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Domingo, 12 de diciembre de 2004

VALE DECIR

Apocalipsis todavía

Apareció en Laos un batallón camboyano que creía estar peleando la guerra.

Todo indica que no hubo un Coronel Kurtz detrás de esto. Que nada fue planeado, que imperó únicamente el instinto de supervivencia. Tan sólo un pequeño pelotón de hombres y mujeres perdidos en la selva camboyana durante un cuarto de siglo, convencidos de que la guerra seguía allá afuera, y que finalmente fueron devueltos a “la civilización”, al siglo XXI, siguiendo la huella de un viejo camión. Un grupo de soldados que veinticinco años atrás escaparon de los killing fields, de las masacres perpetradas por el régimen de Pol Pot, y que se hundieron en lo profundo de la naturaleza, y que ahí, aislados del mundo, jamás se enteraron de que el dictador ya estaba muerto, ni que el ejército vietnamita se había retirado, ni que la guerra civil que los había forzado a huir ya había terminado.
Habían decidido considerar a todo extraño como un enemigo potencial, y el sonido distante de un hacha o el disparo de un arma de fuego los internaba un poco más entre las hojas y el calor. Eventualmente quedaron completamente desorientados en la densidad del follaje, sin municiones, entre tigres y osos y minas terrestres por todas partes, con la ropa hecha harapos y sus sentidos más agudos que nunca. Así los encontraron hace tan sólo días los oficiales de la policía de Laos, quienes los entregaron a las autoridades de las Naciones Unidas para ser trasladados al otro lado de la frontera camboyana al encuentro de sus familiares perdidos, en la provincia de Ratanakiri.
Romam Chhung Loeung, reticente guerrero del Khmer Rouge, estaba entre la docena de refugiados que huyó de Lout, una aldea en el extremo nordeste del país, cuando ésta fue tomada por las tropas vietnamitas una tarde de 1979. Sus parientes quedaron paralizados esta semana cuando se les apareció, casi como un fantasma, junto con el resto de los aldeanos perdidos, y otros 22 chicos, gestados dentro del grupo, en la naturaleza, a lo largo de todos estos años.
Lek Mun, que tenía unos 15 cuando huyó de su aldea, recuerda a los soldados vietnamitas vaciando sus ametralladoras en los árboles de los alrededores de Lout, creyendo que los guerrilleros del Khmer Rouge se ocultaban en las ramas superiores.
“Lo único que nos preocupaba era la supervivencia. Comíamos cualquier cosa que pudiéramos tragar. Hormigas rojas, ratones, víboras, pájaros, hasta raíces de árboles”, cuenta Lek Mun. Cuando se quedaron sin medicina, debieron improvisar con hierbas y hojas, y desesperaron por recordar las técnicas tradicionales de curación, para acelerar las contracciones de una parturienta o aliviar los síntomas del dengue en los más chicos. El grupo de refugiados terminó por perder toda noción del tiempo. Las tropas vietnamitas se fueron de Camboya en 1989. Una década más tarde, el Hermano Número Uno del Khmer Rouge, Pol Pot, murió de viejo en un lavatorio cerca de la frontera tailandesa. Pero los aldeanos en fuga no tuvieron oportunidad de enterarse: el diario no llega al medio de la selva.
Lek Mun dice que finalmente tomó la decisión de regresar “porque quería morir en un lugar mejor”. Los viejos cuadros del Khmer Rouge debían guiar a los niños que no conocían a nadie fuera del pelotón perdido, hacia la civilización. Entonces caminaron hacia el ruido, hacia el tráfico, hacia la policía. Ni siquiera sabían que habían salido de Camboya.
El festejo por el regreso se celebró con vino de arroz, sopa de cerdo y arroz de papaya. Ahora deben ponerse al día: las elecciones camboyanas que tuvieron lugar en 1993 y que “pavimentaron el camino hacia la reconciliación en una sociedad agotada por la guerra civil”. Pero no es de eso que habla Mun Kayang, uno de los hijos de la patrulla perdida, de cara al nuevo mundo. Mun Kayang dice sentirse como si hubiera pasado de la oscuridad a la luz. “Quiero agradecer a los viejos –dice–, que fueron suficientemente valientes como para sacarnos de la jungla. De otra manera, nunca hubiera sabido cómo era un auto.”

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