Domingo, 9 de enero de 2005 | Hoy
INéDITOS > LAS MARIPOSAS SEGúN VLADIMIR NABOKOV
Además de producir algunas de las mejores novelas del siglo XX, Vladimir Nabokov fue un entomólogo apasionado y tenaz: trabajó como tal en el Museo de Zoología Comparada de Harvard, fue un riguroso coleccionista de mariposas (sus colecciones están en las universidades de Cornell y Harvard y en Suiza), publicó artículos en revistas especializadas y llegó a describir una especie nueva, la Cyclargus Nabokov. Los dos textos que siguen, hasta hoy inéditos en castellano, prueban que Lolita no era la única ninfa que lo desvelaba.
La metamorfosis
Por Vladimir Nabokov
Había un filósofo
chino que toda su vida se preguntó si era un filósofo chino que
soñaba que era una mariposa o una mariposa que soñaba que era
un filósofo...
La metamorfosis... La metamorfosis es algo extraordinario... Pienso sobre todo
en la metamorfosis de las mariposas. Aunque sea algo maravilloso de observar,
la transformación de la larva en crisálida, o de la crisálida
en mariposa, no es una operación particularmente agradable para el sujeto
en el que tiene lugar. Siempre llega un momento difícil en que la oruga
se siente invadida por un extraño malestar. La sensación de estar
apretado acá, al nivel del cuello, y también en otros lugares;
y luego hay una picazón insoportable. Por supuesto, la oruga ya ha mutado
varias veces, pero eso no era nada comparado con el cosquilleo y el hormigueo
que siente ahora. Debe librarse de esa piel seca, demasiado estrecha, o morir.
Lo han adivinado: debajo de esa piel se está formando la coraza de una
crisálida, ¡y qué incómodo debe ser llevar una coraza
debajo de la piel! Me refiero aquí especialmente a las mariposas con
una ninfa dorada, cincelada, que se aferra a un soporte y se mantiene suspendida
en el aire.
La sensación llega a ser tan horrenda que la oruga debe hacer algo. Sale
en busca de un emplazamiento adecuado. Lo encuentra: se trepa a un muro o a
un tronco. Se fabrica una pequeña almohadilla de hilo de seda que adhiere
por encima a su perchita. Se cuelga de ella con la extremidad de su cola o sus
últimas patas traseras, de manera de quedar boca abajo, como un signo
de interrogación al revés; y allí se plantea la pregunta:
¿cómo hará para deshacerse de su piel? Una contorsión,
otra más... y la piel se desgarra de golpe a lo largo de toda la espalda,
y he aquí a la oruga que se deshace de ella moviendo los hombros y las
caderas, como quien se libera de una ropa ajustada. Y entonces llega el momento
más crítico. Supongamos que estamos suspendidos cabeza abajo,
colgados de nuestro último par de patas. El problema consiste en evacuar
la piel entera, incluida la de esas dos patas que nos mantienen suspendidos...
¿Cómo haremos para no caer durante la operación?
¿Y qué hace entonces ese animalito valiente y tenaz, ya medio
despellejado? Muy meticulosamente empieza a liberar sus patas traseras retirándolas
de la almohadillita de seda de la que cuelga invertida, y luego, con una sacudida
y una torsión admirables, da una suerte de salto que le permite desprenderse
de la almohadilla, al mismo tiempo que suelta un último chorro de hilo
de seda y enseguida, en el mismo movimiento, vuelve a sujetarse con un ganchito
ubicado bajo la piel que ya se ha quitado de encima, en el extremo de su cuerpo.
Ahora, gracias a Dios, ha perdido toda su piel, y esa superficie desnuda, dura
y reluciente es la ninfa, una suerte de bebé fajado agarrado a la ramita;
y qué hermosa es esa crisálida toda tachonada de oro, con sus
élitros blindados. Comienza entonces una fase que dura entre algunos
días y algunos años. Recuerdo haber conservado en una caja, siendo
niño, una ninfa de esfinge durante unos siete años, lo que significa
que la cosa permaneció dormida durante todos mis estudios secundarios.
Finalmente hizo eclosión, pero lamentablemente fue durante un viaje en
tren. Un hermoso ejemplo de irracionalidad, después de todo ese tiempo...
Pero volvamos a nuestra ninfa de mariposa.
Después de dos o tres semanas, algo empieza a producirse. La ninfa está
suspendida, absolutamente inmóvil, pero un día notamos un cambio:
a través de los élitros, varias veces más pequeños
que las alas de un insecto formado, bajo la textura córnea de cada uno
de ellos, vemos cómo se transparentan las líneas en miniatura
del ala que ha de nacer, el adorable rubor del fondo, un esbozo de contorno
negro, un ocelo rudimentario. Uno o dos días más y la metamorfosis
final tiene lugar. La ninfa se desgarra como se había desgarrado la oruga,
en la gloria de una última mutación, y la mariposa se escabulle
hacia el exterior y se queda suspendida de laramita para secarse. Al principio,
toda húmeda y arrugada, no es muy linda que digamos. Pero esos accesorios
fláccidos que liberó pronto empiezan a secarse, a crecer, sus
vénulas se ramifican y endurecen, y en no más de veinte minutos
la mariposa está lista para volar.
(...) Se preguntarán ustedes qué se siente en el momento de la
eclosión. Seguro que hay una ráfaga de pánico que sube
a la cabeza, una extraña excitación que ahoga, pero luego los
ojos se abren y ven, y en un aflujo de luz la mariposa ve el mundo, ve el rostro
enorme y terrible del entomólogo boquiabierto.
Ahora pasemos a la transformación de Jeckyll en Hyde.
Este texto es un fragmento redactado por Nabokov para uno de los célebres cursos que dio en Cornell y en Wellesley en los años 1940 y 1950. El curso, que debía versar sobre el libro de Robert Louis Stevenson El extraño caso del doctor Jeckyll y el señor Hyde, nunca fue dictado.
Un sueño de mariposa
por V. N.
23 de noviembre de 1964,
6.45 hs.: final de un largo “sueño de mariposa” que empezó
cuando volví a dormirme después de haberme despertado por primera
vez, inútilmente, a las 6 y cuarto.
Me encuentro (¿subí en funicular?) en la zona de almacenamiento
de un aserradero (¿en Suiza?, ¿en España?), pero para llegar
debo atravesar el hall de un gran hotel rozagante. Muy alerta, muy delgado,
vestido de blanco, bajo las escaleras traseras del hotel y llego a la orilla
pantanosa de un lago. Hay muchas flores de pantano, una tierra rica, colorida,
soleada, pero ni una sola mariposa (sensación familiar en mis sueños).
En vez de red llevo una enorme cuchara; no alcanzo a entender cómo pude
olvidarme la red y llevar en cambio ese objeto; me pregunto cómo voy
a hacer para atrapar algo con eso. Reconozco a mi izquierda una especie de buzón
abierto, lleno de mariposas que alguien capturó y abandonó allí.
Hay una que está vivo, un maravilloso y atípico ejemplar de Argines
nacarado, de alas exageradamente largas donde se funden un verde y un pardo
extraordinariamente matizado. Me mira, agonizando con toda conciencia, mientras
trato de matarla aplastándole el grueso tórax. Tiene una vida
muy resistente. Para terminar, la deslizo en un viejo estuche de cuero rojo
con cierre relámpago. Luego tomo conciencia de que durante todo ese tiempo,
un hombre que no sé cómo logró pasar inadvertido permaneció
sentado a mi lado, a la izquierda, frente a la caja que contiene las mariposas;
está preparando una lámina para el microscopio. Nos hablamos en
inglés. Él es el propietario de las mariposas. Me siento muy incómodo.
Le propongo devolverle el ejemplar nacarado. Rehúsa cortésmente,
a regañadientes.
Este fragmento pertenece al diario en el que Vladimir Nabokov anotaba sus sueños.
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