Domingo, 19 de mayo de 2002 | Hoy
TRIBUS
Los llaman “artistas cárnicos”, “nuevos primitivos” o –en jerga sci-fi– “modificados”. El tatuaje y el piercing fueron sólo el principio. Ahora van por más: hacerse cicatrices con un bisturí, marcarse la piel con hierros al rojo, meterse acero en el cuerpo o colgarse de ganchos. Con Tayda Lebón como cara visible, ya tienen una revista y un local-cuartel general y, en octubre de este año –si alguien se anima a alquilarles un espacio–, tendrán su primera convención nacional. Zoom sobre una cofradía que hace del tormento de la carne una contracultura y un estilo de vida.
Por Mariana Enriquez
La Negra se tatuó por primera vez a los 13 años. Ilegalmente, porque no está permitido tatuar a menores de 18. Se hizo un pequeño diseño en el omóplato y no recuerda muy bien qué la llevó a tomar la decisión, salvo que estaba ansiosa o, como ella dice, “caliente” por hacerse un tatuaje. Ahora, diez años después, tiene catorce perforaciones en el cuerpo, la mayoría en el rostro y los genitales, y un branding (es decir, un diseño marcado al rojo vivo en la piel por un hierro caliente) en la pierna, que está cicatrizando. Tiene el cuerpo casi cubierto de tatuajes y una hija de menos de un año, Electra, que la acompaña a todos lados. La Negra se sacó dos anillos de los genitales para parirla. Y tiene algo para contar sobre las preliminares al parto: “El ginecólogo me terminó mandando al psicólogo: dijo me tatuaba para llamar la atención y que a lo mejor tenía una hija soltera por el mismo motivo. Ni me preguntó si tenía gatos en casa por la toxoplasmosis o si era un hijo deseado, si comía, si dormía, en fin, lo importante. Lo más fuerte fue cuando me tuvo que revisar: fue la primera vez que alguien me miraba la concha con cara de asco. Yo tenía dos argollas y una barra vertical arriba, con dos bolas. Su reacción natural fue de asco extremo, pero me tenía que palpar igual, no le quedaba otra. Y yo estaba embarazada, supersensible: cuando salí del consultorio, a la media cuadra estaba histérica, como loca, pensando ‘adónde estoy trayendo a mi hija’. Fue la única vez que dudé de tener a Electra. Lo peor es que la mayoría de esa gente que se horroriza y discrimina tiene un hijo con un tatuaje. Hoy el tatuaje es como teñirse el pelo, que de última también es una modificación. Ponerse siliconas es más riesgoso que un piercing y sin embargo nadie te mira mal porque tengas las tetas operadas. Al contrario”.
LA CUPULA IDEOLOGICA
La Negra es
parte de un grupo que acepta varias definiciones. “Artistas cárnicos”,
dicen algunos; otros prefieren “nuevos primitivos”. Lo cierto es que
junto a Javier Maidana (especialista en perforaciones y, últimamente,
en escarificación, es decir: marcar la piel con cicatrices mediante un
bisturí), Julián Vadala y otros colaboradores, entre los que se
cuenta Tayda Lebón –hijo de David, famoso por su tatuaje en la cara
y algunas recientes apariciones televisivas en las que fue bombardeado por las
preguntas insólitas y/o los retos de, por ejemplo, Guillermo Patricio
Kelly–, forman un grupo que está tratando de dar entidad, seriedad
y reconocimiento en Argentina a una tendencia que hace de las modificaciones
corporales el centro de una subcultura que combina la expresión artística
con el estilo de vida. Desde el verano de 2001, el grupo edita la única
revista dedicada al tatuaje, perforaciones y otras alteraciones de la carne:
se llama Piel y es de una calidad insólita para este país, teniendo
en cuenta las casi cien páginas de papel satinado y a todo color del
tercer y último número, lanzado nada menos que en abril de este
fatídico 2002. Desde hace poco más de un año tienen su
propio local, “Corazón salvaje”, el único en Argentina
dedicado exclusivamente al piercing (o anillado) y otras perforaciones que meten
acero en el cuerpo de las más diversas formas y en los más diversos
lugares. Y ahora preparan otro hito: la primera convención argentina
de tatuajes y otras disciplinas asociadas. La fecha está fijada: del
25 al 27 de octubre de 2002. Muchos artistas extranjeros ya están comprometidos.
Vendrán profesionales y académicos que dictarán seminarios
sobre esterilización; habrá shows, conferencias, espacios para
la prensa y hasta un evento especial, en horario nocturno y para valientes,
con freaks del siglo XXI. Lo único que les falta es el lugar, detalle
nada menor que ellos atribuyen al prejuicio. “A mí humanamente no
me interesa lo que piensen los demás”, dice Javier, “pero como
grupo somos un detonador de ideas, y una de ellas es tener relacionescomerciales.
Y se te cierran las puertas en la cara. Cuando fuimos a proponerle la convención,
un tipo que está a cargo de lugares culturales, superrespetado, nos dijo
que era algo de ‘ladrones y drogadictos’. Creen que está relacionado
con la marginalidad, y están totalmente equivocados. Hace rato que el
que se tatúa no es únicamente marinero o ex presidario. En la
Argentina, salvo raras excepciones, los que empezaron a hacer tatuajes fueron
tipos que estuvieron en EE.UU. o consiguieron revistas extranjeras muy caras.
Hace falta un mínimo de pertenencia a la burguesía para poder
comenzar a tatuar profesionalmente. Es negocio, además. Las casas de
insumos médicos, de no ser por los tatuadores, estarían cerrando
a lo bestia. Y al mismo tiempo tiene que haber una regulación, porque
en este trabajo tenés que informarte; son trabajos casi quirúrgicos:
tenés que ser serio”. Javier sabe de lo que habla: es un exponente
de joven con pasado burgués; iba a un colegio privado doble turno, se
crió en un country, jugó al rugby. Se hizo su primer tatuaje sólo
porque le gustaba estéticamente. Desde entonces no paró. Se formó
en la técnica del piercing con profesionales en Brasil, estudió
el tema y es una garantía de seguridad. A Tayda Lebón acaba de
hacerle un pocketing, una suerte de grampa en el brazo, y ni siquiera hubo sangre
de por medio. También hace escarificaciones y perforaciones en sitios
tan delicados como labios genitales, clítoris, uretra. Lo preocupa el
avance de quienes hacen los mismos trabajos en condiciones “lamentables”.
Por eso creen que es tan necesaria la revista: para ver buenos trabajos, conocer
la amplitud y diversidad de esta forma de arte en el mundo y, por fin, ejercer
control de calidad. “El común de la gente no sabe cómo se
hace un tatuaje”, sigue Javier. “Nosotros apuntamos a informar al
que no sabe nada y también al que tatúa o perfora, para que aprenda
a esterilizar bien, con mucha o poca guita, con todos los pasos escritos en
criollo. Se trata de educar al consumidor. Los aros son caros porque son de
materiales especiales; es caro traerlos, hacerlos. Todo es caro. La industria
china vende aros de acero inoxidable por centavos y la gente, por la crisis,
los compra igual, sabiendo que es una mierda. Hay que manejar la información
onda Gramsci: ser la cúpula ideológica”.
¿DUELE?
Javier acaba
de ampliarse una perforación en el tabique nasal. Dice que fue muy dolorosa
y que “le sacó las ganas de joder”. La pregunta más
obvia –la que probablemente ellos estén hartos de escuchar pero
no puede omitirse– es por qué. ¿Motivos estéticos,
búsqueda de sensaciones, descubrir una nueva forma de usar el cuerpo?
La respuesta de Javier es bastante menos complicada: “Por el mismo motivo
que alguien va a la peluquería. Cortarse el pelo también es una
modificación. Hacerse las tetas, enfundarse los dientes, inyectarse colágeno
en los labios: todo es modificación, sólo que a un alto nivel
clínico y quirúrgico y con un profesional matriculado. Pasa que
esas modificaciones se hacen para insertarse en los moldes estéticos
de la sociedad. Esto es lo contrario”. Tayda Lebón (a los trece,
primer tatuaje: la “Hormiga Atómica” en la panza) señala
que “lo único común es que hay que estar preparado para pasar
por una situación de dolor para obtener lo que querés”. El
dolor, explica Javier, es el nexo. Más allá de la estética.
Lo de la nariz, cuenta, lo puso en otro estado. “No es un dolor como cortarse
un pie cuando estás caminando descalzo. Es voluntario. Además
no se usa anestesia: si no sos médico no estás autorizado, y la
anestesia local, en crema por ejemplo, no sirve. Como dador de dolor, tengo
la responsabilidad de aprender a recibirlo también, para tener la medida
de lo que se siente”, explica. Le pasó, claro, que a veces no estaba
preparado para ciertas situaciones. Hace un mes estuvo en San Pablo, y con unos
amigos del gremio decidieron colgarse de unos árboles en un bosque, suspendidospor
ganchos en la espalda. Javier casi se desmaya: no había comido bien,
no estaba listo. Uno de sus compañeros, sin embargo, estuvo más
de cuarenta minutos colgado, a dos metros del piso, balanceándose. “Pero
hay muchas cosas para las que no estás preparado en la vida”, reflexiona.
“Y de última, todo es una experiencia”.
Para Julián –el diseñador de la revista y el menos modificado
del grupo–, el dolor es relativo. “El resultado es algo que vas a
tener toda la vida, así que no te importa. Hasta lo disfrutás.
Si estás decidido y es para siempre, ¿cómo te vas a preocupar
por 20 minutos de dolor? La gente tiene miedo de tomar decisiones definitivas”.
Por eso, cree Javier, muchos de los tatuajes adquiridos por “moda”
generalmente se ubican en partes del cuerpo estratégicamente menos visibles:
un hombro, la ingle, la pierna. Y grafica, mostrando un brazo completamente
tatuado hasta la mano: “Con un tatuaje así no podés pedir
trabajo en ciertos lugares. Es una manera de decir que no tenés interés
en hacer ciertas cosas. Jamás la necesidad y el hambre me va a llevar
a ser bancario, o policía, u oficinista. Prefiero ponerme con una pala
abajo del sol a hacer zanjas. No tengo necesidad de insertarme en un sistema
que es una mierda. En definitiva, esa gente de saco y corbata son los verdaderos
perversos”.
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