Domingo, 30 de enero de 2005 | Hoy
CóMO LAS COMPUTADORAS ROTAS ESTáN ANIQUILANDO AL MUNDO.
La información digital será etérea, pero las computadoras que la contienen son bien materiales. Tanto, que ya existen cementerios a los que van a parar los modelos obsoletos para ser desarmados por ejércitos de desdichados en la peor pobreza. Esos cementerios son pesadillas de veneno, servidumbre infantil y vidas cortas marcadas por el cáncer y la intoxicación. La clave está, por supuesto, en los materiales con que se hacen las computadoras.
La vida útil promedio de una computadora en el primer mundo es de dos años. Cada día, los norteamericanos sacan de servicio 163.240 unidades: 3513 toneladas de tecnología transformadas en basura. Para fines del 2002 se habían tirado a la basura –o “entregado para reciclaje”, como se dice entre gente educada– 12.800.000 computadoras, de las cuales una ínfima cantidad se recomercializa como repuestos. Uno en cinco de estos cadáveres es desarmado, reciclado, compactado o enterrado en EE.UU. El 80 por ciento es retirado del país por brokers a los que se les paga para que los lleven a desarmaderos en lo más profundo del tercer mundo.
Los tres más grandes son el de Chennai, en India; el de Karachi, en Pakistán; y el de Guiyu, en China, un pueblito al este de Hong Kong donde hasta hace pocos años se cultivaba arroz y en el que viven ahora 100 mil cartoneros del plástico, desarmando computadoras.
Lo que buscan son sus componentes químicos. Con un martillo, se rompe la cobertura del tubo catódico del monitor para sacar el alambre de cobre de la bobina, que se revende al equivalente de dos pesos y cuarenta centavos. Los martillazos siempre quiebran el tubo, que es de vidrio revestido internamente de plomo, y los pedazos van a parar a los desagües y arroyos. No sorprende que Guiyu tenga 190 veces el nivel de plomo aceptable en su agua potable, y que los informes sobre defectos de nacimiento, tuberculosis y problemas respiratorios sean astronómicos.
Luego viene el wok. Sobre un fueguito de carbón, al aire libre, se pone estaño de soldadura a hervir y se sumerge cada placa de circuitos. Al minuto, ya flojos, se pueden sacar con una pinza los chips, que se sumergen en una mezcla de ácido hidroclórico y ácido nítrico. Esto desprende cantidades ínfimas de oro de los conductores, que son rescatados porque valen el equivalente a seis pesos argentinos. El ácido es arrojado sin más en el desagüe (junto al plomo), lo que explica que la tierra en Guiyu tenga un Ph de 0 y que desde hace cinco años el gobierno lleve agua en camiones para que nadie pruebe siquiera la de las napas locales.
Mientras se rescata el oro, otros queman los cables en zanjas al aire libre para rescatar los 27 centavos de cobre que contiene cada uno. El problema es que los cables están cubiertos de PVC, que al quemarse expide cantidades de dioxinas, un carcinógeno de particular eficiencia.
En todos los cementerios de computadoras, los chicos caminan por el barro contaminado y respiran el aire envenenado mientras separan por colores los plásticos en grandes pilas para reciclado, éste sí industrial. El ingreso promedio por día de sus padres es el equivalente a cuatro pesos. ¿Por qué? Porque, como siempre, la parte del león se la lleva el intermediario, el que recibe en EE.UU. entre 10 y 30 dólares por computadora para llevárselas a alguna parte y que luego se las vende a los desarmadores chinos, paquistaníes o indios.
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