CASOS > MIGUEL ANGEL FALSIFICADOR
Hasta ahora, se creía que El Laoconte que puede verse en el Vaticano era la escultura griega que en la Antigüedad se consideraba “la obra de arte más grande de todos los tiempos”. Pero una flamante investigación pone 500 años de historia del arte en duda y argumenta que la obra no es otra que de las tantas artimañas veleidosas (y redituables) de un gran falsificador del Renacimiento: Miguel Angel.
› Por María Gainza
Cuando el papa Julio II, que no sólo albergaba grandes planes para la Iglesia Católica sino también para sí mismo, se mandó a construir la mayor tumba dedicada a un gobernante desde Adriano, lo llamó a Miguel Angel. “Fue un caso pasmoso de superbia –dice el historiador Kenneth Clark–, y por aquel entonces Miguel Angel no andaba escaso de la misma.” La tumba nunca se terminó (los detalles del porqué son complejos pero digamos que los héroes no soportan la presencia de otros héroes) pero se conservan algunas de las esculturas destinadas para ella. Dos de esas figuras están en el Louvre y, como todo en la producción de Miguel Angel, son impresionantes: el Esclavo rebelde y el Esclavo moribundo. Ambas tienen un movimiento interno de tirabuzón, como de víbora contorsionada; uno lucha con sus cuerdas, el otro se deja caer, casi enamorado de la muerte. ¿Dónde encontró Miguel Angel las ideas para estas obras?
Durante años supimos que eran la respuesta renacentista a una obra de la Antigüedad: El Laoconte. Un grupo escultórico helenístico del siglo I a.C. hallado en Roma en 1506. Una obra descomunal que representa a Laoconte, sacerdote del templo de Neptuno de la ciudad de Troya, siendo castigado por haber alertado a los troyanos del engaño que suponía el caballo de madera que los griegos habían colocado frente a las murallas de la ciudad. Apolo, al ver frustrados los planes de destruir Troya, envió a dos gigantescas serpientes de mar que se enrollaron a los cuerpos del sacerdote y sus hijos hasta asfixiarlos. En La Eneida se relata: “he aquí que desde la isla de Ténedos se precipitan en el mar dos serpientes (¡de recordarlo me horrorizo!), y extendiendo por las serenas aguas sus inmensas roscas, se dirigen juntas a la playa; sus erguidos pechos y sangrientas crestas sobresalen por encima de las ondas; el resto de su cuerpo se arrastra por el piélago, encrespando sus inmensos lomos, hácese en el espumoso mar un grande estruendo; ya eran llegadas a tierra; inyectados de sangre y fuego los encendidos ojos, esgrimían en las silbadoras fauces las vibrantes lenguas. Consternados con aquel espectáculo, echamos a huir; ellas, sin titubear, se lanzan juntas hacia Laoconte; primero se rodean a los cuerpos de sus dos hijos mancebos y atarazan a dentelladas sus miserables miembros; luego arrebatan al padre, que, armado de un dardo, acudía en su auxilio, y le amarran con grandes ligaduras, y aunque ceñidas ya con dos vueltas sus escamosas espaldas a la mitad de su cuerpo, y con otras dos a su cuello, todavía sobresalen por encima sus cabezas y sus erguidas cervices”. Hasta ahí el mito.
La existencia de la escultura de El Laoconte aparece en la Historia Natural del año 77 del enciclopedista romano Plinio el Viejo, donde éste la describe como: “La obra de arte más grande de todos los tiempos creada a partir de una sola pieza de mármol”, y se la adjudica a tres artistas de Rhodas: Hagesandros, Athenodoros y Polydoros. Según Plinio, la última vez que la escultura había sido vista, estaba en el Palacio de Tito en Roma. Allí la encontraron el 14 de enero de 1506.
Todo el cronograma estaba en orden hasta que hace un mes Lynn Catterson, una historiadora del arte de la Universidad de Columbia en Nueva York, presentó un trabajo copiosamente documentado (“toneladas de evidencia”, dice ella) donde anuncia que la escultura no es lo que parece. Catterson sostiene que El Laoconte no es una obra de la Antigüedad sino una falsificación hecha por el mismo Miguel Angel, un hambriento buscador de fama y fortuna que para Catterson “tenía los motivos y tenía los medios”.
I Al correr la voz que El Laoconte había sido encontrado, Miguel Angel y su rival Sangallo fueron llamados a dar fe del hallazgo. De la tierra surgía, en toda su contorsión y pathos, la escultura descrita por Plinio. Radiante, Julio II se la mandó llevar a su palacio del Belvedere en el Vaticano y desde entonces los visitantes a Roma la reverenciaroncomo la obra más tremenda de la Antigüedad. Winckelmann, el historiador del siglo XVIII, decía que nada capturaba la grandeza perdida de Grecia como El Laoconte: “El dolor se descubre en cada músculo del cuerpo y el observador, mientras ve la agónica contracción del abdomen, sin siquiera ver el rostro, cree sentir el mismo el sufrimiento”.
“Que Miguel Angel haya realizado El Laoconte explica por qué entonces y por qué ahora la escultura produce ese efecto tan hipnótico”, dice Catterson. Y pasa a dar una lista de hechos que le hacen ruido. Veamos. Existe un registro de actividad bancaria entre 1498 y 1501 que sugiere que a Miguel Angel le habían entrado sumas gigantescas de dinero por las que no podía rendir cuentas. Las copiosas cartas a su padre hacen referencia a la adquisición de enormes cantidades de mármol durante el mismo período pero no se explica de qué forma piensa utilizarlo. Miguel Angel, que adoraba pasearse por las canteras de Carrara (esos extraños lugares grisáceos que parecen siempre a punto de anochecer), pudo haber obtenido el mármol griego fácilmente. Catterson sostiene que, de adolescente, trabajando en el jardín de Lorenzo el Magnífico, Miguel Angel vio cómo se gastaban fortunas de dinero en piezas griegas y romanas, y para un artista ambicioso como él, esto pudo ser tentador. Y se sabe que Julio II, unos años antes, había intentado comprar otra representación del Laoconte.
Veamos un poco más.
Miguel Angel, después de todo, era un gran falsificador. Su primer experimento con escultura en Florencia fue la perfecta imitación de una cabeza de fauno antigua. Más tarde usó este talento para hacerse de una reputación en Roma. En 1495 Realizó un Cupido dormido que enterró en la tierra para “envejecerlo” y se lo vendió a un coleccionista romano como una pieza antigua. Cuando el asunto se aclaró, la fama de Miguel Angel creció por las nubes y su víctima, el cardenal Riario, lo contrató inmediatamente.
Hay citas anteriores al hallazgo de 1506 que parecen sugestivas. En el Museo Ashmolean de Oxford existe un estudio en tinta de Miguel Angel de 1501 de un torso masculino de espaldas llamativamente similar al de El Laoconte. En 1494, en la Batalla de los Centauros, aparece una figura persuasivamente laocontiana. Después de 1506 vemos citas a El Laoconte en la Capilla Sixtina. La más contundente es la de Minos, juez del inframundo en el Juicio Final a quien el artista le colocó el rostro de uno de los funcionarios de Vaticano, Biagio da Cesena, que se había quejado de los desnudos: “No es un trabajo digno de una capilla, sino más bien de un baño público”. Miguel Angel lo mandó al demonio y le pintó una serpiente que sube por sus piernas y le realiza una fellatio.
II Unas semanas después del hallazgo, Miguel Angel le escribió a un amigo anunciándole que dejaría Roma en un gran apuro y “debido a razones de las que no puedo escribir”. Para entonces se había descubierto que El Laoconte estaba hecho de varias piezas de mármol, no de una como había admirado Plinio. Catterson especula que quizá Miguel Angel tuvo miedo de ser atrapado. Pero quizá Plinio no estaba enterado de las juntas de la escultura original.
William E. Wallace, profesor de historia del arte en Washington University y autor de varios libros sobre Miguel Angel, no está dispuesto a despachar la teoría de Catterson. “Hasta que no se haya publicado el total del material prefiero reservarme mi opinión. Lo cierto es que a los clasicistas nunca les gustó demasiado El Laoconte y estarían encantados de entregárselo al Renacimiento. Es una obra que no entra en las categorías del arte griego: demasiado hiperrealismo y extremada atención al detalle.”
Pero hay un tema. En el museo de Pérgamo en Berlín se encuentra el gran altar de la ciudad griega de Pérgamo en Asia Menor. En su friso aparece lacara sufriente y angustiosa que es, definitivamente, el modelo para El Laoconte. Antes de ser trasladado a Berlín el altar estaba en Turquía. Miguel Angel nunca estuvo allí. Con lo cual no pudo haber copiado un rostro que no vio.
Hay una segunda razón para sospechar. Jonathan Jones, del diario inglés The Guardian, dice que El Laoconte no es una escultura lo suficientemente buena para ser de Miguel Angel. “Aun si la hubiese hecho como una broma egomaníaca –una que guardó durante 60 años– Miguel Angel hubiese hecho algo más personal.” No lo podía evitar. Lo que nos deja con una escultura que probablemente el artista ya estaba imaginando antes de verla en 1506.
Por lo general, cuando una obra de arte resulta falsa su valor decae estrepitosamente. Pero para el Vaticano, atribuirle la escultura a Miguel Angel podría ser una bendición. Dicen que, de ser cierto, El Laoconte sería cincuenta veces más valiosa de lo que se creía hasta ahora.
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