Domingo, 23 de junio de 2002 | Hoy
MUSICA Un disco nuevo y una biografía autorizada pero polémica vuelven a poner a Neil Young en el centro de la escena. Tras una demora de dos años y un juicio por casi dos millones de dólares, las 800 páginas de Shakey actualizan el mito de un artista que siempre prefirió quemarse a desvanecerse. Romántico y melancólico, Are you passionate? homenajea al soul sesentista del sello Stax y se da el lujo de incluir una canción alusiva a los atentados del 11 de septiembre del año pasado. Obstinado y controvertido, el Young que ataca de nuevo no es perfecto, pero sigue siendo tan grande como siempre.
Por Martín Pérez
El
humor y el daño hecho
Algunos
años atrás, cuando el legendario periodista británico Nick
Kent describió la imagen de los primeros tiempos de Neil Young como la
de un artista confuso, aislado, introspectivo y emocionalmente frágil,
el autor de temas tan ajustados a aquella imagen como “The Needle and the
damage done” negó todo con una carcajada.”Siempre pensé
que había un lado gracioso en mi música. Pero mi sentido del humor
no era realmente apreciado en aquel momento de mi carrera”, explicó.
Y agregó: “Mierda, incluso ahora siguen sin apreciarlo”. A
juzgar por los adelantos y las críticas de la biografía recién
editada –no hay noticias todavía de una posible traducción
al castellano–, el máximo logro del monumental trabajo (800 páginas,
casi una década de investigación) que firma el periodista Jimmy
McDonough es haberle dado voz al humor extraño y a veces malicioso del
cantautor. “Heh heh. ¿Por qué no conseguís todo el
dinero que puedas por el libro y después lo enterrás?”, propone
en algún momento la voz que McDonough le asigna a Young en Shakey. “Podés
huir a Panamá. Yo te cubro... heh heh. Y entonces, cuando me muera, todo
el mundo podrá leerlo. ¿Qué te parece?”
Más allá de la broma, y pese a todas las promesas y facilidades
brindadas por Young a McDonough desde que fuera convocado para trabajar en su
biografía, Shakey estuvo a punto de correr ese destino subterráneo.
La historia cuenta que Young conoció a McDonough –un periodista
del Village Voice que había ganado notoriedad por su redescubrimiento
de Jimmy Scott— allá por 1989, y después de ese encuentro
lo invitó, primero, a que escribiese un texto para una antología
que se editaría para el 25º aniversario de su carrera, y después
le propuso que trabajase en su biografía. En 1991, ambos firmaron un
contrato en el que Young se comprometía a autorizar el trabajo y su publicación
y renunciaba a todo derecho de veto sobre lo publicado, salvo en lo concerniente
a sus familiares más cercanos. Y el periodista, a su vez, debía
donar el 25 por ciento de sus ganancias. Cuando el libro estuvo terminado, sin
embargo, Young violó el trato y se negó a permitir su publicación.
Así fue como, dos años atrás, McDonough le inició
a Young un juicio por un millón ochocientos mil dólares, y el
acuerdo al que finalmente llegaron no hizo más que volver al pacto inicial.
Además de tener mucho de broma pesada, el conflicto hace honor a las
caprichosas idas y vueltas de la voluntad de Young, tan bien presentadas en
las voces que pueblan el trabajo de McDonough. “Neil hace lo que quiere
cuando quiere hacerlo, y no hace lo que no quiere cuando no lo quiere hacer”,
explica Joel Bernstein, un joven colaborador del entorno de Young. “Neil
es un verdadero artista. Pero también es un impiadoso hijo de puta”,
dice su amigo Gary Burden, director del arte de muchos de sus discos. “No
es nada divertido trabajar con él. La diversión no está
incluida en el trato. Pero es muy enriquecedor”, explica el legendario
productor David Briggs, uno más del círculo de extraños
personajes del Universo Young que McDonough reconstruye en un libro más
largo, por ejemplo, que las recientes biografías de Mandela y Mao Tsé
Tsung. Shakey logra muy bien el objetivo de testimoniar el caos, la grandeza,
las ambiciones, los caprichos, los excesos, las tragedias y los logros. Y también
las miserias. “No sólo las buenas tienen que estar ahí. También
tienen que estar las canciones de mierda”, explica Young en el prólogo
del libro, refiriéndose a la compilación, largamente demorada,
que recorrerá toda su carrera. “¿Por qué?”, pregunta
McDonough. “Así se va a notar la diferencia. Porque no quiero que
sea un autohomenaje. No quiero un producto, sino algo real”, responde Young,
que atravesó toda su carrera con ese objetivo entre ceja y ceja.
El
rock no morirá jamás
“No
me morí, ¿no es cierto?”, fue lo primero que dijo el pequeño
Neil a los adultos que presenciaron su regreso al hogar después de la
traumática hospitalización que sufrió a los seis años
de edad, a raíz de la epidemia de polio que afectó a Canadá
allá por 1951. “Neil estuvo muy cerca de la muerte”, cuenta
Rassy, su madre, en Shakey. “Nunca pudo engordar desde entonces. Era todo
piel y huesos. No estábamos seguros siquiera de si iba a volver a caminar”,
recuerda su madre, evocando aquella tragedia que hizo trizas una infancia idílica
en Omemee,esa ciudad cerca de Ontario de la que hablan los primeros versos de
“Helpless”. Para peor, poco después, superado ese trance, sus
padres se separaron: Neil se quedó con su madre mientras su hermano mayor
se iba a vivir a Toronto con su padre, un conocido periodista deportivo canadiense.
Después llegaría el rock y salvaría a ese sobreviviente
solitario, fanático confeso de Dylan, los Stones (“Lo que más
me gustaba era Richards y Brian Jones tocando juntos”) y Randy Bachman
(guitarrista de los Guess Who y luego líder de Bachman Turner Overdrive).
El final de la adolescencia encontró a Young buscando suerte en California,
donde se topó con su amigo Stephen Stills por casualidad, en medio de
un embotellamiento. Poco después formaban allí Buffalo Springfield,
el primer hito de sus carreras.
La mayor parte del libro de Mc Donough se ocupa del fértil período
creativo que se abre con aquel primer álbum de Buffalo Springfield, en
1966, y se cierra con la edición de Rust Never Sleeps con Crazy Horse,
en 1979. Dentro de ese paréntesis aparecen una epilepsia recurrente en
los shows de aquella banda iniciática con Stills (que hacía que
Young terminara los recitales sufriendo un ataque en el escenario, luego de
su último solo de guitarra) y también la ambición, confesada
a su compinche y productor Jack Nitzsche (colaborador de Phil Spector y pianista
de los Rolling Stones), de ser quien llenara el hueco entre Bob Dylan y los
Stones, un lugar clave en la escena rocker de entonces. Ése fue el rumbo
que tomó Neil con sus primeros logros solistas y su papel en Crosby,
Stills, Nash & Young, una carrera que lo ubicó muy rápido
en una posición privilegiada. Un lugar del que supo escapar esquivando
el éxito a conciencia durante el resto de los años ‘70, hasta
lograr una obra coherente sólo por sus búsquedas e intenciones.
Y plagada de tragedias. Como la muerte por sobredosis de Danny Whitten, el guitarrista
de Crazy Horse, que lo inspiró a escribir “Tonight’s the night”,
un disco que también intentó –sin éxito– convertir
en un musical de Broadway. “Era la historia del asistente de un músico
que lograba llegar al éxito y después moría de una sobredosis”,
revela Young. El título problable sería From Roadie to Riches,
algo así como De plomo a millonario). “Pero, como te podrás
imaginar, para el Broadway de 1974 era demasiado.”
Con los ‘80 llegó la época del traumático nacimiento
de su hijo Ben, víctima de un severo caso de parálisis cerebral.
“Recuerdo que caminaba por el hospital preguntándome qué
había hecho, si había algo malo en mí”, explica Young,
cuyo primer hijo, Zeke, también había tenido la enfermedad, pero
mucho más leve. De los infructuosos intentos por comunicarse con Ben
nacería Trans, un disco incomprendido que le valdría un juicio
del sello Geffen. Le reprochaban a Young que no hiciera discos “como Young”.
Según revela el libro de McDonough, sobre el final del pleito Young llegó
a grabar un álbum de música new age con el sonido de los grillos
para desafiar a Geffen a que lo editase. El final de la década del ‘80,
tan errática musicalmente, llegó con el regreso de Crazy Horse
y el reconocimiento como abuelo del grunge gracias a discos como Ragged Glory
o su relación con bandas como Pearl Jam o Sonic Youth, a las que llevó
de gira con su banda en 1991. “Aún recuerdo un show en Bufalo en
el que me di vuelta para mirar al público y todo lo que pude ver fue
un mar de manos mostrándonos el dedo medio”, recuerda Kim Gordon
en el libro. “Nos llevó de gira con él sólo para desafiar
a su público”, explica la bajista y cantante del combo neoyorkino,
explicitando un concepto que recorre toda la biografía de McDonough.
El libro, por lo demás, abunda en revelaciones como la forma compulsiva
de evitar la luz que tiene Young, sus maratones nocturnas de tequila, su obsesión
por capturar la espontaneidad en la música grabando en una sola toma
y componiendo canciones en el estudio. Y, por supuesto, la crónica de
las miserias del combativo Stephen Stills, que se negó rotundamente a
ser entrevistado para el libro. Otra vuelta de tuerca “Yo creo que mi carrera
está construida sobre la base de un patrón que no hace más
que repetirse una y otra vez. En ella no hay nada sorprendente”, explica
el propio Young en Shakey. “Mis cambios son tan fáciles de predecir
como las salidas y las puestas del sol”, asegura, por lo que la aparición
del romántico y melancólico Are you passionate? –que felizmente
ya tiene una edición local– no debe sorprender a quienes tengan
presente las idas y vueltas de su carrera. Con Booker T. and The MG’s como
banda de acompañamiento (los había llevado de gira en 1993, pero
nunca había grabado con ellos todo un disco), lo que Young logra en el
trigésimo octavo álbum de su dilatada carrera es un sentido homenaje
al sonido del sello Stax de los años ‘60, homenajeando incluso directamente
a Otis Redding en los primeros acordes del álbum. Muy melódico,
con un par de canciones de amor perfectas como “You’re My Girl”
y “Are you passionate?” destacándose como lo mejor del disco,
la polémica que suscitó –y que levantó las críticas
más merecidas– se debe a la inclusión de “Let’s
roll”, un tema inspirado por las últimas palabras de Todd Beamer,
pasajero del avión que presumiblemente fue tirado abajo por sus propios
pasajeros el 11 de septiembre del año pasado. A pesar de ser claramente
el punto flaco del álbum, “Let’s Roll” es en realidad
el tema alrededor del cual se construyó el disco, ya que Young lo grabó
y le pidió a su discográfica que lo enviase a las radios antes
de que existiera siquiera como simple. En su artículo del New York Times,
el fan confeso Rick Moody se pregunta si, a la luz de “Let’s Roll”,
no es posible pensar que un tema como “Rockin in the free world”,
lejos de ser una ironía, no iba totalmente en serio. Y confiesa que no
puede creer que Young sea capaz de escribir semejante canción. “Escribí
esa canción porque la historia me shockeó como un acto de heroísmo
increíblemente puro”, explicó Young. “Pero estaba seguro
de que iba a ser malinterpretada. Casi como todas las canciones que he escrito.
Aunque decir que pueden ser malinterpretadas está en realidad fuera de
discusión. Porque las canciones deben ser interpretadas por quienes la
escuchan”. Y así volvemos a la contradictoria historia de Shakey,
donde la música y el instinto están por delante y todo lo demás
–prestigio, carrera, incluso público– corre detrás.
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