Domingo, 16 de junio de 2002 | Hoy
MUSICA En 1980, gracias a un bello puñado de odas a la diosa Resaca, el más beatnik de los song-writers había llegado a una cima ingrata: la autoparodia. De ahí lo rescataron Kathleen Brennan (que sería su mujer), el influjo providencial de Kurt Weill y Harry Patch, el cine y, en los 90, el encuentro con Bob Wilson, que le pidió música para alimentar sus sofisticadas maquinaciones teatrales. Retrato de Tom Waits, el hombre para quien las mejores canciones, como las papas, nacen del suelo.
Por Rodrigo Fresán
The
kid
En un
principio, al menos para mí, Tom Waits (Pomona, California, 1949) se
parecía exactamente a eso en lo que se habría convertido de grande
el chico chapliniano de The kid. El rostro alargado casi hasta la caricatura,
el cuerpo quebrado en demasiados ángulos, los dedos largos aporreando
las teclas blancas y las teclas negras y una botella de Jack Daniels haciendo
equilibrio sobre su cabeza de rulos desordenados. Sí, Tom Waits parecía
.y sigue pareciendo-. uno de esos tipos tan felices que cantan sobre la infelicidad
(el primo lejano y disipado de Leonard Cohen) y llevan la canción
de bar un poco más lejos. Porque Tom Waits le cantaba y le canta
no al estar borracho sino al tener resaca.
Y seré sincero: yo me compré mi primer disco de Tom Waits cuando
alguien me dijo que Tom Waits era o había sido el novio de la impar y
única Rickie Lee Jones, y el primer disco de Tom Waits que me compré
fue el primer disco que Tom Waits grabó y, bueno, lo siento, pero ése
sigue siendo mi disco favorito de Tom Waits.
Closing Time editado en mayo de 1973 sigue sonando bien, emocionante,
con la atemporalidad que de vez en cuando consiguen un puñado de canciones
adentro de un círculo chato, negro y con un agujerito en el centro. Closing
Time siempre será más un long-play que un compact-disc, porque
a ciertas canciones canciones como Ol 55, Martha,
I Hope That I Dont Fall in Love with You, Lonely
les queda mejor una púa que un láser. Así que yo seguí
con Tom Waits unos cuantos años más The Heart of a Saturday
Night (1974), Nighthawks at Dinner (1975), Small Change (1977), Foreign Affairs
(1977), Blue Valentine (1979) porque a mí me gustan esos song-writers
más writer que songs. Esos tipos que te cuentan historias. Hacia 1980,
Tom Waits ya era un artista de culto, los Eagles habían versionado su
Ol 55 y Bruce Springsteen su Jersey Girl, y lo
cierto es que cansarse de Tom Waits empezaba a ser tan fácil como había
sido cansarse de Charles Bukowski. O de Jack Kerouac. Artistas que USA
es tan cruel no demoraron en convertir sus atendibles singularidades en
clichés de fácil imitación. Lo que en Estados Unidos se
conoce como novelty act: un artista freak con hincapié en freak. El paso
siguiente es, claro, convertirse en una imitación de sí mismo,
y eso le estaba pasando a Tom Waits. Pero con un diferencia: Tom Waits era consciente
de ello. Y, para colmo, el que empezaba ahora a versionar sus canciones era
Rod Stewart.
Cambio
y fuera
Tom
Waits era el beatnik más beatnik de todos, y por lo tanto estaba en peligro
de terminar como terminan los beatniks: mal. Me estaba volviendo perezoso:
todo me sonaba con un saxo al fondo, recuerda. A otra cosa. TomWaits conoce
a la que desde entonces será su esposa y socia artística Kathleen
Brennan no sólo le salva la vida sino que le compra discos
de música que yo nunca había oído y en
1983 y 1985 se produce su reinvención. Con Swordfishtrombones y Rain
Dogs un nuevo sonido influido por la música de Harry Patch, que
en los 30 y los 40 había investigado la música de vagabundos,
así como por los acordes filosos y cabareteros de Kurt Weill, Tom
Waits consigue algo que se podría definir como dadá-jazz, un género
en el que nuestro héroe sigue parloteando sobre humo, cigarrillos, automóviles
y perros en llamas. La diferencia es que ahora lo hace desde afuera y con
una voz cruza de Louis Armstrong y el Marlon Brando de Apocalypse Now! y cualquiera
de nosotros con una espina de pescado clavada en la garganta ahora es
la resaca la que canta canciones sobre Tom Waits. Y la resaca patea tachos y
puertas y ladra a la luna. Y suena como nadie o en sus propias palabras
suena como una banda de lunáticos desfilando a medianoche
o una orquesta de enanos mutantes. Lo que inmediatamente lo consagra
ante todos aquellos que siempre están en busca de alguien que suene como
nadie.
A partir de entonces con la bendición de lo avant-garde,
Tom Waits se convierte en un músico con inquietudes. No es
el primero; la culpa de todo tal vez la tenga Elvis, cuando lo convencieron
de que podía ser un gran actor. Como Los Beatles, Los Rolling Stones,
Los Who, David Bowie, David Byrne, Lou Reed y tantos otros, Tom Waits siente
que el mundo de las canciones le queda chico y decide probar otras cosas. Empieza,
cauteloso, con el soundtrack nominado para un Oscar de One from the Heart, la
malograda película de Francis Ford Coppola, pero enseguida se pone a
actuar aquí y allá (destacables apariciones en Ironweed de Babenco,
Down By Law de Jarmusch y Short-Cuts de Altman) y escribe y ejecuta la operetta
titulada Franks Wild Years. Y después más ruido ruidoso
Bone Machine y un largo paréntesis hasta el Mule Variations de 1999,
su disco más vendido, ganador de un Grammy. Pero antes, por el camino,
Tom Waits demanda a la compañía de papas fritas Frito Lay por
usar un imitador waitesco en avisos de radio (lo que le permite embolsar dos
millones y medio de dólares) y conoce al director de teatro Robert Wilson.
Lo que nos lleva, ahora, a Blood Money y a Alice.
Todos
a escena
¿Quién
es Robert Wilson? Tom Waits lo define como una especie de científico,
un estudiante de medicina o un arquitecto... Una especie de autista que sólo
quiere ser comprendido y que para ello ha desarrollado un nuevo lenguaje donde
todo se mueve más lento y cada movimiento es decisivo y único.
Robert Wilson es un prestigioso hombre de teatro. Robert Wilson convocó
a Tom Waits en 1990 para The Black Rider (William Burroughs fue el tercer lado
del triángulo). Y en 1992 Robert Wilson volvió a llamar a Tom
Waits y Señora para una obra de teatro sobre la extraña relación
entre Lewis Carroll y la niña Alice Lidell, de donde salen las canciones
de Alice. Y Robert Wilson requirió una vez más de los servicios
de Tom Waits y señora en 2000 para su adaptación libre del Woyzeck
de Georg Büchner, donde terminaron entrando las canciones de Blood Money.
Así, dos discos de nuevas viejas canciones de Tom Waits, grabadas y revisadas
por su dueño con los mismos músicos, lanzados el mismo día
del pasado mayo y despojados de toda ayuda escenográfica y dramática.
Canciones para actuar que, de golpe, se convierten en canciones para oír
y que consciente o inconscientemente ofrecen una interesante revisión
de los dos Tom Waits que hemos conocido hasta ahora. En Alice se destaca el
Tom Waits más melódico, que hasta parece recuperar parte de su
preocupación por hacer que su voz suene a una voz mientras fuma como
oruga maravillosa sentado en un hongo y mirando una chica rubia y de pelo largo,
mientras que en Blood Money reencontramos al Tom Waits cacofónico, un
soldado enloquecido por experimentos médicos y celos que tira abajo todo
lo que se le pone al alcance de la mano. Y en Alice y en Blood Money se vislumbran
cruces de caminos, guiños de una carretera a la otra, bailes frenéticos
bajo la luz de la luna. Al final, enseguida, escuchándolos uno detrás
del otro y viceversa, cuesta ubicar qué canción corresponde a
qué obra. Y está bien que así sea. Enseguida, al final,
todas esas canciones son marca Tom Waits, más allá de los encargos
y las inspiraciones. Y Tom Waits las define como canciones adultas para
niños o canciones infantiles para adultos. Los títulos lo
dicen más o menos todo: Nadie sabe que estoy muerto (donde
se canta que La lluvia suena tan bien para aquellos que están dos
metros bajo tierra), Aquí estamos todos locos, La
tumba de una flor (Nadie lleva flores a la tumba de una flor),
Dios salió en viaje de negocios, Todo se va al infierno
y la formidable El sufrimiento es el río del mundo, en cuyo
estribillo un Tom Waits febril ordena una y otra vez: ¡Todos a remar!
Perdido
y encontrado
Y eso
es todo. Ésa es la historia y la vida y las obras. Las propias y las
de teatro. Hoy por hoy, Tom Waits es un animal raro. Sale muy poco de gira y
puede demorar seis años en sacar un disco. O puede sacar dos juntos.
Puede actuar muy mal en Drácula o hacer de sí mismo en Mistery
Men. Dios bendiga al hombre que puede hacer literalmente lo que
se le canta y que dice: Cuando cantas es como si actuaras un poco. Todo
el acto de cantar es como un gran signo de interrogación, una pregunta
que le haces a alguien. Las canciones más satisfactorias son aquellas
que te confunden. Nadie escucha canciones para recibir información. No
escuchas una canción como si estuvieras leyendo una receta en un paquete
de macaroni. Si te pones a escuchar una canción es porque de un modo
u otro estás pidiendo que te ayuden a extraviarte, a no saber dónde
estás, de dónde vienes y a dónde vas... Ahí es cuando
entro yo en escena... Cuando conocí a mi esposa, solíamos jugar
a un juego que inventamos nosotros y que se llamaba Perderse. Nos subíamos
al auto e íbamos a un barrio de laciudad que estábamos seguros
de conocer a la perfección. Entonces empezábamos a dar vueltas
al azar, a doblar en las esquinas, a veces durante toda la noche, hasta que
por fin conseguíamos perdernos... Entonces éramos tan felices...
Somos tan felices desde entonces.
Hora
de cerrar
Mi disco
favorito de Tom Waits sigue siendo Closing Time.
Por Fabián Lebenglik
Por Alan Pauls
Por Martín Pérez
Por Juan Forn
Por Rodrigo Fresán
JUEGO BONITO
Por Mariana Enriquez
¿Por qué Bielsa mira los partidos en cuclillas?
Vale decir
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