Domingo, 6 de febrero de 2005 | Hoy
TEATRO > NACHA GUEVARA HACE EL GRADUADO
Después de la célebre actuación de Anne Bancroft (a los 36 años) en la película de Mike Nichols, el papel de Mrs. Robinson se convirtió en la joya de la corona de cuanta actriz madura se animara a dejar caer la toalla en público: de Katherine Turner (45) a Anne Archer (53), pasando por Jerry Hall (44) y la mismísima Linda Grey (61), que décadas antes había prestado las piernas para el afiche de la película. Ahora, nuestra Nacha Guevara (¿63? ¿64?) sube la apuesta: le cambia el final a la obra, canta en vivo y ni siquiera usa toalla.
Por Moira Soto
En un principio, se habló de un rubio y una rubia para los papeles de la iniciadora compulsiva y el trémulo aprendiz en los protagónicos de El graduado, la adaptación cinematográfica de esa novela escrita por Charles Webb en 1964, a los 25, que apenas había vendido 5 mil ejemplares. Ella, Mrs. Robinson, le fue ofrecida a la siempre virginal Doris Day, de 43, pero la actriz y cantante respondió que esa historia atentaba contra su código moral. Para el rol de Benjamin Braddock se pensó primero en un galán con star quality que se iba para arriba a pesar de esa piel que le criticaba Truman Capote: Robert Redford. Sin embargo, al productor Lawrence Thurman le pareció que este actor, de 30, irradiaba un aplomo que no se correspondía con el apocado personaje. En cambio, Thurman decidió jugarse por un petisito nada guapo de pelo oscuro que había visto en el off Broadway, Dustin Hoffman, también de 30, de quien desconfiaba Katharine Ross, intérprete de Elaine, la pánfila noviecita. Para el papel de la ansiosa y acometedora Mrs. Robinson fue elegida finalmente, felizmente, la divina Anne Bancroft, de 36, que ni producida, batida y envuelta en una nube de humo de cigarrillo, daba la madre de Ross, de 25.
Empero, desde el punto de vista industrial las cosas salieron extraordinariamente bien, el film de Mike Nichols fue un supersuceso mundial, el director ganó un Oscar y, para su disgusto, Charles Webb -alérgico al éxito, que sólo había embolsado 23 mil dólares por los derechos– tuvo que bancarse que su novela se vendiera por millones, aunque menos que los incontables discos con los envolventes arrullos de Simon & Garfunkel. Además, ese año –1967– marcó el comienzo del estrellato de Hoffman, y Bancroft se convirtió en icono sexual de varones de toda edad.
Treinta y tres años después del estreno del film El graduado, el inglés Terry Johnson, avalado por los productores John Reid y Sacha Brooks, presentó en el West End londinense una versión teatral que entreveraba la novela original y la película, con algún que otro anexo de la cosecha del adaptador y puestista. Después de la repercusión en 1999 del desnudo integral de Nicole Kidman en The Blue Room, a Johnson le pareció una buena idea que Mrs. Robinson se ofreciera en cueros totales al inocentón Ben. Así, la primera en dejar caer la toalla al salir de la ducha fue Kathleen Turner, a los 45, “robusta e imperial”, según un cronista local. Alrededor de 30 segundos que cortaron la respiración del sorprendido público la noche del estreno. Las localidades se agotaron el día que la prensa reveló el secreto, aunque varios críticos opinaron que el strip-tease de Turner era innecesario dramáticamente, que sólo funcionaba como carnada para mirones.
¿Qué habría sido de la versión teatral de la película escrita por Buck Henry y Calder Willingham sin la inclusión del desnudo completo (pero con tacos) de una actriz madura? Porque evidentemente ahí está la gracia, en la condición de veteranas de las que se desvistieron y se siguen desvistiendo para encarnar a la borracha Robinson: después de Turner siguieron tirando la toalla, en el Gielgud Theatre, Jerry Hall (44), Amanda Donahue (38, la que pasó más inadvertida, quizá por demasiado joven...), Anne Archer (53) y la más admirada en Londres por su lozanía sin ayuda quirúrgica: Linda Grey (61, durante añares la sufrida esposa del abyecto JR en la serie Dallas). Turner volvió a prestar toda su piel a Mrs. R en Nueva York, para embaucar a Jason Biggs (ya curtido por American Pie 1 y 2); después le tocó a Lorraine Bracco, que alternó las sesiones con Tony Soprano de tailleur (ella), con seducción en escena sin nada (salvo los tacos).
Para cerrar el círculo no tan vicioso, porque a fin de cuentas el chico Ben es mayor de edad y todavía no conoce a Elaine cuando transa con laseñora, ¿de quién creen ustedes que era la pierna perfecta que atravesaba la entrepierna de Hoffman (vestido) en el célebre afiche del film? Pues de la mismísima Linda Grey, modelo en ese entonces, que había hecho unas fotos para un detergente. Las imágenes quedaron en un catálogo y la pierna recortada pasó en primerísimo plano a posters y avisos de El graduado.
Todavía no pasaron quince minutos de la representación de El graduado, reciente estreno teatral porteño, cuando ya se está sirviendo el plat de résistence de la noche (todos los demás son ‘hors d’oeuvre, entremets, garnitures, e incluso se brinda postre y café, ya que como tales pueden tomarse el nuevo final y la canción en vivo del cierre). Cerúlea, marmórea, en posición de firme (pero sin hacer la venia), Nacha Guevara sale del baño desnuda, bañada en una luz fría, tenue, que reverbera, y no sólo Felipe Colombo en el rol de Ben se queda de piedra. Un extraño silencio, una especie de vacío del que brota un levísimo murmullo, se produce en la platea. La gente estira el cogote y aguza la mirada para escrutar el cuerpo reinventado (por la meditación, Pilates, el vegetarianismo, la cirugía) de esta show-woman de alrededor de 65, la mayor de las señoras Robinson de la versión teatral que en este caso lleva todas las firmas de Felipe Fernández del Paso (adaptación, dirección, diseño escenográfico).
NG, sin recurrir al deslizamiento de toalla alguna, desfila en pelo (enrubiecido) de frente, de perfil, de atrás. Y se vuelve al cuarto de baño del pasmado protagonista. La sala se distiende, el promocionado desnudo no se hizo esperar. Guevara –lisa la piel de su cara, de su cuerpo– pasa el examen y sigue adelante con los faroles en su intento de voltearse al patoso jovenzuelo que, francamente, en esta puesta parece de 17 y no de 21. Cosa que logra, desde luego, sin salirse de una esquelética escenografía ideal para un libreto tan esquemático: la pared del fondo es una suerte de mueble funcional con estantes y puertas que, con ligeros e impersonales agregados, oficia de dormitorio de Ben, lobby y luego habitación de hotel (donde la señora y el graduado, en enagua y calzoncillo, cumplen la coreografía marcada), sala de los Robinson, etcétera.
Por cierto, si pagan los $ 40 –de la fila 1 a la 16; más atrás, $ 35, pero se difumina el desnudo, que sale menos de 50 centavos en el desglose por segundos...– no esperen la legendaria escena de Ben raptando a Elaine en la capilla. En trueque, tenemos al señor Robinson amenazando con una gran cruz en la sacristía –la pared funcional da para todo–, como si fuera el conde vampiro seductor y un pobre pazguato seducido, chantajeado y humillado ya saben por quién. El final circular traiciona el original, pero al menos aporta una cuotita de mala leche, con Elaine repitiendo torpemente los gestos de su progenitora en el primer encuentro sexual con Ben.
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