NOTA DE TAPA
Mientras en Nueva York el judaísmo gana fieles como si fuera una moda y en Hollywood las estrellas descubren la Cábala, el fenómeno cultural bautizado Jewcy ya comienza a registrarse en la Argentina. El último Festival de Cine Independiente de BA contó con una sección llamada “Algo judío”. El proyecto comunitario YOK auspicia eventos culturales y proyecta una revista con lo judío como tema excluyente. Hay recitales con versiones de Charly García en hebreo. La niñera (con Lanús en vez del Brooklyn), El abrazo partido, Resistiré y hasta Rebelde Way introdujeron el judaísmo desde un lugar novedoso en la pantalla. Radar entrevistó a cineastas, guionistas de TV, músicos y novelistas para ofrecer un mapa del fenómeno Jewcy en la Argentina: ¿moda o qué?
› Por Julián Gorodischer
Lo decretó la revista neoyorquina Time Out: lo judío se puso de moda. Ahora, se reinventa con el mote de Jewcy y prefiere la cultura electrónica al knishe de papa. Y el actor del momento Adam Goldberg (autodefinido como superjudío en la película The Hebrew Hammer, de Jonathan Kesselman) pasa a ser emblema de esta conversión de lo ancestral en marketing publicitario. Allí donde nace el Jewcy (“lo judío jugoso”) se crea un fenómeno de consumo de libros, canciones y películas que baja el target al comprador para que lo judío no se asocie a la mesa familiar y la sinagoga, y se extienda al entertainment. Ahora también en la Argentina, un proyecto comunitario (YOK), una sección del reciente Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (“Algo judío”), películas y programas de TV ponen el ojo en este nuevo aire judaico que deberá cumplir con algunas condiciones: desligado del mármol (ni la Shoá, ni el rabinato), sin perfil de héroe compensatorio, en los márgenes de una moral tradicional (como el abusador de Capturing the Friedmans de Andrew Jarecki, o la abortante de Palindromes de Todd Solondz) y tan afín a la cultura pop como Madonna devenida en cultora de la Cábala.
“Las celebridades reemplazan el último bolso Prada por algo que, supuestamente, les trae paz interior”, dirá el escéptico Axel Kuschevatzky, guionista de La niñera argenta, en busca de un origen para el fenómeno. Idolos hollywoodenses cansados de la Cientología redescubren religiones como si se tratara de productos. Caras bonitas (Adam Goldberg) y galanes con chispa (Adam Sandler) extienden el look de “buen chico judío” por fuera del estereotipo. Al sur del continente, todo llega aunque sea con retraso, y lo “judío-jugoso” empieza a congregar más fieles.
Nuevas imágenes de lo “judío-jugoso” se desligan del peso del “héroe” clásico (un marginado que se rebela, un fugado de “los campos”) y se conectan con lo imperfecto, lo perverso y hasta lo delictivo. Así se vio en varias de las películas de la sección “Algo judío” del último Festival de Cine Independiente de Buenos Aires: la materia para perfilarlos fue el defecto o el estereotipo resignificado. Se pone en extremo el rasgo negativo o se invierte la carga de la acusación asignada al hombre blanco no judío. “Partí del concepto de Blaxploitation: películas hechas por realizadores negros, en los ‘70, marginados del sistema blanco”, cuenta a Radar Jonathan Kesselman, director de The Hebrew Hammer. “Así nació el Jewsxploitation: los estereotipos son subrayados para poner en evidencia las falacias de la discriminación.” El primer superhéroe judío de The Hebrew... combate a un malvado Santa Claus, y Kesselman reivindica este cross a la mandíbula de todo wasp. “Toda comunidad –explica– ve el mundo de un modo diferente: en nuestro caso después de la Inquisición, los pogroms y el Holocausto, seguramente tenemos un cristal que no condice con el de la mayoría blanca norteamericana.”
Las nuevas familias judías retratadas por el cine indie norteamericano llegan a través de relatos corrosivos como el de Andrew Jarecki en Capturing the Friedmans, sobre familia disfuncional con padre abusador e hijo cómplice. El patriarca judaico se liga a la figura de Arnold Friedman, reprimido, balbuceante, metido en un matrimonio forzado y sin otro destino que el delito para su deseo. Llegan desde Estados Unidos familias como la de Palindromes, de Todd Solondz, proclives a silenciar el embarazo adolescente, integradas por padres represivos e hijas díscolas. Y antes recibimos a los excéntricos Tenembaum de Wes Anderson, precoces en todas las disciplinas como buenos chicos judíos, aunque con un destino opaco (soledad y dependencia) para cada prodigio. “Elegí ese tipo de cine cuando me tocó programar la sección ‘Algo judío’ –dice Carolina Konstantinovsky, que aportó Capturing..., Palindromes y The Hebrew Hammer al Bafici–. Les dije: ‘Nada de Shoá’. Ya no será sólo judío el comerciante de telas o el rabino. Me gusta el encima (defecto, perversión, delito agregados a la minoría). Hay que partir desde la similitud y no desde la diferencia. ¡Algo de humanidad! Hay que darse un permiso para matarse de risa de nosotros mismos.”
Surgen risas nerviosas, un aire incómodo en los nuevos, consultados por Radar para encontrar constantes en lo judío-jugoso alla argentina. Se hacen cargo de la autoparodia, tendencia a ponerse bajo la lupa como sólo un judío podría o debería a hacerlo. Algo queda claro: ni autoalabación, ni recordación solemne del calvario, ni efemérides tardías para resignificar las tradiciones. Sobrevuela ese humor ramplón para analizar la culpa y la madre, pero también para poner un freno sarcástico a la migración post-Madonna que compra mística como en un shopping y aporta al marketing de la religión. Sebastián Wainraich, movilero de Indomables y monologuista de Cómico, cree que “las nuevas imágenes están en la escritura de Marcelo Birmajer, las postales del Once según El abrazo partido, los monólogos de Diego Wainstein sobre la idishe mamme. ¿Qué cosas son judías? Buenos Aires sí, el Gran Buenos Aires no. Matías Martin, a pesar de no serlo. El humor que hacían Castelo o Abrevaya. La 4x4 no, o a lo mejor sí, pero del sefaradí. Para los rusos, el psicoanálisis; para los sefaradíes, la despedida de solteros de sus amigos”. Como Seinfeld durmiéndose durante la función de La lista de Schindler (en uno de sus episodios), lo judío revisitado crece en esa leve “falta de respeto”, se carnaliza por fuera del canto solemne, pero plantea un límite claro: “Sólo si lo hace un judío está todo bien –exige Wainraich–, si no, no. Simplemente porque no lo va a sentir”.
Shila Vilker, autora de Le digo me dice, novela familiar con mucho de autobiográfico sobre un típico clan judío de clase media, respeta la regla paródica. “Ser judío sin guita es como ser negro sin ritmo. Ser judío sin country no está bien; para ser uno verdadero hay que ser profesional o empresario, y cargar sobre la espalda la culpa y el Iluminismo.” Y el cineasta Gabriel Lichtman, con su opera prima Judíos en el espacio, sigue aportando a la onda revisionista, que no sacraliza ni se conmociona sino más bien echa por tierra los mitos heredados. Una sobrina cleptómana, una madre mezquina, una nuera negadora y un abuelo (zeide) suicida conviven en el living para cuestionar esa armonía familiar tan asociable a las crónicas de Pesaj (Pascua) y Rosh hashaná (Año Nuevo judío), ahora, por fin, descascarados. “¿Qué nos llevó a cuestionar la estructura familiar?”, se pregunta Lichtman. “¡La vida! Es difícil hablar de eso, sobre todo en un país como la Argentina, donde tienen tanto peso las relaciones familiares. ¡Hasta qué punto todos se empeñan en agarrarse a estructuras que decaen!”
La irrupción de lo Jewcy en la Argentina suele ser apenas una cuestión de cupos. Lo nuevo es la salida del tema de lo institucional y lo minoritario, y su desembarco en la TV en tiras juveniles o sitcoms adaptadas. Si, en los Estados Unidos, Kesselman exagera o invierte los estereotipos, aquí Cris Morena fue de las primeras en ocuparse de esa “extraña representatividad”. En el 2003 creyó que a su Rebelde Way le faltaba su judío favorito, y fiel a las reglas de la “identificación por nichos”, ejecutora de una pequeña revolución personal, hizo que el nuevo lolito faltara al cole por Pesaj y diera paso al típico conflicto de familias enfrentadas. El ídolo argentino-judío para el mundo, el actor Guillermo Santa Cruz, fue un favorito en Israel, donde la telenovela de Cris Morena arrasó. Y a dos años de su aparición sigue recibiendo ositos de peluche; respeta las claves del lolito, entallado y con crestita, muy producido, a tono con la tendencia en construcción de objetos sexuales juveniles: algo de ambigüedad sexual, mucho de cuidado personal, poco texto y mucha gestualidad. “En la tira tuve una historia con una chica católica, que no era aceptada por mi familia –recordó Santa Cruz, que en la tira fue judío turco y se llamó Nicolás Provenza–. Llegaban protestas de la comunidad judía, pero la intención siempre fue que los conflictos se resolvieran positivamente.”
La tele se siguió acostumbrando a la ley de cupos cuando Damián Szifrón, en Los simuladores, contó la historia de desencuentros entre familias enfrentadas e incluyó el coming out de uno del equipo (Diego Peretti), revelado como judío en medio de una acción. O cuando, en Resistiré, Santiago (Daniel Kuznieka) comunicó su condición judía a los Moreno y la familia de Rosario (Romina Ricci) se sacó los prejuicios de tener a uno como yerno. Lo judío aggiornado buscó galanes jóvenes o famosos en los cuales encarnarse: cada vez más parecidos a un “nosotros”. Y en el 2004, Axel Kuschevatzky decidió que La niñera adaptada a la Argentina, que en Ecuador o Grecia había borrado su condición judaica (por recomendación de la Sony al vender los derechos de la sitcom), aquí la mantendría. Fue un golpe al corazón del estereotipo: una niñera judía (Flor Finkel) de Lanús, sin pretensiones de buena chica judía, sin estudios, cholula y no ilustrada. Kuschevatzky es un estudioso del fenómeno Jewcy: dice que la Argentina mira todo desde lejos, que una protagonista de comedia (La niñera) tiene poco que ver con la migración de estrellas (allá lejos) que aumenta las filas del judaísmo. Lo que pasa en Hollywood es casi una compensación; es el fenómeno inverso al de los fundadores de la industria cinematográfica estadounidense (familias como los Goldwyn, los Zukor y los Mayer, biografiados en el documental Hollywoodism, Bafici), avergonzados de pertenecer y repentinamente bautizados en el Cristianismo.
¿Cómo se explica el proceso inverso de migración al judaísmo?
–Lo que pasa en Estados Unidos tiene que ver con el valor de la Cábala como ciencia secreta semioculta, una vez que se agotaron otros pensamientos mágicos inmediatos –dice Kuschevatzky–. Mucha de la gente de Los Angeles se volcó al judaísmo, como diez años antes se habían volcado al budismo zen. Pero esto que pasa es comparable a Jane Fonda, en los ‘80, haciendo fitness. E impone figuras contrapuestas al típico rubio anglosajón tipo Matt Damon. Es el renacimiento de Nueva York o Los Angeles frente a ciudades como Boston. ¿Cómo lo incluí en La niñera? Hubo que escribir al personaje de una forma en que fuera comprensible hasta llegar a concluir que las diferencias no existen y son anecdóticas.
De judaísmo se habla en la Argentina desde lugares casi opuestos. El proyecto comunitario YOK, financiado por entidades judías locales e internacionales, se hace cargo de lo Jewcy: auspició la muestra del Bafici, una instalación (La vereda de la historia, de Nicola Costantino) en arteBa y proyecta la salida de una revista ubicando a lo judío como tema excluyente. Según sus folletos y promociones, ahora “lo judío es hot”. El flamante proselitismo pretende un target sub-25 y la salida de los ámbitos típicos (el IFT, la Cinemateca Hebraica). “Lo Jewcy –dice Carolina Konstantinovsky, programadora cultural de YOK– es una cuestión ante todo estética, como un reconocimiento de la propia herencia más allá de la religión. Soy judía de una forma en que no podría negarlo nunca; no sé ni cuándo son las fiestas, pero la identidad escapa a la tradición religiosa.”
Voces disidentes, en cambio, llegan desde la vieja guardia de las narraciones con tema judaico. Ni pura cuestión de imagen, ni judaísmo remozado, ni dictados del marketing para modelar las tramas. Para Diego Dubcovsky, productor de todas las películas de Daniel Burman (incluyendo Derecho de familia, en rodaje), “los personajes de la última película de Burman son judíos, pero no lo dicen. No es importante, no se habla del tema, no es un conflicto de peso”. En cualquier caso, lo judío ingresa desde lo biográfico, a través de la relación de un hijo con su padre abogado, y en pequeñas marcas detectables sólo por expertos: un entierro ritual, una ambientación particular. ¿Alejado de la nueva ola? “El tema, como en El abrazo partido, es la paternidad –dice Dubcovsky–. ¿Si tengo opinión formada sobre lo Jewcy? Me parece gracioso, no puedo tomarme en serio que lo que hace 50 años te costaba la vida, ¡ahora se convierta en una moda...!”
El mismo tono escéptico se detecta en la voz del escritor Marcelo Birmajer, a punto de editar su libro de crónicas Lugares donde viví, que vuelven sobre su historia personal en el barrio de Once. “No me importa caer en lugares comunes en tanto sean de verdad –dice–, y no me importa decir algo que nadie se esperaba si también es verdad. El resto me tiene sin cuidado.” Birmajer, también guionista de El abrazo partido, prefiere siempre pensarse más en términos de clásicos que de modas, más afín a los relatos tradicionales que a las pautas del mercado. ¿Jewcy? ¿Qué Jewcy?
Birmajer: El abrazo partido, por ejemplo, fue un homenaje, pero no una refundación, ni tampoco un modo de narrar especialmente novedoso. No es un tipo narrativo distinto de cómo narran los judíos en Polonia o los argentinos en Pompeya. A mí lo que más me gusta es lo que tiene de clásico y de convencional.
¿Nada de modas?
Birmajer: Desde (Isaac) Bashevis Singer fueron recurrentes las voces judías que ocuparon un lugar en la cultura y el teatro. Y la mirada judía, exiliada durante dos mil años, perpleja después de la creación de Israel, ahora comparte el desconcierto con el resto de las identidades del mundo tratando de definir qué, en definitiva, es una identidad.
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