Dom 31.10.2004
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CINE

El conejo de la muerte

Un adolescente atormentado, una elección presidencial a punto de suceder y un amigo imaginario con forma de conejo: por fin se da Donnie Darko, una gran película de culto norteamericana.

› Por Mariano Kairuz

¿Cómo filmar la adolescencia? ¿Cómo filmar esa angustia tan específica e indefinible a la vez? En un par de momentos de la oscura y angustiosa Donnie Darko, la cámara se tuerce y mira la high school pueblerina con su mirada extrañada, desequilibrada, a otra velocidad.
Richard Kelly tenía algo más de veintidós años cuando escribió el guión y unos veinticinco cuando logró completar ésta, su primera película, en el 2001; sus años como adolescente coincidieron con la segunda mitad de los ‘80. Si Donnie Darko transcurre en 1988 (durante la época del debate preelectoral Dukakis-Bush, hacia el final de la era Reagan), no es entonces por capricho sino que es precisamente ahí donde, para Kelly, se cruzan dos épocas oscuras en el espacio-tiempo, una personal y otra histórica.
A poco de empezada Donnie Darko, su protagonista (el siempre sufrido Jake Gyllenhaal, de El día después de mañana) parece escapar a la fatalidad gracias a su esquizofrenia y sonambulismo. La turbina de un avión cae como de la nada sobre su habitación, pulverizándola, y si él no se encuentra durmiendo en su cama en ese instante es porque ha respondido al llamado de un conejo (o un tipo de un par de metros de estatura disfrazado de conejo) que le advierte que el mundo llegará a su fin en 28 días y algunas horas.
Hijo de un matrimonio de republicanos flexibles y liberales, Donnie asiste a sesiones de hipnoterapia, pero se resiste a tomar sus pastillas. En el colegio se ve sometido a un cursillo de autoayuda, tras la cual se encuentra un sombrío personaje (interpretado por un icono de la época: Patrick Swayze) que parece tener hipnotizada a la comunidad. Sus conversaciones con sus escasos amigos versan sobre temas tales como la sexualidad de los Pitufos. Y a pesar de un evento que podría iluminar un poco su vida –el haber sintonizado inmediatamente con la chica nueva del colegio–, todo sigue cabeza abajo, como se escucha en la canción “Head Over Heels”, de los Tears for Fears (que integran el ochentoso soundtrack junto a Joy Division y Duran Duran). Y ahí está el tipo disfrazado de conejo, reapareciéndose a cada rato con su cuenta regresiva.
Kelly insiste en que no hay que buscar interpretaciones forzadas (ni indescifrables enigmas a lo David Lynch, se podría decir) en Donnie Darko. Lo que hay es una atmósfera, una sensación, un tono, la nostalgia por un momento terrible y absurdo en la vida. Hay algunas claves y están a la vista; como la cita al cuento “Los destructores” de Graham Greene (la destrucción como una forma de creación, el Apocalipsis como una manera de empezar de nuevo). El conejo, con su aspecto cadavérico, proviene de otra cita literaria que terminó quedando fuera de la película: la novela La colina de Watership de Richard Adams. Pero Darko es, para Kelly, ciencia ficción: todo lo que ocurre bien puede ser un sueño, o una realidad alternativa, o una brecha abierta en el tiempo. Es una posible respuesta a la pregunta sobre cómo filmar la adolescencia. Un poco como una película de terror.

Donnie Darko (2002) sigue sin estrenarse en la Argentina ni en cine ni en video ni en cable, pero se la puede ver esta noche a las 19.30 en el ciclo de El Enano Dorado, en Urania (Cochabamba 360, San Telmo). Entrada: $ 4.

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