Domingo, 20 de febrero de 2005 | Hoy
INVESTIGACIONES > LO MáS RARO DEL FúTBOL BRASILEñO
Una cancha que ocupa los dos hemisferios. Una camiseta diseñada por un hincha uruguayo. Jugadores que gambetean en el hielo. Un torneo en el que una mujer puede salvar más que un gol. El hincha más pesado del mundo. El extraño origen de esos nombres rarísimos... Todo esto y mucho más ha descubierto el periodista inglés Alex Bellos durante la investigación para su libro Futebol: o Brasil em Campo, un retrato tan desopilante como emotivo e inteligente del juego bonito que pone verdes a los argentinos.
¿Qué es lo que hay que saber para dejar de envidiar? Es simple, algo que el planeta se pregunta desde hace, por lo menos, 35 años: por qué el fútbol es un deporte de once contra once en el que siempre, indefectiblemente y a pesar de los esfuerzos del resto del mundo, gana Brasil.
Futebol, o Brasil em campo es un conjunto de relatos inteligentes, cargados de sensibilidad, detallados por el periodista inglés Alex Bellos en el que no se encuentran estadísticas, números, aserciones agraviantes hacia otros equipos, soberbia, orgullo o vanidad, sino que se encuentran testimonios e historias de vida reales que van desde la Selva amazónica hasta el Círculo Polar Artico, desde la llegada del fútbol al país en 1894 hasta la corrupción más desgarradora e indignante de nuestros días.
Estas narraciones hacen comprender por qué el fútbol es cultura para Brasil y su gente, por qué la absorben los más poderosos habitantes de Ipanema y la viven, disfrutan y padecen con la misma intensidad que los moradores de las favelas o los indígenas de la Tribu Parecí, quienes según el explorador alemán Max Schmidt, ya en 1913 practicaban una disciplina muy similar. Los brasileños respiran fútbol, viven por y para el fútbol, y en millones de casos es su razón de ser. He aquí una invitación a sumergirse en las historias que develarán parte de la esencia del pentacampeón deleitando tanto a los que nada entienden del deporte como a los más vehementes adoradores del balón.
Con apenas 440 mil habitantes, Amapá es el segundo estado menos poblado de Brasil, con 90 por ciento de su territorio cubierto por selva y ninguna conexión vial con el resto del país. En 1970, la dictadura militar construyó gigantescos estadios de concreto en las principales ciudades brasileñas; de todos esos monstruos de concreto, el “Zerao” es el más poético. Zero sirve para denominar la línea de latitud cero, aunque también podría describir lo que sucede en Amapá: con un nombre que suena como un eufemismo para el vacío cósmico, qué lugar sería mejor para construir el Zerao que la Nada, un bocado de selva en el fin del mundo.
El estereotipo brasileño indica que sólo piensan en sexo y fútbol. Y con razón. ¿Qué hizo Gran Bretaña con el Meridiano de Greenwich? Construyó un observatorio, resaltando su privilegio longitudinal. ¿Cómo marca Brasil la línea de latitud cero? En el Zerao, el Ecuador señala la línea central. Cuando el árbitro lanza la moneda para el “cara o cruz” pregunta a los capitanes de los equipos: “¿En qué hemisferio quiere comenzar?”.
Brasil disputó la Copa de 1950 con camiseta blanca y cuello azul. Esos colores no quedaron exentos de la culpa del Maracanazo: fueron considerados insuficientemente nacionalistas y, para el diario carioca Correio da Manhá, el uniforme blanco sufría de “falta de simbolismo moral y psicológico”. Con el apoyo de la Confederación Brasileña de deportes, entidad responsable por entonces del fútbol nacional, el diario lanzó un concurso para la creación de un nuevo uniforme usando todos los colores de la bandera brasileña: verde, amarillo, azul y blanco: la selección usaría el proyecto vencedor en la Copa del Mundo de 1954.
Aldyr García Schlee, a los 19 años trabajaba como dibujante en el diario local de Pelotas, ciudad ubicada a 152 kilómetros de la frontera con Uruguay. Como su trabajo era crear imágenes para las páginas deportivas estaba familiarizado con el diseño de jugadores de fútbol. Entró a la competencia como diversión. “Me quedé escandalizado porque ellos querían usar los cuatro colores de la bandera”, recuerda Aldyr. “Hasta tres colores, todo bien, pero con cuatro se puso realmente difícil, porque los cuatro colores de la bandera juntos no combinan. Hice más de cien diseños,con ‘X’ y ‘V’ atravesadas en el frente de las camisetas, pero nada funcionaba y llegué a la conclusión de que tenía que ser toda amarilla. Con verde quedaba incoherente, el amarillo combina con azul y las medias podían ser blancas.” Creó su dibujo y venció a los 300 participantes del concurso aunque su paleta no respetaba estrictamente los colores de la bandera. Brasil estrenó su nuevo uniforme en el Maracaná el día 14 de marzo de 1954 con una victoria ante Chile por 1-0. Las camisetas amarillas de Aldyr tuvieron tanto éxito que son probablemente el más reconocible uniforme deportivo del mundo, y es difícil imaginar al fútbol brasileño sin ellas. Tratándose de un hombre cuyo trabajo más conocido es el símbolo más fuerte de la identidad brasileña es una sorpresa descubrir que Aldyr hincha por Uruguay. Para tener una idea, Aldyr tiene una bandera uruguaya guardada en el baúl del auto. No es que el hombre responsable por la imagen internacional de Brasil no es patriota, sino que simpatiza con Uruguay, el país que generó la necesidad del concurso que él ganó decenas de años atrás. El nació y creció en una ciudad de frontera y jamás resolvió bien a qué lado pertenecía. Es un autor brasileño, pero escribe en español. Sus libros son publicados antes en Uruguay, donde alcanzan muy buenos índices de venta y meses después son editados en Brasil, donde es prácticamente un desconocido.
Marcelo Marcolinho siempre quiso ser jugador, fue su sueño desde la infancia en Copacabana: tal vez en Flamengo su equipo de corazón, o mismo en uno de los rivales, el Fulmínense en donde su padre llegó a jugar, pero lo que nunca imaginó es que terminaría en el severo Atlántico Norte, jugando para el B68 de Toftir, poblado de mil habitantes al que llegó después de descender con el avión en Isla Vagar, al oeste del archipiélago, único lugar con espacio plano suficiente para albergar una pista de aterrizaje. Después debió soportar una travesía en balsa, más una hora de viaje en auto por las costas heladas de la isla. A menos que alguien sea un aficionado a la geografía o un importador de bacalao, no hay muchas razones para saber de la existencia de las islas Faroe, un área autónoma de Dinamarca con una población de 47 mil habitantes, y ubicadas a medio camino entre Escocia e Islandia donde la temperatura media en el verano es 10 grados más baja que la del invierno brasileño. “Estoy feliz, no tengo qué reclamar. Estoy aquí porque soy un profesional y porque tengo la oportunidad de hacer algún dinero y nunca estaría ganando lo mismo en Brasil. Cuando regreso a casa, la gente me trata de otro modo, es como si fuese de la realeza, las personas observan que uno es una persona importante, nadie de la favela juega en Europa y los brasileños respetan a los que juegan en el otro continente. Yo les voy a poder contar a mis nietos que fui alguien.” De repente Marcelino desaparece para traer un trofeo de plata de su cuarto. Lo muestra orgulloso y exclama “es al mejor atacante de la Liga Faroense 2000”. El puede estar en las islas Faroe, pero no perdió el sentido del orgullo nacional. “Mi papel es marcar goles, goles brasileños, goles de clase.” A Marcelo le gusta ser famoso, aunque sea para muy poca gente: “Aquí soy un rey, nadie hace lo que yo hago”. Las Islas tienen una de las menores ligas de fútbol de Europa y el equipo nacional es uno de los más débiles del continente. Una victoria de 1 a 0 contra Luxemburgo provocó la euforia nacional.
La llegada de los brasileños se produjo en marzo de 1999. Junto a Marcelo Marcolino arribaron a Toftir Messias Pereira, Marlon Jorge y Lucio de Oliveira. Fueron recibidos con una gran fiesta, al punto que los alumnos de los colegios se raparon las cabezas para parecerse a los integrantes de la legión. Fueron asunto de reportajes y entrevistas en los diarios y la televisión local. Pero a pesar de la recepción, las expectativas del B68 no fueron cumplidas de inmediato. Jugar en la nieve no es lo mismo quehacerlo en la arena. Los garotos de Brasil no se adaptaron, Lucio se lesionó y retornó a su casa. El B68 terminó la temporada en séptimo lugar entre 10 participantes.
En su viaje por Brasil, Bellos llegó también hasta Manaos, en donde desde 1973 se realiza el “Peladao”, un monstruoso acontecimiento que dura semanas y envuelve a 522 equipos de la región amazónica, cada cual representado por una “madrina” (una belleza nativa vestida con el equipo oficial del club) que desfila en una pasarela. En realidad, es una mezcla entre un gran torneo de fútbol y un concurso de belleza. La particularidad que el autor descubre en este magnífico encuentro es que el equipo puede no ser un elenco de dotados jugadores pues aunque termine su participación en primera ronda con todos los resultados adversos salva su permanencia en el torneo si la reina avanza una vuelta más en la elección, gran problema para los equipos de buen pie sino cuentan con una mujer bonita.
Cuando los primeros ingleses llegaron a jugar a Río a finales de los años ‘40, los visitantes se asustaban con el barullo de la “torcida” y con la presencia de fotógrafos y relatores de radio a la vera del campo de juego. No podían comprender que un partido se extendiese también fuera de las líneas de cal.
Hoy eso está peor todavía: Bellos fue a la caza de las manifestaciones creativas de los hinchas y encontró algunas que rozan la delincuencia.
Comenzó en Recife, en donde conoció a “Zé do Rádio”, registradamente el hincha más molesto del Brasil. El título lo obtuvo por plantarse en la proximidad del campo de juego, cerca del banco de suplentes visitantes con una radio a todo volumen y desquiciando los oídos del entrenador adversario con insultos a los gritos. El no va al campo a ver el juego, va apenas a insultar.
Uno de los capítulos más divertidos es el que trata la familiaridad entre los jugadores y las hinchadas llevando hasta los extremos el hábito brasileño de llamar a todo el mundo por el primer nombre, con diminutivos o por apodos, lo que ha sido una contribución nacional al juego, porque si no, ¿cómo explicarle por ejemplo a un europeo que Dunga, el temible capitán en 1994, tiene ese nombre en homenaje al más retrasado de los enanos de Blancanieves? A pesar de esto, Bellos llega a una conclusión original: solamente los atacantes obtienen sobrenombres cariñosos (Pelé, Tostao, Jairzinho, Zico) mientras que los arqueros raramente son bendecidos con un apodo: todos son llamados por su nombre (Gilmar), apellido (Taffarel) o hasta por ambos (Rogerio Ceni). Bellos apela también a la manía brasileña de dar a los hijos nombres de celebridades extranjeras, lo que explica la existencia de un Allann Delon (sic), o de estrellas de los clubes, como un fanático de Flamengo residente a 700 kilómetros de Río y que bautizó a sus hijos como Zicomengo, Flamozer y Flamena.
En los dos capítulos más reveladores del libro, llegando casi a su fin, Bellos proporciona un perfil de varios dirigentes del fútbol brasileño haciendo hincapié en Eurico Miranda (presidente de Vasco da Gama), Ricardo Teixeira (presidente de la Confederación Brasileña de fútbol) y el mismo Pelé, perfil este capaz de avergonzar e indignar en la misma proporción a cualquier lector, porque todo lo publicado, se sabe, es verdad. A costa de innumerables entrevistas y su propio testimonio, Bellos muestra también cómo esta raza que prolifera como bacterias en su medio más conveniente consiguió tornar horroroso el llamado “jogo bonito” con el resultado a la vista: clubes quebrados, dirigentes millonarios y elpúblico lejos de los estadios, todo esto en un país que ve nacer un crack por minuto. El autor presenció las audiencias ante la Justicia –y también los arreglos– para que los regentes salieran “invictos” a pesar de sus innegables culpas.
Alex Bellos nació en Inglaterra, es corresponsal de los diarios ingleses The Guardian y The Observer en Río de Janeiro, ciudad en la que vive desde hace 7 años. Futebol: o Brasil em Campo fue editado en Holanda, Estados Unidos, Finlandia y Japón y es el libro sobre Brasil más vendido en Inglaterra, donde ya va por la tercera edición.
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