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Domingo, 23 de enero de 2005

CINE > MIKE NICHOLS VUELVE A INDAGAR EN EL MUNDO DE DOS PAREJAS

Mike Nichols vuelve a indagar en el mundo de dos parejas

Lo hizo con ¿Quién le teme a Virginia Woolf? Lo volvió a hacer con Conocimiento carnal. Y ahora, a los setenta y pico, con Closer, la premiada obra teatral, Mike Nichols se vale una vez más de dos parejas para diseccionar los miedos, las culpas, las inseguridades y las crisis que conforman el complejo tejido emocional de una época.

 Por Moira Soto

No es que le falten premios –llámense Oscar, Tony, Emmy– para poner sobre repisas, chimeneas o mesitas de luz, pero la verdad es que Mike Nichols no suele frecuentar las listas de los directores de las 10, 50 o 100 mejores películas de la historia del cine que cada tanto se votan en algún lugar del planeta. Este tipo setentañero que en la reciente entrega de Globos de Oro no ligó nada como realizador del próximo estreno local Closer, film que tampoco se llevó el lauro a mejor drama, lo que sí recibió a manos llenas, con ese aspecto relajado, simpaticón y saludable que se sale de cuadro, fue el amor agradecido de sus actores premiados, merecidamente premiados (Natalie Portman y Clive Owen). Una enternecedora escena que evocó lo ocurrido en septiembre pasado cuando, en la celebración de los Emmy, los intérpretes favorecidos (Meryl Streep, Al Pacino, Mary Louise Parker, Jeffrey Wright) por su participación en Angeles en América, la miniserie dirigida por Nichols, le rindieron afectuoso tributo desde el escenario del Shrine Auditorium de L.A.
Es que los actores y las actrices que han estado en sus producciones tienen buenos motivos para adorar a este laburante del mundo del espectáculo que casi siempre los hace quedar maravillosamente bien, ya sea en el teatro, el cine o la tele. Acaso porque él mismo (né Michael Pischkowsky, Berlín 1931, llegado con sus padres a los Estados Unidos en 1938) empezó muy joven a actuar, después de asistir a unas clases de Lee Strasberg, haciendo unas rutinas satíricas como night club performer que ríanse de Seinfeld. Alguna rara vez se pasaron por el cable sus tan divertidos como intencionados sketches con Elaine May, actriz y escritora que fue su esposa legítima y que cuando dejó de serlo, continuó creativamente asociada a su ex. En 1960, la pareja conquistó Broadway con Una noche con Mike Nichols y Elaine May, y al cabo de un año exitoso se bajaron para hacer otras cosas. Él, por ese entonces comediante y guionista, se puso a dirigir piezas de Neil Simon, hasta que en 1966 dio el batacazo con ¿Quién le teme a Virginia
Woolf? –una película que hoy los críticos norteamericanos asocian a Closer–, basada en la adaptación de la polémica pieza de Edward Albee, con Liz Taylor avejentada como fierecilla alcohólica indomable, reputeando a Richard Burton, con quien acababa de casarse de lo más enamorada (los otros integrantes del cuarteto eran
George Segal y Sandy Dennis).
De manera que desde su arranque como cineasta, Mike Nichols marcó un perfil vigoroso, neto, frontal; un gusto por el traslado al cine de piezas teatrales de repercusión popular que inmediatamente se extendería a novelas muy vendidas, cuya temática se correspondía con su espíritu crítico siempre alerta a lo que podía haber del otro lado de la fachada en materia conductas sociales, políticas, sexuales, y que enfocó en diversos registros.
Por cierto, en su segundo intento como cineasta le fue todavía mejor en cuanto a resonancia: guarnecido por Simon & Garfunkel, irrumpió El graduado. Sí, todo lo que quieran: pincelada un poco gruesa, maniqueísmo a ultranza (¡ese progenitor del protagonista!), Anne Bancroft, divina, apenas siete años mayor que el conturbado retacón Dustin Hoffman, de quien nunca sabremos qué le vio ella (salvo el sabor del fruto vagamente incestuoso). Este cuadro enfático de frustraciones suburbanas y rechazo juvenil del establishment le hizo ganar, entre otros Oscar, uno como director. A Catch 22 (1970), relato acentuadamente antibélico, le siguió Conocimiento carnal (1971), quizá su obra más profunda y acabada, antecedente directo de Closer con su agudo examen del juego de poder sexual masculino, interpretado por otro memorable cuarteto: Jack Nicholson, Ann-Margret, Art Garfunkel y Candice Bergen. Nuevo suceso antes de un bajón de varios años del que Mike Nichols regresó triunfal con Silkwood (1983), esta vez metiéndose seriamente con la vida, pasión y muerte de una activista antinuclear. El difícil arte de amar (1986),Secretaria ejecutiva (1988) y Recuerdos de Hollywood (1990) ofrecieron reflejos iluminadores de su mirada zumbona e irónica sobre las relaciones conyugales, las tendencias del yuppismo, los tics de la farándula. A continuación, una mancha deplorable, la fábula moralizante La segunda oportunidad (1991), y tres años después una vuelta por sus mejores fueros satíricos sobre la adicción al trabajo con Lobo (1994). En plena forma vital y expresiva, Nichols presentó posteriormente otras dos adaptaciones: La jaula de los pájaros (1996), que mejoró el original francés en parte gracias a la contribución de la guionista Elaine May, y Colores primarios (1998), impactantes revelaciones sobre el circo de la política tomadas de la novela de Joe Klein referida –en código– a la campaña de Bill Clinton, alucinantemente interpretado por John Travolta.
Después, de dos versiones de piezas teatrales para la televisión, Wit (2001) y Angeles en América, la lógica nicholsoniana nos lleva naturalmente a Closer, de Patrick Marber, otro suceso popular escénico, un tanto magnificado por la crítica y los premios, es cierto, pero con los suficientes elementos sobre el no tan nuevo desorden amoroso como para entusiasmar a este especialista en cuartetos con cuyos integrantes se puede barajar y dar de nuevo. Porque desde Virginia Woolf y Conocimiento carnal los tiempos han cambiado, ciertos protocolos casi desaparecieron a la vez que se achicaban tabúes y la pareja adquiría un carácter cada vez más experimental. La pieza teatral lleva estos juegos de la indecisión y la inconstancia sentimental al límite, aunque simula empezar como una comedia rosa: chico conoce a chica cuando ésta se accidenta levemente (por mirar hacia el lado equivocado...) en la calle y la acompaña al hospital. “Hola, extraño”, le sonríe ella, y ya están juntos. Nos enteramos de esta unión un año después cuando él, Dan, periodista con pretensiones de escritor, publica una novela inspirada en la vida de la chica, Alice, y va a sacarse la foto para la solapa del libro. “No beso a extraños”, le dice la fotógrafa Anna al tipo que avanza coqueteador. Y lo besuquea un poquito antes de que llegue Alice. Daniel chatea con un desconocido, que resulta ser un dermatólogo calentón, y se hace pasar por una ninfómana insaciable a la que bautiza Anna. Larry, el médico, entra como un caballo y Daniel-Anna lo cita en el acuario que suele visitar la fotógrafa en busca de desconocidos para hacer sus tomas tan artísticas. Una vez aclarado el malentendido, Larry y Anna se emparejan, para desazón de Daniel que se quedó con las ganas, y angustia de Alice que se dio cuenta de todo en el estudio...
Como en la ingeniosa pieza teatral, las escenas se suceden sorteando agujeros temporales donde ocurren transiciones imprevisibles en las relaciones de los personajes, huérfanos de referencias y de referentes que navegan por Internet, por una Londres casi anónima de acuarios, peceras y globos con forma de pescado, por interiores pobretones o confortables, sorprendidos por una cámara invisible pero atenta a las miradas, los cambios anímicos y sobre todo a los dichos de Alice, Larry, Daniel y Anna. Que dejan de ser abstracciones, simples troquelados, gracias a la entrega inteligente y aventurada de Natalie Portman, Clive Owen, Jude Law y Julia Roberts, en las manos confiables de Mike Nichols. Cuando Anna encuentra a Daniel en la ópera, se oyen fragmentos de Cosi fan tutte de Mozart. Esa ópera sobre los vaivenes del corazón de dos chicas cuyos desconfiados y mezquinos novios les tienden una trampa, propician la ocasión de lo que después han de culpar. Pese a la gracia de los enredos, una inquietud lacerante recorre esta ópera del fines del XVIII, certeramente elegida como comentario musical de una escena clave de esta sutilmente amarga comedia que termina mostrando la hilacha: tanto ajetreo de parejas generado por una feroz competencia entre machos por las hembras, que, inexorablemente, ha de ganar el más ruin.

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