiendo a estar en el aire, aunque en realidad sea un tren o un avión donde la próxima estación o el próximo aeropuerto, lejos de angustiarme, me hacen decirme: ‘A ver ¿y ahora qué?’. Me había ido con cien dólares que me regaló Hebe Clementi. Al llegar a Basilea, Clemens no estaba. Allí empezó mi periplo. Buscando llegar a Barcelona, hice dedo. Me levantó un suizo que me dejó en una plaza. Yo le había mentido diciendo que paraba allí, en una casa; no me animaba a decirle que no tenía dónde ir. Pero esperé que se fuera para volver a hacer dedo. El tipo comenzó a dar vueltas alrededor. Por fin me puso el coche al lado, se bajó una ventanilla y apareció una mano con 100 francos. Después dicen que los suizos son secos. En Varsovia viví en una casa sin entender una palabra del idioma. Allí, una mujer llamada Mariola que hablaba italiano me encargó algunos trabajos. Los otros habitantes, todos polacos, me escucharon decir en español, la expresión ‘Mañana por la mañana’. Desde entonces me llamaron así: ‘Mañana por la mañana’. Mariola me invitó a Cracovia. Su madre se asombró de que en mi documento hubiera una huella digital, como la que pedían los nazis. Les dije que era un invento argentino, como el bastón blanco de ciegos. Tenían un libro de visitas, que se iba heredado en la familia. En cien años habían pasado sólo 3 argentinos. Luego Mariola me invitó a un lugar, cuyo nombre no entendí. Pensé que era un sitio de fin de semana. Fuimos. Al llegar vi que era Auschwitz. He sido pizzaiolo en Suecia, vendedor de libros en Barcelona, masajista en Suiza, pintor de paredes en cualquier parte. He vuelto pero estoy globalizado. Mi madre protesta y me llama “vejestorio” y “desnorteado”. Pero yo haría una versión de esa frase de Brecht que dice: ‘Nadie quiere a los exiliados porque traen malas noticias’. Es así: ‘Los viajeros siempre traen buenas noticias, menos los exiliados’.”

Josefina Ludmer, crítica literaria
“Si tengo una patria, es la lengua”

–Yo estoy acostumbrada a moverme porque vengo de un pueblo. Viví hasta los 18 años en San Francisco, Córdoba; de los 18 a los 25 en Rosario y desde los 25 en Buenos Aires. Mi padre nació en la colonia judía de Santa Fe, y mi madre en la de Entre Ríos. Los Ludmer son fundadores de Moisesville. Mis abuelos llegaron en 1880. Es decir, hay un desarraigo que viene de antes pero que no se siente como pérdida sino como movimiento. En la época de la dictadura empecé a viajar a EE.UU. como profesora visitante. Pero el verdadero corte fue mi instalación en Buenos Aires, que a partir de determinado momento considero mi lugar. Hago una adaptación muy rápida pero al mismo tiempo tengo siempre una distancia. El espacio no me traga porque soy una judía errante.
¿Pero no hay un lugar mítico para volver?
–A mi pueblo nunca volví. Me han invitado pero no quiero volver. Es un principio de mi vida. Yo no vuelvo para atrás. No quiero ni ver la casa paterna. Porque lo más rico es lo que uno tiene en la mente, no larealidad. Y no soy nostalgiosa. Al contrario. Ahora si hay una nostalgia, es la de EE.UU. Mi casa, mi trabajo, sobre todo esa cosa internacional de un lugar donde se hablan todas las lenguas. Para mí Buenos Aires es el “pueblo”.
¿En algún momento decidió quedarse en EE.UU.?
–Nunca. Cuando llegué la gente me preguntaba: ¿Hasta cuándo te vas a quedar? Y yo contestaba: Hasta que me aburra. Mucha gente, cuando se va, vende todo. Yo, al contrario, en cada sabático, venía y agregaba cosas. Me encantaba encontrar la familiaridad lingüística. Además mi hijo siempre vivió acá. Mis libros salen en castellano y los que salen en inglés yo no los siento como propios. Si yo tengo una patria es la lengua. El retorno es un mito del exilio. Yo venía en diciembre para las vacaciones y todos los sabáticos, cada dos años y medio. Entonces no llegué a constituir una cosa separada. Aquí es el único lugar en el que puedo escribir. En este espacio, esta casa que es la casa materna. Para mí las sucesivas mudanzas fueron sucesivos libros porque si yo tengo un fantasma negativo es la repetición. Cada libro es como un matrimonio. También los lugares. Yo digo ahora que de Yale me estoy divorciando. El tiempo de Yale ha sido el tiempo de mis parejas que duraron 13 años. Y en este caso estoy encantada porque éste es el mejor divorcio. Es el del que saqué más. Es –se lo digo a todo el mundo– mi único divorcio productivo.

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