CASOS - EJéRCITOS DE NIñOS, ESPíRITUS Y POLíTICA DESANGRAN A UGANDA
La guerra más rara del mundo
El espíritu de un soldado italiano que pasa de guerrero en guerrero. Un líder que habla con el arcángel Gabriel. Canibalismo. Aldeas masacradas. Poblaciones enteras secuestradas. Y un ejército de niños. ¿Cómo es la guerra que desgarra a Uganda desde hace 14 años y que ahora está en manos del fiscal Moreno Ocampo?
› Por Sergio Kiernan
Como escondida en ese corazón que tienen las tinieblas, raleada de las noticias, ignorada, hay en Uganda una guerra donde las armas son el canibalismo, la esclavitud sexual, las masacres y una crueldad que parece sacada de Auschwitz. Esta guerra enfrenta al gobierno de Yoweri Museveni con uno de los delirios más refinados de la política moderna: el Ejército de Resistencia del Señor, cuyo líder es guiado por espíritus animistas, se dice cristiano, es financiado por la dictadura musulmana fundamentalista de Sudán y se dedica a secuestrar chicos como esclavos y combatientes. Su cruzada ya causó más de 30.000 muertos y casi dos millones de refugiados. Ni el arcángel Gabriel –supuesto consejero– sabe exactamente cuántos chicos fueron secuestrados.
En tiempos del traje de lino blanco y el sombrero panamá, Uganda parecía una tierra bendita. Junto con Kenia y Rodhesia, era un país fresco para ser Africa, de campos limpios y sin las fiebres malsanas que liquidaban a blancos y negros con ecuanimidad. Los ingleses invirtieron bastante en Uganda, proporcionalmente hablando, y no era absurdo pensar que la colonia ante las fuentes del Nilo tenía una chance de llegar a algo después de la ola de descolonizaciones. Luego, se sabe, pasó de todo y pasó Idi Amin Dadá, que entre 1971 y 1979 terminó de destruir el país y de hundirlo en un nivel de brutalidad asombroso. Al dadaísta ex sargento lo expulsaron del país, junto a su harén, las tropas de Tanzania, y los siguientes siete años fueron una guerra constante entre presidentes y aspirantes que costó medio millón de muertos. En 1986 tomó el poder Museveni, después de largos años de guerrilla y, él también, de reclutar por la fuerza un ejército de chicos.
El flamante presidente se ganó cierta imagen en estos años, primero por durar tanto y segundo por frenar la estampida del sida, que en Africa toca a porcentajes fantásticos de la población. Museveni bajó el nivel de infección del 30 al 6 por ciento. Lo que no pudo lograr realmente fue pacificar el país: apenas liquidó o neutralizó a los contendientes a presidente. Pero no se vio venir a un mesías.
Tim Judah, periodista experto en guerras y autor de dos libros sobre otro conflicto surrealista, la guerra en Yugoslavia, explica que el problema arranca, para variar en Africa, con un enfrentamiento étnico. Uganda tiene dos grandes grupos, los acholi al norte y los bantú al sur. El país nunca tuvo una guerra étnica abierta, al estilo de Ruanda, pero casualmente los bandos políticos solían coincidir con líneas tribales. Museveni llegó al poder con una base política y militar bantú y su entrada en la capital disparó, entre otras tropelías, una sangrienta purga de acholis, muy visibles en las fuerzas armadas.
Muchos de estos militares se escaparon hacia el norte y pasaron la frontera de Sudán, pensando en una guerrilla de resistencia. Ahí empezó una historia que reíte de García Márquez: las tropas exiliadas terminaron lideradas por una vendedora de pescado, Alice Auma, que a los treinta años empezó a escuchar voces celestiales y fue poseída por el espíritu de un soldado italiano llamado, inverosímilmente, Lakwena. Alice agrupó a sus seguidores en las Fuerzas Móviles del Espíritu Santo, inventó una teología algo cristiana algo animista al estilo acholi, y se largó a la guerra. Cuenta Tim Judah que en Uganda dicen que los soldados se untaban con un aceite vegetal bendecido que los hacía invulnerables a las balas.
Alice, rebautizada Lakwena, invadió Uganda, tomó la región acholi y atacó la capital, pero en 1987 fue vencida drásticamente en Jinja, a pocos kilómetros de Kampala. La vidente huyó al exilio en Kenia, donde todavía está, y le pasó el mando a su padre, Severino Auma, que siguió la guerra hasta que fue capturado en 1989 y renunció a la violencia como instrumento.
Pero el espíritu reencarnado del italiano Lakwema no se rindió ni renunció, simplemente se mudó de portador. El nuevo poseído es Joseph Kony, quien ya era conocido como líder del Ejército Democrático Cristiano del Pueblo de Uganda. En 1990, Kony unió su organización con la de losacholi, fundó el Ejército de Resistencia del Señor, agregó ángeles y espíritus asesores –ver recuadro– y cambió de táctica: atacar al ejército ugandés era perdidoso, lo mejor era atacar a los civiles. Hace 14 años que está en eso. El precio de esta guerra fue y es documentado por organizaciones como Human Rights Watch, International Crisis Group, la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU y unas cuantas iglesias y ONG que tratan de mantener con vida y alimentar a centenares de miles de refugiados.
Según la ONU, entre 1986 y 2002 Kony secuestró como mínimo a 10.000 chicos de hasta 18 años y sólo entre junio de 2002 y octubre de 2003, su ejército secuestró otro tanto, también como mínimo. Estos miles de pibes reciben un trato dantesco. Los varones son usados como animales de carga hasta que tienen edad y muestran la docilidad suficiente para transformarse en soldados. Las mujeres cocinan, lavan, juntan leña y son “esposas del monte”, como dijo con pudor una chica de 18 que logró escapar.
Escapar es, justamente, lo más peligroso que se puede hacer. Los testimonios de los rescatados coinciden en que los castigos son barrocos y siempre incluyen un elemento sádico: son los esclavos los que tienen que matar al infractor. Por ejemplo, una chica de 14 años llamada Adok fue recapturada y llevada a la rastra de vuelta a su grupo de esclavos. Los soldados del Señor ordenaron entonces a sus compañeros de cautiverio que la mataran a mordiscos. Los diez esclavos obedecieron y dejaron a Adok sangrando por todas partes, pero resulta que es casi imposible matar a alguien a mordidas. Mientras la chiquilina rogaba y rogaba, el soldado a cargo de la ejecución repartió alfileres y ordenó matarla a alfilerazos. Adok gritó y sangró todavía más, pero no se murió. Cuando se cansó del espectáculo, el soldado buscó un tronco y cada esclavo, por turno, golpeó a Adok en la cabeza. Eventualmente, la chica no se movió más.
En un reciente viaje al campo de refugiados de Kitgum, Judah entrevistó a un fugado de doce años, Richard Abonga, que le contó una historia digna de la SS nazi. Capturado por los soldados del Señor, él y un grupo de amiguitos recibieron enormes bultos de alimentos y comenzaron a caminar a campo traviesa. Horas y horas de caminata y uno de los chicos, de once, comenzó a llorar porque ya no daba más. Los soldados ordenaron parar, formaron a sus 19 esclavos alrededor del infractor y administraron el castigo: empezaron a cortarle los pies con una pequeña azada. Luego le cortaron las manos y después, con un cortaplumas, los párpados superiores. Finalmente le ataron los bracitos en la espalda y lo colgaron cabeza abajo de un árbol. Los esclavos tuvieron que golpearlo a puñetazos hasta que murió.
Otros testimonios cuentan de rituales de iniciación grotescos. Cuando los soldados piensan que un chico tiene el potencial para ser reclutado, comienzan a “cultivarlo”. Por ejemplo, le ordenan matar él solo a un fugado y luego le hacen beber la sangre. Muchas veces comparten con el posible recluta su “sacramento” y le avisan que si trata de huir, el espíritu del muerto lo seguirá para atormentarlo. Sólo el poder de Kony puede salvarlo.
La región acholi de Uganda, aproximadamente el tercio norte del país, quedó asolada por este tipo de guerra. En estos 14 años, centenares de miles de familias, casi dos millones de personas, huyeron para que no las maten o les roben a los hijos. La provincia quedó tan despoblada que apenas un 5 por ciento de sus tierras cultivables están siendo usadas, por lo que las tropas de Kony atacan regularmente los enormes campos de refugiados al sur, que tienen granjas y reciben comida de la ONU y las ONG. El ejército ugandés no es exactamente capaz u honesto –ver recuadro–, por lo que las masacres son regulares. Los rebeldes suelen entrar a balazos y repiten conductas como tomar prisioneros, invitarlos con un trago, charlar y hasta jugar un partido de fútbol, para después fusilarlos frente a los civiles.En aldeas más aisladas, los rebeldes entran, apilan la comida y los chicos que se van a llevar y luego matan a algunos campesinos. Los sobrevivientes son obligados a trozar a los muertos, cocinarlos en sus ollas y comerlos, apuntados por fusiles. Cuando terminan de comer, son ametrallados.
Jan Egeland, funcionario de la ONU en asuntos humanitarios, dice que Uganda es la “mayor y más ignorada emergencia en el mundo”. Para 2004, se pidieron 112 millones para ayudar a los refugiados. En lo que va del año, se consiguieron menos de 40.
La vía jurídica en La Haya
La Fiscalía de Moreno Ocampo
Uganda presentó esta semana una demanda contra el Ejército de Resistencia del Señor ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya. El 29 de julio el fiscal de la Corte, el argentino Luis Moreno Ocampo, anunció que estaba abierta una investigación formal sobre las masacres en la región. El compatriota se está metiendo en un verdadero campo minado.
Por un lado, el gobierno ugandés hace años que ofreció, y cumple, una amnistía inmediata a todo rebelde que se entregue y deponga las armas. Mientras fuentes del gobierno en Kampala afirman que la estrategia diezmó las fuerzas de Joseph Kony, la amnistía hace imposible juzgar a hombres que cuentan lo más campantes masacres espeluznantes.
Por otro lado, es dudoso que al hombre que guían espíritus lo impresione demasiado recibir una citación ante la Corte. Probablemente, la respuesta a un pedido de captura de Moreno Ocampo sea una fresca pila de cadáveres, dedicada especialmente.
¿Por qué nadie para la guerra?
Porque esta guerra es eterna
Cada uno que apunta el periscopio a la guerra ugandesa se pregunta tarde o temprano cómo puede ser que una banda de locos siga en combate durante catorce años. Las respuestas abundan y algunas son más que familiares a oídos argentinos.
Primero, está la “bonaerense”: que al presidente Museveni le conviene maquiavélicamente que Kony siga y siga. Es que la guerra viene a quedar en tierra acholi, con mayoría de víctimas de esa etnia, lo que la debilita y le impide hacerse fuerte políticamente.
La segunda explicación es... también bonaerense: que la guerra es un excelente negocio, tanto para los comerciantes ugandeses que tienen un mercado estupendo en las ONG que compran de todo y en escala, como para los militares que inflan sus regimientos, inventando soldados que no existen pero que cobran. Al negocio de los batallones ñoquis se le suma el de directamente venderles armas y hasta uniformes a los rebeldes, lo que ya aterrizó en el calabozo a más de un oficial.
La tercera explicación es más compleja: la falta de estrategias claras. En Uganda hay un empate entre los que afirman que sólo la política –amnistías, tratativas de paz– puede solucionar la crisis, y los que están por la solución militar. El empate crea una mezcla de difícil pronóstico, donde desertores y prisioneros son automáticamente perdonados, pero siguen las ofensivas.
El telón de fondo es más vasto. Como el gobierno de Uganda ayuda financiera y políticamente a los secesionistas del sur del Sudán, cristianos y animistas en rebelión contra el gobierno musulmán fundamentalista del norte –el mismo que albergó por años a esa joyita de Osama bin Laden–, los sudaneses devuelven la cortesía bancando al Ejército del Señor. Pese a sus espíritus animistas y a su bautismo, Kony no muestra el menor prurito en atacar a sus pares en la fe a cambio de armas y dinero islámico.
Quién es el líder que escucha voces
Los espíritus de Kony
Joseph Kony es un hombre alto e imponente, dicen que de trato amable, que muy pocos han visto en persona y que tiene constantes visiones. Cada palabra que pronuncia es anotada fielmente por un secretario que lleva un block en el bolsillo, porque cada palabra es un dictado de los espíritus. Lakwomo, el italiano que inspiró a Alice Auma, pasó a ser una especie de socio fundador, pero Kony cuenta ahora con un elenco de “asesores”.
El peor, dicen soldados que desertaron después de pasar varios años en su guardia personal, es uno que le ordena las masacres y tiene el peculiar nombre de Quién Sos Vos. Un ánima muy conocida en la región, Quién Sos Vos parece ser congoleño –aunque otra versión afirma que es norteamericano y en vida se llamaba Jim Rickey– y suele ordenar, tajante, que “esa gente debe morir”. Kony también es visitado por Juma Oris, un gran espíritu y jefe de legión, y por Selindi, ánima femenina y sudanesa que da órdenes sobre cómo organizar los campamentos.
La creencia en los espíritus es muy común en Africa, aunque no tanto este tipo de rol en la guerra. Los desertores explican que una característica del Ejército de Resistencia del Señor es la completa irracionalidad de las órdenes que se reciben y la literal imposibilidad de cuestionarlas, ya que son palabra divina. Los soldados son iniciados en la hermandad con un ritual terrible: deben capturar a dos personas, hombre y mujer, matarlas frente a sus compañeros y comer sus cerebros.
Curiosamente, varios de los desertores explicaron que siguen creyendo en los espíritus pero ya no tanto en Kony. Parece que el líder solía tener el don de predecir el futuro con asombrosa precisión, lo que por miedo o convicción mantenía leales a sus oficiales. Ultimamente su don anda fallando y varios capitanes se rindieron con tropa y todo por falta de fe.