Sábado, 30 de abril de 2005 | Hoy
MúSICA > DEE DEE BRIDGEWATER HOMENAJEA A LA CHANSON
En los ’70 dejó el jazz en busca de mayor fama como artista de comedias musicales, pero eso la borró del mapa y terminó dejando Estados Unidos para instalarse en París. Francia la liberó del olvido y la redescubrió como cantante de jazz. Ahora, de vuelta en Estados Unidos, le devuelve favores a la Ciudad Luz con un disco dedicado a la chanson.
Por Diego Fischerman
Es negra, bella y se llamaba Denise Garrett. El nombre derivó en Dee Dee y, como apellido, terminó quedándose con el del primer marido, el trompetista Cecil Bridgewater. Dee Dee Bridgewater fue cantante de jazz, dejó de serlo para intentar conseguir más fama como artista de comedias musicales y, como fue olvidada, se fue a París. Allí la redescubrieron como cantante de jazz: actuó con los mejores y grabó, en 1995 y con presencia del homenajeado, un tributo al gran compositor y pianista Horace Silver –uno de los fundadores del Hard Bop–. El disco ganó, entre otros premios, el Grammy de ese año en su categoría. En el 2000 volvió a Estados Unidos y ahora, como para agradecerle al país que la rescató del ostracismo y donde fue condecorada como Officier des Arts et des Lettres, acaba de publicar un disco de jazz, obviamente, pero dedicado a canciones francesas. El resultado es deslumbrante.
“¡Yo, una pequeña chica de Flint, Michigan! Como Josephine Baker, ‘j’ai deux amours, mon pays et Paris’”, concluye Bridgewater las notas que acompañan el CD recién publicado localmente por Universal, citando el final de la última estrofa de “J’ai deux amours”, la canción de Koger, Varna y Scotto que abre y da título al álbum. Allí repasa su historia, desde los años como solista de la big band de Thad Jones y Mel Lewis –entre 1972 y 1976– hasta el hecho de haber sido la primera en representar una Sally Bowles negra en Cabaret. Y, por supuesto, se compara con Josephine Baker. La asociación entre una y otra, en todo caso, está lejos de ser forzada. Ambas fueron idolatradas en París y las dos basaron su encanto tanto en la música como en la construcción de un personaje capaz de evocar a un tiempo las ideas de erotismo, refinamiento y exotismo algo salvaje. J’ai deux amours es, claramente, algo diferente a un clásico disco de jazz. Y, como lo prueba su versión de “Ne me quitte pas”, de Jacques Brel, donde hasta las acentuaciones y la elección acerca de los momentos del texto que deben enfatizarse son totalmente distintas de las de la tradición de la chanson, tampoco se trata de un simple álbum de bellas y melodiosas canciones francesas.
“Este disco es mi manera de agradecer a Francia, un país que me abrió sus brazos”, explica Dee Dee Bridgewater. Y para ello buscó un repertorio en que “las canciones fueran reconocibles, dado que pensaba cantarlas en francés”. El proyecto nació como un concierto especial para el día de San Valentín programado por el Kennedy Center de Washington y dedicado a la chanson francesa. Las canciones elegidas fueron en casi todos los casos de origen francés, pero sumamente conocidas, también, con letras en inglés como, por ejemplo, “Les feuilles mortes”, de Kosma y Prevert, que circuló ampliamente con una letra de Johnny Mercer y el título de “Autumn Leaves”. Y la única excepción es “Girl Talk”, de Bobby Troup y Neal Hefti, que aquí se incluye como “Dansez sur moi”, con la letra con que en Francia la hizo famosa Claude Nougaro.
“‘J’ai deux amours’ y ‘La vie en rose’ eran elecciones evidentes”, explica la cantante. “Ambas simbolizan París y Francia, y la primera está asociada con Josephine Baker, una icono femenino negro y americano cuya relación con Francia es histórica. Mi éxito en ese país fue muchas veces comparado con el suyo, así que aquí pago mis deudas.” Otras canciones, como “La belle vie”, tuvieron una doble vida, como chanson –en la voz de su autor, Sacha Distel– y como pieza de jazz, cantada por la genial Betty Carter, a la que Bridgewater reconoce como una de sus influencias. La lista de autores incluye también a Charles Trenet, Gilbert Becaud y Leo Ferré. Pero el atractivo mayor del disco es, junto a la voz grave y granulada de Bridgewater, el tratamiento instrumental y, sobre todo, lo que hace el acordeonista Marc Berthoumieux, alguien tan familiarizado con las canciones francesas como con el jazz y capaz de moverse de unas a otro con fluidez asombrosa. El excelente guitarrista Louis Winsberg, Ira Coleman en contrabajo y el cordobés Minino Garay en percusión arman un entramado por donde la voz de la cantante se desliza con facilidad. La calidad de la grabación y la presentación hacen el resto.
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