Domingo, 24 de abril de 2005 | Hoy
PERSONAJES > MONTE HELLMAN: EL OLVIDADO DE LA GENERACIóN QUE REVOLUCIONó HOLLYWOOD
Compañero de Francis Ford Coppola y Martin Scorsese en la época en que todos filmaban con dos pesos. Ahijado profesional del gran Roger Corman. Director de dos películas escritas por Jack Nicholson, de “una road movie existencialista” y dos “westerns nihilistas”. Pasó los últimos quince años “salvando” películas ajenas sin aparecer en los créditos. Y ahora está a punto de volver a dirigir algo propio. De paso por Buenos Aires para presentar sus películas en el Bafici, Radar habló con Monte Hellman, el nombre injustamente olvidado en la lista de los que revolucionaron Hollywood en los años 70.
Por Mariano Kairuz
Del fuego que ardió en Hollywood a fines de los años 60 y en los 70 quedan como únicos vestigios unas cuantas grandes películas. En cuanto al resto, es como si se tratara de un mito: muchos testimonios (orales) contradictorios, rencores y acusaciones, desmentidas y anécdotas a veces miserables que no muchos están dispuestos a refrendar. Algo se encendió –y más tarde se incendió– y Monte Hellman estuvo ahí. Y ahora está acá, hasta hoy, después de pasarse más de una semana presentando seis de las diez películas que lo acreditan como director, dentro del Bafici, hablando un poco de aquella época en la que dice que no, por supuesto, que no tuvo conciencia de formar “parte de una generación”. “No pensaba en ello en su momento”, dice. Pero Monte Hellman es un personaje mítico de aquel Hollywood, y sus anécdotas personales están coprotagonizadas por personajes que alcanzaron una fama mucho mayor e ingresaron de lleno en el mainstream de la industria mientras él pasaba a ser una figura mítica, autor de un puñado de grandes películas –tal vez unos cuantos de esos títulos que suelen ser más citados que visitados– que capturaron el fantasma de una era apostado sobre distintos géneros.
Easy Riders, Raging Bulls, el libro de Peter Biskind sobre “cómo la generación del sexo, las drogas y el rock’n’roll salvó a Hollywood” sólo lo cita un par de veces, pero Hellman es parte integral de aquella historia. Y como muchos de quienes aparecen mencionados en él, opina se trata de “muy mal periodismo”. “El retrato que hace Peter Biskind puede ser correcto –dice Hellman–, pero los detalles son de lo peor que jamás se haya visto. Lamento decirlo, pero incluso cuando el cuadro general está bien, los fragmentos individuales son muy inexactos.” El libro también menciona apenas unas pocas veces Two-Lane Blacktop, probablemente la obra maestra de Hellman, y hay que decir que –al menos hoy– es difícil no preguntarse cómo no se le ha adjudicado un papel más importante en la historia del cine norteamericano de las últimas cuatro décadas. Puede que tenga que ver con que, mientras muchos de sus compañeros generacionales, como Coppola, Scorsese y Jack Nicholson (su amigo, socio creativo, coguionista, actor y productor), escalaron de la clase B a la lista de supercelebridades hollywoodenses, Hellman siguió trabajando en proyectos independientes y de bajo presupuesto cuyo último producto integral como director fue, hasta ahora, la segunda secuela de una película de terror clase B (Sangriento Papá Noel).
La “conexión Nicholson” es esencial en toda esta historia: Nicholson escribiría para Hellman los guiones de Flight to Fury y Ride in the Whirlwind y protagonizaría estas dos y The Shooting. Hellman conoció a Jack en la época en que dirigía una pequeña compañía teatral en Los Angeles, a la que le dedicó unos siete u ocho años. “Creo que el cine había sido mi sueño toda mi vida, pero jamás había tenido oportunidad de trabajar en él”, dice. “De chico fui un cinéfilo de sábados de matiné; era adicto a Flash Gordon, a El Llanero Solitario, a Tarzán. Creo que me gustaba todo, pero los films que me impresionaron fueron cosas como Pacto siniestro, de Hitchcock; Mientras la ciudad duerme y El tesoro de Sierra Madre, de John Huston; Ambiciones que matan, de George Stevens. Estudié algo en la UCLA, pero ya había llegado a creer que uno necesitaba conexiones familiares para ingresar a la industria del cine.” Y entonces entra en escena, junto con Nicholson, el legendario director de clase B Roger Corman. “Mi esposa era actriz y estaba trabajando para Roger, con quien nos conocimos en una fiesta. Nos hicimos amigos, y él llegó a darme algo de dinero a modo de inversión en la compañía teatral. Pero enseguida tuvimos que abandonar el teatro, porque sus propietarios decidieron venderlo. Y cuando lo convirtieron en un cine, Roger me dijo: Deberías interpretarlo como una señal.” Para Corman dirigió Beast from Haunted Cave y partes de The Terror (aunque sólo figura como director de locaciones), donde trabajó con Nicholson y con Francis Ford Coppola. El siguienteencargo para Corman consistiría en un par de las películas rápidas y baratas que eran la especialidad del director y productor que más cineastas apadrinó. Pero antes de viajar a filmar a Filipinas, Monte y Jack se le presentaron a Corman con Epitaph, un guión firmado por ambos, sobre un actor que durante tres días intenta juntar el dinero para pagarle un aborto a su novia. No sonaba precisamente como un típico proyecto Corman, quien –a pesar de que había accedido a producirlo– se reencontró con ellos a la vuelta de Filipinas y durante un almuerzo les dijo algo así como que, recuerda Hellman, “ya no quería hacer Epitaph porque probablemente era demasiado europea. Pero también nos dijo que si queríamos hacer un western...” Y fue el Oeste, entonces. Dos westerns al precio de uno.
“Creo que con The Shooting y Ride in the Whirlwind –los dos westerns filmados de un tirón, en tres semanas cada uno– tuvimos suerte, porque fueron hechos hace cuarenta años, y no se ven tan viejos”, dice el director. “Creo que la única razón por la que están un poco fechados es que todo el mundo sabe cómo se ve Jack actualmente.” Son dos westerns algo extraños, animados por un espíritu clásico en ciertos planteos y renovador a la vez. En especial The Shooting, que en su momento desconcertó al público con un final que requiere afinar la atención sobre el montaje visual. La confusión se repitió cuando se lo vio días atrás en la Sala Lugones del Teatro San Martín pero, como siempre, Hellman se negó a dar explicaciones sobre esas últimas imágenes. “Creo que la explicación del final está en la película misma: es muy fácil ver qué pasa si uno presta atención a quién dispara y quién recibe el disparo, no es un misterio. Está ahí.”
Se suele definir a The Shooting y a Ride... como “westerns nihilistas”. ¿Usted también los ve así?
–No, yo creo que en The Shooting no es central el nihilismo, sino el misterio: tiene mucho misterio. La película se estrenó en la época del asesinato de Kennedy, y eso era lo que estábamos viviendo en aquel entonces: un misterio que nunca fue resuelto; nadie puede saber realmente qué pasó. Y todo el sentido de la película reside en que es imposible saber qué es lo que está pasando: uno puede estar ahí, verlo, y aun así no saber qué es lo que ocurre. El efecto del caso JFK sobre Ride in the Whirlwind no fue tan específico, pero está conectado con la idea de la culpa por asociación.
Así como la carrera de Monte Hellman comenzó con una encomienda desde los fondos mismos de la clase B, la última película que dirigió completa hasta el momento (Silent Night Deadly Night III), no nació como un proyecto personal. “No era un film que yo estuviera ansioso por hacer, no era algo que me tuviera particularmente interesado”, recuerda. “Pero tiramos el guión y escribimos uno nuevo en una semana, que sí me gustaba. Realmente disfruté hacerla. Creo que es la única película que hice donde el único propósito era el entretenimiento. Me divertí mucho filmándola y viéndola con el público. Casi no había podido terminar de ver las dos películas anteriores de la saga. Pero veo la mía, ahora, como un film personal, en el que hice una especie de homenaje a muchas películas que me gustan, como Sed de mal.”
Un par de años después de aquella experiencia fue contactado por el productor Lawrence Bender por un proyecto de uno de sus más fervientes admiradores –y uno de los mayores fanáticos del Hollywood de los ‘70. La propuesta que Bender le hizo a Hellman era dirigir Reservoir Dogs pero, en el proceso, Quentin Tarantino consiguió algo de dinero vendiendo otro de sus guiones y se dispuso a dirigirla él mismo. Hellman quedó finalmente como productor y ayudó a financiarla. La versión estrenada de Perros de la calle, dice, “me encanta, aunque creo que yo no hubiera hecho la misma película. No hubiera sido tan divertida. Creo que hubiera sido mucho másuna referencia a películas que me gustan como Mientras la ciudad duerme, no hubiera sido tan hip, tan contemporánea. Creo que Quentin hizo la película correcta para ese guión, mientras que lo mío se hubiera parecido más a otras películas”.
Ahora es probable que Hellman vuelva a dirigir dentro de un par de meses, integrando un film de terror colectivo “en episodios, clásico, tipo años 40, como los de Cavalcanti, junto a directores como Dario Argento, Tobe Hooper, Wim Wenders y Werner Herzog”. Si todo sale bien, eventualmente podría concretar otros dos guiones: uno que describe como un “thriller sobrenatural romántico” y un film noir protagonizado por una adolescente, que Hellman lleva veinte años pergeñando. Seguramente no volverá a dirigir a Jack Nicholson, ni a ninguno de sus compañeros generacionales, que se volvieron demasiado grandes, demasiado caros. Pero conserva la amistad de algunos de ellos. “Lo vi hace unas tres semanas y le di una foto de cuarenta años atrás: Jack ha llevado una vida encantadora, no le falta nada. Cuando es así, uno tiende a creer que la persona no es realmente feliz. Pero creo que Jack lo es. Y creo que está orgulloso de las películas que hicimos juntos. Escribió dos, y creo que está orgulloso de esas dos. Por mi parte, la otra vez, cuando volví a ver Flight to Fury en el Bafici, me pareció que aquélla fue la mejor actuación de toda su carrera.”
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