MúSICA > EL DúO DE LOS GO-BETWEENS: POR QUé LES DICEN LENNON&MCCARTNEY
En el 2000, cuando volvieron a juntarse, The Go-Betweens seguían siendo la misma gran mezcla de Dylan & Reed & Byrne de siempre, pero los discos que hicieron desde entonces sonaban humildes y poco aventureros. Todo cambió con el flamante Oceans Apart, donde el dúo Forster y McLennan –alguna vez comparado con el de Lennon y McCartney– renuevan sonido y músicos y urden canciones que son clásicos instantáneos.
› Por Rodrigo Fresán
Había una vez una pequeña gran novela de Lesley Poles Hartley, publicada en 1953 con el título de The Go-Between, que narra la tragedia íntima de dos enamorados de clases irreconciliables y de un niño excitado y finalmente destruido por la idea de ir y venir llevando sus cartas calientes. La novela se hizo popular a partir de la adaptación cinematográfica de Joseph Losey, estrenada entre nosotros en 1972 con el infame alias de El mensajero del amor. Pero –suele ocurrir– el libro es mucho mejor que la película, y tiene uno de los mejores arranques de la literatura inglesa y de cualquier otra parte: “El pasado es un país extranjero”, leemos. “Allí siempre hacen las cosas de manera diferente.”
Y cuesta poco y nada pensar que los australianos Robert Forster y Grant McLennan decidieron bautizar a su banda como The Go-Betweens porque se proponían hacer las cosas y las canciones de manera diferente, fuera del tiempo, extranjeras en todas partes y, por lo tanto, universalmente atemporales.
Así fue y así será y así es.
Considerados la Velvet Underground o el Big Star de Australia, lo cierto es que durante los ‘80, mientras nombres de esas latitudes como Midnight Oil, INXS o Crowded House triunfaban en todas partes, The Go-Betweens se resignaban a ser la definitiva gran banda de culto y a aparecer en todas las listas de los periodistas cool y los músicos más exquisitos, entre ellos R.E.M. y Morrissey.
Y –last but not least– se resignaban a vender muy pocos discos, por más que éstos fueran indiscutidas obras maestras como Before Hollywood (1982), Spring Hill Fair (1984), Liberty Bell and the Black Diamond Express (1986) y 16 Lovers Lane (1988). Ya saben: canciones perfectas como “Cattle and Cane”, “Bachelor Kisses”, “Draining the Pool for You”, “Streets of Your Town”, “The House Jack Kerouac Built”, “Spring Rain”, “Apology Accepted” (para muchos la mejor y más graciosa y desgarrada love song de todos los tiempos), letras que citaban a Sylvia Plath, Jean Genet y James Joyce y declaraciones a la prensa donde Forster & Grant aseguraban que lo que en realidad querían era “ser pop stars, como The Monkees”.
Querer no es poder. Así, luego de varios cambios de discográficas, muchos viajes entre Sydney y Londres y seis discos inolvidables –siete, si incluimos su primer e imprescindible lost record rescatado con la anuencia de los responsables en 1999, donde se encuentra el indispensable single “Lee Remick”– llegó la hora del adiós. La dupla compositiva de Robert Forster y Grant McLennan (que alguien se atrevió a comparar con la de Lennon y McCartney) se separó sin rencores pero con mucha fatiga de materiales para seguir cada uno por su lado. Forster explicó: “Siguiendo nuestra particular estética, ésa fue la única manera en que podíamos terminar. Por lo general, cuando una banda con dos song-writers se separa, automáticamente se da por sentado –la culpa es de los Beatles, supongo– que fue porque ya no podían ni verse. Pero nuestro caso fue diferente: Grant y yo nos separamos de la banda pero no entre nosotros. Seguimos siendo grandes amigos. Pero estábamos podridos de todos los demás y de la inercia de The Go-Betweens. Estábamos tan cansados de fracasar tan exitosamente...”
Tercer pilar de una banda donde la gente entraba y salía, la díscola baterista Lindy Morrison, que veía las cosas de manera muy diferente, declaró: “A los únicos a los que alguna vez les gustamos fueron un puñado de periodistas pajeros y algún que otro universitario. Y eso es todo, amigos”.
Pero una de las pocas grandes buenas noticias del nuevo milenio fue, primero, la reedición de su obra completa con abundantes bonus-tracks y rarities y b-sides y, casi en simultánea, la refundación de The GoBetweens, a la que Morrison, por razones obvias, no fue invitada. Otra vez Forster: “Creo que resultó muy importante que Grant y yo ya fuésemos buenos amigos antes de empezar con la banda. Gracias a eso tuvimos unos valiosísimos años donde fuimos nada más que camaradas que no pensaban en la música. Lennon y McCartney no tuvieron esa suerte. Tampoco Lou Reed y John Cale. Ese par de años sigue siendo el pegamento que nos mantiene juntos e inseparables y que nos permite, luego de varios discos solistas, volver a juntarnos como si nunca nos hubiésemos separado”.
Así disfrutamos en el 2000 de The Friends of Rachel Ward (donde se cantaba “No quiero cambiar absolutamente nada / Cuando hay tanta magia aquí”) y en el 2003 de Bright Yellow, Bright Orange (donde, en cambio, se lamentaba un “Atrapado en una imagen / Incapaz de moverme / Quisiera escaparme del folk y meterme en el groove más raro”). Y sí, estos nuevos The Go-Betweens eran tan buenos como aquellos The Go-Betweens. Esa mezcla de Dylan & Reed & Byrne. Esa combinación del desierto seco y down under con las calles de la capital del Imperio siempre mojadas por la lluvia. Pero hay que decir también que eran discos humildes y poco aventureros: una suerte de eco o noble coda del pasado. Un souvenir de lo que había sido y seguía siendo, sí, aunque también una de esas postales cómodas que no pierden su ingenio pero que ya nos enviaron varias veces.
Aquí y ahora, con Oceans Apart, todo cambia y cambia para mucho mejor: Forster y McLennan presentan un renovado sonido que no traiciona al anterior y letras y músicas flamantes que suenan como clásicos: la casi prepotente “Here Comes a City” (donde resuenan ecos del “Life During Wartime” de Talking Heads y se escucha: “¿Por qué toda la gente que lee a Dostoievsky se parece a Dostoievsky?”), la etérea “Finding You”, la nostalgia bohemia de “Darlinghurst Nights” (el modo en que Forster dice cappuccino y spaghetti no tiene desperdicio), esa perfecta postal de un amor narcisista que es “The Statue” y así hasta contar diez joyas. Un disco literalmente redondo que desde la primera audición suena como un inesperado greatest hits: inmortales canciones nuevas que suenan a inmortales en letras y músicas pero tampoco se olvidan de que éstos son los que cantaron y siguen cantando –en “Love is a Sign”, de 16 Lovers Lane– “debajo del agua y parado en una canoa hundida”.
Forster otra vez: “Después de Bright Yellow, Bright Orange nos prometimos tirar todo por los aires a ver qué ocurría. Terminamos de definir el nuevo disco en 2004, cuando fuimos a Londres a tocar al Barbican (la edición especial de Oceans Apart incluye cd extra con seis canciones de ese concierto) y nos pusimos a grabar. Y sí, otra vez: canciones que no tienen edad. Yo prefiero sentirme más cerca de un novelista que de un cantautor a la hora de escribir canciones. El rock y el pop de estos días me parecen tan dependientes y adictos al Aquí y al Ahora... Lo que no está mal, pero también hay otras posibilidades...”
Y así fluye y de eso trata Oceans Apart: de la posibilidad cierta de que –yendo y viniendo– el presente y el futuro también puedan ser países extranjeros donde, por suerte para nosotros, algunos pocos deciden seguir haciendo las cosas de manera diferente. A su manera.
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