PLáSTICA - EL REGRESO DE DELIA CANCELA
Flores al instante
Participó activamente en el Di Tella. Diseñó colecciones de moda en Londres, París y Nueva York. Hizo tapas de Vogue. Y emprendió junto a su marido la primera aventura artística a dúo en el arte argentino. Pero en el 2001, un incendio arrasó con gran parte de su obra y la llevó a decir: “Estoy viva pero muerta”. Ahora, aferrada con los dientes a la vida y a la vez rindiendo homenaje a lo perdido, Delia Cancela traza su camino de regreso rodeada de flores y retratos, pintados con una sensibilidad extraordinaria que es amiga de la tristeza pero abriga la esperanza.
› Por María Gainza
Delia Cancela dijo que pintaría flores esa mañana. La visita le había fallado, pero en su lugar había enviado un ramo de gordos tulipanes. Ese sería su retrato entonces, pensó Cancela. Poco imaginó que aquel incidente, con el tiempo, terminaría dándole forma a 17 imágenes sostenidas como por la frágil firmeza de una tela de araña que ahora, dispuestas en el Fondo Nacional de las Artes, bajo el título Autorretratos del otro yo trazan una sensibilidad que nace en el desamparo pero mira hacia las estrellas. Pocas veces una artista encarnó el espíritu de una época –atravesada como ésta por la incertidumbre y la fragilidad– con semejante coraje. Al punto que uno se pregunta si una pintura no debería embestir, como lo hacen las buenas novelas y las buenas canciones, las mismas funciones de una papa: calentar nuestros cuerpos solitarios.
Porque las pinturas son siempre un momento social que no trata tanto sobre lo que son si no sobre lo que significan. El mundo es un charco de barro y la pintura puede mostrar el camino. Eso, por lo menos, intentan los pasteles sobre papel, la última producción de la artista y lo que pareciera ser su renacimiento luego de que un incendio en el 2001 arrasara con una inmensa parte de su obra. “Estoy viva pero muerta”, había dicho en ese entonces. De ahí, fuera de una instalación con un vestido y una serie de libros envueltos, no se supo mucho más sobre ella hasta hoy. Y cuando Cancela decidió volver, lo hizo como generalmente ocurre con los grandes, con el gesto más pequeño. Eligió entonces mostrar sus flores y retratos: obras realizadas en el transcurso de este año (aunque hay dos ejemplos de 1985 y 1993), iris, azucenas, yerberas, hortensias, tulipanes, crisantemos, una rama de cerezo y una espiga de cimbidium puestas a temblar al más leve soplo del viento, y a la vez el resultado del trabajo tenaz de un ser humano atiborrado por cosas absurdamente groseras como las cuentas y las humedades de una casa. Imágenes que hablan de algo que los humanos intentamos en vano alcanzar: ni la dicha, ni la gloria, ni la riqueza, ni siquiera la paz, sino la estabilidad y la permanencia.
I
Daumier: Debemos seguir nuestra época.
Ingres: Pero qué si nuestra época está equivocada.
Recién llegada a la inauguración, Cancela estruja su carterita de flores como una niña nerviosa que estira las mangas de su pulóver y confiesa: “No me gustan estas situaciones, soy una persona que funciona de uno a uno, ¿qué te parece si nos encontramos mañana?”.
Y ahí está, a la mañana siguiente, en un departamento con dos ventanas que dejan ver un cielo tan perfecto que parece un chiste: “Es una de las razones por las que volví a la Argentina”, admite de pasada. “Esta vez me fui bien atrás ¿no te parece? Digo, ponerme a pintar flores a esta altura. Pero qué sé yo, ¿qué es exactamente el arte contemporáneo? Yo veo puro golpe y después no queda nada, como si la gente se preguntara ¿qué se usa afuera? y acto seguido se lanzara sobre la moda sin previa reflexión. Me interesa ver algo que después me pueda llevar. Veo una muestra de Rothko y después me llevo la obra conmigo. Claro que sí, eso es la resonancia. Yo hago vestiditos, buagh, flores, buagh, carteritas, buagh, podría parecer todo de una cursilería espantosa. La gente dice que esto ya no se hace pero bueno, yo lo hago. Es lo que me sale y es mi forma de trabajar sobre la condición femenina.”
Un documental de la Scotland Yard decía que el 90 por ciento de sus mejores detectives trabajaban a partir de corazonadas; Cancela también. Y es absurdo preguntarle a una artista una explicación sobre su obra, más cuando esa explicación bien puede ser lo que la obra buscaba. Pero acá vamos. “No sabía bien para dónde iba, pero iba. Ahora siento que acá hay una nueva mirada. Exactamente cuál no sé y hacia dónde me lleva, menosaún.” Pero hay cosas que dan ganas de guardar entre las páginas de un libro y estas imágenes, hechas de colores que ceden su lugar al otro como sobre el ala de una mariposa, son de aquéllas.
La colaboración entre el pintor y lo retratado parece tan íntima –”Con mis flores lo que quiero lograr es poder entrar en ellas”– que por un momento no se distingue quién está salvando a quién del caos. Degas hacía dibujos que se iban por lo márgenes y para los que siempre se veía obligado a agregar hojas: Cancela también necesita pegar papeles adicionales para completar su imagen –alargar un tallo, pintar un poco más de agua–, como si por momentos la flor hubiera ido más lejos de lo planeado. Y después hay algo en esos pasteles que sugieren una huella, una lastimadura: “Comencé a utilizar el pastel por los años ‘80. Es un material que me da trabajo y es esa necesidad de domarlo la que me resulta tan atractiva. No bien uno pone el pastel éste se empieza a caer, se deshace, se ensucia”. Entonces Cancela raspa con sus pasteles gordos, les da batalla, hasta dejar sobre el papel las marcas que deja una vida.
En cuanto a sus retratos de mujeres, todo se juega en esa mirada fija: “Es verdad que hay un ojo cerrado pero también, no te olvides, que hay otro abierto”. Y bien abierto. Un gran ojo que ve algo que está más allá o que quizá ya lo vio y ahora, entre altanero y fatigado, regresa para contarnos. Hay un retrato de una mujer de Rembrandt en el Museo de Bellas Artes que tiene la misma mirada, una de esas que parecen susurrarnos: “He visto algo”.
Il
“El incendio, sí, ese incidente malhereux ¿cómo se dice acá? Desafortunado, desgraciado. Y mirá que yo no soy alguien atada a las cosas, tengo miles de mudanzas encima, me mudé de casa desde muy chica, de país, de amigos. Vengo de tantas pérdidas y sin embargo el incendio se llevó mi obra: vestidos, accesorios, muñecas, dibujos originales, fotos, libros, revistas. Mitad de una vida como diseñadora de modas en Europa.” La pintura también registra una ausencia o un dejar ir.
En el gran deshielo que significaron los años 60 en la Argentina, Cancela junto a Pablo Mesejenan, su marido con quien, como dice María José Herrera, “emprendió la primera aventura artística a dúo de la que hay registro en la historia del arte argentino”, participó activamente en el Di Tella. Después se sucedieron Londres, París, Nueva York: allí diseñaron vestidos, realizaron accesorios, crearon muchas de las tapas de la revista Vogue y su primera colección de ropa fue comprada por el Victoria and Albert Museum.
“Y aun así, entre tanta vanguardia, cuando recuerdo un artista me viene a la mente Monet. Cuando llegué a París cada tanto me agarraba un vértigo terrible, entonces me iba a la sala de Monet y me quedaba ahí un buen rato hasta que se me pasaba. Había algo en esos nenúfares que parecían envolverte hasta abrazarte. Después Londres está lleno de parques. Por las mañanas íbamos con Pablo a mirar los pájaros y sentados sobre el pasto surgían las ideas para Vogue”. Y es claro que en esas tapas con mujeres de tocados de plumas y gasas, están sus primeras flores, mezcla de hadas y tulipanes.”
“Nosotros amamos las días de sol, las plantas, los Rolling Stones, las medias blancas, rosas, plateadas, a Sony y Cher, a Rita Tushingam y a Bob Dylan. Las pieles, Saint Laurent y el young savage look, las canciones de moda, el campo, el celeste y el rosa, las camisas a rayas, que nos saquen fotos, los pelos, Alicia en el País de las Maravillas, los cuerpos tostados, las gorras de color, las caras empolvadas y los finales felices, el mar, bailar, las revistas, el cine y la cebellina”, así rezaba el Manifiesto de 1966 firmado por Delia y Pablo. “Hoy me siguen gustando muchas de esas cosas. ¿Que si cambiaría alguna? Bueno, los cuerpostostados ya no me interesen y claro, los finales felices ya sé que no existen”.
Ill
Una casa funeraria exhibe su cartel: flores al instante. Es tan grosero y a la vez tan humano la idea de mitigar el dolor de lo que se va con algo tan efímero como una flor. Y sin embargo las imágenes de Delia Cancela parecen decir “no temás más”, las cosas en algún momento paran aunque ahora todo de vueltas. Porque sus flores, como el movimiento de las olas, se elevan y se deshacen en el instante de ser contempladas.
Cancela parece por momentos la suma de las heroínas de Virginia Woolf. Tiene un poco de Mrs. Dalloway apegada a sus rosas, “las únicas flores que soportaba ver cortadas”, agobiada por esa cadena interminable de tareas impuestas que debe cumplir con exactitud, algo de la señora Ramsay con su capacidad de convertir cualquier casa en un hogar pero por sobre todo, tiene algo de Lily Briscoe la pintora que, refugiada en la tela, se esfuerza por transformar su sensación del mundo en colores y formas: “Estaba hecho, acabado. Sí, pensó, abandonando el pincel, presa de la fatiga, he tenido mi visión”. Y es por esa fragilidad, por ese aferrarse con dientes a la vida, que las mujeres de Woolf, como las Barbies que Cancela alguna vez transformó con vestidos de flores, hojas, hilos y papel, “están –como dice ella– de puntas de pie ante el abismo”.
La hora de la entrevista pasa y allí, sobre la mesa, quedan los ramos de flores que le regalaron el día anterior y por momentos las cosas parecen marchar bien. Entonces Cancela señala una pared y dice: “Esos son mis bocetos de la almohada”. Pequeños dibujos en tinta de caminos sinuosos, acantilados escarpados y cielos oscuros como el petróleo que, metida en la cama noche a noche, la artista conjura hasta que el sueño venga.
Delia Cancela
Autorretratos del Otro Yo
26 de octubre al 30 de diciembre
Fondo Nacional de las Artes
Alsina 673