Sábado, 30 de abril de 2005 | Hoy
Tortillas, paellas y lomos majestuosos en un bodegón súper tradicional
por Cecilia Sosa
¿Un plato de ravioles a las cuatro de la mañana? ¿Una tortilla a la española al filo del amanecer? Cuando la noche avanza, las luces se apagan y el hambre apremia, siempre es bueno tener alguna opción para no irse a la cama con la panza vacía. Y nada de tostados ni empanaditas al paso ni alfajorcitos piadosos. Comida.
Esta hoja de ruta para trasnochadores hambrientos empieza justo en la esquina de Avenida de Mayo y Salta. Ahí está Plaza España, un viejo bodegón que comparte edificio con el Hotel Chile y ofrece pastas caseras, suculentas paellas, parrilla y platos internacionales a las deshoras más absolutas. No se deje intimidar por la enorme cabeza de toro que vigila desde la entrada: entre y déjese tentar por la larga de lista de delicias que ofrece una cocina que no se apaga nunca, y sólo espera el pedido (no importa cuán caprichoso sea) del comensal más inoportuno.
A no perderse los majestuosos lomos: el monárquico Príncipe Humberto (flambeado al cognac, crema de leche, champiñones y rodajas de ananá) y el Eduardo VII (con arvejas, panceta y paté). No deje pasar las gírgolas, hongos medio secretos con mucha proteína y sin grasa que se sirven con vermichelis al gratén, con arroz azafranado, con asados y con ajo. Y si todavía le queda ánimo o lugar para un postre, no hay duda: natillas o strudel de manzana. El estacionamiento es gratis y hay delivery toda la noche. Eso sí: sólo cash y moneda local. Cualquier duda, consultar con el Sr. Castro, asturiano de pura cepa que desde hace 12 años reina en el lugar.
Plaza España queda en Avenida de Mayo 1299, 4383-3271/9815.
Fauna variada y suculencias a buen precio en la esquina de Barrio Norte.
por C.S.
Callao y Santa Fe. ¿Quién no se citó alguna vez en la coqueta esquina porteña? Un clásico de clásicos, cierto, pero no son muchas las luces que le hacen frente a la noche. Para los encuentros tardíos, una opción infalible a pocos pasos es La Madeleine, el más típico bar/restaurante de los ’90 que globalizó hasta los horarios. Los caprichos también llegan las 24 horas y a domicilio.
Por eso, cuando todo cierra, no es extraño que un público variado se refugie en ese decorado pulcro y parco, apenas animado por algunas flores secas. Llegan todos: estudiantes con insomnio preparcial, trasnochadores sin excusas, empresarios sin convención y gente linda que, al parecer, también tiene problemas con la almohada.
Bajo sus tubos fluorescentes, toda diferencia tiende a opacarse, y los mozos de punta en blanco sirven ravioles, muslitos deshuesados grillé o el Gran Canelón Madeleine sin mirar el reloj ni pedir razones. Los solitarios pueden aplacar la angustia con las enormes pantallas de TV digitales que transmiten el fútbol eterno o la grilla sin fin de MTV.
Las sugerencias del chef llegan en promo: agnolotti caseros de ricota y verdura + gaseosa y manzana asada. O soufflé vegetariano + gaseosa diet + flan de queso. Cualquiera de los dos a sólo $9,99. También hay platos de carnes, aves y pescados, sorrentinos caseros y hasta polenta a la italiana, que viene con salchicha parrillera, albahaca y gratinada. De postre, inigualable el tiramisú artesanal –con auténtico mascarponeitaliano– o el clásico panqueque de dulce de leche, que pasadas las 2 de la mañana redime al más apocado.
La Madeleine central queda en Santa Fe 1726. Delivery al 4813-8400 y 4815-4500.
Favorito de Alfredo Palacios y Tita Merello, Bellagamba lleva casi un siglo alimentando noctámbulos
por C.S.
Se dice que un Félix Luna niño robaba aceitunas negras del mostrador, que Alicia Moreau de Justo y la señora Tita Merello eran habitués más que fieles y que, al salir de la sesión parlamentaria, Alfredo Palacios y Lisandro de la Torre jamás olvidaban de llevarse sus pollos al spiedo.
Como hace casi un siglo, Bellagamba sigue a dos cuadras de Plaza Congreso, en la esquina de Rincón y Rivadavia, Balvanera Sur. Y no cierra nunca. La rotisería que un inmigrante italiano abrió en un conventillo se engalana de bodegón las 24 horas para recibir a quien se le anime en su mundo extraño y casi lynchiano. Luces rojas, paños de terciopelo, un increíble y antiquísimo piano pintado de negro, cuadritos de publicidades francesas y una añeja barra de madera: todo parece aludir al cabaret. Por eso es casi una sorpresa llegar al fondo y encontrar las bandejas de cartón que ofrecen suculentas minutas bajo los resplandores rojos. Si el ánimo no se pone muy pretencioso se puede encontrar de todo: simple pero caserito y fresco. Picadas especiales a $5, suprema a caballo con papas o napolitana gigante con puré a $4,5, escalopes y enjundiosos guisos varios a $4; y también ensaladas, pizzetas, piononos, tartas o empanadas.
Sólo hay que dejarse tentar, cargar en una bandeja de madera, dar un golpe de microondas si hace falta, retirar la bebida de las enormes heladeras —cerveza de litro o gaseosas de litro y medio–, pasar por caja y apurarse a conseguir mesa. Para los que van en grupo (cuatro o más) son ideales los amistosos cobertizos negros. También hay banquetas para trasnochar con altura, desniveles según el ánimo y un sector vidriera para ver pasar la noche codo a codo con la ventana. La más cálida rareza con lucecitas de Navidad prendidas todo el año.
Bellagamba está en Rivadavia 2138 (entre Rincón y Pasco), 4951-5833.
Una fonda de ley ofrece platos frescos y porciones escandalosas en los confines orilleros de la ciudad
por C.S.
Casi al borde del Riachuelo, en pleno Barracas y justo frente al puente abandonado que mira Avellaneda está El puentecito, una auténtica fonda con manteles rojos, panes enteros, saleros de plástico y carta de sugerencias escrita a mano. Abrió en 1873, y desde entonces no cerró nunca. Que los desconfiados hagan la prueba y se apersonen mañana, feriadísimo, en el local, que no tiene persianas: verán desfilar pucheros espectaculares presentados en torre.
¿Qué comer? De todo: rabas a la provenzal, salmón, conejito saltado al vino blanco, tallarines con calamares, filet de bacalao fresco a la gallega, paella mixta y canelones preparados en casa. En El puentecito no hay lugar para platos recalentados: todo se hace en el momento. Y si los mozos olvidan comentarlo, atención: más que abundantes, las porciones son escandalosas. Recuerde que precio y estómago se alivianan al compartir. Mientras a dos cuadras los turistas pagan U$S 130 la cena show de Sr. Tango, en El puentecito se ne fregan del for export. Parrilla y parrillero están a la vista y los vinos en súper oferta, y si se pide una botella más nadie lo apurará con el reloj. Si está de suerte hasta podrá ver al patriota Norman Briski devorándose una tira de asado o a Susana Rinaldi agitándose ante el pollito “al puentecito”, saltado y con papas a la provenzal.
Un lugar ideal para olvidarse del mundo, tan de extramuros que hasta la señal del celular tiende a perderse. Y si algún guapo se arriesga a llegar de a pie, que tome nota: el 12 termina su recorrido en la puerta.
El puentecito queda en Luján 2101 y Vieytes, Barracas. 4301-1794.
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