PERSONAJES - ARIEL ARDIT, LA VOZ DE EL ARRANQUE
El nuevo cantor de Buenos Aires
Probó como futbolista. Fue luchador de catch en la troupe de Míster Moto. Vendió señaladores en los colectivos. Y hasta trabajó en una cancha de paddle. Pero hace seis años descubrió el tango, se sumó a la orquesta El Arranque y desde entonces se ha convertido en una de las voces más sobresalientes del tango actual: con ustedes, Ariel Ardit.
Por Andrés Casak
Cuando al cabo de tres tangos instrumentales de El Arranque se lo ve al cantante Ariel Ardit rumbear al escenario del Club del Vino, de traje, engominado y con cierto semblante a personaje de los tiempos idos, la sensación es que lo depositó aquí una máquina del tiempo y que obviamente su vida entera estuvo teñida de tango. El añejo modelo del micrófono amplifica aún más la impresión y el muchacho canta y abre los brazos como si estuviera en una viñeta sepiada de los ’40.
A los 30 años, Ariel Ardit reconstruye desde este 2004 la época en la que el cantor estaba al servicio de la orquesta. Aunque con sus matices. Cada vez que durante el concierto sube a escena convocado por la orquesta se permite alguna chanza al pianista Ariel Rodríguez. Y mientras el conjunto toca algún tango instrumental, él espera el próximo llamado mezclado entre el público: desde allí, atorrante y desenfadado, les grita, se divierte, los provoca y les pide tangos como si fuera uno más.
Eso sí, cuando regresa a cantar algunas viejas páginas con su entonación justa y su afinación armoniosa, permite iniciar un viaje hacia un mundo habitado por sentimientos. Historias de un amor inolvidable como el de “Bajo el cono azul” (Alfredo De Angelis-Carmelo Volpe). Se guarda para el final uno de los tangos más solicitados por todos: “Mariposita” (Anselmo Aieta-Francisco García Jiménez), aquel de “volvamos a lo de antes/ dame el brazo y vámonos”. A la salida del concierto, Ariel Ardit no para de sonreír y junto a los músicos de la orquesta conversa y firma autógrafos a los porteños y turistas que se acercan a saludar.
Muchachos yo tengo un tango
La segunda casa de Ariel Ardit es El Boliche de Roberto, en pleno corazón de Almagro, esquina de Perón y Bulnes. Ahí, un viernes al mediodía, los parroquianos lo saludan como parte de su rutina. El centenario bar fue en sus inicios un despacho de bebidas y agolpa en su leyenda a los clientes Alfonsina Storni y Carlos Gardel. Está prohibido pedir gaseosas: sólo fernet o cerveza. Ariel cuenta que en ese lugar empezó su carrera. Y contra todas las presunciones de este mundo, comenta que descubrió el tango recién en 1998, cuando tenía 23 años. Sorprende viniendo de alguien que parece haberlo vivido desde siempre.
“Estudiando canto lírico, vine al Boliche de Roberto por curiosidad porque vivía a dos cuadras. Sólo conocía dos temas de Gardel y pensaba que el tango era para acompañar un asado. Me parecía que cantarlo era cosa simple, sin complicaciones. Me enganché con la peña de los jueves y viernes. Así me fueron invitando a cantar Roberto Medina (hijo) y Osvaldo Peredo. Ellos son los responsables. Todas las semanas aprendía un tango de Gardel, venía y lo practicaba.” Una noche del año ‘99 lo vieron los de El Arranque y se lo llevaron para la orquesta. Ahí llegó el consejo amigo del contrabajista del conjunto, Ignacio Varchausky: “Está fenómeno lo de Gardel, pero como cantor de orquesta, deberías investigar un poco sobre el cantor de orquesta”.
¿Y qué pasó entonces? “Me puse a estudiar y me encontré con un mundo fascinante. No te digo que soy un erudito, pero escuché a casi todos los cantantes. Me volví loco con Raúl Berón, Enrique Campos, uno de los mejores, Floreal Ruiz, Alberto Marino, Charlo, que nunca lo nombran cuando mencionan a Gardel, y Alberto Podestá, a quien tuve la suerte de conocer. Porque lo más difícil es tener referentes vivos entre los cantores de orquesta. Gente que te transmita los yeites. Sólo quedan los músicos sobrevivientes. Los cantantes, en su mayoría, murieron.”
Catch y después
Hijo de la cantante de folklore Adriana Oviedo, Ardit nació en la capital cordobesa (“soy del barrio Los Paraísos”, destaca con leve tonada). Lo trajeron a Buenos Aires a los 8 años y sus ojos achinados se tensan aún más cuando revela el increíble trayecto antes de desembocar en el tango. No tenía muy clara su vocación. O en todo caso, como el tango de Juan Puey y Reinaldo Yiso “El sueño del pibe”, lo suyo parecía ir por el lado del fútbol. El sueño del gol en el último minuto se evaporó pronto, tras probarse en Huracán e Independiente.
Llegó más lejos en la secundaria como luchador de catch. Estuvo tres años en la compañía Los Colosos de la Lucha, que inició como “solista” un Míster Moto alejado de Martín Karadagian. Ardit era compañero de colegio del hijo del luchador. “Me convertí en El Joven Fama, una especie de Pibe 10, el muchacho bueno y luché contra El Tártaro, El Verdugo, Farafat, El Gatopardo. El final estaba pautado y no se podían usar los mismos nombres que en Titanes porque había un registro.”
Ardit detalla que en realidad desde los 18 años, cuando decidió irse a vivir solo, probó suerte como vendedor de señaladores en los colectivos, trabajó en una parrilla, fue empleado administrativo en una empresa de Internet y vendedor en una casa de fotos (“ahí fue donde más duré: 5 años en los que renuncié 3 veces”) y hasta se desempeñó en una cancha de paddle.
En ese tren disparatado de trabajos, Ardit encuentra un hilo conductor: cierta resistencia a la autoridad. Esa misma actitud provocó su expulsión en cuarto año del Liceo Número 4. “Yo tenía una conducta revoltosa. En el fondo me hicieron un gran favor al echarme. Porque despertaron en mí la veta artística. Ahí me quedó en claro que, si quería estudiar algo, tenía que ver con el canto lírico. Con la guita que ganaba en los trabajos también me pagaba las clases de canto.”
Hoy Ardit se debate entre las giras con El Arranque por Estados Unidos y Japón, también lo han convocado directores como Osvaldo Piro y Néstor Marconi, y cada vez que puede se hace un espacio para adelantar temas de su propio disco que saldrá el año próximo, junto al guitarrista Hernán Reinaudo. En los conciertos, uno de los tangos que más le piden es “El cantor de Buenos Aires”, en el que Enrique Cadícamo se pregunta dónde han ido a parar los guapos y las viejas glorias. En sentido inverso, alguien puede preguntarse dónde estaban antes todos los cantantes que, como Ardit, hoy vuelven a iluminar el tango. Ariel no lo sabe pero confiesa que el canto es lo mejor que encontró y que, ahora sí, de este medio no piensa moverse.