Domingo, 23 de junio de 2002 | Hoy
DIOSAS Parecía que iba a comerse el mundo. A los seis años hacía Medea en griego. A los diez ya había hecho Las troyanas, Electra, algo de Shakespeare y salía de gira con Meryl Streep como compañera de reparto. A los catorce era tapa de Time y actuaba con Laurence Olivier. Pero algo salió mal y hoy cuenta con un prontuario de casi cincuenta películas increíblemente menores. Infidelidad, la nueva de Adrian 9 semanas y 1/2 Lyne, ofrece, una vez más, lo mismo de siempre: una película pasable y una Diane Lane inolvidable.
Por Rodrigo Fresán
LA
NENA
Hubo
un tiempo en el que todo parecía indicar que la adorada y adorable diosa
Diane Lane iba a comerse al mundo de un olímpico bocado. Tapa de Time
de 1979, catorce años y esa carita bajo el título Los niños
prodigio de Hollywood. Diane Lane debutaba entonces junto a Laurence Olivier
por los días en que Laurence Olivier actuaba en cualquier cosa
en la olvidable Un pequeño romance: una especie de Melody con parejita
de alto coeficiente intelectual perseguidos por Europa por padres aristócratas.
Al año siguiente, otro debut: Diane Lane perdía su virginidad
durante el rodaje en Durango del western feminista de culto Cattle Annie and
Little Britches. Pero la historia había empezado mucho antes con Diane
hija de un actor del grupo de John Cassavetes y de una modelo que supo
agraciar las páginas centrales de Playboy subiéndose por
primera vez a un escenario a los seis años para actuar en Medea. En griego.
Después Las troyanas, Electra, algo de Shakespeare, giras por todo el
mundo con la prestigiosa compañía teatral La MaMa y El jardín
de los cerezos en la todavía más prestigiosa compañía
de Joseph Papp quien la consideraba su protégé con
Meryl Streep como compañera de reparto. Mientras tanto, Diane Lane cursaba
la secundaria en el también muy prestigioso Hunter College. Papp quien
la soñaba como la mejor de todas las Julietas jamás le perdonó
que se fuera a Venecia a filmar una peliculita con un ex Hamlet en decadencia.
Y así fue como Diane Lane decidió que iba a ser actriz cuando
fuera chica.
LA
FEMME FATALE
Algo salió mal. Mejor dicho: algo no salió bien y,
cuarenta y seis films más tarde, Diane Lane es hoy orgullosa poseedora
de un curriculum donde abundan títulos olvidables, películas para
televisión, miniseries y lo más importante de todo
un puñado de fracasos de luxe que la convirtieron en símbolo sexual
dueño de una belleza a la que no estaría mal definir como argentina:
ni muy-muy ni tan-tan, pero eficaz cuando hace falta; y con ese look de chica
común pero, al mismo tiempo, fuera de serie. Pensar en Diane Lane como
la perturbadora mejor amiga de la novia, y ahí están las películas
que hizo con Coppola: las juveniles Los marginados y La ley de la calle y el
corte de pelo à la Louise Brooks en Cotton Club donde actuó por
primera vez con Richard Gere (no incluyamos, seamos piadosos, su aparición
en la imperdonable Jack con el imperdonable Robin Williams). O la Calles de
fuego de Walter Hill donde Diane Lane la jugaba de rockera triunfadora que volvía
al barrio para ser secuestrada por Willem Dafoe. O su cat suit en Judge Dredd
con Stallone (Diane Lane, si me lo preguntan, hubiera sido la Emma Peel ideal
para Los vengadores). Y entre una y otra su fama de femme fatale
que hoy estaba con Timothy Hutton y mañana con Christopher Atkins, Bon
Jovi (quien compuso en su honor un hit titulado Le das un mal nombre al
amor), Christopher Lambert y la vida continúa. Un breve papel en
La tormenta perfecta luego de las buenas críticas que recibió
en 1999 por A Walk in the Moon donde se la llamó la nueva Bacall
volvió a ponerla en el punto de mira. Y ahora Adrian Lyne es el que le
dispara a Diana la cazadora. Pobre. Cazadora cazada y casada a la caza.
LA
AMANTE
La casa en los suburbios versus un loft en el SoHo, el esposo americano
y empresario contra el amante francés y bohemio, la rutina tentada por
lo prohibido y bienvenidos al maravilloso mundo de Adrian Lyne, amo y señor
del cine donde las mujeres siempre son malas o hacen mal y los hombres sufren
como condenados por más que no dejen de mandarse imponentes cagadas.
Inquietos ante la eventualidad de que Lyne se piense como un mix de Louis Malle,
Bernardo Bertolucci y François Truffaut para las masas en lugar de saberse
un astuto y cínico procesador de moralina trash, lo mejor es atenernos
a datos precisos y a evidencia incontestable.
Lyne nació en Inglaterra, viene de la publicidad, debutó con Foxes
(1980) dirigiendo a una Jodie Foster que todavía no tenía claro
lo que le convenía; contribuyó al nefasto credo high-concept de
los productores y top-guns Don Simpson y Jerry Bruckheimer con Flashdance; es
el responsable de que la barba de tres días de Mickey Rourke se pusiera
de moda en todo el mundo y de que Glenn Close haya encontrado un buen filón
actoral como malvada monstruosa (y de que varias actrices prometedoras comprendieran
que no está tan mal y que puede dar sus réditos el hacer de psicópata
por lo menos una vez en sus carreras); y, fundamentalmente, es el auteur de
esa trilogía misógina compuesta por 9 semanas y 1/2 (1986), Atracción
fatal (1987) y Propuesta indecente (1993). Trilogía a la que ahora se
suma Infidelidad (2002), un remake bien diet de La Femme Infidele que Claude
Chabrol estrenó en 1969 y en la que detalle importante que Lyne
prefirió desatender porque si no no sería una película
suya nunca se veía a los amantes practicando el viejo uno-dos.
Por el camino, Lyne filmó un interesante fracaso con formidables efectos
especiales la paranoica post-Vietnam Jacobs Ladder (1990) que le
hubiera gustado a Philip K. Dick y una nueva aproximación a Lolita
con Jeremy Irons (1997) que no vi pero estoy casi seguro de que a Stanley Kubrick
no le pudo haber gustado.
En Infidelidad están Richard Gere (mi pésimo actor favorito y,
ah, el modo en que pestañea largo y lento, la manera en que sacude su
cabeza), Olivier Martinez (pésimo actor y punto) y Diane Lane (muy parecida
a la Kathleen Turner caliente de hace unos cuantos años) en una otra
de esas tramas donde el sexo fuera del matrimonio es peligroso, el que las hace
las paga y, antes del final, todos pasan mucho tiempo en la cocina (¿cuánto
falta para que algún alumno de la NYU presente tesis titulada Cubitos
de hielo y conejos muertos: la cocina como territorio dramático en el
cine de Adrian Lyne?). La otra pregunta invocando una linda canción
es: ¿Qué hace un encanto como tú en un lugar como
éste?. En una película que arranca como un Ojos bien cerrados
bobo, continúa como un thriller mala imitación Patricia Highsmith
y concluye como un puro Lyne con un final demasiado abierto que nos hace pensar
en por qué no habremos alquilado un video del insuperable Zalman King;
la respuesta al porqué de la presencia de Diane Lane es tan simple como
terrible. Diane Lane como Brando en Nido de ratas pudo haber sido
una campeona; pero el tiempo pasa y, antes que pase del todo, mejor un succès
de scandale que ningún succès. Diane Lane pone el cuerpo en diferentes
estadios de desnudez porno-soft. Desnudarse en las pantallas norteamericanas
todavía sirve para que hablen de uno, para que te miren con más
atención y, de paso, para que alguien como Woody Allen, los Coen, Paul
Thomas Anderson o Todd Solondz se den cuenta de que ella actúa bien a
pesar de parlamentos que dan vergüenza ajena (y que son indignos del Alvin
Sargent de Gente como uno y Julia) y de soportar durante más de dos horas
con entereza a un hijo con cara de gnomo al que dan ganas de patearlo (aunque,
digámoslo, cualquier cosa es mejor que haber sido la madre de Robin Williams
en la espeluznante Jack de Francis Ford Coppola). Y Diane Lane cocina un poco.
Y New York es tan linda y el viento levanta la falda y enseña tus piernas.
Y Richard Gere cierra los ojos y mueve la cabeza y Olivier Martinez usa abrigos
largos y compra libros y aprieta chicas en The Strand. Y Diane Lane tiene unas
encantadoras ojeras y, claro, varios orgasmos de aquéllos y, sí,
los acontecimientos se precipitan. Y la ira de los dioses.
Ya saben, ya saben, ya saben...
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